jueves, 29 de diciembre de 2022

CUALQUIERA QUE OS DÉ MUERTE

 

Cualquiera que os dé muerte

Cecilia G. de Guilarte

Rasmia

Zaragoza, 2022

443 páginas

 



“Me marché porque me dio coraje perder la contienda. He regresado porque me da coraje estar fuera de España contra mi voluntad. Así se expresó Cecilia G. de Guilarte (Tolosa, 1915 – 1989) durante la recepción del Premio Águilas por Cualquiera que os dé muerte, que ahora recupera la editorial Rasmia. La novela no carece de un fondo autoreferencial, algo que parece inevitable y que a nosotros nos resulta tan revelador de aquellos años que retrata. “A mí la República me hizo anarquista, (…) porque resultó una República tan Pachuca y tan así, y hacerse anarquista era lo menos que un joven podía hacer en aquellos tiempos en lo tocante a protestar”, llegó a decir, esta mujer que, como tantas otras, estudió en un colegio religioso. En su anarquismo, o junto a él, en plena convivencia y en pleno diálogo, subyace un socialismo cristiano. Y también está presente, en la obra, esa evolución hacia una izquierda republicana, que se debe al exilio en México y al resultado de convertirse en una mujer sin tierra. De hecho, padecerá un doble exilio, pues no soportando vivir alejada de su tierra natal, decide volver para encontrarse con un país que nada tiene que ver con su idealización, que es uno de esos recursos, tipo autoengaño, que tantas veces cultivamos para poder soportar la realidad de nuestros días y nuestras noches. La realidad con la que se topa será de esas que provoquen mucha desintegración interior.

Cualquiera que os dé muerte es un texto atravesado de un realismo concebido para intentar explicar el propio pasado, y así tratar de cerrar heridas. Ese pasado será bastante similar a tantos otros de una época en la que lo más duro a lo que uno podía enfrentarse era al hecho de vivir. El primer valor que se reconoce en la obra es el testimonial: no es frecuente novelar, es decir, traducir a relato, el malestar social con tanta sencillez. Nos hallamos frente a textos mundanos, en oposición a lo celestial, con textos que nos traen a la Tierra. Asistimos a varios años de vida a través de un personaje femenino y a una serie de personajes secundarios que lo orbitan. La novela tiene un carácter semicoral: tenemos a Francisca, la muchacha de familia anarcosindicalista, y a toda una plétora de personajes que entablan constantemente conversaciones sobre los asuntos que más preocupan en su época, sobre temas sociales y políticos. Vamos reconociendo cada una de las posturas que ya hemos leído en ensayos y crónicas de época, desde el comunista convencido al crítico con la labor sindical, pasando por puntos de vista anarquistas y defensores de causas sociales vinculadas al catolicismo; hablaremos constantemente sobre comunismo, anarquismo, sindicalismo, dictaduras y ateísmo. A lo largo de la obra, tenemos la impresión de que nos retrata un país en formación, un país cuya consistencia no deja de ser tan maleable como la del agua.

Nos acompañarán campesinos y obreros, y podremos observar las diferencias entre unos y otros. Hablarán sobre el odio entre partidos políticos. Y veremos a cantidad de personas que pretenden tomar la iniciativa, llevar a cabo proyectos, y se van dando de bruces con los engranajes oxidados con que rueda este país, o, más miserablemente, con la condición humana. Esto les obligará a estar a la defensiva, que es la pose más frecuente de los protagonistas del libro. El mundo es demasiado grande y la tentación es la de echar a correr, pero no existe carrera que nos saque fuera del mundo.

«Las familias de la aristocracia española, y por simple espíritu de imitación las de la alta burguesía, al primer hijo lo hacían general, al segundo embajador y al tercero obispo». «Los anarquistas, nuestro feroz individualismo; los socialistas, nuestra mediocridad; los carlistas, nuestro fanatismo; los monárquicos, nuestra entrañable vanidad… y los pequeños partidos, desgajados unos de otros y sin ninguna originalidad, nuestro inveterado escisionismo y nuestra envidia». «Porque yo, aunque tú digas que soy romántico, en lo último que dejaré de creer es en la lealtad de la raza, en su profundo sentido del honor. Seremos asociales, medievales, primitivos, todo lo que tú quieras; pero el español…». En los extractos seleccionados se reconoce la intención de la autora, que busca explicar porque necesita cauterizar su pasado, confiando ciegamente en el poder sanador de la literatura. Al menos dentro de la obra, el malestar tiene una razón para existir.

martes, 20 de diciembre de 2022

MALDITA SUERTE

 

Maldita suerte

Lawrence Osborne

Traducción de Magdalena Palmer

Gatopardo

Barcelona, 2022

220 páginas

 



El asunto que nos llega por todos los caminos, porque subyace a casi todas las historias, es el de la estupidez humana. Rara vez se convierte en el eje central de la historia, pero siempre está presente, tal vez a través de algún personaje secundario, tal vez a través de momentos de escasa lucidez, tal vez disfrazado de locura o incluso de amor. Llevado a primer plano, lo más oportuno, lo que mejor funciona, es traducirlo a una adición. Ahí está, por ejemplo, la adición al dinero de los lobos de Wall Street, esos psicópatas. O la adición al alcohol, que tan bien se expresa en películas como Días de vino y rosas. Podemos hablar de erotomanía o de ambición, pero siempre veremos tras cualquier tipo de codicia enferma un reflejo de la estupidez. También la comprobamos en obras como El rey Lear, pero para llegar ahí hace falta mucho talento.

Lawrence Osborne (Londres, 1958) nos trae ahora la estupidez humana llevada a un grado casi increíble reflejada a través del juego en los casinos. En una primera reflexión, uno puede sentirse tentado a considerar que le importa muy poco la suerte del protagonista. ¿A quién le puede interesar la vida de un tipo que sólo aspira a jugar a un juego de cartas en el que ni siquiera se precisa de la habilidad? El tipo busca la suerte, que le condene o le enriquezca. Y el dinero sólo lo quiere para seguir jugando, para que la apuesta que ejecute sea con un montículo de dinero mucho más grande. Y, básicamente, en esto consiste la novela, en aguardar la suerte del personaje, que no hace nada para creársela. Sabemos que el origen de su fortuna, la que le permite viajar a Asia y enfangarse en ese mundo que nos resulta tan ajeno, es inmoral; sabemos que la adición es idiota; sabemos que ha querido cortar con cualquier atisbo de raíces y que prefiere ser un individuo extraño en un país extraño, llamar la atención por su apariencia a camuflarse. Y sabemos que perder dinero es para él una forma de sublimarse, de llenar un vacío que, suponemos, sólo puede ser existencial, aunque a medida que pasamos páginas podemos considerar que obedece a pulsiones mucho más primarias, mucho más bajas, más animales. ¿Hay una lectura existencialista, tal vez metafórica, en la novela? Los vaivenes del personaje están sometidos a rachas, buenas o malas, como las de cualquier otro habitante de la Tierra. Sólo que él ha elegido un mundo tan superficial, tan exótico, tan foráneo, que nos resulta más alejado que el que se representa en las películas de ciencia ficción. Damos por supuesto que existe, y Osborne se esmera en demostrarnos que existe a través de detalles y descripciones del juego, del ambiente, de los personajes peculiares que uno puede hallar allí donde suceden los envites.

Eso sí, a mitad de novela se nos ofrece un apunte sobre la salvación, que, como no puede ser de otra manera, tiene que ver con el amor. Y nuestro personaje termina por darle la espalda. El problema de dar la espalda al amor es que cuando luego quieres recurrir a él, porque te sientes miserable, el amor te ha dado la espalda a ti, y seguramente al ser que querías haber amado y que estaba dispuesto a amarte. Aunque uno no está seguro de si este personaje contiene en sí la suficiente sensibilidad como para sentirse miserable. Ese exagerado nihilismo cruza toda esta novela y nos deja, eso sí, muy preocupados.

lunes, 19 de diciembre de 2022

HOMBRES FATALES

 

Hombres fatales

Elisenda Julibert

Acantilado

Barcelona, 2022

165 páginas

 



La historia de las relaciones entre hombres y mujeres está llena de dientes. Asoman cuando uno sonríe y son protagonistas de los mordiscos. Desde los dientes, a ser posible afilados, se escupen los principales tópicos, incluidos el de la mujer fatal, que tan útiles son para maldecir sin razones, por la mera necesidad animal de encontrar un culpable. A partir de ese tópico y algunas de sus principales construcciones narrativas, Elisenda Julibert (Barcelona, 1974) crea este ensayo cuyo título ya nos revela la intención de dar, por fin, la vuelta a la tortilla: Hombres fatales. Metamorfosis del deseo masculino en la literatura y el cine. De hecho, las obras que elige han sido compuestas por hombres, y la intención es descubrir, más con sociología que con psicología, qué efecto rebote pudo provocarlas, como reacción a qué surgieron.

La relación participa tanto de los espacios que hemos conocido en ese tema como de apuestas sorprendentes: Carmen, Luis Buñuel y su Ese oscuro objeto del deseo, la Albertina de Proust, las mujeres de Hitchcock encarnadas en el enigma de Vértigo, Lolita y los dos personajes extravagantes que protagonizan la inconclusa Bouvard y Pécuchet. Estamos en lugares donde los hombres perdieron la cabeza por algo que se acerca más al deseo que al amor, y también en lugares donde los hombres sublimaron el deseo para sustituirlo por otros afanes. Entramos en territorios de interpretación de la mente del autor, que siempre será enigmática, pues aunque contáramos con confesiones completas, desconocemos todos los mecanismos del inconsciente. Julibert, eso sí, trata de facilitarnos claves a través de interpretaciones posibles que pasarían por teorías del psicoanálisis, por ejemplo, sin dejar de advertir que estas mismas teorías han sido, a su vez, elaboradas por hombres.

Se trata de reivindicar la figura femenina como una entidad que es mucho más que gasolina. Ni siquiera la Lolita de Nabokov se debería ver a modo de pequeña víctima, pues la narración no deja de estar contada por Humbert, el cuarentón obsesionado, pedante y con un más que probable complejo de inferioridad. El destrozo, en cualquier caso, ha sido inevitable para la estampa de la mujer. Sin embargo, a lo que realmente asistimos, lo que es cierto, es que detrás de la obra podemos leer la mente, o la pasión o eso que solemos llamar alma, de un autor. Y no dejamos de ser un nido de fracasos, frustraciones, pulsiones sin resolver, deseos sesgados. También de alegrías y memorias fabulosas, sí, que posiblemente sean las que empujan a la creación, intentando que ellas se repitan aunque sólo sea a través de la imaginación, pero interrumpiendo los sueños porque no conseguimos ver, la mayoría de las veces, finales felices.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

DIARIO DE ITALIA

 

Diario de Italia

Marina Hernández

En el mar

Toledo, 2021

111 páginas

 



Al final todos los viajes son un lamento, porque los momentos felices que supusieron han muerto. La sensación es la de seguir vivo en un mundo que se ha ido poblando de fantasmas, porque los fantasmas tienen una consistencia muy parecida a la de los recuerdos. Imaginar que aquellos instantes siguen vivos es un ejercicio que pude llevarnos a la melancolía o a la brega: nos sabemos capaces de repetir no ya los instantes, sino las sensaciones. Uno se muere de pena muchas veces viendo las fotografías y apenas le queda el recurso de aturdir a un amigo mientras lo hace, explicándole lo divertido o gozoso que fue vivir aquellos minutos. O puede recurrir a la literatura, que es un intento de vivir de nuevo los sucesos, de reintroducirlos en esos espacios que permiten los huecos que hay entre los pulmones y el corazón. Y, mientras tanto, como hace Marina Hernández, intentar definir en qué consiste el viaje y en qué consiste el proceso de escritura, o la necesidad de escribirlo. O tal vez de reescribirlo, porque este Diario de Italia obedece a una reformulación de los apuntes tomados a lo largo de unos días en esa tierra de luz y de calma.

El espíritu de la obra es el de un dietario elaborado, lo cual puede parecer un oxímoron, pues se supone que el dietario es espontáneo. Pero la poesía, y la proximidad a lo poético está puesta sobre el tapete, requiere elaboración; tal vez no reescritura, pero sí un proceso de maduración y decantación. No se puede ser lírico sólo con la pretensión. El lirismo que transmite este diario es el de un lamento, porque nos enfrenta la actualidad a la memoria, porque vuelve a mirar hacia un mundo que no entiende. Aunque reconoce que no existe otro motivo para mirar que no sea nuestra perfecta incapacidad para no entender las cosas. En estas páginas apenas hay historia y sí una situación, que se describe con sencillez, y que representa las virtudes, de todos conocidas, que se atribuyen a las culturas y los parajes del Mediterráneo: ahí está nuestro anhelo de observar en solitario, nuestra impresión de recargar la vitalidad que precisamos para disfrutar de la luz y de la amistad, la reiteración de nuestra intención de ser humildes, ahí está la calma y el deseo de reposo. Como en todo dietario, la autora habla de sí, pero sin incurrir en tentaciones narcisistas, sin caer en la autocomplacencia. Se agradece, y mucho, el tono natural y directo con que nos trae su memoria.

martes, 13 de diciembre de 2022

CAMINAR HASTA EL ANOCHECER

 

Caminar hasta el anochecer

Lydie Salvayre

Traducción de Marta Cerezales Laforet

El Desvelo

Santander, 2022

131 páginas



 

¿Cómo debemos comportarnos frente al arte? En cualquier caso, sin codicia. Existe una codicia económica, que todo lo ha contaminado, pero también existe la codicia de prestigio, de reconocimiento y de sentirse un ser superior, un superdotado, alguien que cuando habla los demás deberíamos callar. Existe una sacralización que está desbaratando todo, que nos lleva, con frecuencia, a refugiarnos en la artesanía para encontrar, entonces, objetos hermosos. Ahora uno desea más tener una máscara africana colgada en el salón de su casa que un cuadro de un pintor expresionista abstracto. El arte contemporáneo de la sensación de estar esperando su propia parusía, pues desde hace tiempo es demasiado cerebral y desde hace tiempo apenas cumple las funciones decorativas. Existe en un estrato social que no es común, que no está afectando de belleza a la gente, que se atiene a una clase alta que ha perdido el sentido de la realidad. El arte contemporáneo es una farsa.

Sobre ese sustrato escribe Lydie Salvayre (1948) este delicioso libro, a mitad de camino entre la experiencia personal y la reivindicación política. Alguien le propone pasar una noche en el museo Picasso, junto a la escultura El hombre que camina, de Giacometti, y allí va, de cabeza, dispuesta a mostrarnos todas las reflexiones que dicha situación provoca en su interior. Asistimos a un tornado de emociones y de sugerencias, desde las que se refieren al arte y a la farsa del arte, a las que atienden a la admiración por esta obra y por la sencillez y la humildad del artista Giacometti, cuya obra maestra, al margen de la escultura que adora Salvayre, es su propia biografía, su estilo de vivir. En buena medida, el libro está construido sobre ella misma, sobre su personalidad, sobre sus intereses, sobre sus emociones, sobre lo que cree haber aprendido a lo largo de los años. Nos habla de sus filias y muy pocas veces nos aturde con sus fobias. De hecho, leemos más a una autora que se compadece, en el sentido estricto del término, padecer con, que a alguien que aborrece. Aborrecer no merece la pena. Pero sí asistimos a un momento que nos habla sobre la necesidad de introspección, que deberíamos practicar de vez en cuando, y sobre una praxis de la introspección sin estridencias, sin onanismo. Ese es el gran valor de este ensayo que toca temas culturales y de cultura personal, de formación sentimental y de sociedad que se pudre por alguna de las costuras. Un texto que debería afectarnos hasta proponernos emular ese espíritu, modesto y analítico, que muestra la autora.

sábado, 10 de diciembre de 2022

ARAUCO

                                                                                                                                                                                                                 Arauco

Juan Manuel Zurita Soto

Comba

Barcelona, 2022

234 páginas

 



El tema del regreso da pie a las mejores psicoterapias: a medida que uno revisa su pasado, va derribando todos los andamios con los que se ha mantenido en la realidad, esos autoengaños que construyeron un relato que nos resultaba coherente, que justificaba cada minuto, cada elección, incluidas las más cobardes. Al mismo tiempo, la terapia, que te reconcilia con el relato del pasado al ser imposible volver a vivirlo para ir corrigiendo, sustituye los andamios por la propia verdad. O al menos así es como debería ser. Esta novela, Arauco, que ahora tenemos entre manos, nos propone esa suerte de ejercicio a través de una ficción. Juan Manuel Zurita Soto (Chillán, Chile, 1978) inventa a un personaje que regresa desde la capital, Santiago, a una población de provincias, al sur de Chile, en la que quedó su infancia y también sus padres. El regreso supone descubrir, de una vez por todas, las raíces. Nuestro protagonista atraviesa la crisis de la mediana edad, incrementada por la reciente pérdida de su empleo como periodista. Y se pregunta si aquel malestar por el que salió disparado, a los dieciocho años, huyendo de Arauco, que es el nombre de la población, no será, a estas alturas, algo más parecido a confort.

Pero no puede dejar atrás su afán, su dedicación al periodismo, y el viaje se justifica en la investigación de un crimen inexplicable que tuvo lugar en Arauco muchos años atrás. Esta investigación atraviesa la novela a modo de Macguffin, proporcionando trama, pero sin sustituir al conflicto que subyace, a esa búsqueda de raíces, a ese cuestionamiento del pasado y el redescubrimiento del lugar. Zurita Soto construye esta trama con el placer de investigar a los investigadores; es decir, nos explica un poco cómo es el trabajo de quienes se propusieron escribir una novela sobre un crimen real. Es inevitable que se nos venga a la cabeza un título como A sangre fría, y pensemos que nuestro hombre tiene como emblema, como bandera, a Truman Capote. Asistimos a una investigación más o menos sencilla a partir de los informes y demás papeles, y veremos cómo se van torciendo la posibilidad de progresar en cuanto se relaciona con los otros habitantes de Arauco. Lo más complicado a la hora de encontrar nuestro lugar no es el sitio, sino la gente.

Zurita Soto imbrica esta trama con la experiencia del protagonista, que se ve obligado a reconsiderar todos sus prejuicios a partir de los cambios. Nada nos protege de estas comparaciones y sus resultados. En nuestro interior, se entabla un debate entre quiénes somos y quiénes hemos creído que hemos sido. Y de esta crisis uno debería salir creciendo, haciéndose más fuerte o, al menos, más resistente. La trama y el conflicto están muy bien equilibrados y narrados con pulso sereno, con una prosa que descansa en el buen oído. Ahí nos encontraremos frente al pueblo que nos juzga, como juzgaron a los implicados en el crimen, a los que vamos conociendo a lo largo del año que el protagonista convive con ellos. De la condena social no nos libramos ninguno.

Y hacia la mitad de la obra, empezamos a sentir también nuestras dudas. Quedarse y hacerse en parte cargo de la ferretería familiar puede suponer otra forma de encierro. Tendremos que aprender a convivir con este temor para aprender, a su vez, a convivir con los beneficios del reencuentro, que podría alargarse hasta por voluntad propia. Para ello uno debe llegar hasta el final de la terapia, que supone descubrir al criminal, pero también descubrir qué parte de volver a visitar el pasado nos ayuda a sentir descanso. Para afrontar este largo trance es necesario acopiarse de valor, pues lo horrible, o el miedo a lo horrible, no dejará de salir al camino. “Caminar por el pueblo es ponerse a pensar”, nos dice el protagonista, que es quien nos habla. El momento y la situación, pues, pondrán en marcha las ruedas de la inteligencia, sugiriéndonos qué tipo de estímulos necesitamos para no mantenerlas dormidas.

 Fuente: Revista de letras

jueves, 8 de diciembre de 2022

MAQUIS

 

Maquis

Alfons Cervera

Piel de Zapa

Barcelona, 2022

204 páginas

 


En el catálogo de odios humanos destaca el teológico, que suele producirse entre sectas religiosas, incluidas las que cuentan sus seguidores por cientos de millones. No se puede discutir la palabra del líder, que es quien va a poner el suelo bajo nuestros pies, quien evita que nos sieguen la yerba bajo las suelas, la persona que mejor sabe cómo debemos sostenernos sobre nuestras piernas y que es inquebrantable, un tipo que jamás comete errores. Una sola palabra suya, o una sola palabra contra él, basta para que se condene a la hoguera a miles de infieles. A pesar de ello, el odio contra él, como casi todas las formas de odio, libera, porque cuando todos los demás recursos se nos han agotado, cuando parece que ya nada nos indica que debemos seguir existiendo y sabemos que existir supone una lucha, queda la rabia.

Será ese último recurso, que es tan humano y al que nos gustaría no tener que acudir jamás, el que ponga en marcha las decisiones de estos personajes, de los que tuvimos noticia ya en 1997, cuando se publicó la primera edición. Ahora Piel de Zapa recupera Maquis en edición conmemorativa, veinticinco años después, y comprobamos que apenas ha cambiado nuestra sensación al leerla. La vida nos viene en fragmentos y es un suceso coral. Ese es todo el plan que nos puede ofrecer. Las novelas, por su parte, sí obedecen a un plan previo, a unas intenciones, a un propósito. Maquis cumple la doble función de responder a un planteamiento novelístico, con sus recursos perfectamente medidos para dar pie a la emoción del miedo y la espera, y con la figuración de responder a un trozo de vida, fragmentada y sin final.

La escritura sigue reproduciendo el ambiente de época, con su sencillez y a la vez con su trabajo eligiendo bien el lenguaje, cuidándolo, sin adornos y con riqueza. Sus cualidades no han cambiado. Aunque sí las previsiones con las que ahora podemos leerla, que han transformado esta obra coral en algo más coral aún, pues ya no es la historia de estos hombres y de estas mujeres, sino que representa la historia de muchos hombres y de muchas mujeres. Volvemos a la idea de las gargantas silenciadas que todavía imploran por un espacio. La necesidad de recuperar esta obra es evidente, pues nos habla mucho mejor de tantas cosas de el pasado que los artículos de prensa y las leyes y los debates sobre las leyes.

Porque la novela funciona en un grado más humano, menos administrativo. Aquí volvemos a enfrentarnos a los principios morales de los hombres que marchan a luchar contra el fascismo, sin apenas recursos, emulando a los bandoleros. Pero también con la ética de las mujeres que, como Penélope, esperan y que, como María Magdalena, intentan librar del sudor a los condenados. Estuvieron en la sombra por culpa de la tradición y de las maldiciones de la posguerra, que parecen dos males entrelazados como la planta trepadora al tronco del árbol. Volveremos a recomendar la lectura de esta novela, que no dejará a nadie con mal sabor de boca, por su calidad literaria, y ayudará a entender la humanidad que acompañaba a tantos desfavorecidos a los que no les quedaba otro recurso que no fuera la rabia.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

NO OIGO TU PALPITAR

 

No oigo tu palpitar

Miguel Ángel Sánchez Rafael

Villa de Indianos

Madrid, 2022

173 páginas

 



No hacemos mal a nadie si defendemos que existe el amor más allá de la muerte. Serán ceniza, mas tendrán sentido, dictó Quevedo en el que es, posiblemente, su mejor soneto. Polvo serán, mas polvo enamorado. Ha fallecido la persona a la que quisimos con el amor más puro y somos incapaces de encajar la idea de que con él se ha ido lo mejor de nosotros, que es la voluntad de querer y ser querido, y la dedicación a querer y permitir que se nos quiera. Esa es la tragedia que todos hemos conocido y a pesar de ello no cesa de sorprendernos como si fuera la primera vez que sucediera. Contarlo como si no hubiera ocurrido nunca es una de las tareas de quien se dedique a relatar, oralmente, por escrito o a través de una película.

Ese espíritu es el que pone en marcha las intenciones de Miguel Ángel Sánchez Rafael (Llerena, 1967) a la hora de crear a un narrador que se dedica a recopilar la vida de su abuelo, la gran figura de ternura que ha habido en su infancia y adolescencia. A partir de ahí, se elabora una serie encadenada de sucesos, una relación, que ocupan el lugar que en otras novelas ocupa la acción o la trama. Estos sucesos responden a las mejores intenciones, pues cada uno de ellos obedece a un reclamo que es coral y que ha existido a lo largo de las últimas décadas: se nos habla de la memoria del pueblo, de la historia de los desfavorecidos, de la dignidad de los humillados, de la lucha de las mujeres, de la reconciliación de los bandos, del perdón y de la negación del olvido. Todo ello a través de la historia de un personaje, el abuelo, que ha vivido tanto y siempre en el lado equivocado de la historia, si es que la historia la escriben los vencedores.

En realidad, la historia no debería ser una lucha, un combate en que haya vencedores y vencidos. Pero así es como nos la han enseñado, con ese ímpetu castrense que todo lo intoxica. La reproducción de episodios que idea el autor no adolece de imaginación, porque de lo que se trata es de que todos podamos sentir que tal vez esa pudo haber sido nuestra historia o la historia de nuestros antepasados. En ella se entrelaza la pobreza y la memoria, como la hiedra al muro, y así se impregna la novela de un carácter de testimonio. En ese testimonio lo más extraño que se destila es el salto generacional, lo poco que tiene que ver aquella vida con la de los nietos, por más que nos empeñemos en encontrar puentes e identificar intensidad de sensaciones. Algún apunte sobre ello también aparece en la obra.

Estamos frente a una elección con riesgo, que es la de anteponer el retrato a la actuación. Esta decisión nos lleva a preguntarnos si el autor no pretende mostrarnos un mensaje nostálgico, a pesar de que acompañemos a personajes que las pasaron canutas. ¿Es posible sentir nostalgia por lo que uno no ha vivido, aunque sólo sea por el hecho de que lo vivió la persona que más amaste? El tema que apunta esta novela da para empeñarse en conseguir una gran obra literaria, un asunto al que consagrar muchos años y mucho trabajo.

domingo, 4 de diciembre de 2022

EL HIJO

 

El hijo

Gina Berriault

Traducción de Blanca Gago

Muñeca infinita

Madrid, 2022

159 páginas

 



«Pero mientras narraba estas historias de héroes, allí tumbada junto al niño, no se acordaba del hombre ausente, sino de la invasión del mundo en su vida, y sentía un miedo placentero».

Uno quiere imaginarse que él mismo es algo, lo que sea que se ha inventado, y trabaja para mejorarse dentro de esa esfera que cree ideal para mantenerse a flote y seguir respirando. Uno trabaja sobre lo que es, sin saber quién es realmente, aunque sólo sea por la presión que recibe del exterior, donde se encuentran las expectativas que tienen los demás para que defina quién es. Uno es lo que es, aunque ignore cómo definirlo, y también lo que se espera que seamos. Y también lo que desearía ser, que es, en nuestro interior, el criterio que se impone. Nuestra protagonista, la joven madre de esta novela, llega a vagar tanto entre esas corrientes, que será capaz de sentir un “miedo placentero”, una expresión que es más una paradoja emocional que un oxímoron.

Seguiremos su recorrido vital sumergiéndonos en varios momentos de su vida, en los que el eje, lo que parece ser un sustrato permanente, es la presencia del hijo. Pero ni siquiera la maternidad es una constante, si tenemos por constantes las cosas que físicamente permanecen. Cuando todo desaparece, nos quedamos, eso sí, con nuestros sentimientos. Sobre esos sentimientos es sobre los que se elabora el relato, que nos habla de los dos grandes carburantes que nos mueven: los miedos y los deseos.

«Nadie estaba tan cerca, tan cerca como para caminar hasta el corazón de su intimidad sabiendo que toda la ira que pudiera sentir ella nunca lograría hacerlo menos hijos, menos querido».

«Si acaso temblaba, sería de miedo por las cosas que empiezan, por las heridas y los conflictos que empiezan; no temblaría de miedo por lo que termina». Ese espíritu es el que la hace perseverar en su intención de seguir viviendo. Pegado a la conciencia de estar siempre teniendo que inventar una nueva vida, está el mito de la media naranja. La veremos enamorarse y tener parejas sin amor, o con un amor matizado. Y comprobaremos lo complicado que es, por no decir imposible, encontrar la felicidad descansada en una relación, tal y como nos promete el mito. Ella se entrega, eso sí, pero ninguna de esas puestas en escena de los sentimientos la evitará el malestar de vivir. En realidad, esta mujer a la que comenzaremos a seguir en los años cuarenta, se está preguntando qué es el amor, al comprobar las diferencias entre los dos amores que se supone debe sentir: el filial y el enamoramiento. Mientras va creciendo, nos preguntaremos por qué ese empeño en considerar que somos los mismos, pasen los años que pasen, por qué empeñarnos en sentir que somos los mismos, cuando ni siquiera mantenemos la misma edad, cuando a nuestro alrededor la única constante es el cambio.

Todas estas reflexiones brotan durante la lectura de El hijo, cuya solidez está en la depuración de tiempos narrativos y la incomodidad que nos transmite sobre el hecho de vivir. No será fácil para la protagonista, que es alguien en quien podríamos reconocernos fácilmente. Y eso puede provocar un miedo placentero.

 

viernes, 2 de diciembre de 2022

MADAME GAUGUIN

 

Madame Gauguin

Fietta Jarque

FCE

 Madrid, 2022

280 páginas

 

 


Entre Flora Tristán y Paul Gauguin, está Aline Gauguin, que fue hija, madre y persona. Vargas Llosa quiso acercarse un poco en El paraíso en la otra esquina, pero es esta novela de Fietta Jarque la obra que mejor nos acerca a esta figura, a esta mujer.

«

Seguir adelante. Eso es lo que tengo que hacer. Qué remedio. Cada día comprendo mejor algunas de las actitudes de mi madre. Ser independiente, trabajar, valerte por ti misma sin deber nada a nadie. A ningún hombre. No depender de la fortuna de los otros. Esas eran las recomendaciones de Flora antes de despedirse y dejarme olvidada, mientras ella iba en pos de una misión superior. “No te puedo llevar, querida, esto debo hacerlo sola”, me dijo antes de emprender su largo viaje proselitista por todo Francia. Por entonces yo estaba orgullosa de ella. Era una diosa, la verdadera mujer-mesías. Al final vino la decepción, la traición. No soy más otra víctima de Flora, de su gesta superior. Fui desechada, dejada de lado
».

El comentario surge hacia la mitad del libro, que ha transcurrido, en buena medida, en la ciudad de Lima, en la que se tejen relaciones que cabalgan entre el interés por la construcción del personaje y la vacuidad del ambiente de tertulias políticas, las conversaciones y poses entre supuestos intelectuales, en momentos en que sólo caben seres diletantes interviniendo.

Más adelante crecerá el pequeño Paul, ese admirable salvaje, y volveremos a Europa, donde la vehemencia del artista impone un nuevo ritmo de vida. De hecho, a medida que transcurre el libro su intervención será más definitiva.

Aunque está narrado en tercera persona, Jarque permite intervenir otras voces, sobre todo la de la propia Aline, que nos muestra sus dudas ante la lucha por vivir. Todos los que intervienen pueden dar su testimonio y así ayudar a crear una atmósfera elegante, que acompaña a ese estilo académico, a veces demasiado académico, con que está resuelta esta novela biográfica. Aunque tal vez lo más interesante sea volver a leer la lucha de una mujer por el empoderamiento, que debería haber sido natural desde los tiempos de Eva. La reivindicación de sororidad entre la autora y la protagonista es el mayor valor de esta historia que, por lo demás, se lee con agrado.

jueves, 1 de diciembre de 2022

LA TIERRA DE VALLEJO

 

La tierra de Vallejo

John Gibler

Pepitas

Logroño, 2022

124 páginas

 



Acostumbrado a debatir, uno termina por salir de sus casillas cuando se encuentra, una y otra vez, con la misma respuesta, la de una consigna aprendida en un catecismo, la del pensamiento único, la de los tópicos, los lugares comunes. Deberíamos preguntarnos, cada vez que soltamos una jaculatoria que hemos recibido desde medios o púlpitos, o desde la imposición social en la que debemos integrarnos para no resultar unos parias, quién sale beneficiado de que pensemos así, bajo ese dictado. La respuesta suele ser la misma: el más poderoso, que es el más malo. Decir, por ejemplo, que todos los políticos son iguales, favorece la avaricia del peor de todos ellos, o al menos favorece su integración en la sociedad y hasta el perdón de los que quieren estar convencidos.

John Gibler (1973) es un periodista que no quiere que se le reconozca por su origen, su lugar de nacimiento, que viaja a Perú, a visitar los lugares donde vivió el poeta César Vallejo, y termina enfangándose en conversaciones que sólo facilitan la labor de colonización de los poderosos. Habla con personas, pasionalmente, y sólo encuentra esas consignas que maldicen a quienes maldicen los poderosos, los más malos, sin reparar en ninguna intención de ser crítico con las consignas, sin mirar hacia la periferia, sin detenerse a pensar quién es el principal perjudicado, que suele coincidir, aunque s-sólo sea por un cálculo basado en la simetría, con el más desfavorecido. Uno va al viaje con toda la ilusión y regresa con enfado.

Pero eso es sólo el capítulo final. Este diario es un texto escrito al galope, con ritmo vivo, con intenciones de expresar la inmediatez y no la reflexión profunda. Gibler se ha desplazado hasta Santiago de Chuco, para intentar recopilar información en las bibliotecas y los museos del lugar donde nació César Vallejo. Lo que allí se encuentra es un desastre que podríamos calificar como kafkiano, si a Kafka se le hubiera pasado por la cabeza que lo que mueve al mundo es la pereza. Como a los personajes del escritor checo, a Gibler se le niega cualquier final por postergación perpetua. Claro que él mismo confiesa que vivir parece consistir en repetirse constantemente:

«En el camino venía pensando -otra vez- que a los cuarenta y cinco años estoy haciendo básicamente lo mismo que a los veinticinco: vagar solo entre cafés y hoteles baratos con libros y libretas».

A pesar de esta inmovilidad, Gibler sigue construyendo su empeño, porque César Vallejo es una leyenda. Y las leyendas sirven para educarnos, para mostrarnos modelos, los modelos de compromiso y lucha por la justicia que le empujarán a rebelarse contra los lugares comunes, que son propios de desalmados. Gibler nos muestra que uno viaja para crecer y que uno lee para crecer. Y, mientras tanto, duerme fatal. La solución pasaría por los somníferos, pero se pregunta, como en tantas ocasiones, si el insomnio no ha sido el mejor amigo de muchos de los mejores textos que se han escrito. Dejar de dormir para leer a César Vallejo, se nos indica, es un acierto. Y todo ello dictado con un oficio de escritor que hace que leer sea una tarea sencilla.