miércoles, 27 de septiembre de 2017

Y ESO FUE LO QUE PASÓ

Y eso fue lo que pasó
Natalia Ginzburg
Traducción de Andrés Barba
Acantilado
Barcelona, 2016
110 páginas

“Natalia Ginzburg es la última mujer sobre la faz de la tierra, el resto son hombres”. Así empieza el prólogo de Ítalo Calvino a la segunda novela que publicó Natalia Ginzburg (Palermo, 1916 – Roma, 1991). Y la novela, por su parte, comienza con un disparo que una mujer, sobre la que algunos lectores presumen que Ginzburg desplaza los sentimientos propios de ella, de la última mujer sobre la tierra, entre los ojos de un tipo. Conociendo cómo acaba la novela, queda por saber si es un acto heroico o la consecuencia del aburrimiento. Damos por supuesto que la venganza está fuera de alguien que, como apunta Calvino más adelante, posee la ternura de creer en los pocos objetos que consigue arrancarle al vacío del universo, y también en los escasos gestos. Con eso debería bastar. Frente al tazón de natillas, nada pesa intentar buscar la razón de una vida pequeñoburguesa y un matrimonio que más que infeliz es pura desidia, convención, una alteración no mayor que la que supone encender la luz apretando el interruptor cuando cae la noche. Aunque, en palabras de Ginzburg, es la noche interior lo que permanece vivo en esta historia, lo que no consigue modificar el paso del tiempo.
La verdad es que los temas que trata son universales y eternos. Porque todos tienen que ver con los miedos, que forman un nido de víboras sobre el que vivir resulta una fatalidad. Existen muy pocas formas de saltar para alejarnos de ese nido de víboras, y todas tienen que ver con la pasión. En este caso, la protagonista comienza confundiendo la pasión con la esperanza, que es más traicionera: mientras la pasión nos motiva para poner en marcha los mecanismos de la pura vida, la esperanza nos deja en nuestro sitio confiando en que algo suceda para enderezarla o darle sentido. Ese algo suele trasladarse al ámbito del amor, es decir, a encontrar un novio o una novia. Ahí es donde pone la protagonista la esperanza en la felicidad. Ha llegado a la gran ciudad huyendo de las miserias de un pueblo pequeño, desconociendo se sabrá estar a la altura sentimental. Ginzburg nos presenta a una mujer que tiene tanto miedo a lo abstracto, como es no ser querida, como a lo concreto, que es mostrarse provinciana. Es una mujer con miedo a ser débil o a parecerlo, y por tanto encerrada en la jaula de su imaginación.
Un hombre de mediana edad, de mal físico y enamorado de otra persona, termina por ocupar ese lugar que debería rellenar todos los agujeros, pues su presencia la ayuda a sentirse bien. Tras una suerte de encuentros y desencuentros, el matrimonio termina por tener para ella un sentido básico, el que impone la raíz de la palabra: ser madre. Ginzburg nos muestra un matrimonio en el que los protagonistas se colocan las cadenas y se conforman con la situación. Pocas relaciones de amor son más indeseables. Para dar énfasis a este adjetivo, introduce un personaje secundario, la mejor amiga de la protagonista, que es una cabeza loca, pero que jamás pierde el suelo donde pisa. Lo cual acrecienta la inseguridad de la protagonista. Servido así el menú, nos enfrentamos a una obra que mezcla lo mejor de las tragedias griegas y de la tradición europea, representada por Maupassant. Una novela breve que comienza relatándonos el final, pero en la que lo que pesa es el drama del miedo, ese abismo que destruye tantas y tantas expresiones de cariño.


Fuente: Quimera

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