El sol de los muertos
Ivan Shmeliov
Traducción de Marta Sánchez-Nieves
El Olivo Azul
Sevilla, 2008
272 páginas
El cadáver después de la batalla
En la película Roma, de Adolfo Aristaraín, se describe
una alegoría de la catarsis a través del poder de limpieza de los ríos. El
padre del protagonista le susurra, en su infancia, que la mejor forma de
exorcismo para los males es presentárselos a la corriente de un río; pero el
protagonista va descubriendo, según crece, que el conjuro no funciona, hasta
que ya en la senectud cae en la cuenta de que su error es temperamental, pues
siempre se ha visto incapaz de expresar sus angustias, sus miedos, sus dolores,
en voz alta. Que para superar un mal es preciso invocarlo, verbalizarlo, es un
principio conocido por cualquier psicoterapeuta. Que sea suficiente con la
expresión es una duda conocida por cualquier persona que haya afrontado un mal trance,
incluidos aquellos que le confesaron su desengaño amoroso a un barman.
Y así, con una intención de
denuncia que es cómplice de la catarsis, en un estado de alucinación febril descrito
y analizado por Gabriel Soler en el prólogo de la edición, Ivan Shmeliov
escribió esta magnífica obra, este texto sin concesiones que nos demuestra un
malestar infinito, el que resulta de la certeza de que tanto amor no puede
hacer nada contra la destrucción de la guerra. Tras el fusilamiento de su hijo
sin juicio previo, traicionado por los dirigentes de la revolución bolchevique,
y después de unos meses de exilio en París, Shmeliov afronta la escritura de
unas páginas que vienen a ser algo así como un dietario de la locura. El mundo
que conoció, el territorio siempre romántico del campesinado, se transforma en
el paisaje después de la batalla. La descripción física de los terrenos, de los
animales, de la gente, son metáforas de un páramo moral, baldío, al borde de la
muerte. Shmeliov nos invita a visitar el círculo que Dante no pudo reflejar,
porque todavía se encuentra en esta Tierra, envolviendo al infierno. De esta
forma, Shmeliov se plantea un texto cartográfico en el que nos va desvelando lo
que conoce de forma directa, de ahí que sea una obra lírica, pues impera el
sentir sobre el pensar y sobre lo narrativo. El texto se va desarrollando en
cuadros que abarcan lo que abarca la mirada humana, limitada por el sol y por
el mar, que son los pocos rescoldos de la belleza que están sobreviviendo a los
estragos de la guerra. Las secuelas de la destrucción han dotado al mundo
creado por Shmeliov de unas leyes propias, fruto de un explosivo cóctel de amor
y dolor: ya no hay leyes naturales y se ha finiquitado el pasado, es decir, la
cordura; lo terrible puede llevarnos a hablar con las piedras, a reventar
nuestra imaginación en el conflicto entre los sueños y la realidad, a ser
robinsones en nuestro propio hogar, en un territorio donde todo es un ser vivo
porque todo posee el don de padecer.
Este territorio de la
desesperación se sucede en capítulos enlazados. La estructura no puede ser más
sencilla: cada episodio es un eslabón de una cadena. Y esta cadena gira para
encerrar a los habitantes en una desolación claustrofóbica. Cada episodio va
aportando más y más humanidad: a medida que se avanza en la lectura las gentes,
o lo que queda de las gentes (unos vagabundos olvidados, vacíos de ilusión y de
melancolía), cobran un mayor protagonismo. Y, sin embargo, hay poesía. Shmeliov
no se complica con un lenguaje rebuscado, con tropos o adjetivación
sorprendente; permite que sea el propio discurso el que imponga un estilo
depurado, destilado, que permita a las imágenes vagar a nuestro alrededor. Pues
el narrador de esta obra, relatada en primera persona, no es un personaje, sino
una voz; de ahí ese dirigirse a nosotros de tú a tú, esa libertad para
convertirse en un ser plural, para colocarse dentro o junto a cualquier
presencia que aparezca en El sol de los
muertos.
Nos encontramos, sin duda, ante
una obra maestra, ante un libro más complejo de lo que su sencilla apariencia
dicta. Y ante una obra que deberían leer todos aquellos que han optado por la
batalla como resolución de conflictos; por fin hemos aterrizado, emporcándonos,
en medio de las consecuencias de tanto crimen. Ojalá “ellos” leyeran El sol de los muertos. Ojalá fueran
capaces de entenderlo.
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