lunes, 6 de junio de 2022

VENECIA

 

Venecia

Jan Morris

Traducción de Concha Cardeñoso

Gallo Nero

Madrid, 2022

429 páginas

 



«La ciudad hiede innegablemente, para empezar; los inviernos son crudos, las funciones toscas, la laguna puede ponerse desagradable, heladora y descolorida; los edificios, uno a uno, considerándolos con una actitud distante y analítica, descienden desde lo sublime a lo sencillamente feo pasando por la antigüedad sobrevalorada».

Es una cita sobre el resumen final que Jan Morris (1926-2020) escribió en su momento tras una extensa revisión de Venecia, cuya última revisión se corresponde al año 1983. Eso sí, en la página anterior detalla una relación de quienes cayeron rendidos a su magia, desde Thomas Mann a Rilke, pasando por Proust, Rossetti, Petrarca, George Sand, Turner, Manet, Shelley, Stendhal, Goethe o Renoir. No se puede amar sin sentir momentos de odio. No existe, por fortuna, la felicidad permanente. Y por fortuna no existe una infelicidad continua.  Sin duda estamos frente a una ciudad muy especial, en la que no cabe algo tan gris como la indiferencia. La razón viene del amor, aunque este parte de algo que se llama aquí encanto. Encanto, encantamiento, magia, hipnosis… Venecia posee esos atractivos que hacen que el ángel y el demonio se nos instalen dentro del cuerpo. Aunque Morris no intenta escribir un libro sobre el amor directo a Venecia.

En realidad, la obra es un compendio perfectamente articulado de todo lo que se podría relacionar con Venecia. Contiene algo de guía para el viajero y bastante de historia; es documental y es una inmersión subjetiva; nos habla con romanticismo, pero también desde una perspectiva impresionista que roza la mejor labor de quien se dedica al periodismo. Es un libro en el que leemos sensibilidad, pero también pasión, juventud, fuerza y una clara intención de comunicar de forma holística lo que trasciende de una ciudad tan vinculada al hedonismo. Morris confiesa siempre la bipolaridad de un lugar en el que halla tanto la melancolía como la alegría, la tristeza como la exuberancia, y para ello se vale de su mejor estrategia, que es un estilo tan perfecto como sorprendente a la hora de ejecutar una descripción:

«El agua de alrededor es opaca y poco profunda, la atmósfera curiosamente traslúcida, los colores pálidos y, por encima de la amplia hondonada de agua y bancos de lodo, se cierne una insinuación de melancolía».

«Para aprender a hacer una taza de café, a enmarcar un cuadro, a disecar un pavo real, a redactar un tratado, a limpiarse los zapatos o a coserse un botón de una blusa, que consulte a la autoridad veneciana pertinente».

Dividido en tres grandes bloquea -el pueblo, la ciudad y la laguna-, Venecia es una obra que nos habla sobre la admiración y nos recuerda lo grato que es sentirla, cómo esta emoción nos ayuda a ser mejores. Eso sí, mientras Jan Morris explica Venecia, uno se siente tentado a preguntarse qué necesidad hay de expresar esta explicación. Y uno va cayendo en la cuenta de que estamos ante una narradora que se sabe extranjera y, más concretamente, que se sabe británica. Pero que a pesar de ello, ni siquiera practica ese colonialismo de divulgación cultural que con tanta frecuencia es nuestro sustrato en cuanto partimos lejos de casa.

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