Historias de bellas montañas
Ramón
Portilla
Desnivel
Madrid,
2016
215
páginas
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Toda
revisión de una vida parece estar relacionada con puesta de sol. Aunque uno
apenas haya cumplido los veinte años, ha dispuesto de soles suficientes y de
suficientes estrellas como para saber que tiene derecho a considerar que ha
pasado suficiente agua bajo el puente como para identificar los crepúsculos que
marcaron su vida. Si en ese momento quiere condensar tantos crepúsculos en un
verso, tiene que ver con ese sentimiento de que todavía le queda mucho por
vivir, aunque no se atreva a reconocerlo. Será más adelante cuando se atreva a
recopilar en un texto más largo esas pérdidas y esa raíz de sabiduría, cuando
pueda reposar porque ya no necesita precipitarse en la escritura: antes cada
minuto escribiendo suponía un minuto menos de soles y estrellas. Lo supo muy
bien Rebuffat, el mítico guía alpino que lucía hermosos jerséis de lana, el
autor de Estrellas y borrascas o Las montañas son mi reino. Y uno de los
referentes de Ramón Portilla (Madrid, 1958) a la hora de elaborar este libro
que recopila hazañas como si fuera algo bien diferente. Porque las cimas que
Ramón selecciona como las que significaron algo en su vida no están
relacionadas con una hostilidad como la hostilidad del tifón en la literatura
del mar. Se trata de montañas que destacan por la belleza de su trazado, por el
dibujo de sus pendientes. Desnivel ha preparado una bonita edición en homenaje
a uno de los históricos del mundo de la montaña en nuestro país, en la que al
texto le acompañan acuarelas y fotografías en las que uno ve a los alpinistas
en los momentos en que reposan la acción, no en forzadas poses de gladiadores.
Ramón
Portilla narra su experiencia en cada una de las montañas tras enunciar la
historia que esconden detrás. Habla de los grandes montañeros de la historia,
de las tragedias y de la épica, antes de meterse en harina él mismo. Portilla
es un pirata y los momentos en que se busca la vida como tal, con apenas unas
monedas en el bolsillo, son tan felices como las cimas alcanzadas. Como él
mismo confiesa, es igual de importante el cumplir el sueño que todo el tiempo
que pasó deseando que este tuviera lugar. Pero además, en cada capítulo Ramón
Portilla salda alguna deuda, cierra algún capítulo, termina de cicatrizar
alguna herida. Siempre que partió dejó algo atrás o vivió alguna pérdida, y
esas llagas están presentes en su narración. Como lo está cierta sabiduría de
la que todos deberíamos tomar nota: las fracturas de huesos o las enfermedades
de hígado le han ido limando. Ha visto, con agrado, como una nueva generación
le pasaba por delante en lo más abrupto de la conquista de montañas, pero ha
sabido adaptarse a sus nuevas limitaciones sin abandonar el idéntico buen
sentimiento que su vida en la montaña le ha supuesto. Esa capacidad de
adaptación, ese sentirse igualmente sano, esa razón sensible que le ayuda a
aceptar y no aparta la sonrisa, sino que la enfatiza, tras cada revés, es una
lección que no está mal aprender. Ese concepto de salud como una mente capaz de
adaptarse a algunos deterioros debería hacernos replantear qué es lo que de
verdad consideramos como estar sano, lejos de la aritmética de los galenos.
Fuente: Culturamas
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