El defecto
Magdalena
Tulli
Traducción
de Francisco Javier Villaverde González
Rayo
Verde
Barcelona,
2015
167
páginas
16
euros
La
atención sin medida
Una
ciudad, o una plaza que es el símbolo de la ciudad en tanto que ágora, bien
puede ser una celda del corredor de la muerte, o el mismo corredor, el pasillo
al final de cual espera la cámara oscura o el gas mostaza. En cualquier caso,
lo que se supone es un campo abierto, un lugar de encuentro y de ilusiones,
puede dar lugar a literatura de túnel cerrado. Llegado cierto punto, nadie del
equipo coral que construye la obra es ya capaz de imaginarse el mar azul. Todo
es niebla. Gris. Hombres que carecen de rostro. Si alguna vez alguien escribió
para dar testimonio de la felicidad de los días, esa dicha quedó sepultada bajo
una lluvia sin agua. Si acaso cabe una ilusión, esa será la de replicar en las
pantallas de la memoria las alas de las gaviotas en un atardecer rosa con el
sonido del mar acompañando el último aliento, el que deseas más largo. Pero por
el momento, lo que existe es un encuentro aquí, deprimidos los lectores y los
protagonistas, compartiendo una extraña situación que Magdalena Tulli recrea
con maestría.
Escrito
en presente, pasando del estilo indirecto libre al relato en primera persona
con una frecuencia que ayuda a hacer fluido el texto, Tulli impone la libertad
del autor para construir un texto a medida de sus necesidades. Y estas pasan
por conocer a los personajes sin saber con quién estamos tratando. En una
atmósfera gris, sin diálogos, se sucede una actuación coral. La plaza donde
tiene lugar la mayor parte de la acción es un microcosmos y a la vez una
advertencia, como en los mejores libros de ciencia ficción y en los
extrañamientos más logrados, a saber: Kafka, Buzzati, Bowles, etc. En este
lugar de encuentro, como si se hubieran corporeizado a partir de los átomos de
aire, aparece un numeroso grupo de refugiados que pone patas arriba los
esquemas con que se dirige la ciudad. Entonces brota un etnocentrismo atávico,
algo que se traduce más en el odio al otro que en la denunciable xenofobia
mediática. Atañe más a los hombres porque es el antagonista de la compasión, no
del sentir piadoso. A lo largo de la novela no cesa de acumularse gente, a la
que recibimos incrementando un tanto nuestro desagrado. Resulta imposible
identificarse con nadie concreto, porque lo único concreto que existe termina
siendo la ley marcial. Al terminar la lectura, a uno no le cabe la menor duda
de que ha leído una novela con un sentido metafórico. Pero, ¿cuál es el sentido
de tal metáfora? ¿Cuál es el sentido de tamaña acumulación de detalles, propia
de un visionario? La contundencia de la intriga aturde, atrae.
“No
es fácil renunciar a la inatención, a esa aversión por los detalles tan
satisfecha de sí misma. Un conocimiento demasiado exacto de las cosas siempre
conlleva alguna obligación”. En cierta manera, estas frases podrían resumir el
proyecto literario de Magdalena Tulli. De ser así, confiamos en poder disponer
en nuestras manos, tardando poco, del resto de su obra.
Fuente: Revista de letras
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