lunes, 30 de mayo de 2022

LA FRONTERA INVISIBLE

 

La frontera invisible

Javier Reverte

Plaza y Janés

Barcelona, 2022

317 páginas

 



Si uno llega a la vejez, se verá atado a los tarros de pastillas y pensará que ha naufragado cada vez que se echa una de ellas al coleto. “La vida ha sido”, se estará diciendo, para luego reflexionar sobre la razón de todo esto. Uno ha pasado sus días y sus noches aguardando a que sucediera algo a lo que llamar vida, y de repente se encuentra dudando si las pastillas son la tabla a la que asirse en el naufragio, o las vitaminas para poder seguir aspirando a ser un pequeño dios en su propia morada. En realidad, sólo sirve salir a buscar la vida, caiga quien caiga, sabiendo que es muy posible que el que caiga sea uno mismo. “No somos nada”, nos repetimos, pero deberíamos seguir la frase con una comparación:  somos nada si nos enfrentamos a qué. Entonces nos daremos cuenta de que sí, que somos mucho.

En realidad, la obra de Javier Reverte (Madrid, 1944 – 2020) posee ese gran valor: somos mucho frente al mundo, somos mucho frente a los demás. Porque ni el mundo ni los demás son algo a lo que enfrentarse: son nuestros compañeros, y es así como vamos siendo conscientes de cuánto valemos. En este mundo sólo hay una cosa que merece la pena, y ésta es querer y ser querido. Javier Reverte emprende un viaje hacia Estambul, Ankara, Teherán, Isfahán, Persépolis, agarrado a sus pastillas para la tensión arterial, sin lamentar que la energía no sea la misma que cuando tenía treinta años. El viaje no es largo, ni es acrobático. Pero contiene, para el lector, esa especia que nos empuja a querer partir.

Vuelve a construir un relato como casi todos los últimos que ha publicado: una imagen, la de la bellísima Plaza Real de Isfahán, basta para ponerse en marcha; en el camino tendrá compañeros y ayudantes por los que sentir admiración y cariño; será un observador incansable, siempre abierto, siempre curioso; y nutrirá buena parte del texto de otras lecturas, de otros viajeros, a los que cita con frecuencia, y sus impresiones sobre los lugares, y de una documentación extensa, que reelabora para sustituir lo que sería el cuerpo de un libro de texto por unos relatos en los que deleitarse.

Como literatura, la experiencia que nos brinda es sencilla. Nadie dijo nunca que la gran literatura tiene que ser una cocina muy elaborada. Reverte sabe que a muchos lectores no les resulta tan sencillo partir. Y para ellos, para todos ellos, ha elaborado un proyecto literario del que hoy, con infinita tristeza, nos despedimos.

EL CISNE EN EL OCASO

 

El cisne en el ocaso

Rosamond Lehman

Traducción de Regina López Muñoz

Errata Naturae

Madrid, 2022

187 páginas

 



Existe, seguramente, mucha sensatez en perder la cordura. O al menos existe infinita sensatez en el derecho a perderla. ¿Qué es el misticismo sino una forma de añadir vuelo a la imaginación y al deseo, creando así un mundo alternativo al de la realidad, al del suelo, en el que poder estar cómodo y mirar con dulzura? No precisaremos si el misticismo tiene una función social o psicológica, que puede ser de un enorme calado y muy posiblemente la postura correcta, la mejor manera de entender la vida, pero sin duda sirve de consuelo.

En esta obra memorística, Rosamond Lehman (Bourne End, 1901 – Londres, 1990) nos coge de la mano para compartir la experiencia que la llevó desde el agnosticismo a la convicción de que existe una vida más allá de la muerte. El libro da inicio con una pequeña lectura de infancia, en la que la autora se expresa con mucha melancolía, rozando la autocompasión, haciéndonos dudar de toda la subjetividad lírica, y lo que implica, con que se expresa. Pero esta prosa irá cobrando sentido cuando se centre en expresarnos las consecuencias del principal suceso que la ha construido: una pérdida demoledora, la desaparición de una hija, la muerte cercenando el sentido de la vida.

Tal vez ese espíritu que no es elegíaco, sino de testamento, sea lo que define mejor la obra. De ahí viene tanto deseo de poesía, de lirismo, incluso en los primeros años de formación, cuando se muestra como una persona maleable, cuando se reconoce como maleable. Esa niña va creciendo en un entorno definido como una geografía humana que sirve de apoyo, de referencia, y que sustenta la educación sentimental.

De ahí saltaremos a una segunda parte más reflexiva, en la que se comienza discerniendo acerca del proceso de creación. La niña conoce el mundo literario y en él crece, en un recién estrenado mundo adulto en el que existe algo que antes era desconocido, algo que ella no termina de definir pero que, sin duda, se podría llamar depresión. El salto consiguiente será hacia el duelo. Recordará a la hija con una intensidad que sólo puede brotar del dolo. Y comenzará su proceso de reconstrucción asumiendo la certeza de que somos algo más que un grupo de células bien conjugadas.

La creencia de que hay vida más allá de la muerte se impone. Así pues, en el libro se busca definir qué es el alma, y esa búsqueda es lo que pretende la obra, y no concluir con ninguna definición. Rozando el espiritismo, nos adentramos en un mundo cristiano que sirve de sustrato, cimiento y tejado para lo que nos falta de vida, hasta que saltemos al otro lado de la tumba. La interpretación del texto quedará mucho en manos de los prejuicios del lector. Pero no hay en ningún momento la pretensión de convencer, sino la de compartir. Y eso, esa sinceridad, es un valor que uno irá agradeciendo a medida que pasen los minutos tras haber cerrado el libro.

 

jueves, 26 de mayo de 2022

EL VIENTO Y LA SEMILLA en Revista de letras

El viento y la semilla

Ricardo Martínez Llorca emprende un viaje de miles de kilómetros por el llamado 'desierto verde' de Argentina, una zona donde el cultivo de soja transgénica ha colonizado por completo el territorio

A veces me da por preguntarme si viajar no se ha convertido en algo banal y en un ir y venir carente de sentido, pero, aunque así lo fuera, el viaje de Ricardo Martínez Llorca no sería un viaje cualquiera, sino un recorrido por la cara B de nuestro planeta y la sola idea de salir en busca de ese mundo oculto, resultaría ya por sí sola, un acto inteligente de rebeldía.



¿Existe lo que no vemos? o mas bien ¿Podemos eludir la realidad cerrando los ojos? Estas dos preguntas vienen a la cabeza a cada línea de El viento y la semilla, mientras recorro de la mano del autor, los interminables mares verdes de soja transgénica. Interminables, repito, porque apabulla la cifra -la extensión- que aporta el autor del terreno regado con agrotóxicos: la equivalente a la que ocupan Francia, Italia, Bélgica. Luxemburgo, Suiza y Eslovenia. Esto sí que ayuda a comprender la gravedad del problema.

Nada es sencillo en el mundo en que nos ha tocado vivir, en realidad nunca lo ha sido, menos aún alimentar a nuestra población de siete mil setecientos millones de personas. Y no sólo eso -que coman- sino también que estudien, que tengan sanidad y cultura -la suya propia si es posible- que vivan la vida como mejor puedan, empleando su tiempo en adorar a dioses extraños o en negar su existencia. Algunos, se empeñan en convencer de que éstos cultivos son progreso, son trabajo, pero al parecer, la ambición sin límites corre veloz y son las culturas indígenas y los bosques quienes acaban siendo las víctimas de un sistema de explotación que se olvida de ellos o directamente los desprecia.



El autor ha empleado una buena cantidad de tiempo y de esfuerzo en recorrer lugares en los que el viajero que hace preguntas es recibido con recelo y suspicacia pero aún así, ha dado la oportunidad de hablar a todo el que quisiera hacerlo, escuchando las dudas de quienes se plantean interrogantes e invitando a desconfiar de quienes afirman tener la respuesta. Por cierto, como siempre que leo libros de viajes -y lo hago habitualmente- en éste también echo de menos un pequeño mapa que me ayude a situar los lugares de los que me habla Ricardo sin tener que levantarme a por el atlas. En fin, es sólo una opinión y puede que hasta una manía.

Y volviendo a lo que nos ocupa, alguien podrá decir que el resultado de este trabajo es sólo un punto de vista pero yo creo que lo que es sobre todo, es un llamamiento a la reflexión, a pensar sin descanso en cómo reorganizar este planeta de locos antes de que sea demasiado tarde si no lo es ya.

Seguramente la superpoblación y el lado más perverso de la globalización sean los que nos están colocando dentro de un círculo infernal de consumo de alimentos que nacen en países lejanos -donde a menudo se esclaviza a quienes los cultivan- junto a un constante traslado contaminante de mercancías.

Aún así, probablemente no podremos evitar tener que alimentarnos con ellas pero al menos sabremos algo más del lugar del que provienen y de cómo se producen. En alguna de las fotos del libro se ve la silueta del Che, la de Korda. Su presencia parece recordar la necesidad de que la lucha contra la injusticia no sea una fantasía, pero me parece que se difumina para perderse en el horizonte y quedarse en nada. Lo mismo podría ser un anuncio de colonia colocado en una calle polvorienta.

Tal vez el pasado no fuera mejor, pero lo cierto es que el futuro, y algunas esquinas del presente, tampoco parecen gran cosa. El viaje de Ricardo Martinez Llorca tiene un telón de fondo de aguas contaminadas por pesticidas, de viejos exterminios y matanzas, de incendios provocados y desforestación. De liquidación, en resumen, de la forma de vida de los indígenas en aras de un beneficio que se reparten otros en lugares lejanos.

De destrucción acelerada de la Tierra que habitamos. Bonito panorama ¿eh? Yo también he cruzado Argentina en esos buses de larguísimos trayectos y he visto la realidad alejada del turismo en las paradas a media noche. Me cuesta poco imaginar a esos niños que piden comida sobrante y sé que es cierto que cada vez tendrán menos lugares donde vivir, que acabarán por abandonar el campo y por formar parte de las villas miseria del gran Buenos Aires para habitar favelas y chabolas en lugares repletos de violencia, en los que el futuro y la esperanza pasan siempre de largo y se olvidan de ellos. No quiero entrar en detalles que el libro explica bien, pero que las mismas empresas que venden las semillas a los agricultores les vendan también los pesticidas, que una de ellas sea Monsanto, la que fabricaba el agente naranja con el que regaron Vietnam… son detalles llamativos que invitan a sospechar. Empecé con preguntas y termino con otra ¿para qué imaginar nada cuando escribimos, si la realidad es la más potente fuente de historias?

Ahora mismo, mientras termino este pequeño texto, empiezan a sonar las armas en Ucrania. No aprendemos. No tenemos arreglo.

Otra vez la sensación terrible de que todo tiembla bajo nuestros pies. Seguramente, es la bondad de unos pocos la que nos salva pero como especie somos poco de fiar y me pregunto si queda lugar para la esperanza.


Jokin Azketa

Jokin Azketa, es autor de las novelas: 'Donde viven los dioses menores', 'Lo que la nieve esconde' y 'El tiempo del vacío', todas ellas para ediciones Desnivel. Colaborador de la revista AltaÏr y de diversos blogs dedicados a la montaña, los viajes y la exploración.


Fuente: Revista de letras

miércoles, 25 de mayo de 2022

EL MAPA DE LAS ISLAS

 

El mapa de las islas

Alastair Bonnett

Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria

Blackie Books

Barcelona, 2022

238 páginas

 



Incluso si fuera cierto que hemos venido a este mundo a bailar, el suelo sobre el que se ejercita la danza es demasiado frágil. De eso trata el último libro del genial Alastair Bonnett (Epping, 1964), de la fragilidad del planeta, de la fragilidad de la parte del planeta en la que vivimos. Para ello elige las islas, que son objeto de deseo, que son leyenda. Nos enfrenta a islas casi imposibles, es decir, a islas que podrían no estar sucediendo o no haber sucedido, a islas que bien podrían haber sido un invento de un mecanismo de ciencia ficción o de reinvención de la memoria. Pero existen. Muchas de ellas gracias a la riqueza, pero otras a costa del sudor de quienes intentan sobrevivir. Y algunas son merecidos homenajes de la naturaleza, gestos que podrían ser efímeros.

Las islas son representaciones de utopía, son metas de nuestras ilusiones. De ahí ese encanto con el que Bonnett nos lleva de viaje por varios de los lugares más enigmáticos del planeta. Ya lo había hecho antes, en dos libros maravillosos: Lugares sin mapa y Fuera de mapa. Volvemos a desplazarnos con él por sitios insospechados, sintiendo que viajar es una actividad que deberíamos ejecutar con buen humor, con predisposición a la sorpresa, con ansias por compartir el viaje a través de la literatura, para hacerlo así imperecedero. Su estilo es delicioso, sus aportaciones y su punto de vista son siempre oportunos y divergentes. A pesar de ello, consigue proporcionar la dosis conveniente de melancolía, pues esos mitos que son las islas están o bien desfigurándose, o bien cayendo en imposibles. Nos habla de las islas como refugio de dos sentimientos casi contrarios: libertad y miedo.

En esta ocasión Bonnett trata sobre la transformación del mundo, en el que la naturaleza está en conflicto con la civilización, y parece inevitable la derrota de la primera a corto plazo. Sobre el tapete está la certeza de que una vez desaparecido el hombre, hasta las islas de plástico que flotan en los océanos terminarán por diluirse. El tiempo es infinito, la humanidad tiene los días contados. El pequeño espíritu de aventura con el que pasea el autor se ve reflejado en los episodios de humanidad que rescata, breves encuentros que en ocasiones sólo mencionan un prohibido el paso o una ayuda para reconciliarse con la gente. En realidad, la mayor parte del texto es un ensayo social, teniendo en cuenta toda la polisemia de la expresión: la obra del autor como estudio, y la obra del hombre sobre las islas como intento de superar escollos o mejorar la vida, siendo la mejora algo vinculado al confort. Se nos habla, constantemente, de un concepto de inhumanidad que está demasiado próximo a nuestros anhelos, pues las creaciones y las aportaciones sobre la naturaleza que hemos creado no sustituyen a los beneficios que se supone debería darnos esos espacios. Seguimos siendo seres incompletos, soñando con paraísos perdidos e intentando fraguarlos. Mientras tanto, lo poco que podríamos rescatar está a merced de un futuro que es peor que incierto, que es reconocido como catastrófico, a cuenta del cambio climático.

Hay islas que desaparecerán por las consecuencias de esta época antropocénica, y hay islas que sobreviven gracias a las invenciones que conlleva. La diferencia, sobre todo en lo que atañe a los lugares donde vivimos, es que en las primeras habitan personas humildes, y en las segundas se refugian los adinerados. El debate sobre las fronteras de lo sensato está servido, y Alastair Bonnett vuelve a ofrecerse como guía en una geografía desconcertante.

 

sábado, 21 de mayo de 2022

LA MIRADA DEL ÁNGEL

 

La mirada del ángel

Thomas Wolfe

Trota libros

Andorra la Vella, 2022

736 páginas




Traducido en esta edición como La mirada del ángel, habíamos conocido esta obra como El ángel que nos mira, por ejemplo. Aunque no es fácil sustituir en nuestro idioma la expresión con que Thomas Wolfe (AshevilleCarolina del Norte, 1900 - BaltimoreMaryland1938) quiso que conociéramos su primera obra: Look Homeward, Angel. Interpela a un ángel, sin duda, pero para ordenarle que vuelva la vista hacia atrás, hacia el pasado. Pues de eso trata esta extraordinaria novela, que deja en juego de niños casi cualquier otra experiencia de autoficción. El subtítulo será también revelador: A Story of the Buried Life, algo así como una historia de la vida enterrada. Y Wolfe se propuso incluir toda una vida, sin concesiones de ningún tipo a la estrategia narrativa que esgrimía Hemingway, la teoría del iceberg. Aquí se intenta que todo aparezca reflejado. Las intenciones de Wolfe son las de explicar el universo a partir de unas vidas aparentemente de provincias.

Nada más comenzar el libro, uno se da cuenta de que la voz elegida será en sí mismo un estrato de lectura. Sin duda poética, pero de una poesía sin contención, repleta de descubrimientos expresivos, de enumeraciones que son una lección de cómo describir, física y emocionalmente, a partir de los sentidos, de expresiones contradictorias que pueden azotar nuestra mente y dejarnos un buen rato pensando: «honradez salvaje»; «la belleza sensual de la religión»; «era moral para aquello que se le negaba»; «desperdiciado sigilo»… son apenas unos ejemplos. La prosa de Wolfe es un auténtico torrente de palabras que sumadas a palabras dan mucho más significado que la mera adición de términos. Cada imagen que crea es una sorpresa y es un acierto. En realidad, Wolfe es un escritor de los que se dedican a incorporar, de los que necesitan mucho tiempo para describir un segundo. Tal vez por eso merezca ser leído en los momentos en que nos encontramos mejor dispuestos a recibir literatura.

«¿Quién de nosotros ha conocido a su hermano? ¿Quién de nosotros ha mirado en el corazón de su padre? ¿Quién de nosotros no sigue estando eternamente prisionero? ¿Quién de nosotros no es eternamente un extraño que está solo?»

El párrafo está al inicio de la obra y nos aclara que, además de incorporar todos los acontecimientos que caben en una memoria, y en la de Wolfe son casi infinitos, tratará de explicar profusamente a los personajes. Estos son trasunto de su familia numerosa, seres con unas limitaciones que el narrador quiere conocer antes de plantearse si es posible perdonar. Sobre todo, porque es consciente de que el olvido es imposible. Wolfe era el pequeño de la estirpe, un muchacho que encontraba refugio en la lectura, es decir, en la soledad. El protagonista hereda este don, pues de un don se trata, en un mundo con una hostilidad sin descanso, más áspera que aguda. El padre, Gant, se entrega al alcohol y a las consecuencias del alcohol, tanto sociales como humanas, y está constantemente intentando rehabilitarse. La madre, Eliza, es tacaña y trabajadora. Eugene, el Benjamín de la familia, es un soñador, un idealista que busca en la realidad las heroicidades que cree reconocer en las novelas. El conflicto entre realidad y deseo vuelve a ponerse sobre el tapete, y de él sale una de las pocas cosas buenas que pueden surgir: literatura. El mundo es sucio, agresivo, lleno de feos impulsos que impone el deseo, también el sexual, está embarrado y parece que apenas luce el sol lo bastante como para permitir que existan sombras.

Y Wolfe decide escrutarlo con una mirada que se traduce en una voz oracular, salvaje, interminable. Como interminables son los estímulos que nos ofrece esta realidad. Así pues, no queda más remedio que condensar, como en los contrastes de los que hemos hablado, o en las enumeraciones: «Así pues, se creía en el mismo centro de la vida; creía que las montañas bordeaban el corazón mismo del mundo; creía que de todo el caos de accidentes aparecía el hecho inevitable en el momento inexorable para añadirse al total de su vida». Aunque quien cree es, a la vez, espectador de quien cree. El planteamiento es que cada uno lleva un ángel dentro, que puede ser oscuro o un ser de luz, con todos los grises intermedios, y Wolfe lo que busca es definirlos, sabiendo que es una tarea imposible. Esto le permitirá hacer el tiempo un ente elástico y maleable. Nada sucede al ritmo que entendemos que es normal que sucedan los asuntos. Es barroco, sí, pero no sólo en el estilo: es barroco porque habla de la desvalorización del hombre y de la naturaleza, porque habla de la desconfianza y de la angustia, porque contempla ruinas y reconstruye con arte.

Asistimos a la educación sentimental o, más bien, emocional, pues la emoción es el primer impacto y el sentimiento surge tras la digestión de éste. Y estamos contemplando cómo se digiere el mundo casi por entero. Estamos sobre la superficie de lo habitable sin instrucciones de uso, sin un tipo que nos alumbre con una linterna, llenos de defectos y preguntándonos por qué todo es sórdido. El elenco social completo son los secundarios que asisten a la creación y al desarrollo de una familia que funciona como un único ser, pues será quien construya al narrador, con él, contra él, desde él, a pesar de él, tras él. El sinvergüenza y derrochador, convivirá con la abnegada, el que no tiene futuro con el egoísta, y el amable con el tartamudo y con el fanfarrón. Todo dentro de un ambiente en el que pesa la pérdida de los tres primeros hijos al poco de nacer, los que deberían haber sido piedras fundacionales de la familia. Hay tanta desunión como dependencia en los afectos que se entrelazan, porque esa parte del deseo que guardamos en la memoria, quiere ver afectos en la reproducción del pasado. Quiere ver afectos no sólo en los momentos salvíficos, que Wolfe también esconde, sino hasta en los mezquinos y en la existencia precaria.

Y luego está la inevitable referencia a William Faulkner, que tenía a Wolfe por un maestro coetáneo. Es fácil entender la razón si uno osa leer esta obra maestra.

Fuente: Revista de letras

 

 

lunes, 16 de mayo de 2022

CRÓNICAS A CONTRAPELO

 

Crónicas a contrapelo

Cristina Guirao

Newcastle

Murcia, 2022

148 páginas

 



«Hay una manera transversal de viajar que consiste en no ir a los lugares comunes a encontrar lo que dicen las guías, sino en dejase fluir por la vida del lugar. Esta es la principal diferencia entre el turista y el viajero. El viajero busca experiencias del mundo que le rodea, de las personas y de los lugares que visita».

Esto comenta Cristina Guirao (Murcia, 1964) antes de referirse a Paul Bowles: «”el turista acepta su propia civilización sin cuestionarla”, no así el viajero, “que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan”». En este debate sobre la diferencia entre el turista y el viajero, que puede llegar a obsesionar a alguna gente empeñada en ser viajero, frente al turista de masas, Guirao concluye que el turista no busca nada de sí mismo ni del mundo, pues sólo pretende olvidarse del mundo, busca la diversión. Conocer el mundo de primera mano es un atrevimiento sólo comparable a conocerse a uno mismo. En ese sentido, el viaje forma conciencia, o al menos una conciencia en la que quepa algún principio no fundamentado en lugares comunes. Tal vez ahí esté la esencia que distingue al turista del viajero, en que el segundo se llama a sí mismo a ir configurando un alma, a entender que ésta está en movimiento, que estancarse es lo mismo que hacerse cada día más pequeño. Así, sus movimientos están dotando de significado a su vida. Tal vez, con atrevimiento, podríamos decir que gracias al viaje está forjando una identidad y que esa identidad merece la pena conocerse. Y conocerse, también, por uno mismo. Aunque suene demasiado a libro de autoayuda.

Tal vez estos artículos de Cristina Guirao contribuyan más a esclarecer el sentido del viaje cuando nos habla de sus registros que cuando reflexiona sobre el significado: «Es clara la conexión entre ruinas y romanticismo, esos paisajes plagados de tiempo artístico que invitaban a los románticos a huir del propio tiempo e imaginar otros mundos posibles más épicos o heroicos.» Estamos frente a una autora que se comporta como un flâneur, o como una flâneuse, y lo fía casi todo a la mirada. Guirao va acumulando un bagaje visual con idea de incrementar no sólo la erudición, sino también la sabiduría de la serenidad.

El libro, que añade a las piezas de viaje textos sociales sobre enfermedades sociales o la contribución de las mujeres a la cultura, es, en buena medida, la confesión de una pasión: «para entender los textos basta la filología. Para entender la realidad, es necesario la teología», dice Guirao que dijo Walter Benjamin, uno de sus autores de cabecera. Esta pasión se mantiene a pesar de ir reconociendo, poco a poco, que ese mundo que le gustaría encontrarse, del que saca apuntes aquí y allá, está agonizando: «Sin duda, la realidad de sentirnos cada vez más póstumos a nuestro tiempo es la gran catástrofe del siglo XXI». Frente a la delicadeza con que propone asomarse al mundo, nos encontramos la exhibición masiva a través de las pantallas. Este mundo necesita más poesía y menos Instagram, pero esa guerra, que inventaron quienes prefieren la redo social, no es del mundo que nos gustaría habitar.

miércoles, 11 de mayo de 2022

FIERAS FAMILIARES

 

Fieras familiares

Andrés Cota Hiriart

Libros del Asteroide

Barcelona, 2022

291 páginas

 



Lo más que podemos hacer es escribir un pie de pagina en esta historia abocada al desastre. El colapso es inevitable, pero seguimos comportándonos como animales que bailan en verbenas. En realidad, buena parte de la culpa no la tiene el individuo, que se comporta civilizadamente, apagando la luz para no consumir cuando no está en la habitación. En realidad, sigue siendo cierto que caga más un buey que cien golondrinos, y que apenas podemos hacer otra cosa que no sea ralentizar la marcha de este Titanic que va directo a estrellarse contra un iceberg. Mientras tanto, nos queda el refugio de esta buena gente que pone toda su voluntad en divulgar la belleza que todavía conserva un planeta, aunque para ello tenga que refugiarse en una cocina a cazar una lagartija que se ha colado en casa, o emprender un viaje a un lugar lejano para comprobar que no ha fallecido en último árbol de su especie.

En este grupo de personas hoy destaca Andrés Cota Hiriart (Ciudad de México, 1982) a quien comparan en la promoción de sus Fieras familiares con Gerald Durrell. Y esa comparación, debemos decirlo de entrada, se ajusta al caso. Cota Hiriart no va a decepcionar a quienes disfrutaron de Mi familia y otros animales. Gerald Durell fue un maestro en el amor a la naturaleza, en la pasión por el viaje y en la entrega de divulgación científica con humor, y su estela es la que sigue con éxito este autor mexicano.

«Valgan pues estos tropiezos faunísticos como el testimonio de un joven naturalista que tuvo la oportunidad de conocer el mundo silvestre segundos antes del apocalipsis; en el peor de los casos, quedarán como un modesto vestigio de ese flujo de biodiversidad en el que estábamos embebidos y que no supimos apreciar».

El libro se divide en dos partes, la primera de ella dedicada al aprendizaje de un joven naturalista, y la segunda al desarrollo de grandes viajes. Comenzaremos a conocer su pasión a través de las experiencias con reptiles, desde muy joven, y esos terrarios que iba construyendo en la casa de su madre. Nos narrará experiencias sorprendentes, porque parecen accidentes domésticos, pero muy pocas personas tienen accidentes domésticos con serpientes de cuatro metros mientras su madre está en la ducha con su pareja, con una distancia en la que el humor nos permite la cercanía humana y contemplar el cuadro completo. Y así va confesando cómo es su formación, su crecimiento, regido por el afán de convertirse en herpetólogo. Luego viajaremos con él a alguno de los lugares donde la naturaleza es un emblema, delicada, sí, pero un emblema, como las islas Galápagos o Sulawesi. Allí asistiremos a la búsqueda de alguna especie cuya existencia es parte de ese pie de página en un mundo en demolición, lo cual otorga al libro el punto romántico que le hace falta: ojalá pudiéramos salvarlo tomando como balsa de náufrago el cariño a la naturaleza, la aspiración a respetar lo bello, que es lo bueno.

Volver a Instagram, a las plataformas de entretenimiento, al WhastApp y otras aplicaciones, a los videojuegos o al asfalto, tras leer obas como estas Fieras familiares, y darnos cuenta de qué es lo que estamos eligiendo, puede ser deprimente. Lo mejor sería quedarse dentro de la obra, formar parte de esa sonrisa salvífica con que está escrita.

BRILLO

 

Brillo

Raven Leilani

Traducción de Laura Ibáñez

Blackie Books

Barcelona, 2022

237 páginas

 



La expresión la utiliza la protagonista de Brillo: «Soy la coordinadora editorial de nuestro sello infantil, lo que significa que, de vez en cuando, tengo que decirles a los auxiliares de edición que verifiquen cómo hacen la digestión los peces del acuario». Así de libres son las asociaciones que hace la narradora que crea Raven Leilani (Nueva York, 1990). De una imaginación desbordante en el uso de comparaciones y en las sorpresas que saltan a la mirada, Leilani comienza la novela con una introducción muy fuerte, con una potencia que habíamos percibido en pocas ocasiones últimamente. Y todo para crear un personaje que es puro conflicto, pura contradicción. Se trata de crear a partir de la pura disonancia. Nuestra protagonista es sincera consigo misma. De hecho, es tan sincera que nos aturde. Es tan sincera que reconoce que no será capaz de resolver un conflicto, porque no deja de ser un pez en el acuario, respirando la misma agua que los demás, pero con menos kilos de fuerza para defender su integridad.

Hemos dicho integridad y tratamos de una desintegración estancada. No parece que haya sido capaz de conseguir muchos referentes, muchos ejes alrededor de los cuales construirse. Está, eso sí, el sexo, al que nos enfoca desde una perspectiva que desconcierta: es relativamente sencillo confesar las experiencias y confesarse prolífica, pero se va a mover en un pequeño mundo en el que los otros personajes pertenecen a una generación en la que todavía se siente vergüenza, o falso pudor, a la hora de tratar con él. Y está también su masoquismo, que es directo, que tiene que ver con el dolor físico. Y este dolor se va explicando a medida que la narración avanza y se nos dan apuntes sobre su pasado, sobre ese padre energúmeno que pasó a creerse un iluminado, que será un fanático y el fanatismo explica demasiado bien nuestros traumas.

Pero ¿qué historia es la que tenemos entre manos? Una mujer joven conoce a través de una web de citas a un hombre veinte años mayor que ella. Él está casado y sostiene que su matrimonio es abierto. La situación de ella llegará a embrollarse de tal modo que no le quedará más remedio que aceptar la hospitalidad de la mujer del amante. Y a partir de ahí se da ese tipo de situaciones que ya hemos presenciado en varios relatos, en las que el extraño condiciona la vida de una familia de supuesta clase media acomodada. Con frecuencia se han hecho comedias o películas de terror a partir de esa situación. Leilani va mucho más allá, pues la diferencia de clases que expone nos lleva a plantearnos que esa lucha es mucho más mundana, mucho menos filosófica o sindical, de lo que hasta ahora habíamos sospechado. Se trata de una realidad, en la que también interviene el conflicto entre generaciones, en una época en la que la evolución sucede demasiado rápido.

Nuestra chica es una estudiante frustrada de Bellas Artes, que apenas encuentra consuelo en la pintura. Ni en la única persona que es afroamericana, como ella, en todo el barrio residencial. Nos habla de una forma un poco aséptica sobre una sociedad que es un poco basura: «Me pregunto si habré dado la impresión de estar demasiado deprimida sentada en mi escritorio, si se me habrá pasado usar el modo incógnito del navegador cuando me he conectado a SugarBabes.com. Con la formación adecuada, cualquiera podría hacer mi trabajo y, si me cayera por las escaleras mecánicas del Forever 21 de Times Square y me partiera la columna vertebral, tampoco sería noticia en la oficina».

Se trata, en definitiva, de sobrevivir, porque uno no es el rey de los peces del acuario. Ahora bien, está el asunto del destino. Ya sabemos que no somos dueños de él, pero ¿hasta qué punto somos instrumentos en las vidas de los demás? De hecho, sólo se produce una identificación real con una niña que tiene el mismo nombre que el lobo alfa de la manada que acogió a Mowgli: Akila. Esta referencia no es gratuita. En cierto modo, hay un espíritu de Robinson, pues la supervivencia es una experiencia única, personal, pero al estar rodeado de los demás, esta se produce dentro, que no integrado, de una tribu. Si uno tiene mala suerte, dentro de una jauría. En buena medida, Leilani nos plantea que somos demasiado cáscara de nuez en un mundo que es demasiado océano.

Y todo esto manteniendo siempre el pulso que es narrativo, pero también obedece a la observación, tanto la introspectiva como la que precisamos para interpretar nuestro entorno y a quienes lo habitan. El mayor reto de Leilani será mantener esa tensión a lo largo de toda la novela, una vez que hemos colocado todas las piezas sobre el tablero y nos ha mostrado las reglas, tan fantásticas, con las que ha ideado el juego. Lo aconsejable, desde luego, es llegar hasta la última página sin perder el ánimo.

 Fuente: Revista de letras

lunes, 9 de mayo de 2022

CERCA DEL FUEGO

 

Cerca del fuego

Pablo Gonz

Sloper

Palma de Mallorca, 2022

102 páginas

 



Uno todavía está preso de la fantasía que nos libraría de falsos pudores. Así, resultaría natural, y en ocasiones hasta elegante, que alguien delatara que le atraes sexualmente, a la primera de cambio, y de ahí dar pie a una relación que carece de cortapisas. Las fantasías están reñidísimas con el pudor y la única manera que encontramos de expresarlas es a través de los medios que el hombre ha creado para su expresión, que bien entendidos, y mejor sentidos, dieron lugar al arte. En una novela nos podemos convertir hasta en objeto de deseos y permitir a quienes nos desean que practiquen con nuestro cuerpo lo que les plazca, mientras insistimos en identificar la virtud con el orgasmo.

Si a la fantasía sexual cumplida añadimos la rendición de clases, las únicas grandes expectativas que podremos no ver colmadas pertenecen a otro mundo. Así, uno de nuestros protagonistas es un adolescente con las calderas del sexo funcionando a todo trapo, y el otro una mujer para quien el pudor es una apisonadora de pasiones. La conciencia sigue siendo una construcción social, con el único propósito de coartarnos para, supuestamente, permitir una convivencia, y ella le convence a él de que el fuego es el lugar donde está la esencia de la vida.

Y todo esto tiene lugar en una ciudad de provincias, descrita como tal, como algo carpetovetónico, por el autor, Pablo Gonz (Sevilla, 1968). Las descripciones del ambiente no pueden generar un entorno menos propicio para el desarrollo de una relación, a la que asistimos perplejos: no se nos ocultan las dificultades, pero se nos muestra con una desenvoltura que se asemeja demasiado a la alegría. Hay juego, pero este tendrá una función superior a medida que avancemos en la lectura. El final, logradísimo, nos obliga a reinterpretar cada recurso, desde los eróticos hasta los antieróticos, desde los literarios hasta los sociales, que se han puesto en la construcción de la novela. No hablamos de un texto displicente, porque hay un sustrato de tragedia, que tiene bastante que ver con la memoria del narrador, que desde el principio conoce cómo va a ser el desenlace y lo que éste significa.

Una obra muy recomendable dentro del panorama narrativo español.

jueves, 5 de mayo de 2022

JUNIL EN TIERRA DE BÁRBAROS

 

Junil en tierra de bárbaros

Joan-Lluís Lluís

Traducción de Edgardo Dobry

Club editor

Barcelona, 2022

285 páginas

 



El ideal del esclavo, sobra decirlo, es ser libre. El del siervo, también. Y lo será de todo aquel que esté sometido a las formas modernas de disciplina. Al menos eso es lo que pueden pensar quienes hayan leído a Foucault. Sin embargo, admitimos esta disciplina como algo natural, como parte del orden que viene con las leyes del universo. Antes, en la época del imperio romano, se admitía con esa misma convicción y con idéntico espíritu de respetar lo orgánico, la esclavitud y la servidumbre. Han existido esclavos rebeldes, como el gladiador Espartaco, y siervos que se sentían libres en su jaula de oro, como el mayordomo que protagoniza ‘Los restos del día’. En esta novela se nos propone seguir a siervos y esclavos en un itinerario que supone tanto sufrimiento como libertad.

Junil es una joven que ha sido maltratada por su padre, un tipo que proyecta la angustia de la infelicidad en su hija, y no permite que viva a plena conciencia. Sin embargo, dado el oficio del padre, Junil descubre la literatura, los libros, y a su gran autor contemporáneo, Ovidio. Ovidio pasa a ser mucho más que un poeta favorito: será el faro, será la meta, será el guía, será el ideal, será la salvación. Gracias al descubrimiento de los versos, la joven Junil puede permitirse crecer. Su condición de mujer no ayuda en nada en los intentos de significarse y se ve atrapada en lo clandestino. Ante nuevas amenazas, decide huir, buscar a los alanos, pues, ha oído, en su territorio no hay esclavos.

Partirá acompañada de otros esclavos, formando un pequeño grupo que apenas está adaptado a una vida que no sea la de una ciudad de provincias. Carecen de brújula, de nada que les oriente, excepto lo que han escuchado. Pero como los protagonistas de los cuentos de hadas, en el camino irán topándose con gente de diversa ralea, de los que se seleccionarán los ayudantes. Y gracias a ellos, y a la sabiduría funcional que van acumulando, se adaptan a su condición de vagabundos, de sin tierra. Han abandonado los paradigmas de una civilización para encontrarse con algo más salvaje, y esto les llevará a cuestionarse si esos paradigmas no son artificiales, creaciones convencionales de un grupo, que se han implantado como verdades innatas. Frente a ello, están los ideales de belleza que se sostienen en la poesía, otra creación humana, pero esta atañe al alma, mientras que las leyes atañen a la convivencia y a los sistemas de distribución de poder.

La novela, que se lee con delicia, mantiene un tono narrativo constante, una especie de lirismo de inspiración antigua. Para ello debe valerse de la creación de una atmósfera gracias a un lenguaje que cree en el ánimo del lector un ambiente de época. Hemos leído alguna obra que también lo lograba, cuidando mucho las palabras y su cadencia, como ‘El largo aliento’, de Juan Luis Conde, ‘Tengo palabras de fuego’, de Adolfo Muñoz, o ‘Me manda Stradivarius’, de Rodrigo Brunori. Este ‘Junil en tierra de bárbaros’ se inscribe en ese género, que puede confundirse con el histórico, por llevarnos a otra época. En realidad, son obras de ambientación histórica, sí, pero no novelas históricas, en las que los episodios contemporáneos a los personajes se entreveren con la acción de lo que viven, condicionando los sucesos particulares y los que afectan a los movimientos de la historia. Como las obras antes señaladas, esta novela debería ser leída por muchos, por aquellos que quieran disfrutar de buena literatura.

martes, 3 de mayo de 2022

UN HIJO EXTRANJERO

 

Un hijo extranjero

Eduardo Berti

Impedimenta

Madrid, 2022

130 páginas

 



La memoria como creadora de galaxias es una garantía de éxito. Dentro de ese receptáculo de la materia gris cabe toda la existencia de todos los seres. Incluso con lo que allí hemos llegado a aprender, podemos construir una idea de lo que es un año luz y multiplicarlo por cientos de miles, para así llegar hasta un rincón lejano que nos resultará, sencillamente, muy conocido. ¿Para qué irnos tan lejos si podemos ejecutar un viaje real en el que construyamos nuestra memoria, dándole forma a partir de otra memoria, de una memoria prestada?

Así es como Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) se embarca en un viaje a Rumanía, donde nació su padre, con intenciones de explicar incluso la memoria que ha heredado de él, con intención de hallar una explicación emocional sobre quién era su progenitor. A partir de fragmentos que funcionan como funciona nuestra memoria -a saltos, con asociaciones libres, digresiva, elusiva o concreta- teje un libro en el que se intenta conciliar lo que sale al paso con lo que creía que iba a salirle al paso. En realidad, apenas ocurre nada fuera del encuentro. Pero ese encuentro es suficiente, por su dicotomía entre lo sospechado y la realidad, como para generar dudas acerca de la identidad. Sin embargo, Berti no se plantea aturdirnos con ningún tipo de filosofía, con reflexiones o con una toma de posición moral. Su caso es tan único como universal: bien pudiera ser el nuestro o el de nuestro vecino. De hecho, la sencillez con la que lo trata nos da fe de ello.

No estamos frente a un autor que sea consciente de estar escribiendo un libro excepcional, sino con alguien que nos habla sobre él y deja a nuestro parecer emitir juicios. El valor está en haber sido lo bastante audaz como para emprender un viaje con sentido, en un tiempo en el que está sobrevalorado viajar por viajar. Llama la atención que el sentido del viaje venga bastante dictado por unas fotografías en blanco y negro en las que apenas se ven personas. Se trata de lugares vacíos, como si pretendiera darnos a entender que el camino que emprende, el que supone rellenar una memoria con una visita selectiva, careciera de fin: al otro lado no hay nadie. Queda, eso sí, lo que podamos inventar. Y el primer instrumento para la invención, todos lo sabemos, es la memoria, que supone más un tránsito que una meta.