sábado, 23 de abril de 2022

RETRATO UNDERGROUND

 

Retrato Underground

Lucy Sante

Traducción de María Alonso Seisdedos

Libros del K.O.

Madrid, 2022

376 páginas

 



En uno de los artículos que se recopilan en esta selección, Lucy Sante (Verviers, Bélgica, 1954) utiliza la expresión “la superstición contemporánea, que se hace pasar por racionalismo”. Socavar los cimientos, cuestionar ese sustrato que damos por supuesto que es la realidad y que es, como consecuencia, el razonamiento razonable, valga la redundancia, y hacerlo con cortesía a la par que con contundencia, es el gran objetivo del proyecto literario de esta autora. Se trata de conectar con el mundo, o de llamar a que se conecte con él. Pero el paso previo será definir qué es el mundo, o al menos el mundo referido a lo que nos afecta. Uno no está en contacto con todo el mundo a la vez, por lo que buena parte de los esfuerzos de Sante son de reconocimiento. El mundo que ella nos presenta, en el que ella vive, es un sincero collage.

Dentro de ese collage está el registro autobiográfico, que se expone de manera que podamos ubicar a quien nos habla: Sante es lo que la construyó y no renuncia a ello. Dentro de ese collage está todo eso que a la derecha religiosa le gustaría borrar de la superficie de la Tierra. Y está toda esa gente, por lo general de origen humilde, que posee poco más que sus emociones. De hecho, definir qué es cultura, igualando en importancia a la popular de la elitista, es parte de su legado. ¿Por qué igualara? Por la sencilla razón de que lo que importa es lo que nos afecta y nos afectan las cosas, los sucesos, las vivencias directas, con las que estamos en contacto de primerísima mano.

En su afán por perseguir el pensamiento divergente, y por intentar practicarlo, Sante ha recurrido a lo que en su generación se consideró más rompedor, desde ciertas drogas a formación poética que da el rock. Y expresa sin cortapisas el magnetismo que siente por los incendios y lo incendiario, desde la música a la fotografía, que parecen ser sus dos mayores pasiones, al margen de lo literario. Nos encontramos, pues, frente a un debate sobre lo marginal, y lo que posee ciertas intenciones apocalípticas, en un ambiente que termina por ser integrado: Sante reconoce lo que somos, a pesar de que se nos intente imponer una idea diferente de lo que se supone que somos, es decir, nos habla sobre la superstición. El cuento que mejor resumiría su punto de partida es la parábola india de los ciegos y el elefante: cada uno de nosotros identifica un animal diferente, pues ninguno somos capaces de percibirlo por entero dadas nuestras limitaciones. Pero podemos ser Pulp a la vez que cultura sofisticada.

Todo esto le da a Sante la motivación para escribir: en su caso es una conjura para poder aclarar conceptos, para poder poner las cosas en su sitio, que no es necesariamente lo mismo que ponerlas en orden. Definir el mundo no es lo mismo que explicarlo. Puede haber un deseo de orden, es cierto, porque Sante trabaja sobre todo con los estímulos, que son muchos y dispares. Pero su decisión vital es la de ser testigo. Y esa decisión supone intervenir manteniéndose al margen. Al fin y al cabo, el orden que quisiéramos imponer no es considerado orden por todos los demás, y en Sante se impone, eso sí, el respeto. Aunque exista una cierta ambición por ser maldita, esa pertenece al ámbito de la confesión más que al del cinismo. En realidad, escruta más dentro de las ambiciones que muestra la propia. En realidad, nos ubica en un lugar desde el que contemplar el mundo, o el mundo alrededor de la propia Sante, con el que comulgamos mucho, en el que todo puede tener el mismo valor, pues lo que supone mayor peso en la construcción de la realidad es nuestra verdad, y no la superstición colectiva.

martes, 19 de abril de 2022

A MERCED DE UNA CORRIENTE SALVAJE

 

A merced de una corriente salvaje

Henry Roth

Traducción de Miguel Sáenz, Beatriz Ruiz Arrabal y Pilar Vázquez

Alfaguara

Barcelona, 2022

1389 páginas

 



Tras casi sesenta años de silencio literario tras la publicación de Llámalo sueño, Henry Roth comienza a escribir esta monumental (valga aquí el adjetivo tan llamativo como sobreusado) obra autobiográfica, que no cesaría de revisar hasta el día de su muerte. De hecho, el primero de los volúmenes apareció un año antes de su muerte, en 1995. El protagonista, trasunto del propio Roth, es hijo de inmigrantes judíos y sobrevive en un barrio de Manhattan donde la oscuridad vital es la dueña de los destinos. Salir de ese ambiente, dejar atrás a una familia tóxica que incluye una relación incestuosa, en la que sólo contrasta el cariño de su madre, será el camino empinado que emprenda el protagonista. La acción se sitúa entre los años 1914 y 1927, es un bildungsroman, pero narrado desde finales de siglo por un autor consciente del tiempo que ha pasado y cuyos registros afectan a la memoria. Además, introduce elementos de ficción con tanta sutileza que no sabemos distinguir qué parte es recuerdo y qué parte imaginación. En cualquier caso, la potencia emocional no sufre ninguna mella y será, eso sí, el gran impacto que consiga la obra.

La novela consta de cuatro libros. Aunque se considera que el primero de ellos, Una estrella brilla sobre Mount Morris Park, es el de menor calado artístico, la presentación de la familia, de la vida marginal de la inmigración, la recreación del ambiente y la dialéctica entre el niño y el adulto que recuerda, otorgan al relato tensión narrativa, drama y altura literaria. La suficiente como para emprender la lectura de los tres volúmenes siguientes, que jamás desfallece. Cada mudanza que sufre el niño protagonista representa algo parecido a la expulsión del Edén. Nada hay más terrible que la pérdida de las ilusiones, que la necesidad imperiosa de conseguir unas ilusiones nuevas. Por otra parte, se cuestiona la identidad, de origen judío, confiando en que sean los demás quienes le ayuden a asentar cimientos personales. La realidad humana volverá a enfrentarse con el deseo de humanidad, y la indefinición personal volverá a ser, como en tantas ocasiones, el origen de una obra maestra literaria. A partir de ahí, la épica estará servida: nada está por encima de la forja a que nos vemos obligados a diario, esa que nos obliga a renacer constantemente y a sobrevivir contra todo pronóstico.

El judaísmo, del que no consigue desprenderse entre otros por motivos sociales, pues la gente le mira como partícipe de tal, y el rastro sexual, marcado por su relación con la hermana, forman los coágulos de la psicología de este personaje, que no sabe si sentirse integrado o fuera de lugar. La flagelación surge así tanto desde el exterior como desde dentro de la propia piel. ¿Qué buscar a modo de consuelo? Los placeres serán insuficientes y en ocasiones da la impresión de confiarse a esta confesión. Considera que no es lo bastante bueno como para estar sobre la superficie del mundo y que el mundo no es lo bastante bueno como aceptarle. Uno es a la vez ave rapaz y ratón. Uno puede sentirse mal por la relación con la hermana pequeña, pero también sufrió acoso de pederastas. El sexo será una presencia venenosa para siempre. En la obra no existe el sexo sin violencia, aunque sea en forma de amenaza.

Como en tantas ocasiones, será la amistad el mejor refugio, el sentimiento más puro y más sano. Aquí se demuestra más novela de iniciación que nunca. Se nos irán presentando a un amigo tras otro, en una idealización que contiene tanto la memoria emocional del momento como la del anciano que recuerda. Los chicos que va descubriendo, le descubren, a su vez, algo que uno podría llamar el espíritu de América, o lo que le gustaría que fuera el espíritu de América. A través de ellos se amplía el mundo, hasta llegar a la poesía y a un mundo fuera de su entorno, de su ambiente, de su oscuridad. A estas amistades de muchachos, le sucederá la de una mujer que terminará por convertirse en su mecenas y su amante. Así dará cierto descanso a su malestar, en un ideal romántico sobre el que descansar tanto como para permitirse vivir y comenzar una producción literaria.

La huida, porque no se nos ocurre llamarlo de otro modo, de su barrio, será el momento culminante de la obra y, posiblemente, de la biografía de Roth. Y en esta huida están muy presentes los libros, ese mundo paralelo tan lleno de satisfacciones sencillas. De hecho, encontrará que en la suciedad de ese pasado hay mucho humus del que alimentar una producción artística. Estamos, en definitiva, ante una crónica salvaje de la vida de un marginado, una novela de iniciación en el que el descubrimiento de uno mismo funciona como un psicoanálisis y como una terapia compartida. La epopeya nos lleva de la presión de un padre intimidado e intimidante, a una liberación poética en la que la literatura de autores como Joyce cumplen su mejor función: desvelar sueños. Viajamos de los sentimientos de inferioridad y sumisión a la transformación en un hombre completo dentro de la sociedad americana, que ya sabemos que se trata de un poliedro con caras no siempre limpias. Estamos ante una gran novela que no nos arrepentiremos de haber comenzado y de haberle dedicado tantas horas de lectura.

lunes, 18 de abril de 2022

LOS ALPINISTAS DE STALIN

 

Los alpinistas de Stalin

Cédric Gras

Traducción de Palmira Freixas

Crítica

Barcelona,2022

238 páginas

 



Es posible que fuera de las tragedias de Shakespeare todavía no se haya escrito el gran tratado sobre la estupidez humana. Uno puede llevarse las manos a la cabeza ante las tesituras por las que sobrevive el rey Lear y su bufón, mientras le parece que las puñaladas políticas y las tormentas económicas son una realidad demasiado seria, y que el rey de Shakespeare representa una consecuencia de la estupidez humana, incluida la estupidez de los malvados, mientras que lo que sucede en los periódicos es drama. Así, sin adjetivos: drama. Será, sin embargo, la actitud de jóvenes intrépidos que nos muestran que hay un camino más allá de la rutina del probo funcionario o del probo oficinista o del probo profesor, lo que nos sirva para soltar esa expresión, ese sustantivo: estupidez. Parece que subir a las grandes cumbres con apenas la ropa necesaria, un hornillo y un sobre de sopa, con el fin de saltar en paracaídas desde la cumbre sea una proeza estúpida, porque creemos que su autor se está jugando la vida. ¿Pero qué consideramos vida? Algo así como el entusiasmo será lo que nos defina la vida como tal, más allá de la mera necesidad biológica de que el corazón lata.

En cuanto a la estupidez, al compararla con la de los alpinistas, por ejemplo, Cédric Gras (1982) nos da unos apuntes demoledores cuando trata sobre las purgas de Stalin o el funcionamiento del NKVD en esta obra. Narrada como si estuviéramos asistiendo a un emocionante partido en directo, se nos regala un gran apunte sobre las biografías de los hermanos Abalákov, que vinieron a revolucionar el mundo de la gran montaña en tiempos del imperio soviético. Aunque sólo sea por la cualidad de descubrimiento que posee el libro, merece la pena leerlo. Encontrarse con que a dos posibles héroes se les tratara de una forma tan caprichosa, por utilizar un eufemismo de un eufemismo, nos revuelve los cimientos: ¿qué estaremos criticando que no debamos? El aparato imperial parecía imponer unos criterios con fundamentos insensatos, pero efectivos, y, al parecer, esos criterios no distaban mucho de la estupidez humana. Pero Gras nos regala unas existencias al margen del sufrimiento, nos muestra a unos seres que confían en que sí existan objetivos por los que merezca la pena despertarse cada día. Mientras nos habla dentro de un contexto y nos explica un poco (pues la explicación total requiere de otro tipo de ensayo) cómo se gestaba ese contexto caracterizado por la miseria popular, asistimos a dos tipos de convulsión: la del alma individual, empeñada en permitirse vehemencias, y la del ser social, esa que lleva a cuestionarse si el comunismo era más importante que los ciudadanos, quién traiciona a quién, quién decide qué es lo humano o la tribu.

«Las caravanas de abastecimiento también traen periódicos y correo. Un número de Izvestia que llega una mañana informa de la muerte de tres nazis y de siete sherpas en el Nanga Parbat. Yevgueni se indigna por la explotación de los pobres porteadores himalayos y por los riesgos suicidas que corren los escaladores hitlerianos «fanatizados». En cambio, el alpinismo soviético no sacraliza la muerte. Encarna un ideal de altruismo, de camaradería y de subordinación de las ambiciones personales a la comunidad. Se concibe como una prueba prometeica. En cuanto al Ejército Rojo, sé por otras fuentes que entiende esos primeros ascensos como una exaltación de la intrepidez y de la abnegación. Se trata de zakaliasta, es decir, literalmente, de «templarse», «endurecerse» como el acero. «El alpinismo soviético es una escuela de coraje para las masas», escribe un cronista».

El pequeño demostrará un espíritu bohemio y artista, algo fuera de lugar, sin duda, porque el lugar era muy áspero. El mayor, que será quien siga la estela abierta por su hermano, se lucirá adaptándose a los tiempos, mostrándose tan valiente como intelectual en su deflagración alpina. Gracias a obras como esta, sabemos que pertenecen a ese grupo de gente que uno echa de menos, incluso cuando no tenía noticia de ellos. Esta gente que enciende la luz cuando estamos en la caverna, seguirá siendo nuestro ideal.

jueves, 14 de abril de 2022

NOCTURNO URBANO

 

Nocturno urbano

Cristina Peri Rossi

Fondo de Cultura Económica

Madrid, 2022

172 páginas

 



Uno se siente tentado, constantemente, a entrar a debatir qué es el ingenio y qué es la imaginación. No sabe bien si existe una frontera y, de haberla, cómo de permeable resulta. Tal vez la imaginación sea algo muy personal, una creación de mundo propio, mientras que el ingenio puede bien surgir de una acción de cocinero: con unos grandes ingredientes conseguir el mejor de los resultados. Pero eso sería limitar el trabajo de los cocineros. Tal vez no exista apenas otra diferencia que no sea la de cómo nos afecta, siendo la imaginación un mar de fondo y el ingenio el oleaje.

Esta duda renace al leer el primero de los volúmenes que conforman este Nocturno urbano. Nos encontramos frente al grupo de relatos que en su día se publicó en 1994, bajo el título Cosmoagonías. Son piezas en general bastante breves y muy ocurrentes, que surgen de cuestionarse detalles que van configurando la realidad. La extracción de los detalles bien puede surgir del paseo, de la lectura de periódicos o de los tópicos con que creemos que se configura la realidad. Uno reconoce a los maestros de Cristina Peri Rosi (Montevideo, 1941) en esta distancia: Borges, Italo Calvino, Kafka o Dino Buzzati. En realidad, son escritores a los que todo autor quiso emular en alguna ocasión, y todo autor bien avenido, todo autor sincero, será siempre un autor en formación. Cuestionarse la realidad y tratar de mirarla a través de los ojos de los grandes, es una propuesta de la que Peri Rosi sale con acierto. No deja de ser un grupo de relatos consistente, que se complementan como se complementan los segundos individuales para ir sumando el tiempo, por muy diferente que sea cómo vivimos cada uno de ellos.

Junto a estos relatos, se ha reunido el poemario Habitación de hotel, que en el año 2006 obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Torrevieja. Nuestra autora, nuestro último Premio Cervantes, comienza hablándonos con una poesía que busca explicarse a sí misma. Las referencias a su vida, comprometida con la literatura y sin saber si debe terminar de arraigar en algún lugar, son constantes. De ahí que nos hable sobre poesía y sobre detalles biográficos. De ahí este registro en el que se elogia a la literatura que, tal vez, no sirva para salvar vidas, pero sí para justificar con dulzura más de una, entre otras la de la autora.

Y así vamos viendo que en el volumen se recogen dos formas de mirada complementarias: la de los relatos enfoca al mundo exterior, y la de la poesía al mundo interior. Ambas se refieren al acontecer. Y es que tal vez no exista nada más real que eso, por mucho que uno se empeñe en utilizar la imaginación y el ingenio en el arte de vivir, de escribir.

miércoles, 13 de abril de 2022

SINSONTE

 

Sinsonte

Walter Tevis

Traducción de Jon Bilbao

Impedimenta

Madrid, 2022

341 páginas

 



Para dejar de dudar de la existencia en este planeta, que vaticina un futuro miserable, bastaría un instante de belleza o de compasión. Frente a lo que construimos, que es el sustrato sobre el que gestamos los malos augurios, uno debería sentarse a ver los documentales de naturaleza de National Geographic o de David Attenborough. Allí cualquier especie no pone en duda que querer vivir es un acto de supervivencia. Pero a nosotros, a la especie capital, a la especie privilegiada, se nos ha dado un cerebro y la duda de si existen los 21 gramos o la ilusión de que existan, y la consecuente pena de cargar con una conciencia. La conciencia, sin embargo, es una construcción social. Los 21 gramos que se supone que pesa el alma, pueden ser parte de la mejor literatura de fantasía, la misma que cultivaron esos autores que crearon a Dios y a los mejores panteones de la historia.

Y así es como llevamos siglos intentando definir en qué consiste ese querer vivir que, se supone, es lo que nos hace humanos. Están, sí, los instantes de belleza, pero eso no es suficiente como para justificar tanta vida durante todos los segundos. Sobre esta duda se construye esta obra de Walter Tevis (San Francisco, 1928 – Nueva York, 1984), Sinsonte: “Spofforth se quedó plantado mientras sujetaba los ceniceros durante un minuto entero, mirándolo. «Nadie me está engañando -pensó-. Soy dueño de mi vida». El personaje en cuestión es un robot, una creación humana, a la que conocemos aquí a través del engaño y la posesión. Estamos en un mundo futuro en el que ya no existe la lectura, pero está bien visto fumar porros. La población humana ha disminuido y no hay niños, no hay posibilidades de que nazca nadie más. Este robot sabe que puede llegar a ser el último habitante sobre la Tierra y teme ese futuro. De hecho, no existe nada parecido a una relación interpersonal, fuera de las que son básicamente útiles: “Ya lleva nueve días viviendo conmigo, en contra de todos los Principios de Individualismo e Intimidad”. Así escribe en su diario el único personaje que consigue aprender a leer, cuando conoce a una mujer que se esconde en el zoo y cuyo referente se describe como un hombre sabio ya fallecido. Comprobamos que existe algo llamado Principios de Individualismo e Intimidad, que son bajo los que se gobierna el planeta. Un horror que nos aleja del colectivo, de la tribu, del contacto, de eso que, en definitiva, nos hace humanos: la amistad.

Estos dos personajes nos demostrarán que es posible volver a descubrir en qué consiste enamorarse y que todavía se puede sentir la poesía: “Es horrible. Estar enamorado es horrible. (…) La quiero. Nada más es real”. “He dicho que vuelvo a agradecer los sentimientos extraños y es cierto”, comenta, más adelante. La extrañeza será, por tanto, salvífico. Nuestros personajes, el robot y los enamorados, tendrán que pasar por situaciones límites, incluida la cárcel o la supervivencia tipo Robinson, además de algún otro tipo de prisión o la promesa de nueva vida, en un mundo en el que todo está demasiado programado: “Era jueves, así que llovía”. Uno se siente tentado a hacer una lectura política del texto, pero se impone, cómo no, la que atañe a lo que nos construye, a la condición humana y a sus paradojas:

«-¿Quién es lady Macbeth? -dije, por hablar de algo.

«-Una persona que va por ahí en pijama -respondió.»

O:

«-¿Por qué ha de ser un crimen sentirse alterado y confuso? ¿Y conocer lo que otros piensan y sienten?

«Spofforth me miró fijamente.

«-¿No quiere ser feliz? -dijo.»

En este planeta que Tevis nos describe, el olvido puede ser una bendición, tal vez la que necesita este personaje robótico, ansioso por ser humano, a quien seguiremos en tercera persona, mientras que los otros dos protagonistas nos hablarán con voz propia, alejándose de esa película barata en la que parece haberse convertido la mente de todo el mundo: “La autosuficiencia no era sólo una cuestión de drogas y de silencio”, descubrirá nuestro protagonista humano. Una advertencia que deberíamos colocar en un post-it, pegada a la pantalla de nuestros ordenadores.

jueves, 7 de abril de 2022

HIJOS DE HANSEN

 

Hijos de Hansen

Ognjen Spahić

Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek

Armaenia

Madrid, 2022

200 páginas

 



Para vivir hay que demostrar primero que uno no está muerto por dentro.

Sin embargo, las opciones que uno tiene para demostrarse a sí mismo que está muerto por fuera son demasiado largas en todos los sentidos: ocupan demasiado espacio y duran demasiado. Somos seres deformes a los que añadir la cualidad de deformados nos sustrae de la única cualidad que nos permite vivir con garantías de éxito: escuchar cantar a los pájaros. Una vez que nos vemos como tipos horribles, todo a nuestro alrededor sólo puede ser feo y tener muchas más posibilidades de verterse hacia el terror que de enderezarse. La flor sin regar se marchita, por mucho que aparezca el sol.

Ese sol que no parece estar presente en el microcosmos que recrea Ognjen Spahić (Montenegro, 1977) en esta novela, Hijos de Hansen, que se corresponde al ambiente cerradísimo de un sanatorio para leprosos. El sustrato sobre el que construye la historia es desgarrador: estamos en un país oscuro, la Rumanía de los últimos días de Ceaucescu, estamos en la última colonia para leprosos de Europa, estamos frente a una enfermedad que es terminal porque acaba con la humanidad de quien la porta y que está cerca de considerarse extinguida, estamos frente a una gente que no puede escribir ni siquiera un pie de página de su destino. En realidad, todo está servido para que aparezca la maldad, aunque las dimensiones y los criterios de la maldad no son los mismos que en nuestro mundo conocido.

La atmósfera es desasosegante y las iniciativas de los enfermos -uno se siente tentado a decir de los presos- sólo tienen dos sentidos: el deseo de salir de la prisión que es su cuerpo y el encierro que es la colonia, y cómo encontrar otro plan de fuga, este mucho más emocional, para desatascar el malestar que protege la jaula de las costillas. Hay que estar muy bien preparado sentimentalmente para abordar esta desesperación en la que destaca, eso sí, el sentido de admiración, propio de la amistad, que siente el narrador por otro de los enfermos, de origen norteamericano.

Se nos avisa de que al margen de esta lectura humana, en la que el encierro -físico y patológico- como contraposición a la libertad -de movimientos y belleza-, oculta una metáfora acerca del desmoronamiento de Europa del Este. No es tan sencillo identificarla desde este lugar y esta época. Sabemos que existió un oscurantismo y que ese ambiente impregna la novela, pero para conocer mejor los datos, debemos recurrir a la documentación y refrescarnos la memoria. Algo que supone un beneficio añadido a la novela. Al fin y al cabo, si una obra no es una intriga para poder crecer, o para volver a crecer, si se prefiere, no tiene demasiado sentido. El valor de este libro no sólo es lo que oculta dentro de las páginas, sino también a las preguntas que nos lleva.

martes, 5 de abril de 2022

EL PARALELO ETÍOPE

 

El paralelo etíope

Diego Olavarría

Lince

Barcelona, 2022

170 páginas

 



Vamos a intentar resumir el malestar que supone el viaje: uno desea que todo mejore, también lo de los demás, lo de la gente que uno conoce, pero al mismo tiempo desea que nada cambie para así poder asistir al espectáculo del mundo. Para poder disfrutar de la sensación de alejarse de lo cotidiano, uno ruega para que lo ajeno, lo extraño, lo de otros lugares y otras razas, permanezca igual, aunque esa igualdad suponga un atraso innecesario. Pero si uno viaja, de verdad, con todo el aliento saliendo a bocanadas desde esa parte del alma que llamamos pulmones, uno desea que la vida de los que no tuvieron tanta suerte también mejore, es decir, avance como avanzó la nuestra. La dirección de la civilización occidental es la correcta, al menos en lo que toca a mejoras como las que facilita la medicina y el estudio de mejoras del sueño, pero eso implica mantener parte del mundo en el espectro de ese adjetivo tan odioso que es el de pintoresco, para poder ejercer el viaje en épocas de ocio.

De ese conflicto trata esta crónica, El paralelo etíope, en el que su autor es turista, viajero y viajero vertical, de esos que intentan formar parte del lugar al que van, a la vez que encuentra lo desgarrador del turismo, de los mochileros y de cualquier otra forma de colonización. La colonización se caracteriza porque el colonizador tiene más dinero que el colonizado. Y a partir de ahí se podría abrir un debate. Pero no vamos a resolverlo a través de la mirada de Diego Olavarría (Ciudad de Méxcio, 1984), que se empeña en reflejar los parajes, físicos y humanos, de Etiopía.

“Esa idea del viaje como una colección de «contenidos digitales», combinada con discursos bienpensantes que ven en el acto de emitir juicio sobre culturas ajenas una suerte de pecado colonial imperdonable, ha convertido la literatura de viajes en un género problemático: ¿qué pueden decirnos unos escritores -la mayoría hombres, la mayoría blancos- acerca de países que ni son los suyos? ¿Por qué nos señalan las fallas del mundo cuando podrían limitarse a tomarle foto a un atardecer o a un templo?”

Eso comenta en el prólogo, donde también afirma que “en un mundo imperfecto (…) las narrativas viajeras que relegan lo controversial y lo incómodo convierten el cato de viajar en algo inocuo y banal. Es decir, en una forma de mentira”.

Hemos sacralizado bastante el viaje, sí. Y se está convirtiendo en un monstruo que se autofagocita: el viaje dejará de existir por culpa del propio viaje. Que nosotros lleguemos hasta los lugares que nos son más ajenos, provocará que esa impresión de lo extraño vaya dejando de existir. Mientras tanto, podremos compartir esta experiencia, la de Diego Olavarría, que nos trae una estupenda crónica, fragmentada porque el país que visita posiblemente sea un país fragmentado. Lo cierto es que sí consigue transmitir las impresiones que una estancia en Etiopía debe provocar: el aparente caos y la aparente inseguridad, la esencia humana que subyace, la necesidad de salir adelante, o la lucha por la vida, porque la vida es algo por lo que merece la pena luchar.

EL REVERSO DEL AGUA

El reverso del agua

                                                                              Valentina Marchant

Comba

Barcelona, 2022

68 páginas




«Atravesado por la urgencia de partir, El reverso del agua es la bitácora poética de quien cruza un límite geográfico y psíquico, con la convicción de que tal vez nada vale la pena salvo el entusiasmo. La poesía de Valentina Marchant participa de un ánimo exploratorio que roza lo ensayístico y lo narrativo, pero que no renuncia al canto y a la imagen visionaria. El deseo se muestra como el mejor guía en tierra extranjera, capaz de transformar lo real en maravilla y de revelar la maravilla como ilusión. Nacen del nudo estos poemas, de algo atragantado que no pueden decir y que de pronto aflora como un agua subterránea, quedando a la deriva de la escritura.»

Fernando García Moggia


hay agua, siempre, y tierra 

cuando el ojo se aproxima más allá 

del límite que existe 

entre el afuera y el adentro 


un intercambio o diálogo acuoso 

en la transpiración del nombre que se abalanza 

la danza de las piedras que rechinan 

para encender la hoguera y el baile 


saliva     corales     sudor acuático 

arena que nos cubre por capas 

peñascos 

o el hundimiento definitivo del sueño 


las imágenes de otras épocas 

la secuencia interminable 

de recuerdos ajenos     al momento crucial 


porque a veces uno se extravía 

en los cientos de pasajes y la amenaza cierta 

de un algo que palpita dentro 

de un algo que se rompe cuando choca 

con ese otro algo igualmente vacío 

después del orgasmo 


cuando el sol nos cubre los cuerpos 

dorados de tanto intercambio fluvial 

y uno dice sí 

podría desaparecer ahora y para siempre 

porque los caballos pastan en las colinas 

y los gallos inician su coro de bestias que se desgarran 


como si no importara en verdad nada más 

que seguir hundiéndose 

en esas aguas turbias 


del ojo que te mira 

y te explota por dentro. 



domingo, 3 de abril de 2022

LO QUE PASA DE NOCHE

 

Lo que pasa de noche

Peter Cameron

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

Libros del Asteroide

Barcelona, 2022

272 páginas

 



Son el hombre y la mujer, sin que lleguemos en ningún momento a conocer sus nombres, porque no se trata de ponerles rostro, sino de saber que podríamos ser cualquiera de nosotros. Y, como cualquiera de nosotros, ante una situación de crisis buscan una salida que está más en el mundo de los deseos, de las imaginaciones, de las ilusiones, de las fantasías, que en las de la realidad. A la muerte se la combate con la vida, parecen pensar, y a la amenaza de muerte con la promesa de vida. Ella padece un cáncer de útero de mucha gravedad y la opción de sanar sus vidas, de arrojar algo de luz dentro del túnel, es la adopción de un bebé. Dada las dificultades que supone en su lugar de origen, Nueva York, han encontrado un lugar alejado, un sitio de lo más inhóspito, para intentar llevar a cabo algo que, a medida que vamos leyendo, comprobamos que pertenece más al terreno de las hazañas que al de las dificultades.

Lo que viven estos personajes en el confín de la Tierra, donde apenas parece que existan leyes, organización, autoridad o cualquier atisbo de orden, se enmarca en las hazañas que rozan lo cotidiano y se internan en el extrañamiento. Estamos en un lugar donde no llega la luz, donde apenas unos pocos personajes pueblan de algo semejante a vida el entorno: una anciana brasileña, un barman rígido, una especie de predicador escondido en una especie de convento, los secos vigilantes de un orfanato o un hombre de negocios que no sabemos si es un inteligente criminal o un tipo sencillamente estúpido. En cualquier caso, la excentricidad está servida al poner en funcionamiento los engranajes de las relaciones.

Esa atmósfera opresiva y ese lugar sin aparente salida limpia, reproduce la situación que está viviendo la pareja, con una relación al límite de lo posible, en la que la tristeza ha impuesto sus normas. Hay bastante de desesperación en sus decisiones, porque cuando a uno no le queda nada más a lo que agarrarse, aún tiene el asa de la desesperación a su alcance. De hecho, la ilusión de la cura para la mujer, y no la mala fortuna o la mala salud, será el detonante de las acciones finales, en las que los personajes cambiarán de una forma tan definitiva que produce vértigo: ¿será esto lo que nos sucedería a cualquiera que viviéramos algo tan límite?

Peter Cameron (Nueva Jersey, 1959) vuelve a construir una novela con pocas fisuras, o ninguna, en la que todo se explica a sí mismo y en la que se nos propone un pacto lector asequible. Decimos construir, porque estamos frente a un autor que sabe que lo importante es la estructura, el edificio del relato, y que no es necesario que éste abarque al mundo para que lo represente. Al fin y al cabo, somos seres pequeños, pero vivimos nuestras tragedias con la misma intensidad con la que podrían vivirlas los dioses.

sábado, 2 de abril de 2022

Presentación EL VIENTO Y LA SEMILLA

 



Una de las formas más higiénicas de tortura y, en consecuencia, de las más humillantes, consiste en desvestir al preso en un sótano para interrogarlo bajo potentes focos. Cuando la privación del sueño quiera destruirle, se encontrará con un cuerpo sin autoestima a cuenta de la desnudez denigrante.

Nadie es un héroe, o al menos un héroe al estilo de los que quisiéramos emular: Hércules, Astérix y Obélix, Philip Marlowe o Iron Man… tipos que pertenecen a diferentes mitologías: no se les puede derrotar, como no se nos puede derrotar a ninguno en sueños, que es el lugar donde somos invencibles.

Pero la tortura pertenece al lado del planeta que está siempre en vigilia; ahí no existe el derecho a soñar. Bajo las condiciones que se le imponen al reo desnudo en el sótano de la tortura, uno estaría dispuesto a firmar cualquier cosa a cambio de algo tan real como unos calzoncillos.

Esta es la manera de actuar, en buena medida, de cualquier represor social, y más aún en tiempos de crisis. Y las crisis son congénitas y crónicas para demasiada gente. En ese lado oscuro de la Tierra habitaron demasiadas cosas que han desaparecido. Algunas eran muy antiguas, como el rinoceronte blanco, el delfín del Yangtsé, el pájaro Dodo o los helechos gigantes; otras son tan recientes como el paisaje de nuestra infancia, que contenía un pequeño bosque con árboles muy familiares, y muchos de esos seres a los que hubiéramos querido abrazar a la hora de despedirnos, desde los renacuajos de la charca, hasta las bellotas que ametrallaban la pradera después de la tormenta.



Que la humanidad sobreviva una vez que ha dejado de existir la pequeña hura donde vivía una familia de conejos a la que habíamos puesto apellidos, habla más de nuestra capacidad de adaptarnos que de nuestra capacidad de aprender. Aprender pertenece a las acciones humanas voluntarias que suceden al mirar hacia los mitos, tal vez hacia Idéfix, el perrito de Obélix que llora cada vez que alguien derriba un árbol, y también hacia los mitos que hablan de un mundo muy vivo, como el de Ovidio, el de John Ford o el de Walt Whitman. Adaptarnos, por su parte, pertenece a las consecuencias de la resignación, que los antiguos griegos colocaban como el peor de los males.

¿Que hayan desaparecido esos árboles y esa familia de conejos es una pérdida, o es un robo? Las soluciones científicas, a las que confiamos cualquier cosa porque creemos racionales, nos muestran que si algo desaparece lo ideal es sustituirlo: en lugar de pájaros, tenemos aviones; en lugar de amigos, tenemos emisiones en streaming. Gracias a la biotecnología hoy en lugar de tomates tenemos “tomates”, en lugar de algodón tenemos “algodón”, en lugar de arroz, otro “arroz”.



Más complicadas resultan otras sustituciones, como las del rinoceronte blanco o los helechos, que han sido reemplazados por fenómenos a los que ya nos hemos acostumbrado, por casas de comida rápida o el comercio online. Cuando desaparece algo, nuestra existencia empeora. Pero nuestros minutos están llenos de demasiadas cosas como para notar el empeoramiento. De hecho, nuestros minutos están incluso llenos de ellos mismos, de tiempo, que, dicta el verso de Borges, es materia deleznable.

Hasta el tiempo es, digamos de una vez la palabra maldita, mercado. Los mercados aman las soluciones, como las que garantizan la ciencia y la tecnología. Provocan una farsa de revolución, pues consiguen que la sociedad siga prolongando la pantomima de ser ella misma. El mercado alimenta, así, algo que resulta ser destructivamente normal.

Asistir al mundo es asistir a un espectáculo normal en el que deseamos toparnos con lo extraño. Para dotar a la extrañeza de un sentido benéfico, cabría volver, si se pudiera, a crear los helechos gigantes y el pájaro Dodo, o volver a la filosofía y al arte, además de retornar al cariño, y a casi cualquier cosa que desliza un poco de cielo puro por alguna rendija de nuestro cuerpo, un cuerpo que está ahora en ese sótano, desnudo, bajo los focos, pensando en los calzoncillos por los que estamos dispuestos a firmar cualquier cosa, es decir, demasiado ocupado en los problemas que nos dan los mercados y los afanes de la tradición, es decir, muy tenso y angustiado a cuenta de la desigualdad de una sociedad demasiado estratificada, la de los mercados, y de la doctrina, que es lo que impone la tradición y que resulta ser todo lo contrario a la educación: la doctrina es instrucción para esclavos, la educación supone combate, sí, contra el hedonismo de masas, contra la trampa tecnológica y contra todo aquello que ha modelado la cabeza en función de una educación, de unos genes, de un ambiente, de una clase social.



Ese ambiente, esa educación o esa clase social nos lleva a normalizar sucesos hasta el punto de que creemos que construyen la realidad. Creemos que son sucesos racionales y que, en consecuencia, trenzan lo real. ¿Lo real es lo normal? ¿Es normal la extinción por agotamiento de la Tierra? ¿Es normal el mal, por el mero hecho de parecer más racional? ¿Por qué parece más racional?

Posiblemente parece normal porque es cuantificable: podemos medir cuántas personas mueren en un bombardeo, pero desconocemos cuánta gente se salva gracias a las caricias. Podemos medir la normalidad, la realidad o como queramos llamarlo, que se trenza con costuras del mal: muertos, enfermos, miserias, represiones, estafas… pero más complicado, imposible, incluso, es medir el beneficio de los momentos extraños que nos salvan, porque no hay escala para valorar los instantes de belleza y de amor.

Hemos dicho momentos extraños y se nos ocurre recordar que extraño es antónimo de normal, de normalidad, de realidad, pues, y realidad, tal y como la estamos concibiendo, se parece demasiado a un sinónimo de precipicio.

Volvemos a hablar de ese precipicio en el que han desaparecido los árboles y los conejos, y dentro del cual acabará por sucumbir, si nos empeñamos en regirnos por lo normal, el dolor de los demás, el arco iris que aparece hasta en los charcos, lo que profesamos por nuestras parejas, el reflejo de las estrellas y hasta el humo de la buena memoria: todo lo que nos produce buenos sentimientos, asombro, extrañeza. Ese precipicio, esa realidad, esa normalidad, esa tecnología, esa ciencia, tiene mucho que ver con las soluciones que, recordamos, son las grandes aspiraciones de los mercados.



¿Significa esto que los grandes problemas no tienen solución? No cercenemos lo posible antes de tiempo. Los grandes problemas pueden pensarse. Es más, deben pensarse. El poder, por su parte, es amigo de soluciones sin pensamiento. Creo que a eso se le conoce como codicia.

Poder, codicia, mercado… Pero detrás de esos conceptos hay personas. Recurro ahora a mi ambiente, a mi educación, a mi clase social y pienso que si existen los mercados es porque existen los mercaderes y, en consecuencia, cabe gritar:

«Quiten esto de aquí; no hagan de la casa de Mi Padre una casa de comercio», o «¿No está escrito: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones”? Pero ustedes la han hecho cueva de ladrones».

Lo normal, entendiendo por normal lo real y por real lo que hemos estado describiendo, es que la casa de oración, la casa de mi padre, el arco iris de los charcos, los cuidados frente al dolor ajeno y casi todas las cosas que hay en el planeta desaparezcan algún día, como desaparecieron el rinoceronte blanco y el pájaro Dodo. A nosotros nos queda el consuelo, el pensamiento, de escribir algún pie de página en esta historia, recordando que literariamente no vale cualquier causa, sino que lo primero es elegir bien la causa y entonces sí, entonces todo puede valer.

En la causa que a mí me hubiera gustado defender, se vería reflejado mi sueño, ese lugar en el que, he debido comentar al principio, somos invencibles. En mi sueño todo el mundo tiene pan, sí, pero además todo el mundo tiene sol, incienso, zapatos nuevos y cerezos.