DIARIO
RURAL. Apuntes de una naturalista.
Primavera – verano
Susan
Fenimore Cooper
Traducción
de Esther Cruz Santaella
Pepitas
Logroño,
2018
305
páginas
Cuando
se quiere mucho algo, las ideas deberían ser claras, pues el sentimiento no
puede ser más sencillo. Así brota, como brotan las flores a las que tanto
admira Susan Fenimore Cooper (1813 – 1894) la escritura de este hermosísimo
diario, con naturalidad, sin artificios. La literatura sencilla es la más agradable,
la que viene a ocupar los mejore momentos en la lectura, en horas de nuestro
tiempo. Ese es el gran mérito de este libro en el que la defensa del mundo
natural se desgrana a través de enunciados, no de pensamientos. No es un ensayo,
es una mirada llena de cariño y ternura. Es un ejercicio literario dificilísimo,
pues nadie decanta todo lo que sabe para meterse en párrafos farragosos. Se
trata, en realidad, de una forma de sustituir la falta de aire libre cuando el
ambiente está cerrado, cuando llevamos demasiados días inmersos en el aire millones
de veces respirado de la ciudad. Estos diarios son una canción y, como tal, rezuman
armonía, una virtud escasa, un valor que estamos dejando olvidado en aras de
ejercicios de estilo sin suelo bajo los pies. Para hacernos una idea de en qué
consisten estos diarios, podríamos atrevernos a compara la suma de las páginas
a un cuadro de Constable. Valga esa frase para resumir el inmenso valor de este
libro.
Fenimore
Cooper se adelanta a Emerson, a Thoreau y a John Burroughs, pero a diferencia
de ellos, no hay nada de crítica a otras formas de vida ni de apología a la
rural. Fenimor Cooper se limita a registrar con una especie de alma animista:
cada árbol y los bosques, las aves y los cantos de las aves, el agua y las
formas del agua. En definitiva, los detalles pequeños, de los que no excluye la
vida rural, las formas de vida agrícolas y ganaderas en las que se respeta el
medio ambiente. En ese sentido su ecologismo, un concepto que ella desconocía,
es naturalista, no de la corriente puramente conservacionista, como el de John
Muir. Para ella cada pétalo y cada vuelo tienen tanta personalidad como cada
ser humano. Son dignos de respeto y solo cabe enfrentarse a ellos con humildad,
pues serán nuestros maestros. La cultura, venimos a concluir, no se limita a
recitar sonetos de Shakespeare, sino que también surge cuando vamos aprendiendo
a reconocer de qué flores liban las abejas.
En
este volumen se recogen las estaciones más agradables: en primavera van
naciendo las formas de vida a medida que se alargan los días y la luz se
impone. En verano, el tiempo se tranquiliza, un tiempo cuya forma de
transcurrir es muy diferente a las versiones que conocemos: más lento, más
digno de reconocer, un tiempo en el que la espera es un valor por sí misma.
Fenimore Cooper tiene la suerte de vivir en un mundo que, al contrario que el
urbano, se puede conocer, porque conocerlo no presenta caras amargas,
hostilidad ni neurosis. Hay un espíritu religioso, sí, pero lo invoca en
contadas ocasiones. Lo que sí existe, sin duda, es un sentido espiritual, una
lección de humildad literaria y vital. Este Diario
rural es un libro para mantener siempre en la cabecera de la cama y
recurrir a él cuando nuestra jornada no ha sido agradable, algo que sucede con
demasiada frecuencia. De ahí que sea un libro necesario.
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