Lugares fuera de sitio
Sergio
del Molino
Espasa
Madrid,
2018
309
páginas
Es
el propio Sergio del Molino (Madrid, 1979) quien a lo largo del libro va
desgranando las claves de una serie de viajes a las esquinas dobladas del mapa
de España: comenta que ha elegido como destino minúsculos errores de la
historia “en los que no hay sitio para la hipocresía, donde todas las contradicciones
y dilemas quedan al descubierto y obligan a pensar en la condición humana” y,
sobre todo, en su expresión social. Porque Lugares
fuera de sitio atiende a las fórmulas en que el hombre, y el viajero que es
el propio Sergio del Molino, se relaciona con paradojas geográficas e
históricas, pero de una historia que no es grata y resulta, con demasiada
frecuencia, cruel. El autor, por su parte, no es un tipo con ansias de hacerse
fotografías en hermosos lugares para colgarlas en redes sociales: “conviene
estar distraído y no seguir demasiado las rutas monumentales o históricas”,
confiesa. Su bagaje es de una erudición que tiene algo de nostalgia, porque se
ve muy afectada por la historia. Pero no hablamos de la historia oficial, ni de
unas disquisiciones ácidas, críticas, sino de alguien que aprovecha las dudas
que esta le cuestiona para intentar entender por qué un país es como es, y se
pregunta si no podría ser de otra manera. Hasta el punto que sabe que sus
textos no pueden asemejarse a nada que hayamos conocido, o al menos a ningún
otro que se haya cocinado antes con los mismos ingredientes, la curiosidad y el
sentido compartido de culpa, que se haya escrito anteriormente: “Por eso yo no
puedo escribir frases parecidas de ninguna esquina doblada del mapa, porque las
he pisado y paseado. En cierta forma, las he hecho mías, y ya no puedo
reducirlas a un absoluto”.
Los
absolutos, sobra decirlo, son las sentencias que condenan a una mente a la
rigidez nacionalista. Y la rigidez, lo dicta hasta el Tao Te Ching, tiene mucha relación con la muerte. Bajo estas
premisas, que se alejan de prejuicios y nos hablan de un espíritu abierto,
Sergio del Molino visita Ceuta y Melilla, Gibraltar, Andorra, el Condado de
Treviño, el Valle de Villaverde, Río de Onor y Rihonor, Olivenza, Llívia y el
Roncón de Ademuz. Se trata de enclaves que por su ubicación bien podría
entenderse que pertenecen a otro país o a otra comunidad autónoma. Pero la
geografía física no es la clave. Las claves las busca en la historia, que nos
relata con una sencillez que abruma y una facilidad que asombra. Y lo que importa
son las consecuencias sobre la gente, los que habitan allí o habitan en la
periferia de ese allí. A la hora de la verdad, el libro versa sobre la
frontera. Y lo refleja en los diversos sentidos que la frontera posee en un
mundo globalizado, sí, pero definido por fronteras que son líneas, mientras que
seguimos idealizando, como refleja cuando menciona a Stefan Zweig, las fronteras
que eran territorios, o que, sencillamente, no existían. En buena medida, esas
fronteras se han convertido en dramas y, con demasiada frecuencia, en tragedias.
De ahí esa cierta nostalgia que fluye, al referirse constantemente a un pasado
que no consigue explicar la razón de los muros políticos, y los conflictos que
sobrenadan a las esquinas dobladas del mapa, excepto a Andorra.
Durante
la lectura uno se pregunta si estas anomalías se deberían tomar en serio.
Surgen del tiempo de los cristianos viejos, una edad que acabó hace mucho,
muchísimo, tanto como para que resulte casi una parodia intentar resucitar esa
época. El contexto es europeo en lo político, mestizo en lo humano, uniforme en
lo mercantil. Los mitos y leyendas, tanto los imaginarios, como Hércules, como
los reales, como Javier de Burgos, el hombre que se encargó de liquidar la edad
feudal y trazó sobre el mapa las actuales provincias, se bajan de un pedestal y
un rito perenne de intocables: “Como todo lector de ficciones sabe, las
leyendas influyen mucho más en los hechos históricos, que sólo importan a los
historiadores (y sólo a algunos)”. Sergio del Molino no atiende a lo obvio,
sino que ama lo inclasificable, lo neurótico, lo anacrónico y hasta lo molesto.
Lugares que para un espíritu inquieto representan lo que un ocho mil para un
alpinista. Pero, al contrario que las obras referidas a las grandes cumbres, Sergio
del Molino desviste su libro de toda épica y toda lírica. Es un autor serio, lo
suficiente como para ir creando dudas, y junto a la duda acuden sus hermanas
gemelas, la sonrisa y la sorpresa de la razón.
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