miércoles, 23 de marzo de 2022

RITUAL DE DUELO

 

Ritual de duelo

Isabel de Naverán

Consonni

Bilbao, 2022

167 páginas

 



La literatura testimonial busca volver a ver el sol en la ventana cuando uno abre los ojos. Es así de sencillo: todo se ha apagado, se ha venido abajo, y uno se plantea si lo que expresa es rendición o es terapia mientras no puede dejar de escribirlo. De esta manera, vagando entre dudas, se le van a uno las ideas al papel, unas ideas que quisiera que no fueran tales, sino sentimientos. Las condiciones del lenguaje topan con la cualidad de ilimitado de los sentimientos. Faltan palabras y nuestro recurso, en este caso, es acudir a la memoria, esperando que con ello se pueda suplir esa carencia. Las experiencias deberían solventar, aunque sea en parte, esa falla. Y también están las metáforas, claro. De hecho, cuando uno acude a este tipo de literatura, que no cauteriza y apenas consuela, al menos al autor, pero que expresa algo que necesita compartir, se da cuenta de que otras artes poseen otros milagros. Estos milagros podrían serenar más, pues transmiten mejor las emociones, los sentimientos. Ahí está la pintura, por ejemplo, y eso por no hablar de la música. En la literatura testimonial uno es puro empaque emocional y apenas posee unos caracteres para expresarlo.

Elegir un lenguaje formal, como hace Isabel de Naverán (Getxo, 1976) en este Ritual de duelo es bastante arriesgado. Nada de tropos, nada de adjetivos acumulados, nada de aquello que nos remita a lo que consideramos propio de la poesía. De haber poesía, tiene que deducirse de lo narrado y, tal vez, de compartir experiencia con la narradora. El fallecimiento de una madre le deja a uno a la intemperie y eso, que casi todo el mundo conoce o acabará por conocer, basta. En este caso, se trata de una desaparición anunciada tras una larga enfermedad terrible, uno de esos males degenerativos que acaban por transformar un cuerpo que tuvo vida en un cúmulo de átomos sin sentido. Y, mientras tanto, debemos mantener la firmeza, ya que dudamos hasta de la posibilidad de mantener la dignidad. De este calado es la tormenta, una tormenta que, eso sí, cabe calificar como humana: no se trata de una lucha que nos haya enviado un Dios para navegar con esfuerzo, sino de una etapa de construcción, en la que vamos dándonos cuenta de que podemos ser mejores, pero que por el camino nos vamos a dejar demasiadas cosas que también son buena. Transformaremos la fuerza en luz. Y en medio de esa luz estará siempre la presencia de aquel a quien tanto echaremos de menos, a quien tanto querremos parecernos a partir de ahora. Desde aquí sólo cabe repartir abrazos a las familias que, como la de Isabel de Naverán, han padecido esta lluvia púrpura.

martes, 22 de marzo de 2022

BÚHOS DE LOS HIELOS DEL ESTE

 

Búhos de los hielos del este

Jonathan C. Slaght

Traducción de Julio Hermoso

Siruela

Madrid, 2022

371 páginas

 



Existe un territorio en el que lo más salvaje es el grupo de jóvenes que se reúne para practicar la costumbre, tal vez la tragedia, del botellón. Ahí el teléfono móvil impone su ley, a todas horas, y la vida es eso que sucede dentro de las redes sociales. ¿Cuándo dejamos de ser esencialmente naturaleza? ¿Por qué elegimos separarnos de lo salvaje para considerar que eso que llamamos civilización, que es una construcción urbana, es la mejor de las opciones? Nosotros creamos edificios y carreteras, y ahora creamos los algoritmos y nos pudrimos con las neurosis de la vida moderna. Los árboles, por su parte, crean bosque. Somos los gestantes y alimentadores de nuestra propia condena, que es algo demasiado parecido a la infelicidad. Hemos aprendido a sobrevivir gracias a la química, mientras nos criamos enfangados en la materia del tiempo, de la suma de segundos.

Frente a la maldición, están las experiencias, que siempre son individuales, de gente que regresa a la naturaleza. Muchos de ellos, de los que mejor podemos aprender, a experiencias de naturaleza cruda y compleja, allí donde sobrevivir se hace complicado. Se convierten en seres del desierto, de la tundra, de las islas extremas, de las grandes cumbres. Y decimos se convierte y no que viajan, porque viajar supone desplazamiento, supone que la continuidad es el movimiento y no la convivencia. En casos como el que hoy tratamos, el de Jonathan C. Slaght, es una muestra de ello. Con afán de escribir una tesis doctoral, Slaght se desplaza hasta un lugar remotísimo, el territorio de los búhos manchúes, entre Rusia, Corea del Norte y China. El animal al que busca es totémico, es extraño y es precioso. Allí se transforma en observador y practicante de una vida rudísima, que es la que pasa a protagonizar la mayor parte de este libro. Estamos en un territorio que casi podríamos llamar virgen, donde la naturaleza sigue siendo quien desempeña el papel decisivo que condiciona la vida. Sacar adelante el día a día es una aventura que nos recuerda, por ejemplo, a Dersu Uzala.

Es cierto que se habla de alcoholismo, ese que mata la desazón de la soledad y las horas vacías, y no del compartido con afán de carcajada. Es cierto que aparecen personas que no se comportaron dignamente. Pero ahí Slaght es testigo, una condición que comparte con la de conviviente y nos transmite en un relato en el que sabe mantener la distancia. Como lectores, nosotros somos parte de la gran experiencia de la naturaleza, a la par que damos fe de esas existencias que bordean lo terrible allí donde lo salvaje puede llevarnos al límite. Estamos en un territorio donde apenas se ha visto a ningún extranjero, que Slaght nos describe con minuciosidad. De hecho, todo el libro es un despliegue documental, en el que las palabras pretenden sustituir a las imágenes mientras transmiten las sensaciones. Será la situación, la existencia, los días en que se forme parte de lo salvaje, lo que dé interés al libro. Todo lo que nos atrapa brota de una experiencia diferente, que no deja de ser una gran sorpresa. En ella, el autor, que es protagonista junto a algunos personajes muy fieles, demuestra que eso que conocemos como tenacidad es uno de los grandes valores a los que deberíamos aferrarnos. Sobre todo, cuando nuestra dedicación no puede ser más digna y menos lesiva. En ese sentido, este será un libro bueno, un libro que nos apoya en cualquier proyecto decente, y esa decencia, uno se pregunta la razón, parece que cada día supone acercarnos más a la naturaleza.

sábado, 12 de marzo de 2022

EL CAMINO A RAINY MOUNTAIN

 

El camino a Rainy Mountain

N. Scott Momaday

Traducción de Bruno Mattiussi

Nórdica

Madrid, 2022

113 páginas



 

Sentimos el calor de la relación con la naturaleza cuando nos vemos reducidos a lo más desnudo de nuestra esencia. Sentimos esa relación, que es de ternura y es de memoria, en las despedidas, sobre todo en las despedidas que nos exponen a la imposibilidad de una reconciliación. Es en esos instantes, cuando somos mucho más pasado que presente, cuando nos encontramos con lo más natural de lo que somos. Y cuando brota, a la par de la necesidad de llorar, la necesidad de consensuar un relato, de expresar un sentimiento a través de una narración. Y regresamos con el camino de la nostalgia a los lugares que nos construyeron.

El fenómeno es fácil de identificar en el individuo. Pero también existe en el clamor o el terror social, también existe en el grupo, en la tribu. De hecho, es una de las cosas que definirán una tribu. Y queremos expresar, aquí, una definición de tribu en el mejor sentido posible: allí donde los que nos rodean son refugio, son consuelo, son compasión, son armonía, son, en definitiva, amigos.

De esto trata este texto que es ya casi un clásico, en el que se refleja el viaje sentimental de los indios kiowa hasta un reasentamiento tras la rendición. En la despedida, en la nostalgia, en los momentos de revisar quiénes fuimos, se vuelve a construir el mundo. El texto es una suerte de Génesis. Aquí tenemos a el hombre, que es, a su vez, todos los hombres, relacionándose con el entorno con una mirada dispuesta a reconocer la magia, a construir leyendas. El contenido se expone a través de tres voces diferentes: “La primera es la voz de mi padre, la vos ancestral y la voz de la tradición kiowa. La segunda es la vos del comentario histórico. Y la tercera es la voz de la reminiscencia personal, mi propia voz”. Los tres planteamientos dan lugar a una experiencia de lectura muy enriquecedora, en la que nos exponemos a encontrar las diversas caras de un poliedro que, al sumar puntos de vista, enriquecen el territorio, enriquecen la memoria, enriquecen aquello por y para lo que vivimos. Estamos frente a una experiencia literaria que expresa tanto la libertad de los espacios abiertos como la libertad a la hora de expresarse. De ahí que siga y seguirá mereciendo la pena leer esta travesía, que es un adiós.

jueves, 10 de marzo de 2022

DERROTERO

 

Derrotero

Antonio Sánchez Gómez

Sigilo

Madrid, 2022

217 páginas

 



Cuando inauguraron la ciudad del Milenio nos dijeron que nos sacaban de la larga noche neoliberal, dice Wilmer mirando la oscuridad del río. Pero nos dejaron en el frío infierno extractivista.

«Navegar é preciso, viver não é preciso». La expresión la popularizó Fernando Pessoa, aunque se atribuye a Pompeyo, que aleccionó así a unos marineros que, amedrentados por una tormenta de rayos, se negaban a embarcar para ir a la guerra. Navegar es necesario, vivir no es necesario. Sin ninguna explicación, sin exégesis, suena a boutade. La pregunta que cabe hacerse es si la vida sin navegación tiene sentido. Ese es el fundamento de este Derrotero, con el que Antonio Sánchez Gómez (Extremadura, 1981) aterriza en el panorama literario. Ha pertenecido a un grupo de cooperantes en lucha por los derechos de la tierra y de los habitantes originales de la tierra, en uno de los lugares en los que esta lucha es más significativa: la Amazonía ecuatoriana. Gracias a su viaje y a su residencia allí, pudo conocer sobre el terreno el territorio en el que encuadrar esta novela, que sigue un itinerario probablemente definido en la biografía del autor. Lo que ven los personajes se asemeja mucho a lo que debió ver él.

Ellos, los personajes, son un grupo de cuatro personas, de distinta procedencia, que no se limitan a la reivindicación de los derechos humanos y a la defensa ecológica a través de redes y demandas. En un afán por saltar al otro lado de lo efectivo, se proponen ser más piratas, sentirse parte de una pequeña resistencia, como si estuvieran ideando una guerrilla. En el mal orden universal, su acto parecerá una gamberrada, pero su simbolismo es grande: navegar es necesario, y uno navega con su cuerpo y con las acciones que están al alcance de su cuerpo. Sabemos que estos actos, como las denuncias, son navegación. Lo que nos faltaría por dilucidar es si es navegación el libro.

Para el autor y para sus amigos, no nos cabe duda, lo es. Y uno tiene la sensación de que está frente a un libro escrito para ellos, en buena medida. En cuanto a la redacción y publicación de cara al lector desconocido, si se hace necesario es por ayudar a divulgar ese fenómeno que se enuncia en el párrafo de introducción de la reseña: nos dejaron en el frío invierno extractivista. Así es como se está tratando a la Tierra, arrancándole toda la riqueza, todo el sustento, todo el sustrato sobre el que se genera la vida.

El libro está escrito a modo de diario de una aventura. Debemos advertirlo: no estamos frente a un autor que pretenda seguir un canon literario de altura, no estamos ante Conrad, ni ante Proust. En ese sentido, la lectura es fácil. En realidad, la mayor apuesta del texto está en identificar energía, la que desbordan los protagonistas, con razón, la que les ampara y justifica en cada uno de sus pasos. Tal vez nos hubiera gustado una última revisión de los diálogos, que en ocasiones se extienden un poco más de lo necesario sin que avance la acción mientras se enuncian. Y tal vez nos hubiera gustado comprobar que uno puede también salirse de sus parámetros y plantearse, por ejemplo, todos los conflictos envueltos en la neocolonización, no sólo los extractivistas y de explotación. Tal vez nos hubiera gustado leer más conflicto humano, más tensión interior en los personajes. Pero entonces estaríamos hablando de otro libro y estaríamos hablando de nuestro orgullo lector. El libro no pretende alcanzar tal desarrollo narrativo y psicológico. Se entrega a una causa noble y en ese sentido no puede ser más sincero. Y la sinceridad sigue siendo un valor que agradecemos.

miércoles, 9 de marzo de 2022

TOKIO, ESTACIÓN DE UENO

 

Tokio, estación de Ueno

Yú Miri

Traducción de Tana Óshima

Impedimenta

Madrid, 2022

186 páginas

 



El existencialismo puede considerarse un lujo burgués. En realidad, quien tiene más motivos para sembrar, regar y cultivar un pensamiento existencialista, está tan preocupado por la subsistencia que no se puede permitir dejar volar la imaginación ni dejarse caer en ciertos sentimientos. Un día desaparece tu hijo, al cabo de un tiempo lo hace tu mujer. Con los pies en el aire, sólo te cabe la necesidad animal de seguir respirando como motivo para vivir. Y apenas te planteas nada más, aunque reconoces que eres un ser invisible envuelto en harapos. De hecho, los harapos tienen una consistencia mucho más material que tu propio cuerpo, que necesita todavía de alguna comida y algo de agua para seguir siendo, para no comenzar una extinción más allá de la tumba.

Hablamos de un tipo solitario que escribe como si se limitara a ser un observador de su propia vida. Aunque esa vida tiene un presente y un pasado, al que asiste, y nosotros con él, de forma alterna. Tanto en el presente como en el pasado, todo suceso es una traba, todo lo que acontece son tropiezos, todo parece no tener otro fin que no sea el de hacer la existencia más y más difícil. La historia que nos plantea Yú Miri (Tsuchiura, 1968) nos habla de la vida como lucha, pero atenaza el aliento porque, sin demolernos con metáforas ni maldades secas, nos expone que nadie nos ha facilitado ningún arma, ninguna herramienta, para acudir a esta lucha.

En realidad, no somos dueños de nuestro destino. Ambientada en un Japón que bien podría representar cualquier otro lugar del planeta, o al menos del planeta que entendemos por desarrollado, la historia de este sin techo nos recuerda que no somos dueños de nuestro destino. Y mucho menos cuando hay alguien poderoso que necesita que se limpien las calles por las que va a pasar. Y esa limpieza incluye los harapos que abrigan nuestro cuerpo, ese que va dando tumbos, bandazos, sin saber a qué atenerse ni proponerse atenerse a nada. Nos desesperamos, pero mantenemos la respiración, a falta de saber cómo mantener la dignidad. Y todo esto en un ambiente en el que Miri nos recuerda, constantemente, la estupidez de lo convencional.

EL HOMBRE CORZO

 

El hombre corzo

Geoffroy Delorme

Traducción de Blanca Gago

Capitán Swing

Madrid, 2022

184 páginas

 



«Los animales me enseñan que cuanto más pienso, más me atrapa la sensación de peligro.»

La frase la enuncia Geoffroy Delorme (Francia, 1985) al principio de esta reivindicación de ser salvaje que es El hombre corzo. A casi nadie se le habría ocurrido asociar pensamiento con peligro, es decir, razonamiento con miedo. Pero Delorme está definiendo así la esencia de ser humano, la esencia que nos separa de lo salvaje: el uso de la inteligencia y nuestros temores, que no son los mismos que comparten los animales. O al menos los animales del bosque en el que él vivió durante siete años, integrado en una manada de corzos, con quienes llegó a sentir el grado de simpatía que implica la conciencia de pertenecer a una tribu. Los corzos fueron sus hermanos, sus maestros, su calor y su consagración.

Rápidamente nos lleva la experiencia vital que describe a pensar en Mowgli o en Tarzán, con la diferencia de que aquí nos hallamos a un adulto que elige esta forma de vida. ¿Podríamos llamar libertad a su estilo, a su dedicación, a su vehemencia, a su integración salvaje? Seguramente sí. Entre otros motivos, por saberse reducido a la esencia más pura de lo que somos, que es la naturaleza. Y por ese extrañamiento de la civilización que muestra de vez en cuando, en cuanto se acerca a una carretera o a la casa en la que viven sus padres. Todos sentimos demasiado lastre a cuenta de la faceta artificial de nuestro modo de vida, y con frecuencia miramos con envidia a un pulpo, un gato o un ave, que no se implican en nuestras razones ni en nuestros miedos.

Delorme nos habla de la solitud como beneficio, frente a la soledad como patología; es decir, de la solitud por carecer de compañía humana, frente a la soledad, que es una angustia sentida a la hora de afrontar por uno mismo la existencia. Resulta más sencillo conocer a los corzos, a los que llega a valorar por lo que son, no por sus efectos sobre los demás, no porque cada acto, cada decisión, pueda tener una influencia perniciosa. Establece así una complicidad que nos hace dudar de la salud de quien transita por una experiencia tan extrema, pero que, sin duda, nos sirve de lección al compartirla. De hecho, no sólo hay un pequeño tratado de etología dentro del relato, sino también la reivindicación de un hombre nuevo, transformado en protector de la naturaleza sin dilación y si versiones, sin peros. A esta transformación llegaré él a través de admirar las costumbres de los corzos, y de la empatía por su sufrimiento.

El libro está construido tejiendo diferentes momentos, los episodios más significativos, que más le afectaron. Y a golpes, asistimos a una metamorfosis, comprobamos cómo uno puede ir perdiendo lo que creíamos que suponía ser humano -probablemente con muchos errores por nuestra parte-, para integrarse en lo salvaje. Dolarme llegará a no reconocerse más que en el contacto con los corzos, cuya suerte nos importa más a medida que van pasando las páginas y comprobamos cómo se ve acosado su hábitat. No es nuevo encontrarse con un autor que se convierte en portavoz de una causa a partir de una experiencia propia, a partir de un pensamiento algo solipsista, al menos en comparación con las conclusiones de los grandes estudios académicos. Pero esta nueva voz reclamando respeto al bosque y a las criaturas del bosque, debería llevarnos a pensar en cómo podemos salvar nuestro pequeño mundo. Y el planeta entero es la suma de los pequeños mundos. Seguramente sea algo más que eso, pero mientras carezcamos de un poder de decisión y acción universal, lo que es seguro es que debemos cuidar nuestro entorno, y a los seres feéricos que viven en él.


Fuente: Revista de letras

PANFLETO DE KRONBORG

 

Panfleto de Kronborg

Jesús del Campo

Acantilado

Barcelona, 2022

186 páginas

 



No todo es carne o pescado. Tampoco todo tiene que ser talento o estupidez, así, a bocajarro, pero establecer la división, o la discusión, nos ayuda a organizar el mundo. O al menos a organizarlo en lo que atañe a nuestras prioridades y a nuestras inquietudes, si es que estas existen. En la estupidez absoluta, está claro que las inquietudes abundan tanto como el champán en el desierto. El talento, por su parte, se caracteriza porque esas inquietudes buscan la belleza, que es una forma de ayudarnos a ser mejores personas. Es fácil saber cuándo alguien es buena persona: cuando consigue que la vida de los demás sea más hermosa y, por tanto, más ética. La música, sin ir más lejos, demuestra que ese tipo de inquietud y esas formas de mejora suceden. La música es catalizadora de belleza y de moral. Uno puede debatir, eso sí, qué es música, en función de sus gustos, pero todos deberíamos preguntarnos, cuando algo nos gusta, por qué sucede esa emoción. En la respuesta encontraremos, muchas veces, lo peor de uno mismo.

Aunque, eso sí, con Bob Dylan o los Beatles no hay apenas discusión que valga. Como no la hay con Montaigne, que es el gran referente de Jesús del Campo (Gijón, 1956) a la hora de escribir este ensayo. Acostumbrados al exquisito estilo de sus obras anteriores, sorprende encontrarse con un prosista vehemente. Pero es que el tema que se trae entre manos, y la urgencia de pensarlo y enderezarlo, no permiten entretenimientos. Estamos frente a un texto que reivindica el talento frente a la estupidez, es decir, a Shakespeare frente a Donald Trump. A pesar de saber que no todo es carne o pescado, no todo es talento o estupidez, conviene aleccionar, poner a la gente en guardia. De ahí ese tono de la obra, agarrándonos por las solapas para agitar el entendimiento. De ahí que presente la buena cultura buena como vacuna frente a tiempos que, a falta de otro adjetivo más preciso y menos efectivo, diríamos que son muy feos. Jesús del Campo habla sobre el deseo de ser Europa o de ser la mejor parte de la cultura occidental que proviene de Estados Unidos, refiriéndose siempre a un pasado más armónico. De hecho, la toma de partido por un pasado más sincero será uno de los ejes sobre los que vayan girando las reflexiones que componen este ensayo. El problema reside en que frente a ese pasado deberíamos saber reconciliarnos, pero la reconciliación, cuando existe nostalgia, es de una ejecución muy compleja, es digna de diván vienés:

«España se resistió a salir del tiempo en que fue grande, se sintió resquemada en el dolor de su repliegue. Altiva y reticente a la Razón, prefirió no cambiar de alma. Se quiso quedar barroca, amante de la exageración y desdeñosa de las luces que traían los extranjeros que la miraban con suficiencia. Se quedó taurina, respetuosa con la nobleza del toro vencido y tenaz en la contemplación de ese espectáculo que la satisface. Se quedó enfadada y pendenciera y amante de la palabrería. Y por eso no sabe hacer una revolución, porque con la palabrería de debates embarullados como los que salen en la tele se da por contenta. Y también por eso está muy alta la música en las cafeterías y en los bares de España, porque se da por hecho que no tienes de qué hablar.»

Como para mandar todo esto a que lo sane un discípulo de Freud.

Estamos frente a un texto que parece funcionar como la piedra en el estanque, que genera ondas que van abarcando más y más espacio, más y más temas. Pero la estrategia es de bola de nieve: a medida que se avanza, se acumulan las ideas sin abandonar las anteriores. Todas ellas, eso sí, contra lo hortera y contra el borreguismo, contra el ser humano en tanto que rebaño: «El fútbol circense de las cifras desorbitadas ese hermano de la mala música, avanza donde la cultura retrocede».

Jesús del Campo recorre espacios y memoria para trazar la geografía de una sociedad que precisa de poesía, de bondad. Frente a esta marea de estupidez, cabe exponer el talento. Pero el talento está hasta en reconocer ese milagro de sorprenderse vivo cada mañana, ante un café y una tostada, mientras el sol trepa al cielo.

 

domingo, 6 de marzo de 2022

LAGARTA

 

Lagarta

Gabi Martínez

Geoplaneta

Barcelona, 2022

269 páginas

 



De ser cierto que la proximidad, el contacto, hacen el cariño, uno debería vigilar con mucho más cuidado dónde pone los pies, a quién da la mano, qué aire elige respirar, hacia dónde prefiere que se pose la vista. Es fácil establecer contacto con cuerpos y situaciones que ocasionan lesiones morales: la vida contemporánea ofrece un estupendo abanico de opciones directas a cualquier versión de neurosis, como el alto voltaje urbano o el sadismo de los medios de comunicación. La alternativa sigue estando en lo que nos regala esa palabra antigua, que se ofuscó de tan mal uso como se le ha dado, que es pureza. Pureza supone alejarnos de la maldad y de la insania. Los libros que pertenecen al género de escritura de naturaleza nos regalan esa sencillez que necesitamos, la que nos acerca a una pureza que es fácil compartir, con la que es posible entrar en contacto. Ahí está la tierna sanación de Amy Liptrop en una isla aparentemente hostil, a muestra de ejemplo, o la comunión con un ave de Helen Macdonald para superar un duelo. Y, por supuesto, las obras maestras literarias de Robert Macfarlane o la clásica sabiduría inocente de Thoreau. En España, Gabi Martínez (Barcelona, 1971) se está convirtiendo en el primer representante de este movimiento hacia lo natural. Y ahora nos trae un recorrido por el país, al encuentro de algunas de las especies más amenazadas y más queridas. Su amor por los espacios abiertos y los seres ingenuos, brota de espíritus como el de Félix Rodríguez de la Fuente, con cuyos documentales nos criamos tantos niños.

Hemos dicho seres ingenuos y queremos decir seres libres. El cariño que Gabi Martínez demuestra hacia estos animales lo hemos visto reflejado en otro tipo de obras, al margen de documentales de naturaleza. Durante la lectura uno tiene presente El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flórez, que finalmente aparece mentado. Pero también esa pequeña joya que es El viento en los sauces, de Kenneth Grahame, uno de esos libros que lleva el amor a los seres del bosque a un punto perfecto de azúcar. Aunque Gabi Martínez no se queda en los animales, de los que da cuenta histórica y situación ecológica, pues también establece amistad -porque no de otra manera podemos leer su convivencia con las personas- con gente dedicada a cuidarlos. Serán esas personas las que darán sentido a lo que nos hace humanos: el cuidado de los demás. Se trata de gente que nos demuestra que se puede seguir siendo natural, dado que el principal requisito será ser en relación con la naturaleza. La pasión se refleja en una acción de vida, aunque esta acción sea la de aguardar quietos: “La espera vacía nos llena de significados. No ver nunca nada plantearía otra cuestión, pero desear ver mucho y variado sabiendo que no todo se obtendrá, te prepara para ser feliz”.

Leemos sobre mitos -el lagarto de El Hierro, el urogallo, la cigüeña negra, el lince, el desmán-, pero los mitos se transforman en carne y sangre, en seres vivos, en convivencia y en respeto. A la hora de la verdad, de esta búsqueda y de estos encuentros surge un libro sobre el tema de la libertad, que nos define no la idea de la misma, sino la consistencia del sentimiento. Nos habla de la conveniencia de ir a los márgenes para saberse vivo y libre, en una época en la que la transgresión consiste, paradójicamente, en apostar por la conservación de espacios y seres que nos hacen ser humanos, en un sentido de humanidad que lleva recorriendo el planeta desde los tiempos del Génesis. Lagarta es un soplo de aire libre, una invitación a romper suelas muy discretamente por el entorno sanísimo de los espacios naturales. Donde recordaremos que sí es posible cultivar el cariño puro en contacto con lo que más merece la pena.

 

miércoles, 2 de marzo de 2022

EL MAL DEL CHAMÁN

 

El mal del chamán

Jacek Hugo-Bader

Traducción de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek

La Caja Books

Valencia, 2022

357 páginas



 

La civilización occidental ha tardado siglos en llegar a unos conocimientos científicos que se supone salvan vidas, es decir, salvan el mundo. Entrelazamos esos conocimientos con nuestras necesidades y sobre ese sustrato elaboramos lo que creemos que es un acervo cultural, que se nutre también de datos históricos y hasta de tradiciones suaves o canallas. Una buena parte de lo que somos es dogma, pero otra, la que mejor nos salva, es debate. La primera está cerrada y la segunda en perpetuo movimiento, alimentada por las cualidades de la curiosidad, la generosidad, la colaboración, la empatía y las ilusiones. Con todo, tanto lo rígido como lo elástico tiene que crecer sobre nuestros instintos primarios, en los que destaca la violencia, pero también el deseo. Y este deseo, bien encauzado, puede llegar a ser una ruta hacia la salud, hacia la sanación. Al fin y al cabo, el efecto placebo se sustenta sobre eso: desde el fondo de un cerebro partido, se impone el anhelo de recuperación, porque en esta vida hay demasiadas cosas buenas a las que es un disparate renunciar. Basta con ser consciente de que uno está haciendo algo para sanar, basta con la lucha, para empezar la recuperación.

Algo así parece ser la conclusión del nuevo viaje que emprende, otra vez por Rusia, otra vez por la espalda del mundo, Jacek Hugo-Bader (Sochaczew, 1957), que se está convirtiendo en uno de los mejores cronistas del planeta. El eje alrededor del que gira el viaje, los encuentros con chamanes, terminan por ocupar todo el relato, pues de tal calibre es la potencia de los encuentros, de las entrevistas, de los relatos que escucha.

«-¿Y de qué pensaban tratarlo? -pregunto-. ¿De la guerra, del vodka, de las alucinaciones, de la esquizofrenia?

«-Del mal del chamán -gruñó Antoni.»

Entramos en algo parecido a la locura, para ir descubriendo que ese talento, el de poseer las virtudes de un chamán, tal vez no sea tan disparatado. Al parecer, sí hay gente que se cura a través de sus intervenciones, y sí hay algo de videncia. En cualquier caso, una vez dentro de la misma atmósfera que respiran quienes creen en ello, no resulta tan sencillo ejecutar un pensamiento cartesiano que nos permita ver con distancia, y así cuestionar, las consecuencias de lo que se escucha. Hugo-Bader crea así una crónica que está cerca del realismo mágico. Una crónica que es una realidad que en otra parte se atendería de otra manera: “A veces, mientras estamos viendo la tele y tomando té la mar de a gusto, Antoni empieza a hablar con alguien. Resulta que eso no impide que llevemos una vida perfectamente normal, aunque en mi planta para algo así administro medicamentos psicotrópicos”.

«-Al lector europeo le resultará una ficción imposible de digerir», le advierte uno de los protagonistas, cuando Hugo-Bader le anuncia que en el libro aparecerán los secretos chamánicos. Pero esa intuición es uno de los pocos errores que parecen cometer los entrevistados en sus encuentros con el autor. El libro se devora, por seguir utilizando la metáfora digestiva, y pasa inmediatamente a formar parte de nuestro organismo. Está escrito con una resolución prístina y nos remite a un mundo que echamos de menos, un mundo en el que todo funciona de una forma más natural, sin pastillas para dormir, sin plataformas digitales, sin encuentros a través de páginas web, sin compras online, sin contaminación sobre las cabezas, sin noticias furiosas ni discusiones enfurecidas. Es posible, es bastante probable, que encajemos a estos seres entre los locos, pero será en la categoría de los locos que merece la pena conocer, pues sus causas no son ilegítimas. Y, de hecho, gracias a la soltura que Hugo-Bader ha demostrado en tantas ocasiones, estaremos conociéndolos y alegrándonos de compartir ese viaje. El mal del chamán es una obra maestra de la crónica.