miércoles, 22 de junio de 2022

EL CABALLO CIEGO

 

El caballo ciego

Kay Boyle

Traducción de Magdalena Palmer

Muñeca infinita

Madrid, 2022

165 páginas

 



Nos pasamos la adolescencia soñando con mil cosas y la etapa que viene después soñando con que deberíamos haber mantenido los sueños de la adolescencia. Uno sabe que ha envejecido cuando ya no siente que le enfadan las injusticias que le enfadaban siendo joven, dijo André Gide. Ese es el termómetro que nos indica nuestra calidad energética. En realidad, cuando decimos que maduramos sosteniendo qué bonitos y estúpidos fueron los sueños de juventud, que parece mentira todo lo que te enseña la vida, no hemos aprendido nada. Lo único que hacemos es señalar que nos hemos vuelto unos acomodados que perdieron escrúpulos por el camino. No volveremos a tener la fuerza ni el fuego que teníamos entonces, es cierto, pero sí es posible conservar las ilusiones que arrojamos por la borda como si fueran pescado podrido. De ahí que debamos enfrentarnos a relatos como El caballo ciego, donde todos los recursos están puestos al servicio de despertar la humanidad que una vez tuvimos. Decimos humanidad y eso significa ser sensibles y dejarse llevar por la sensibilidad.

Una chica adolescente se enamora de un caballo ciego al que pretenden liquidar adultos con la piel de lagarto y la mente de un pragmatismo indomeñable. Si está ciego no podrá saltar y, por supuesto, un caballo que no pueda saltar no será feliz. Atribuirse el derecho a decidir sobre la felicidad de un ser que no puede expresarla, y por tanto no sabemos si puede sentirla, es un atrevimiento que nos hace suponer que podemos jugar a ser dioses. La chica escucha el latido de un corazón y con ello le basta para estar convencida de que la vida se impone, de que existe una potente voluntad de vivir. Para recuperar la esencia de ese eje que sigue la humanidad, la sensibilidad, la compasión, pocas cosas son tan convincentes como las terapias con animales. El caballo que siente confianza devuelve confianza. Esta obra trata sobre las ilusiones que deberíamos seguir manteniendo, y lo hace con un estilo que refleja su época: la prosa algo barroca, muy expresiva, que se tuerce en la exploración de las razones que la razón no entiende y busca explicarnos, que atrapa y sorprende, que ya vimos en algunos de los contemporáneos de Kay Boyle (1902 – 1992) como Thomas Wolfe. No importa que se nos hable de pequeñas cosas, de hecho, es a partir de las pequeñas cosas, de los pequeños gestos, cuando la ética que lleva a un estilo tan hábil y lleno de simbolismos en el que nos reflejamos.

Por suerte para la chica, siempre quedarán algún adulto al que le revivan las brasas de una juventud que no fue en balde. Y ahora lo demuestra. A veces eso se conoce como amor.

lunes, 20 de junio de 2022

UNA POÉTICA EDITORIAL

                                                                                Una poética editorial

Constantino Bértolo

Trama editorial

Madrid, 2022

170 páginas

 



Reunidos en un volumen los artículos y entrevistas en los que Constantino Bértolo (Lugo, 1946) reflexiona sobre su experiencia en el mundo literario, a partir del bagaje como editor, este Una poética editorial, uno concluye que el pesimismo es el estado natural del ser humano que se mueve en el mundo literario. No hablamos tanto de un pesimismo del mundo del libro como del literario, pues existe otro tipo de edición, como la de los libros de fotografía, y existe otra forma de entender ese mundo, como es la propia de los mercaderes. Da la sensación de que apenas queda nada que hacer, fuera de oponer una resistencia personal, y de que los mejores tiempos ya pasaron. La mayor ventaja es que siempre podemos volver a ellos, pues siempre podremos regresar a los autores que formarán parte de nuestra educación sentimental. Aquí está, a modo de ejemplo, una de las enumeraciones que el propio Bértolo propone en algún momento: Racine, Montaigne, Garcilaso, Valéry, Proust, Stendhal, Gil-Albert o Juan Benet. Si alguien intenta deducir cómo entiende la literatura Bértolo, será más sencillo crear una definición autónoma a partir de pasiones como éstas. Por otra parte, no hace tanto pudimos leer Quienes somos, esa selección de cincuenta y cinco obras españolas del siglo XX, a través de las que Bértolo intentaba explicarnos de dónde venimos.

Esta es una de las constantes de su pensamiento: indagar en el pasado para hablar de la consistencia de lo que estamos creando, para explicarnos, si es que existe explicación posible o si es que esa explicación merecerá la pena ser escrita. Al fondo de sus palabras, se encuentra, constantemente, la historia social. Y en la historia social uno se encuentra con que el “quiénes somos” debate con el “quiénes nos gustaría ser”.

El supuesto centro de interés del libro es el fundamento de la labor del editor literario. Frente al agente cultural, siempre se contraponen las leyes del mercado. El comercio y el espíritu del mercader provocan los grandes lamentos: “Editar como tarea «espiritual», cultural, humanista, erudita, técnica, estética, política. Y editar como tarea económica, comercial, empresarial. (…) Y como diría Calderón, ya es sabido que «Casa con dos puertas es difícil de guardar»”. Las circunstancias en las que Bértolo tuvo que ejercer como director literario, y posteriormente editor, posiblemente no hayan resultado las más sencillas como para regirse por criterios puramente literarios. La sociedad que describe se viene abajo a cuenta de un conservadurismo exagerado y una tiranía de producción y de los dueños de los medios de producción. En buena medida, se pueden extender sus apreciaciones a casi todos los ámbitos, no sólo los culturales. En realidad, su mejor justificación como profesional se encuentra en los márgenes, donde también es necesario escribir para completar el cuadro.

Pero los párrafos más deliciosos del volumen son aquellos que atañen a la lectura. Bértolo ha sido, y es, uno de los lectores más inteligentes de este país. Ahora bien, ¿qué es la inteligencia? Nos habla, constantemente, de erudición y sensibilidad, de inteligencia emocional, y se muestra un perseguidor tenaz contra los lugares comunes. Como hombre político defiende eso que los mismos lugares comunes que tanto odia llama causas perdidas, tal vez utopías. Como lector se entrega a intentar extraer conclusiones acerca de cómo podemos ser mejores a través de la lectura, sin llegar a presumir de ser mejores. Y para ello sería imprescindible reconocer desde dónde leemos, encuadrar la lectura en nuestro contexto social y humano. Por norma general, se expresa con una rotundidad intelectual sin fisuras, aunque pude llegar a ser bastante sedicioso, como cuando se expresa sobre las listas de libros más vendidos:

«Como editor entiendo que estos libros tienen derecho a existir, (…) pero entiendo también y sobre todo que si una sociedad debe volcar sus recursos, siempre escasos, en fomentar la lectura, debería hacerlo fundamentalmente en apoyo de aquellos textos que mejoren la salud semántica de la sociedad, que ayuden a elevar el nivel crítico de la sociedad en que vivimos, que permitan desvelar los mecanismos de dominio y consentimiento bajo los que transcurren nuestras vidas cotidianas, y nos faciliten horizontes de convivencia justos y razonables. (…) los malos libros tienen efecto contaminante, rebajan los niveles de exigencia, nos maleducan como lectores, nos acostumbran a la molicie intelectual, a la pereza mental, a la pasividad lectora.»

Bértolo no se orienta por corrientes literarias, las que dictan la actualidad narrativa, cree que editar consiste en hacer públicos determinados textos privados y que «en cuanto quehacer se relaciona con lo material, en cuanto hacer públicos con el poder, en cuanto textos privados con la propiedad, y en cuanto a determinados con la selección o el criterio». Da por supuesto, junto a Raymond Williams, que la cultura es un sistema de actividades encaminado a cubrir algo que llama la necesidad de ser mejores, o al menos eso es a lo que se corresponde la definición de cultura burguesa. No oculta su ideología y compromete mucho la labor del crítico literario, en algunas de las páginas más interesantes de esta recopilación: «Se trataría de poner en interacción la institución literaria con el más vasto y amplio marco sociocultural done nuestras vidas se inscriben», que es algo que echa en falta. O: «lo que hoy se llama crítica no deja de ser un gran cartel de publicidad indirecta que funciona como una especie de patio de Monipodio donde editoriales, autores, reseñistas, mercaderes y mercachifles, gestores culturales, párrocos del canon, cátedros de fin de semana, arribistas, profesionales del escepticismo, conseguidores y curadores digitales, trafican con las mercancías literarias en busca de beneficios y prebendas personales sin poseer capacidad intelectual, ética o política para asumir las responsabilidades propias de quien interviene públicamente en algo tan relevante como son las historias y las palabras colectivas». Este comentario, bien afirma él, se podría aplicar por extenso para mejorar cualquier tipo de relato, no sólo el que viene a partir de las publicaciones literarias. Bértolo vuelve a comentar y, como siempre, sus opiniones deberían pasar a formar parte del debate. No se nos ocurre mayor elogio.


Fuente: Revista de letras

UN MILLÓN DE PASOS

 

Un millón de pasos

Álvaro Machín

El Desvelo

Santander, 2022

300 páginas

 



Los tipos corrientes viajan una vez al año, tal vez dos si a la operación retorno le añadimos la operación salida. Nada muy bueno sale de estos desplazamientos, en los que a los humos que contienen dióxido de carbono se añaden los muy malos con los que uno va cargando su humor durante el viaje. Ahí se acaba la aventura, en los esfuerzos de contención que se ejercitan al no poder salir del coche y no poder acelerar el tiempo. La aventura pasa siempre por una experiencia de la soledad, y la soledad nos la encontramos, casi siempre, a la hora de medirnos con lo peor de nosotros mismos: el enfado, la cobardía, el egoísmo, el placer por el placer o la codicia, por ejemplo.

He aquí un libro en el que un tipo corriente, de esos que uno espera encontrarse conduciendo a tu lado por la autovía, nos demuestra que no es tan complicado forjarse unos trozos de vida soñada. Un millón de pasos reúne testimonios de los viajes de un periodista, por Asia, África, América o Europa, en desplazamientos que no son de larguísimo aliento ni de intenciones aguerridas. Sencillamente, nos lleva a otros lugares a través del relato de unas anécdotas que bien pudieran habernos ocurrido a nosotros. Tendremos diarrea, correremos cierto riesgo a que nos roben, beberemos, conoceremos a buenos samaritanos, pasearemos por paisajes atractivos. Iremos siguiendo el sonido encantador de algún lugar o tras un amor frustrado. Nos acompañará un amigo o sentiremos que no existe nada más que uno y el lugar del mundo donde se encuentra.

En realidad, como reconoce el autor, estamos frente a una experiencia de viajes que no deja de ser turismo. Podemos ejercerlo de una forma más o menos sofisticada, pero da la impresión que de una vez acabada la época de las grandes exploraciones, las que suponían ausencias de años, y una vez superada la idea colonial de descubrimiento, pues ellos siempre estuvieron allí, sólo queda la experiencia personal. Dicha experiencia puede ser más o menos atrevida, más o menos convencional, más o menos vistosa, pero siempre estará dentro de unos cauces en los que uno no se expone a grandes riesgos. A no ser que practique el salto base, que es la modalidad deportiva con más fallecimientos por practicante.

Álvaro Machín tratará al lector como a un colega, y despachará con él en un tono que nos remite al tuteo. Un millón de pasos no es una experiencia literaria desbordante, como leer a Faulkner o a Proust, ni pretende serlo. Sus pretensiones son mucho más sencillas, en el sentido en que puede resultar sencillo volverse más humano. Y eso es muy sagrado.

martes, 14 de junio de 2022

LOS SUEÑOS ASEQUIBLES DE JOSEFINA JARAMA

 

Los sueños asequibles de Josefina Jarama

Manuel Guedán

Alfaguara

Barcelona, 2022

236 páginas

 



Uno se pregunta si la locura que tenemos como primates es única. ¿Es la misma la obsesión por los juguetes en la infancia que la de las discotecas en la juventud? ¿Podría equivaler la de nutrirnos con comida rápida con la necesidad de pasar cualquier trámite a través de los bancos?

Josefina Jarama, la protagonista de esta novela, pasa por todas esas etapas, las cuatro, como si fueran cuatro tránsitos hacia una supuesta nueva vida. Se supone que de cada una de ellas debe recoger unos frutos que la permitirán madurar, pero la imposibilidad de adaptarse hace que cualquier Bildungsroman sea poco menos que una utopía.

Josefina será quien inspire el diseño de una muñeca en una fábrica donde trabaja su madre, comunista y desfalcadora. Comienza la obra así en la época en la que las fábricas de juguetes de Ibi eran una garantía de trabajo, de prosperidad y de ilusión en Navidades. Más adelante estará involucrada en la mala noche de las discotecas valencianas, en una temporada en la que en esa costa se consumía química para evitar que los ruidos ensordecedores de la noche juvenil tupieran los tímpanos. Pasará el tránsito a una supuesta madurez en el entorno que es epítome de trabajo serio y aburrido: el banco. Y acabará, desterrada de todos estos lugares, de todas estas etapas de la vida, de repartidora en una cadena de pizzas a domicilio.

En realidad, los retratos que nos regala Manuel Guedán (Madrid, 1985) son introducciones a distintas formas de decadencia. Quienes tienen ahora sesenta años, las han conocido todas de primera mano. De ahí, posiblemente, la importancia que tenga para Guedán esta historia, divertida, humana y algo picaresca, pues habla en buena medida de la generación que a la suya, a la que nació en los años ochenta, le servía de referencia. Aquellos se criaron bajo la impronta de la generación embriagada por mayo del 68 y por todo lo gris y siniestro de los últimos años de una dictadura. Como la madre de Josefina Jarama.

La importancia de la madre en la novela, que desaparece al principio, es fundamental. La ausencia equivale a la pérdida de suelo bajo los pies, y sin sustrato, Josefina Jarama baila en el aire. De ahí que la protagonista, que es la narradora, no sea dueña de los sucesos. De ahí que el contenido de la novela sean los sucesos que la irán dando forma, en un mundo en el que el capitalismo de calle va asomándose en distintas versiones. Será, en buena medida, la economía como fenómeno social quien imponga sus reglas en esta sátira en la que la búsqueda de un lugar en el mercado laboral indica la dificultad de encontrar nuestro sitio en el mundo.

lunes, 13 de junio de 2022

LA RED Y LA ROCA

 

La red y la roca

Thomas Wolfe

Traducción de Alberto Moyano Muñoz

Piel de Zapa

Vilassar de Dalt, 2022

597 páginas

 



¿En qué momento el héroe se convierte en un trapo? ¿O un trapo seduce como si fuera un héroe? Tal vez sea imposible hablar de uno mismo, o de uno a través de la figuración de otro, haciendo de ello un tema universal, pero es inevitable pensar que todos sentimos lo mismo. Este esfuerzo, el de explicar al héroe y al trapo, y los vaivenes emocionales y psicológicos que nos llevan de uno a otro, se encuentra en los cimientos de La red y la roca, la primera novela póstuma de Thomas Wolfe (Carolina del Norte, 1900 – Baltimore, 1938). Meter todo el mundo de las sensaciones, de las emociones y de los sentimientos, a través de las limitaciones del lenguaje, dentro de un protagonista, es un esfuerzo que vuelve a darle a la obra de Wolfe ese tono oracular que tanto hipnotiza. El estilo, lo reconocemos en todo momento, es barroco, está lleno de un ritmo muy magnético y traduce una obsesión. No se puede reprochar nada a la traducción de Alberto Moyano Muñoz. La repetición y la acumulación de adjetivos forman un conjunto en función de la pesadilla de representar la condición humana. Una pesadilla que en ocasiones, muy pocas, pasa a ser sueño. Se nos habla de la dificultad de vivir a partir de aquella frase que Paul Valéry señalaba como la maldición de los novelistas: la marquesa salió a las cinco.

La red y la roca está llena de marquesas saliendo a las cinco, de frases que serían así de sencillas de no ser porque caen en manos de un orfebre. Y se trata de un orfebre que escruta hacia el interior. Wolfe también apuesta fuerte en la suma de aciertos. Todos sabemos que un acierto más un acierto suele ser igual a un fallo, pero en este caso la suma de aciertos es imparable. De ahí que se exprese siempre con la misma intensidad, tanto cuando el protagonista se asoma a la ventana como cuando nos habla de morir o asistir a una muerte. En este sentido, Wolfe es solícito y brutal, y conviene regresar a él para saber de dónde vienen tantos escritores que nos han apabullado verbalmente. Y no siempre con tanto sentido como el que tiene Wolfe, cuyo instinto literario vuelve a representarnos la vida de un muchacho, un alter ego, con todas las dificultades de crecer, de aprender, de salir adelante, puestas sobre el tapete.

Volvemos a sorprendernos cuando se nos habla de lo feo que es vivir, pero que esa fealdad no deja de poseer un imparable atractivo, el que comparte con el pecado y con la estupidez. Todo con una trama elaborada sin complicaciones, en la que los acontecimientos se suceden, en la que los descubrimientos tienen lugar paso a paso. “El resultado era que la historia parecía emerger de una marea oscura y turbulenta de emociones”, comenta sobre la lectura de Crimen y castigo. Y cabe preguntarse si esa no es la misma intención que pone él sobre su obra. Aunque en este caso, esa marea oscura y turbulenta no tiene que ver con un asesinato, lo cual empaña más la resolución moral del escrutinio del alma a que nos somete.

Este sometimiento, al que el lector se entrega con un deleite que le ayuda a recuperar el gusto por la gran literatura, tiene por referentes lo cercano, lo propio de las provincias donde vivió Wolfe, cierto solipsismo. Pero aparecen referentes culturales mucho más universales con frecuencia: mitos, leyendas, religión, literatura. En realidad, Wolfe recurre a todo lo que de verdad sabe que conoce. Y todo ello se refiere a una concepción de la vida como lucha. En esa lucha, nuestro personaje central se muestra hipersensible, es alguien que busca llenar lo irrellenable. Es imposible huir en un mundo en el que es imposible evitar que la gente no deje de entrar y salir en la vida propia. De ahí esa angustia que se supera gracias a la intriga de la conciencia, del exceso de conciencia, con que Wolfe trata a sus textos.

«Las palabras salen de él a borbotones, como lanzas de pensamiento arrojadas por el aire, proyectiles descontrolados de ideas, de ambiciones y sentimientos. Si hubiera hablado diez idiomas no habría sido capaz de pronunciarlo todo, y aun así arremetían y espumeaban y cargaban en el umbral de su lengua, y a pesar de ello no lograba expresar ni una milésima parte de lo que deseaba. En la superficie de ese tremendo flujo de ideas, él mismo era arrastrado como un trozo de madera, girando y naufragando, indefenso en medio de su propio torbellino desbordado. Al ver que todos los medios de los que disponía eran insuficientes, como alguien que vierte aceite sobre un incendio descontrolado, pedía una bebida tras otra y se las bebía de un trago.»

lunes, 6 de junio de 2022

VENECIA

 

Venecia

Jan Morris

Traducción de Concha Cardeñoso

Gallo Nero

Madrid, 2022

429 páginas

 



«La ciudad hiede innegablemente, para empezar; los inviernos son crudos, las funciones toscas, la laguna puede ponerse desagradable, heladora y descolorida; los edificios, uno a uno, considerándolos con una actitud distante y analítica, descienden desde lo sublime a lo sencillamente feo pasando por la antigüedad sobrevalorada».

Es una cita sobre el resumen final que Jan Morris (1926-2020) escribió en su momento tras una extensa revisión de Venecia, cuya última revisión se corresponde al año 1983. Eso sí, en la página anterior detalla una relación de quienes cayeron rendidos a su magia, desde Thomas Mann a Rilke, pasando por Proust, Rossetti, Petrarca, George Sand, Turner, Manet, Shelley, Stendhal, Goethe o Renoir. No se puede amar sin sentir momentos de odio. No existe, por fortuna, la felicidad permanente. Y por fortuna no existe una infelicidad continua.  Sin duda estamos frente a una ciudad muy especial, en la que no cabe algo tan gris como la indiferencia. La razón viene del amor, aunque este parte de algo que se llama aquí encanto. Encanto, encantamiento, magia, hipnosis… Venecia posee esos atractivos que hacen que el ángel y el demonio se nos instalen dentro del cuerpo. Aunque Morris no intenta escribir un libro sobre el amor directo a Venecia.

En realidad, la obra es un compendio perfectamente articulado de todo lo que se podría relacionar con Venecia. Contiene algo de guía para el viajero y bastante de historia; es documental y es una inmersión subjetiva; nos habla con romanticismo, pero también desde una perspectiva impresionista que roza la mejor labor de quien se dedica al periodismo. Es un libro en el que leemos sensibilidad, pero también pasión, juventud, fuerza y una clara intención de comunicar de forma holística lo que trasciende de una ciudad tan vinculada al hedonismo. Morris confiesa siempre la bipolaridad de un lugar en el que halla tanto la melancolía como la alegría, la tristeza como la exuberancia, y para ello se vale de su mejor estrategia, que es un estilo tan perfecto como sorprendente a la hora de ejecutar una descripción:

«El agua de alrededor es opaca y poco profunda, la atmósfera curiosamente traslúcida, los colores pálidos y, por encima de la amplia hondonada de agua y bancos de lodo, se cierne una insinuación de melancolía».

«Para aprender a hacer una taza de café, a enmarcar un cuadro, a disecar un pavo real, a redactar un tratado, a limpiarse los zapatos o a coserse un botón de una blusa, que consulte a la autoridad veneciana pertinente».

Dividido en tres grandes bloquea -el pueblo, la ciudad y la laguna-, Venecia es una obra que nos habla sobre la admiración y nos recuerda lo grato que es sentirla, cómo esta emoción nos ayuda a ser mejores. Eso sí, mientras Jan Morris explica Venecia, uno se siente tentado a preguntarse qué necesidad hay de expresar esta explicación. Y uno va cayendo en la cuenta de que estamos ante una narradora que se sabe extranjera y, más concretamente, que se sabe británica. Pero que a pesar de ello, ni siquiera practica ese colonialismo de divulgación cultural que con tanta frecuencia es nuestro sustrato en cuanto partimos lejos de casa.

jueves, 2 de junio de 2022

EL VIENTO Y LA SEMILLA en Culturamas

 

El viento y la semilla

Ricardo Martínez Llorca

Comba

Barcelona, 2022

270 páginas

 

Por Teresa Rivas

 

Los que han seguido la trayectoria literaria de Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) saben bien de su compromiso. Se trata de un compromiso que tiene que ver con la literatura, donde arriesga en cada libro, consciente de que la creación no es una alternativa cómoda. Pero se trata de un compromiso que tiene que ver, también, con la dignidad y la vida. Ha hablado del duelo, de la enfermedad, de la necesidad de la aventura, de la soledad, o de los sueños imprescindibles. Con esta crónica, El viento y la semilla, da un nuevo paso y coloca el compromiso social como primera motivación para iniciar un proyecto literario.

Nuestro autor emprende un viaje por una región del planeta que representa la trastienda de un sistema económico: mientras estamos enfrascados en lo que consideramos la brega por el día a día, la parte de la humanidad que no vemos, la que se encuentra en el patio de atrás, ahí donde se producen los alimentos de primera necesidad, padece las consecuencias de un sistema que les aparta a empujones. En este caso, es la semilla, objeto vivo simbólico de la vida, quien genera el impulso a un viaje. Martínez Llorca recorre parte de la piel de Argentina escrutando acerca de la implantación de un cultivo que parece estar convirtiéndose en la principal, y casi única, fuente de ingresos de un país al que se llegó a llamar el granero de América.

Las fronteras de los cultivos de soja parecen estar expandiéndose a velocidad de vértigo, acabando con ecosistemas y con modos de vida humana acordes a una postura respetuosa con la naturaleza -también la naturaleza humana-. A lo que cabe añadir las dudas que genera el hecho de tratarse de un cultivo transgénico. Para verificar estos hechos, de los que parece tener una primera información, cogida con alfileres, antes de partir, Martínez Llorca gestiona numerosos encuentros con gente de diverso pelaje: activistas de Greenpeace, abogados adscritos a movimientos campesinos, periodistas, políticos, empresarios que ganan su vida gracias a las explotaciones sojeras, gente de diversas asociaciones humanitarias y hasta un premio Nobel, además de la pequeña, pero valiosa, colaboración de un directivo de Monsanto, una empresa que tenía fama de ser poco dada a participar en el debate sobre las consecuencias de los cultivos transgénicos, para no validar así las conclusiones. Basta con ver el documental de Marie Monique Robin (2008), El mundo según Monsanto, para certificarlo.

Los encuentros más valiosos no suceden alrededor de una grabadora, sino que se trata de una experiencia de varios días de duración, de convivencia, a partir de la cual se destilará lo más importante. No existe una sola frase barata en todo el libro, no existe nada gratuito, nada sobra. Cada palabra forma parte de una información total, y se integra en un estilo que, ya nos tiene acostumbrados el autor, funciona con una densidad ligera, aunque parezca una contradicción. Densidad porque renuncia a lo pueril, a las divagaciones; y ligera porque se lee con una facilidad que a quienes hemos intentado escribir algo en formato largo, da envidia.

La toma de postura parece clara: hay que estar al lado de quienes no tienen voz. Pero en realidad, la estrategia es otra: el narrador se limita a dar testimonio de sus encuentros. ¿Qué es lo que nos obliga a tomar partido? Posiblemente, el hecho de hallarnos frente a un fenómeno casi bélico, una situación en la que o hablas con el sufriente o hablas con el que saca beneficio. Y, mientras tanto, se produce un proceso de destrucción por la acción humana que incluye ecocidio, refugiados y hasta muertos. Todo esto en un contexto en el que parece haber vencedores y vencidos. Tal vez esa intensidad sea la que obliga al autor a refugiarse, de vez en cuando, en pequeñas reflexiones acerca del sentido del viaje. No es su primera obra de este género -ahí está Cinturón de cobre o Al otro lado de la luz-, pero sí la primera que construye a modo de crónica o reportaje. Y nos gustaría, eso sí, que este compromiso no terminara aquí. Los libros de viaje suponen una experiencia compartida durante la lectura y un impulso a salir a vivir tras cerrar la obra. Martínez Llorca consigue ambos objetivos, porque sabe que la creación no es una postura cómoda, porque sabe que hay que elegir bien una razón de justicia y sabe seguir el rastro del compromiso.

Fuente: Culturamas



miércoles, 1 de junio de 2022

EL INSTANTE

El instante

Amy Liptrot

Traducción de María Fernández Ruiz

Volcano

Madrid, 2022

153 páginas

 



Estamos convencidos de que la belleza pertenece al reino de Apolo y, sin embargo, nos la encontramos constantemente en el de Dionisos. Creemos que algo bello debe ser eterno y procurarnos un bienestar permanente, pero si algo caracteriza a la belleza, es la fugacidad. Y es ahí donde entra lo dionisíaco en juego, pues si tenemos una certeza acerca de una buena borrachera, de una borrachera divertida, es que esta se acaba y luego viene una nube para instalarse allí donde antes estuvieron las risas. La belleza no provoca carcajadas, al contrario que el vino, eso es cierto, pero que se trate de un suceso fugaz la aproxima a cualquier otro instante de euforia. Hemos dicho instante y esa palabra, tan clave, es la que elige Amy Liptrot (1986) para titular este libro, en el que la casi imposible aceptación de la fugacidad es el eje alrededor del que giran los textos.

Estamos leyendo un dietario de año y medio de vida, organizado por meses. Liptrot considera que esa medida, un mes, es la cantidad justa de tiempo que puede dejar pasar para acumular memoria y dar cuenta de ello. Ahora la memoria es bastante inmediata y da fe del mundo contemporáneo: si en su anterior obra, En islas extremas, nos contaba cómo la naturaleza dura ayuda a la reconciliación con un malestar interior capaz de llevarte al alcoholismo, en esta nos saca de lo que hay dentro de su piel para mostrarnos la forma que tenemos de relacionarnos con el mundo. Y el mundo al que va, en el que la ciudad de Berlín se muestra como paradigma de estilo, es un mundo inevitablemente entrelazado por internet.

Al principio creemos que intentará mostrar los escollos para compatibilizar la naturaleza con la tecnología o, para ser más precisos, con los programas de comunicación que nos llegan a través de la tecnología. Pero no es así. Liptrot sabe que no puede sino reconocerse en lo que sucede a través de internet y no lo descarta ni se enfada con ello. La vida, ahora mismo, no es algo que compartamos a través de la red: la vida es lo que sucede en la red. Ahí está Airbnb, MySpace, Google maps y las páginas de citas. Todo esto está condicionando nuestra percepción, y percibir es, en buena medida, ser, o la construcción del ser compete a la percepción, a nuestra forma de mirar, oír, oler, tocar. El punto de extrañeza que Liptrot muestra en este sentido, no parece molestar e indica que no deberíamos de molestarnos por él. Eso sí, sigue empeñada en algo que es, ha sido y será común a todos los mortales: el deseo de enamorarse.

Se abre camino en la ciudad de Berlín, donde encuentra inmigrantes y gente muy bohemia. Pero no cesa de tener citas a través de aplicaciones de móvil, porque no todo lo que somos puede rellenarse a través de la fugacidad de un encuentro, de la fugacidad de un entretenimiento, de las fugacidades de las millones de opciones que nos facilita internet. Estamos frente a alguien que quiere, por encima de todo, ser dueña de su destino. Y ya sabemos que sí, que es posible que la suerte nos la hagamos, pero que no, que el mundo decide mucho por nosotros.

El hecho es que al vivir tanto en las pantallas, se da cuenta de que está creando su vida, y al mismo tiempo está siendo espectador de ella. Esa dualidad se enreda en el mensaje, como la hiedra a un roble. Al igual que se enreda la necesidad del amor con la destrucción del amor. Como comentó Oscar Wilde, todo hombre mata aquello que ama. Ese riesgo acabará por llevarnos a la descripción de un duelo, que tal vez sea inevitable más por que está en nuestra naturaleza tener que superarlos, que por ser imposible evitar estos momentos, estos instantes. Tanta humanidad hace de este libro una obra maestra.