La vuelta al mundo del rey
Zibeline
Jean-Christophe
Rufin
Traducción
de Javier Ignacio Gorrais
Armaenia
Madrid,
2018
370
páginas
La
literatura perdió parte de su sentido cuando el cine se convirtió en un medio
mejor para narrar historias. Sin embargo, sigue existiendo como fuente
inagotable de lectura, pues lo propio de la literatura le es ajeno al séptimo
arte. La poesía, por ejemplo, es un alma que pueden compartir, pero no reflejar
de idéntica manera. Ni el pensamiento, ni cierta versión de la imaginación, que
se refleja mejor con palabras, con demora o con versiones del conflicto más o
menos explícita. Así y todo, existen unos pocos libros que nos reconcilian con
la pureza narrativa y nos invitan a apagar el televisor. Este La vuelta al mundo del rey Zibeline es
uno de ellos. Las fuentes de las que bebe son las propias del relato de
aventuras. No es un atrevimiento colocarlo a la altura de Stevenson, de Dumas
y, aunque parezca mentira, de Borges. El argentino es un claro ejemplo de cómo
la literatura se separa del cine, pero sigue siendo narrativa. Al contrario que
él, Jean-Christophe Rufin no nos intenta deslumbrar con adverbios y adjetivos;
de hecho, apenas existe ninguno que nos sorprenda en las casi cuatrocientas
páginas de la novela. Sin embargo, al igual que el Borges de Historia universal de la infamia, Rufin
ha buscado un personaje de una potencia tal, que es inevitable dejar volar la
imaginación y la prosa para narrar su leyenda.
August
Benyovszky se presenta, junto a su amada, a Benjamin Franklin y a lo largo de
varios días, a dos voces, relatan su vida. Desde una infancia bajo la
influencia de un tutor filósofo francés, a la guerra entre Polonia y Rusia, su
etapa de convicto en Kamchatka, de navegante por el Pacífico, el Índico, sus
días en París y, finalmente, su coronación como rey de Madagascar. La historia
es asombrosa y apenas dura cuarenta años. Rufin recrea un tanto un lenguaje que
resuene a siglo XVIII o, al menos, a una cierta historia, a pasado, pues la
narración parte de la boca de sus dos protagonistas. Cuando narra él, nos
enredamos en batallas, viajes, exploración, aventuras varoniles. Cuando narra
ella, la aventura no decrece, pero el primer plano lo ocupa el amor, el
romance. Él refleja los movimientos físicos, ella los del alma. Las voces son
mecánicamente iguales, invitando al lector tanto a continuar el libro, hasta
terminarlo sin interrupción, como a poder apartarlo y retomar la lectura con
idéntico espíritu al que recordaba, un espíritu bastante atractivo. En algún
momento de la novela se habla de la preocupación por la objetividad y el prudente
respeto de August Benyovszky por los temas que tocan a los sentimientos; las
intervenciones de ella salvan este escollo, que no pretende nada más que ayudar
al que escucha, pues el relato es muy oral, a conservar la calma y no perder la
atención.
Como
en toda novela de aventuras, los personajes se perfilan en pocas pinceladas,
con un físico que denota la personalidad. Como en las buenas novelas de
aventuras, los temas que navegan por todas las páginas tienen relación con el
honor, con el conflicto entre el bien y el mal, y, sobre todo, con la libertad.
Hay un infinito anhelo de libertad en esta historia y en el deseo de relatarla,
que se transmite a la perfección al lector: uno lamenta, con rigor, vivir esta
época en la que se le niega la posibilidad de la aventura, pues cualquier viaje
que protagonicemos será una versión sofisticada del turismo comparado con el beneficio
de las biografías de August Benyovszky y su mujer. Que Rufin se atreva a
novelarlas, es un regalo del que no podemos prescindir. Basta esa idea que
gesta de sí mismo, en la que reconoce que en él deben convivir dos caras: la
brutalidad de su padre y la fuerza de sentimiento de su preceptor, que debería
servirle de guía en las elecciones morales. Por suerte o desgracia, no todas
las elecciones son morales y el pesar de la dureza no cesa de gobernarle,
aunque su deseo fuera el de abandonarse a la dulzura. Así pues, al contrario
que lo que ocupa el formato de la narrativa actual, y del cine y las series, se
impone el conflicto, no la trama. Eso se define como sinceridad en literatura,
en narrativa, en confesión, en la vida.
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