sábado, 26 de febrero de 2022

NUNCA SE SACIA EL OJO DE VER

 

Nunca se sacia el ojo de ver

Daniel Díez Carpintero

Sloper

Palma de Mallorca, 2022

130 páginas

 



Hace cuatro años aterrizó Daniel Díez Carpintero (Madrid, 1979) en las librerías con un magnífico libro de relatos, El mosquito de Nueva York, al que ahora sucede este Nunca se sacia el ojo de ver, para confirmar que ese talento que elogiamos no fue una casualidad. De nuevo con las palabras justas y la expresión acertada, con una buena pegada, pero sin intentar aturdir, de nuevo con ritmo acertado y con la decantación de historias fruto de una gran capacidad de observación, nos deleitamos con los relatos y nos reconciliamos con la distancia corta. Subrayemos un ejemplo, una frase que encontramos nada más empezar el libro: “En la incoherencia entre los pechos enormes y la menudez de lagartija estaba ese quedarse sin aliento -ese puñetazo en el esternón- que producen los seres no bellos sino insólitos”. Ahí está la paradoja, la ironía, la observación vertida tanto hacia el exterior como hacia el mundo emocional, y la conclusión sorprendente.

Para que un autor de cuentos encuentre voz propia, será fundamental la mirada, elegir bien la mirada, saber situar el punto de vista y acertar con el tono de la prosa, con la forma en que propondrá cabalgar al lector sobre lo que cuenta. Díez Carpintero parte de la pregunta ¿qué somos? ¿Resulta demasiado convencional? La pregunta sí, el acento en que la plantea no tanto. Nos lleva al filo de la locura, pues los relatos son, básicamente retratos en los que vemos a un personaje que es consecuencia de todo el pasado que tiene por detrás. Y a muchos de ellos les atoran los problemas económicos. Pero esta situación será parte de la contribución a la caricatura, a una caricatura que, y este es el planteamiento que a nosotros nos sorprende y al autor le dignifica, es real, es parte de un mundo tan posible y tan probable como el que habitamos. Uno no puede dejar de preguntarse cuánto de humanidad hay en las caricaturas. Y de concluir que son una estrategia para revelar la esencia de lo que somos, pudiendo expresarnos con una libertad de la que carecemos al pretender la pura fidelidad al original.

Entramos a la obra acompañando a un profesor de filosofía, que es un viejo verde, que acepta la visita de una joven pareja de religiosos sólo para imaginar el sexo con la muchacha. La combinación de sexo y religión, de deseo carnal y deseo espiritual, es una especie de revuelta contra la soledad. Y la soledad será una de las características de nuestros personajes, pues hablamos de adultos solos o a los que acompaña un niño, en alguna ocasión, que será un acicate para volver a recordarnos que estamos solos. Y en la soledad es donde suben el volumen las perturbaciones, sobre todo en la soledad del adulto, y no digamos en la del anciano. Díez Carpintero afronta el tema del miedo colocando a los personajes frente a la incertidumbre. Lidiar con ella es una tarea de Hércules, a no ser que aceptemos que las incertidumbres no se resuelven, que las incertidumbres son las gotas del océano en el que nadamos todos los días. Aunque la mayor incertidumbre, tal vez, surja de la convivencia con uno mismo. Los otros, en realidad, son mera parte de la incomodidad; o puede que una de nuestras mayores limitaciones sea la de no ver nada más que la incomodidad en la presencia de los demás.

El hombre asustado llegará a preguntarse qué hacer, porque debe hacer algo, lo que sea, y llegará a discurrir una barbaridad. Y, lo que es más grave, llegará a ejecutarla para así sentirse dueño de su destino. Como sucede en alguno de los relatos. Aunque Díez Carpintero también es capaz de construir un cuento a partir de una expectativa, pues preguntarse quién va a venir y si yo seré lo bastante bueno como para soportarlo, es otra de las incertidumbres con que topamos con frecuencia. El problema, nos viene a sugerir, es que la imagen que tenemos de nosotros mismos es también una construcción social. Y necesitamos sentir que somos alguien. Lo más frecuente, el intento de sanación más frecuente, es el recurso al sueño. Sueña el pobre con ser rico y, en cuanto puede, deja que ese sueño se cumpla durante un pequeño rato.

Y así llegamos al final de un libro que vuelve a dejarnos satisfechos, como en muy pocas ocasiones nos sentimos, y con el deseo de que esta fiesta en la que la realidad se deforma con franqueza siga llegándonos. A ser posible con más frecuencia.


Fuente: Revista de letras

jueves, 24 de febrero de 2022

PEQUEÑOS CUERPOS DE AGUA

 

Pequeños cuerpos de agua

Nina Mingya Powles

Traducción de Ana Herrera

Ático de los libros

Barcelona, 2022

252 páginas

 



La primera acción de cada día es la de elegir si uno abre los ojos. Si me quedo en la cama, significará que prefiero otro mundo, el de los sueños y que, en consecuencia, padezco una depresión. Si abro los ojos, puede que sufra igualmente depresión, pero estoy dispuesto a nacer para ese día y eso implica que soy mucho más que la depresión. Es decir, estoy en camino de sanar. Lo primero que haré será lavarme, que es una forma de apartar las legañas, pero también es un bautismo: nos bautizamos con agua para purificarnos y como símbolo de nacimiento a una nueva vida. Cada día que transcurre, será una nueva vida y la suma una sucesión de vidas que a veces se nos antojará una secuencia de fragmentos. Cada fragmento obedece a un impulso:

“La mayor parte del tiempo estoy en la zona de seguridad. Sin embargo, mis pensamientos a menudo son como una red de fallas conectadas, y cada pequeña ruptura causa otra de mayor tamaño. No controlo su extensión. Noto una presión intensa en el centro del pecho y mi respiración se convierte en jadeos”.

El párrafo figura al principio de este hermosísimo libro, Pequeños cuerpos de agua, que Nina Mingya Powles (Wellington, Nueva Zelanda, 1993) ha escrito a partir de una serie de emociones, todas ellas positivas, todas ellas para ayudar a crecer. No encontraremos grandes frases para subrayar, ni razonamientos que nos sorprendan por el ingenio, ni explosiones sorprendentes del lenguaje tipo aforismo. No. Estamos frente a un libro escrito con eso que uno llamaría, con mucha prudencia, sabiduría. Estamos frente a la sensibilidad a la belleza. Mingya Powles mantiene el pulso serenamente, para hablarnos de una manera de estar en el mundo, de relacionarse, en la que convivir significa convivir con poesía y con la poesía. En realidad, el contenido es eterno y será más complicado de rebatir que cualquier tratado sobre la condición humana. Mingya Powles es consciente de que somos naturaleza y que la naturaleza es agua. Y el agua es la sustancia menos rígida que existe. La rigidez, lo comentó Lao Tsé, tiene que ver con la muerte. El agua, con la vida. De ahí que nadar sea lo mismo que un acto de meditación, de ahí esa costumbre de relacionarse con el agua, para bautizarse continuamente, para renacer una y otra vez, pues a cada minuto elegimos seguir vivos, reinventarnos, volver a intentar todo.

Mingya Powles es una mestiza cuya condición le supone un debate sin fin. No se trata, en definitiva, de encontrar respuesta, sino de aprender a vivir en el debate. Uno de los grandes males de la humanidad es el de empeñarse en resolver conflictos, una situación que ocasiona angustia y ansiedad. El conflicto sirve, antes que nada, para desarrollar al hombre ético, para hacernos mejores personas. Deberíamos aprender a cohabitar con él, como la autora aprende a ser mestiza y a congraciarse con cada una de las partes que la conforman, desde una memoria en la que a veces se siente ajena a sí misma. La pregunta constante es si está acertando con el lugar en el mundo por el que va pasando, dada la dificultad que tenemos para encontrar nuestro sitio, y la conciliación con esa duda siempre viene por la certeza de que entre las materias de las que estamos hechos, se encuentra el agua. Si topamos con agua, nos bañamos. Frente a los terremotos, sentimos miedo con el que congraciarnos. Las ballenas son seres que nos empujan al aprendizaje. Las flores nos hablan de lo efímero y la necesidad de lo efímero. Ante el dolor, esgrimimos los colores. Las películas de Miyazaki son serenos discursos ecologistas. La fruta y el tofu nos demuestran que existe una versión sana del hedonismo. Y los idiomas son tan fundamentales como el ADN. Estás son algunas de las conclusiones que uno extrae de la lectura de un libro precioso, que guardaremos con mucho mimo en la estantería para releer más adelante.

 

lunes, 21 de febrero de 2022

CRISTO SE DETUVO EN ÉBOLI

 

Cristo se detuvo en Éboli

Carlo Levi

Traducción de Carlos Manzano

Pepitas

Logroño, 2022

280 páginas

 



Hacer de la memoria un estilo, convertir el humo de memoria en una forma de entender este planeta. El planeta existe en la medida en que nos afecta, y puede afectarnos para convertirnos en sátrapas, asesinos, duendes o personas generosas. Puede llevarnos a la alegría o a la tristeza, pero no debería dejarnos indiferentes. En realidad, los indiferentes al curso del planeta, de los acontecimientos del planeta, suelen ser unos tipos acomodados que exudan rencor. Esos personajes aparecen muy de vez en cuando en esta literatura de la memoria, Cristo se detuvo en Éboli, que sigue siendo uno de los libros más emotivos que se escribieron el siglo pasado. Los rencorosos son apartados de la memoria, como lo son los peores tiempos, para dar cabida a una serie de gente por la que es imposible no sentir el afecto que da el contacto. Se trata de un texto conmovedor, de una de esas lecturas que perturban y agradecemos que así sea, porque esa perturbación nos recuerda que ser humano no es comprar por Amazon o quejarse cuando uno pierde la cobertura. Ser humano está muy relacionado con la memoria y con el lirismo sensato que se decanta de la memoria. Ser humano es ser sensible. Y la sensibilidad y la inteligencia pueden ser sinónimos. Lo son, sin duda, en el caso de Carlo Levi (Turín, 1902 – Roma, 1975).

La historia es conocida: el exilio impuesto por el régimen fascista, en un pequeño pueblo del sur de Italia, y el lamento por haber perdido el contacto con algo que es muy puro, muy ingenuo, muy sencillo y muy pobre. La tristeza que transmiten las memorias de Levi son de una vitalidad digna de día de lluvia, pero de una vitalidad muy libre. Nos habla de paisajes sin dulzuras ni sensualidad, de miseria, de monotonía, pero nos habla de que, sin saber por qué, allí se encontraba bien y fue capaz de amar en el sentido más universal del acto de amar. En ese mundo reconoce todo el mundo, a lo que se reduce todo el mundo, que es un amplio espectro de compasión y una sensación de estar acompañado respetando la soledad. Acabamos de mencionar el respeto, y este es uno de los grandes principios que sostienen la obra: respeto y devoción, es decir, amor. Lo explica Ítalo Calvino en el apéndice: “un optimismo debido a una calma interior, como un estilo, y la clasicidad de la palabra se realiza frente a una materia que es tragedia, caos, catástrofe”. Lejos de las valijas diplomáticas, dirá Calvino, las noticias que recibe Levi son noticias de crepúsculos, fallecimientos, campos sombríos, tierras secas, cuerpos débiles y también, a modo de gran viaje, una tentación de explicar lo inexplicable mediante la magia, los hechizos, la brujería, en encantamiento.

Acompañado de un perro sin raza, Levi recorre una y otra vez las mismas calles, se cruza una y otra vez con las mismas personas, dándonos una lección sobre la mirada: para él mirar y reflexionar son actos irrevocablemente unidos, son consecuencias, son alma. Esa es la consistencia de su forma de ser testigo, es decir, de dar testimonio. Es cierto que hay algo de psicosociología, seguramente inevitable y no pretendida, en el texto, pero esta labor documental es secundaria y sólo nos ayuda a nosotros a entender un poco mejor qué supuso aquel lugar y aquel tiempo. En realidad, lo que se impone es la impresión de analizar quiénes somos, pues somos el resultado de algo más que ese slogan pernicioso que algún personaje llegó a soltarle explicando la tendencia del mundo a la autodestrucción en los años treinta: “Las ideas no importan, sólo la Patria”. ¿Quiénes somos? Parece preguntarse Levi. Somos un recipiente en el que caben todas las sensibilidades del mundo, podría ser la respuesta.

sábado, 19 de febrero de 2022

EL ENIGMA DE LAS ARENAS

 

El enigma de las arenas

Robert Erskine Childers

Traducción de Benito Gómez

Edhasa

Barcelona, 2022

443 páginas



 

La crisis de madurez tiene una relación directísima con la conciencia de lo sufrido que resulta hacerse mayor: se trata de una de las experiencias más traumáticas, pues definitivamente se queda uno a la intemperie. Ya no hay techo, ni siquiera paraguas. Toda la tormenta que supone afrontar el día a día cae, de repente, sobre los hombros, el cuello, los pulmones y las rodillas. La consecuente crisis, la que implica a las señas de identidad, vendrá inevitable y nos arriesgaremos a sentir que además de las inclemencias del clima, nos han robado el suelo bajo los pies.

Les sucede a los grandes personajes de Conrad, con quienes comparte esa inquietud, de entrada, el narrador de El enigma de las arenas: “Y entonces llegó la prueba más dura, porque comprendí la horrible verdad de que el mundo que yo creía tan indispensable podía, después de todo, pasar sin mí”. El sentido a su ruta, que sucede en el mar, pero que es metáfora de vida, le sale al paso con el encuentro de su compañero de viaje. Entre los dos se establecerá una relación de maestro y alumno, en la que el alumno, quien narra, es sobre todo observador y el maestro, que empuja a la aventura, es sobre todo actor. Uno está buscando el eje que justifique y razone una existencia; el otro necesita reinventarse: “Aún no tenía idea de dónde empezaban sus rarezas y acababa su personalidad propia, y supongo que él se hallaba en la misma tesitura con respecto a mí”.

El relato empieza y se mantiene por la inquietud que genera el conocer al otro: “Oírlo hablar era sentir una corriente de aire puro que de pronto soplara en el ambiente cargado de un club, donde los hombres intercambiaban vanas trivialidades, susurran viejas consignas, se marcha y no hacen nada.

“En nuestras conversaciones sobre política y estrategia éramos Bismarck y Rodney manejando flotas y naciones; y, desde luego, no cabía duda de que nuestra imaginación sufría de ven en cuando arranques extravagantes.”

La novela mantiene, así mismo, el interés de las descripciones de paisajes, que son cuadros casi físicos, auténticas pinturas románticas. Sobre esos parajes, nuestros amigos emprenden un itinerario que cobra especial relevancia para los navegantes, debido al lenguaje técnico tan presente. Aunque no será ese su punto fuerte, el que nos atrape, pues la tensión flota debido a la época en que está ambientada la obra, un tiempo en el que el conflicto europeo estaba muy latente y que, iremos descubriendo, es la motivación que mantendrá viva la hoguera en que se convierte la tenacidad de los protagonistas.

lunes, 14 de febrero de 2022

UN DÍA DE GUERRA EN AYACUCHO

 

Un día de guerra en Ayacucho

Fermín Goñi

Fondo de Cultura Económica

2021

184 páginas

 



¿Puede entonarse un hecho bélico como un acto heroico? La pregunta surge al intentar definir la épica. Respecto a la Odisea no nos cabe duda, se trata de épica. Como no nos cabe duda si leemos un relato de conquista de una gran cumbre o una travesía en la Antártida. Incluso en las novelas de crecimiento, del paso a la madurez, tratamos con el género épico. Pero al entonar un canto que se refiere a la guerra, ¿cuánto hay de mejora humana en la batalla? ¿Cuánto de resiliencia, o de definición del alma? El dibujo sobre la civilización atañe a las fronteras, por ejemplo, o a la visión del otro como enemigo, no como persona, lo cual no sabemos si terminará de ser una aportación a la épica, que es un género que nos traza rutas para ayudarnos a crecer en lo que nos hace buenos, en el buen sentido de la palabra bueno: cooperación, amor, generosidad, humildad, sabiduría.

Leemos Un día en la guerra de Ayacucho, de Fermín Goñi (Pamplona, 1953), preguntándonos si existe una intención de relato épico. Sabemos que es una obra coral, en la que los personajes trazan, a ráfagas, dibujos de humanidad, aunque parece interesarse más por un mapa cronológico de lo que fue aquella gran batalla. En Ayacucho se libró el enfrentamiento definitivo con la independencia de América del Sur en juego, el que dará pie al nacimiento de Perú. Se despliegan todos los recursos de estrategia bélicos, que el autor va refiriendo con pulcritud, de manera que resulta sencillo seguir los acontecimientos. En cierta medida, es como si asistiéramos a la batalla desde una distancia prudente, pues por dentro, ya lo demostró Stendhal en La cartuja de Parma, son un caos. Nos acercaremos a los personajes, a la dimensión cercana, cuando aparezcan mujeres, niños, o personajes marginales. Respecto a los que visten uniforme, si asistimos a algún conflicto cuando cobran presencia, ese conflicto tiene que ver con la batalla.

Es irreprochable en trabajo de documentación, que nos hace dudar sobre qué punto es ficción y cuál se adhiere a la historia. Como lo es el estilo de Goñi, que elige una prosa cuidada, discreta pero con un sonido lo bastante cano como para transmitir el ambiente de época. La novela resultará de lo más atractiva a los aficionados al género. Y a quienes tenemos demasiados huecos por rellenar en los conocimientos de historia, nos ayudará a completarlos. Pero que nadie espere encontrar en el general Sucre, por ejemplo, a un miembro de la tripulación de Ulises. Es un tipo de lucha diferente, lo bastante diferente como para que dudemos si este género es épico, al menos en el sentido en que eran épicos las grandes cantares de gesta: las virtudes del héroe serán leyenda porque son el faro que nos guía en la oscuridad.

viernes, 11 de febrero de 2022

EL VIENTO Y LA SEMILLA

 

El viento y la semilla

Ricardo Martínez Llorca
Comba
Barcelona, 2022
264 páginas


 



Como si pretendiera buscar a escala humana los fundamentos y las consecuencias de la globalización, Ricardo Martínez Llorca emprende viaje por una región de Argentina ajena a cualquier tipo de turismo. Recorre miles de kilómetros del llamado «desierto verde», donde las grandes extensiones agrícolas dedicadas a cultivar soja transgénica se han adueñado del territorio.

Esta colonización incrementa la emigración a los cinturones de pobreza urbanos, y conlleva la desaparición de culturas, etnias y especies animales. Nos encontramos frente a la deforestación del bosque chaqueño, la segunda mayor masa forestal de Sudamérica, y la aparición de enfermedades vinculadas a los pesticidas con que se fumigan las plantaciones.


«—A nosotros cualquier vivo nos divide —dice un campesino—. Eso es lo que ha pasado hasta ahora. Porque a nosotros nos es más fácil creerles a ustedes que vienen de fuera que al compañero de al lado. Porque ustedes han estudiado y nosotros sólo hemos vivido.»


El autor ejecuta una descomunal labor a partir de entrevistas con abogados, militantes ecologistas, empresarios y todo tipo de personas con inquietudes sociales o intereses en el negocio de la soja. Completa el viaje y la crónica con cuadros expresados mediante la sensibilidad que caracteriza su obra. La prosa vuelve a funcionar como el filo de un bisturí, que en este caso sirve para diseccionar una situación social y ecológica al borde del precipicio.

El viento y la semilla nos recuerda que se está haciendo cada vez más tarde, y propone soluciones vinculadas a las dimensiones humanas y a las mejores creaciones del hombre: las poéticas y las solidarias. Un libro que reclama un poco más de sensatez en el gobierno del mundo.


Ricardo Martínez Llorca, nacido en mayo de 1966 en Salamanca, es autor de varias novelas, entre las que destacan Tan alto el silencioEl paisaje vacío (Premio Jaén), El carillón de los vientos, Hasta la frontera de mi sueño Atlas del camino blanco. Ha publicado también los libros de viajes Cinturón de cobre y Al otro lado de la luz, el de relatos Hijos de Caín y los perfiles de El precio de ser pájaro, Eva en los mundos y Sueño y verdad. De corte autobiográfico y testimonial, recibió el Premio Desnivel por Luz en las grietas. «Su lenguaje es pulcro, sinuoso, sin desfallecimientos» (Levante-EMV). Colabora en medios como Quimera, ABC Cultural, Revista de letras, Altaïr Culturamas, y es autor, en Comba, de la impactante y documentada crónica El viento y la semilla, sobre el cultivo de la soja transgénica y sus efectos sociales y medioambientales


miércoles, 9 de febrero de 2022

LE PONT DES ARTS

 

Le pont des arts

Catherine Meurisse

Impedimenta

Madrid, 2022

109 páginas

 



Kandinsky reclamaba que cada arte aprendiera de las demás para poder seguir evolucionando. Así se gestó, entre otras cosas, la correspondencia con el compositor Schoenberg, en la que ambos indagan en los puentes entre la música dodecafónica y el arte abstracto. Aunque, tal vez, no se trate de este tipo de colaboración, tan brusca y tan atrevida, la que se pretenda para hacer crecer a los géneros artísticos. Es posible que baste con un intercambio de puntos fuertes de ambas, como el que sucede al hablar de pintura. Para hablar utilizamos palabras, que tienen su límite a la hora de verbalizar emociones. Pero serán las emociones lo que se imponga.

A partir de emociones que reflejan mucha pasión, una pasión que puede llegar a parecer una patología, Catherine Meurisse (Niort, Deux-Sévres, 1980) compone un volumen en el que lo plástico está al servicio del amor: una novela gráfica combina dibujo y texto y, en este caso, vamos a hablar sobre los mejores pintores y los grandes escritores. Aunque todos ellos sean franceses: Delacroix, Ingres, Baudelaire, Proust… Todos empeñados en buscar cuál es el fin de la pintura y en comunicar por qué nos importa tanto. Todos confesando su debilidad, que es muy vehemente, pero que también se contagia o que por eso mismo se contagia. Palabras no les faltan a quienes hablan, y Meurisse toma prestadas, de hecho, auténticas expresiones de los autores. Y a través de esas palabras es como conocemos la obra, que nos puede llevar al síndrome de Stendhal o al robo. La mayor parte de ellos se expresan con un ímpetu que destila incomprensión: “yo, que soy un ser muy sensible y al que le ha supuesto tanto esfuerzo llegar a esta conclusión, no recibo una comprensión total. ¿Cómo es posible que no os identifiquéis con mi pasión?”, parecen gritar.

Pero, ¿en función de qué es el arte? En realidad, Meurisse nos recuerda que la pintura trabaja mucho sobre intuiciones, que el hogar de este artista se parece mucho al silencio. Las opiniones pertenecen a la literatura, se expresan con palabras. Pero necesitamos de ambas como complemento, si bien la primera impresión viene a través del sentido más directo, la mirada. La reflexión tendrá que surgir a partir de ella, sí, pero teniendo en cuenta el flujo vital de cada uno de los artistas, escritores, que se expresan: no será lo mismo en boca de Zola que de Breton, entre otras razones porque no han vivido las mismas vidas. En ellos no fermentaron idénticos prejuicios, idénticas ideologías, los mismos motivos para salir adelante en un mundo que no se lo ponía fácil, o no tan sencillo como a alguno de los pequeños burgueses que aquí aparecen también representados.

Meurisse reflexiona y nos da una pequeña lección de historia, con un estilo muy espontáneo, de fácil factura y bastante expresivo. En realidad, se trata de una actualización de la historia del arte y un apunte sobre corrientes estéticas, sobre todo entre los siglos XIX y XX. Si en el subtítulo se habla de amistades entre pintores y escritores, debemos aclarar que la amistad es un lazo dentro del que caben conflictos. Mayormente si es tanto lo que nos incumbe aquello sobre lo que versa la conversación.

martes, 8 de febrero de 2022

MIEDO

 

Miedo

Patricia Simón

Debate

Barcelona, 2022

250 páginas

 



Tal vez el futuro se limite a esta noche, tanto para los ricos como para los humillados y ofendidos que toman al asalto su particular Palacio de Invierno. No existe el tiempo, o es materia deleznable, como denunciaba Borges, y por tanto deberíamos actuar como si no existiera. Creemos que la realidad se articula sobre dos pilares, que son el dolor y la locura, por el acoso constante que sufrimos, pero, deberíamos plantearnos, es posible que la realidad no esté del todo bien dibujada. ¿Qué es la realidad? Podemos describir hechos concretos, sucesos, anécdotas o incluso el argumento de una vida particular, pero de ahí a definir la realidad media una gran distancia.

Leemos Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio, de Patricia Simón (Estepona, 1983) y asistimos a un despliegue de recursos inmenso, que intentan abarcar toda la realidad, o al menos lo que un buen reportero entiende por realidad. El concepto de realidad de un reportero es muy necesario, pues sin él, sin esa mirada, sin su curiosidad, ¿qué sería de los que no nos atrevemos a salir de casa? ¿Qué nos quedaría? Patricia Simón abraca toda la enseñanza de su vida como periodista y como lectora, como persona que ve y a través de la mirada reconoce los sentimientos, a partir de epígrafes que vincula al miedo: miedo a los otros, miedo a la pobreza, miedo a la soledad, miedo a la muerte. A la hora de desplegar su literatura, pues de literatura se trata, Simón utiliza estos centros de interés para relatar, para pensar, para nutrir las sensaciones con la técnica de una bola de nieve: a medida que rueda cuesta abajo, va recogiendo más y más masa, más consistencia, más razones.

Su lucha es contra la desigualdad que se impone como realidad. No deberíamos acomodarnos a su presencia, cada vez más aguda. Nos limitamos a percibirla como un estímulo más, sin plantearnos que debería ser interpretada, razonada y combatida. De hecho, en buena medida nos limitamos a actuar sobre ideas recibidas, siguiendo su dictado, reforzándolas: “Corremos así el riesgo de, al engrosarlas hasta la caricatura, terminar siendo presos de ellas, que nos aprisionen en su molde a imagen y semejanza”.  Así pues, de haber una revolución, ésta debería empezar con el individuo. Patricia Simón llama miedo al sentimiento universal que mueve al mundo, al compendio de aversiones que nos inmovilizan o nos llevan al odio, que son hermanos siameses: entre el canalla y el cobarde no existe gran diferencia, si nos atenemos a los resultados sociales de sus actos. Y es sobre el ser social sobre el que reflexiona, a partir de innumerables ejemplos recogidos en los años de aprendizaje pisando la piel del mundo allí donde más se tensa. Contra ese miedo, sólo cabe responder con amor.

Será el amor o, para poder explicarnos sin abstracciones, el hecho de amar y ser amado, lo que nos ayude en la lucha contra el malestar, contra las angustias y ansiedades que resultan de nuestros vínculos con una sociedad que tiende a lo tóxico. Y será esa toxicidad, que está llegando a extremos patológicos en las rutas de comunicación mediática y de política institucional, la que impulse a la autora a no ceder en su tarea, que es periodística, sí, pero que también pretende ir definiendo la naturaleza humana. Ser maleable es un riesgo del que uno sólo se libra siendo consciente de que lo es, arropándose en el diálogo y el sentido crítico. Y mientras tanto, vamos defendiendo una sociedad organizada sensata, humana, crítica y cooperante, que en buena medida se asemeja a otra de las frases célebres de Borges cuando dijo no saber nada de política: “Creo en las personas, no en los Estados. Supongo que eso me hace fundamentalmente anarquista”. De ahí, a Aristóteles y su deseo del bien que es belle y sublime si atañe a un pueblo entero, y a abogar por políticas públicas humanistas.

En un planeta donde sólo está bien visto expresar una emoción, el enfado, nos recuerda que el periodismo puede traernos la fe en las demás, en la salud de expresarlas para poder combatir las injusticias, que nuestra autora no consiente. Si hay un rasgo que caracteriza a quien ha escrito este libro, es, precisamente, este: no consentir la injusticia que siempre ataca a los más vulnerables: “No basta, como sostiene el mítico reportero Robert Fisk, con que «las generaciones futuras no puedan decir que no saben lo que ocurrió». No era nuestra vocación, ni nuestro cometido hablarles a los que aún no han nacido. El periodismo sin capacidad de incidencia, de combatir la impunidad, se vacía de significado. Y entonces, es lógico que sus crónicas, sus palabras, terminen heridas de muerte, y sus destinatarios, la ciudadanía, carcomida por la impotencia, sorda, impasible, en coma”.

sábado, 5 de febrero de 2022

BOLA OCHO

 

Bola ocho

Elizabeth Geoghegan

Traducción de Blanca Gago

Nórdica

Madrid, 2022

274 páginas




La realidad es lo que sucederá en los próximos minutos y a una distancia que puedes alcanzar con la mirada. Lo sabe Elizabeth Geoghegan, la escritora americana que aterriza en España con este libro de relatos de cuya lectura, lo diremos ya, va a costar reponerse. Todo lo bueno y lo malo sucede mientras entramos o salimos de casa, todo lo ruin y todo lo maravilloso, que es bastante poco, a juzgar por lo que leemos, ocurrirá en la próxima hora de vida. En ese marco se encuadran los relatos de este Bola ocho, que son realistas, sí, pero nos mantienen constantemente en la duda de qué es el realismo o qué tipo de realismo es con el que estamos tratando. ¿Cuántos adjetivos admite la realidad?

En cuanto se comienza la lectura nos damos cuenta de que vamos a enfrentarnos a una literatura con pegada, potente, por el estilo tan directo de su autora. La voz que nos habla está tan desnuda como para afectarnos a los huesos con la misma intensidad que al corazón. Estamos dentro de la clase media, aunque con ciertos altibajos, dentro de lo más próximo, como lo estamos cuando leemos a tantos escritores de Estados Unidos que practicaron el relato breve: John Cheever, Raymond Carver, Dorothy Parker, Lucia Berlin o la recientemente descubierta, en este país, Julie Hayden. Geoghegan reúne lo más importante de la literatura de todos ellos, lo decanta y crea una obra muy personal, en la que nos falta aire para habitarla, mientras que agita el aliento durante la lectura. De hecho, su talento es tal que hasta los tópicos nos parecen naturales cuando aparecen, cuando son hasta sustrato de la historia: el realismo social al ambientar el relato en Roma, por ejemplo, o la búsqueda de la espiritualidad si nos trasladamos a Asia.

Hemos mencionado Roma y hemos mencionado Asia. Buena parte de los relatos suponen una indagación a través del viaje y, curiosamente, son para estos para los que recurre a la tercera persona. Mientras que en primera persona se relatan emociones durante una experiencia que generalmente tiene que ver con un sexo crudísimo, no explícito, pero sí de una emoción muy áspera y demasiado inevitable. El sexo, sin duda, su aparición robándonos el cuerpo, dictándonos que la senda que señala nos será imposible evitar, es uno de los ejes alrededor de los que giran los relatos. Entraremos a ellos cuestionándonos si quien nos habla posee una salud mental suficiente como para tratarse de alguien de quien nos fiaríamos. Porque habrá algo en los personajes que nos marque una línea psicológica que no tiene que ver sólo con lo aprendido: es como si los defectos genéticos con que nacieron les impondrán una vida sucia, una atracción por lo insano, una emoción que nos lleva a pensar que lo feo es también lo más magnético. Incluido el sexo.

La alternativa será renacer. Pero no como opción, sino por verse obligados a tal trance. Ese renacer está muy relacionado con el viaje, que se afronta a la apuesta total: cumbre o muerte. Dadas las circunstancias, Geoghegan tiene que poner todo su talento en acción y es capaz de resumir una vida entera en un puñado de páginas, de mostrarnos todo un mundo a través de unas pocas acciones, de unas cuantas reacciones, de una serie de sucesos encadenados. Y todo ello sucede porque no estamos solos, porque debemos definir qué tipo de vínculos establecemos. Los vemos insinuados, de modo que nos permite intuir que hay alternativa, siempre y cuando fuéramos capaces de pensar viendo el cuadro desde afuera. Ahora bien, ¿cómo se evade uno de los desencuentros? Esto supone, en buena medida, vivir contra uno mismo. Lo que nos muestran los relatos de Bola ocho es lo duro que supone el gestar la propia vida. De hecho, volveremos a preguntarnos si tiene sentido, y eso, a través de la lectura, que son experiencias prestadas, es mucho.

Geoghegan describe a la vez pensamientos, sensaciones y lo físico. Crea un cóctel perfecto, en el que los ingredientes serán imposibles de separar para generar relatos redondos. Es capaz de encadenar personajes sin que nos demos cuenta de cómo vamos cambiando de compañía, para crear así un relato coral, o de mantenernos dentro de la cabeza de un ser sintiente pero muy inmadura, lo bastante como para que dudemos acerca de su aguante en el trance de sobrevivir a los días y las noches. Y ahí, está, cómo no, la inevitable compañía de la soledad, frente a la que no vale ni huir ni esconderse.

Y así llegamos al último de los relatos, el que da título al libro, que habla sobre la pérdida de la inocencia. Es una lección acerca de cómo son los auténticos Bildugsroman: descubrir que la familia es un fraude, sentir que todos los cuadros exteriores existen para generar sensaciones, entender que las relaciones pueden no tener más valor que una farsa y darnos cuenta de que crecer es perder la ingenuidad y que ser ingenuo nos hacía más puros. Una obra genial con la que acabaremos un libro de relatos que nos dejará larga huella.


Fuente: Revista de letras

 

miércoles, 2 de febrero de 2022

ENSEÑAR PENSAMIENTO CRÍTICO

 

Enseñar pensamiento crítico

bell hooks

Traducción de Víctor Sabaté

Rayo Verde

Barcelona, 2022

227 páginas

 



Lo más subversivo vuelve a ser la sensatez. Sobre la superficie del mundo ha impuesto su modo de vida un tipo temperamental, en el que se reconoce con demasiada frecuencia a los antecesores del Sapiens en el camino de la evolución. No sobra ninguna de las voces que nos recuerda que la sabiduría está ligada a la compasión, que no sobran los momentos en que sentimos los sentimientos del otro con idéntica intensidad a como sentimos los propios. ¿Cuál es el secreto del cultivo de la compasión y del cultivo, en consecuencia, de la sabiduría? “En nuestro interior habitan dos lobos”, dicen que rezaba el viejo indio a su nieto, “uno lucha por ser bueno en la vida y el otro pretende hacer daño. ¿Y cuál es el que triunfa?, le preguntará su nieto. Aquél al que alimentas, fue la respuesta del anciano”. Así pues, la compasión, la sabiduría, la honestidad, son virtudes que requieren entrenamiento. Uno puede sentir cualquier primer impulso, incluido el del miedo, que es el que con más frecuencia nos lleva a ser malas personas, pero también puede negarse a alimentarlo. No hay ejemplo más relevante para explicarnos, que no consentir abusos de poder.

Esta es la filosofía que se trasluce de los ensayos de bell hooks (Kentucky, 1952-2021), muchos de ellos centrados en su oficio, que es la educación. Ahora nos llegan estos treinta y dos apuntes gestados a partir de centros de interés que no conviene olvidar: autoestima, espiritualidad, humor, tristeza, sexo, imaginación, amor y los asuntos que la llevaron a ser una rebelde que se expresaba con tanta sensatez, la lucha contra la discriminación de género, de clase, de raza. Hooks consagro su vida a bregar contra la costumbre de abusar de posiciones de poder. Frente al abuso, el respeto. Y frente a la costumbre, a eso que damos por supuesto, a los paradigmas ya instalados que tenemos por inamovibles, por buenos, el conocimiento, la diversidad, la voz propia, el individuo. Todo lo que surja a partir de un pensamiento autónomo, sobre el que nos pretende guiar, sobre el que nos traza rutas para alimentarlo. Se conoce como pedagogía de compromiso a estas formas de exploración, que practican docentes preocupados por la integración de la reflexión junto al aprendizaje de contenidos. Se trata de conseguir que los estudiantes crezcan y se autorrealicen. Y para ello propone el diálogo. Frente a la monotonía del discurso, que impone, la propuesta del pensamiento crítico, de la imaginación, el aprendizaje activo que demuestre que todos podemos estar en lo cierto al mismo tiempo, que todos podemos tener algo relevante que decir, si atravesamos con inteligencia, e inteligencia emocional, el paso de los días.

Denuncia que en las instituciones educativas nos enfrentamos a embestidas de un pensamiento sesgado dominador, para proponer que las mentes se centren en la libertad, que aprendan a transgredir y transformar, y esas virtudes también se enseñan. Vuelve con frecuencia a los valores de la conversación, a los valores de preguntar, y reclama un lenguaje de comunidad, pues no es tan sencillo darse cuenta de que utilizando las mismas palabras, en realidad no hablamos el mismo idioma. Reclama que el profesor esté dispuesto a descubrir a los estudiantes para encender la pasión por aprender. Y se muestra en contra de la competencia, que nos deshumaniza y que a fecha de hoy figura como encabezamiento en todos los programas escolares: “La competición en el aula nos afecta negativamente a todos. Reduce el aprendizaje a un mero espectáculo, hace que algunos estudiantes se conviertan en observadores pasivos mientras otros dominan la discusión en clase”. Frente a ello, aboga por valorar la inteligencia emocional para prepararse a la hora de usar con habilidad las emociones en clase.

No se trata de un ensayo rabioso, pero sí pasional. Estamos frente a una declaración de amor por un oficio que representa, tal vez, la mejor virtud del ser humano, que surge de la posibilidad de entregarse a algo por un motivo que, a falta de una palabra menos afectada, llamaremos amor. Así enseñaremos a los estudiantes a lidiar con  los conflictos, con las diferencias de pensamiento; les enseñaremos que es posible aprender en entornos educativos marcados por la diversidad, les enseñaremos a enfrentarse al mundo real.