El coloso de Nueva York
Colson Whitehead
Traducción
de Cruz Rodríguez Juiz
Mondadori
Barcelona,
2.005
200
páginas
16,50
euros
Un monstruo de trece cabezas
La ciudad donde vivo es un monstruo de trece
cabezas. O tal vez de más, de miles, de millones, de tantas como habitantes la
pisan –pues a eso se reduce su vida, a pisar las calles, plazas y parques-, o
puede que de una única cabeza, la que exhibe las metáforas musculadas con
sonido artificial de que tanto gusta el que reside en el monstruo de asfalto,
que se llama Colson Whitehead. Si bien, podría lucir el nombre de cualquiera de
nosotros, lectores, a los que no deja de interpelar recurriendo a la segunda
persona, la misma que en voz inglesa se utiliza para generalizar, para abarcar
globalmente al ser humano, al igual que en nuestra lengua se recurre al sujeto uno. “Tu ciudad ha sufrido daños”, dice
refiriéndose a los cambios contra los que uno nada puede hacer, pudiendo haber
elegido la fórmula de traducción, “la ciudad de uno a sufrido daños”. En este
caso, la elección de Cruz Rodríguez al traducir es doblemente correcta, primero
por la fórmula de interpelación directa ya mencionada, y en segundo lugar por
la asociación con un lenguaje extranjero que cada día compone más la melaza de
nuestra vida, y que es la ciudad de Nueva York.
Colson Whitehead escoge trece espacios y tiempos de
la megápolis por su especial significado: las entradas porque aparentemente
nadie es autóctono, y ese flujo produce una vitalidad que invita al desaliento;
el puerto donde desembarcan inmigrantes a lugares cuyos detalles nos remiten al
vacío de la existencia; la rutina del día que comienza con no más sentido que
el de estar en una ciudad un tanto variopinta; el supuesto oasis que es Central
Park, pero que compartirá idénticas miserias a las del hormigón, de ahí que se
mantenga el pulso rítmico; la enfermedad que invade al que desciende al metro,
cuya percepción funcionará como en un sueño húmedo de fiebre; el fugaz cambio
que supone la lluvia, un cambio que implicará que todo ha de seguir igual;
caminar por Broadway para sentir que cada nimiedad que opera en tu vida te hace
un ser importante, pero sin perder la conciencia de que uno es, mediocremente,
otro más; la decadencia de occidente reflejada en las aburridas formas de
combatir el aburrimiento, que son la playa y los parques de atracciones; el
puente como ruta o vínculo, donde todo lo que sucede está a mitad de camino,
entre dos aguas de la vida que se ignora qué definen; el momento más
deshumanizado del día, donde Whitehead lleva su técnica prosística hasta el
paroxismo; el teatro sin objetivo de los bares nocturnos, que no se distingue
en nada del resto de la vida urbana; la encrucijada representada por Times
Square, un lugar donde se cortan y cruzan las ideas y las cosas al confundente
ritmo que impone el tráfico; el aeropuerto desde el que al despedirse uno toma
conciencia de que ha visto pero no conocido.
Preocupado por lo concreto, por no interpretar, no
inmiscuirse, dejando que las secuencias enumerativas tengan el mismo rigor que
el del ojo que explora, es decir, ninguno, vagando de acá para allá, Whitehead
deja al lector el arduo trabajo de construir la estructura de la ciudad, su
argumento, su tema. Pero antes nos ha legado una textura en la que el detalle
aparenta ser profundo, sugiriendo una vida gobernada por el nihilismo, que se
va haciendo más críptica a medida que se adentra en esta novela de situación. Y
la situación es que la vida te sucede. Los fragmentos, cada uno de ellos
valorado como se valora cada nota en una virtuosa pieza de jazz, diseñan
estampas complejas que nos llevan a preguntarnos: si esto es lo que nos rodea,
entonces, ¿esto es vivir? Una pega que ponerle, su prosa resulta demasiado
grandilocuente, lo cual le hace perder credibilidad por momentos. No parece un
acierto pretender escribir como si tras cada frase llegara el punto final.
Fuente: Tribuna/Culturas
No hay comentarios:
Publicar un comentario