viernes, 8 de septiembre de 2017

EL SOL DE LOS MUERTOS

El sol de los muertos
Ivan Shmeliov
Traducción de Marta Sánchez-Nieves
El Olivo Azul
Sevilla, 2008
272 páginas

El cadáver después de la batalla

En la película Roma, de Adolfo Aristaraín, se describe una alegoría de la catarsis a través del poder de limpieza de los ríos. El padre del protagonista le susurra, en su infancia, que la mejor forma de exorcismo para los males es presentárselos a la corriente de un río; pero el protagonista va descubriendo, según crece, que el conjuro no funciona, hasta que ya en la senectud cae en la cuenta de que su error es temperamental, pues siempre se ha visto incapaz de expresar sus angustias, sus miedos, sus dolores, en voz alta. Que para superar un mal es preciso invocarlo, verbalizarlo, es un principio conocido por cualquier psicoterapeuta. Que sea suficiente con la expresión es una duda conocida por cualquier persona que haya afrontado un mal trance, incluidos aquellos que le confesaron su desengaño amoroso a un barman.
Y así, con una intención de denuncia que es cómplice de la catarsis, en un estado de alucinación febril descrito y analizado por Gabriel Soler en el prólogo de la edición, Ivan Shmeliov escribió esta magnífica obra, este texto sin concesiones que nos demuestra un malestar infinito, el que resulta de la certeza de que tanto amor no puede hacer nada contra la destrucción de la guerra. Tras el fusilamiento de su hijo sin juicio previo, traicionado por los dirigentes de la revolución bolchevique, y después de unos meses de exilio en París, Shmeliov afronta la escritura de unas páginas que vienen a ser algo así como un dietario de la locura. El mundo que conoció, el territorio siempre romántico del campesinado, se transforma en el paisaje después de la batalla. La descripción física de los terrenos, de los animales, de la gente, son metáforas de un páramo moral, baldío, al borde de la muerte. Shmeliov nos invita a visitar el círculo que Dante no pudo reflejar, porque todavía se encuentra en esta Tierra, envolviendo al infierno. De esta forma, Shmeliov se plantea un texto cartográfico en el que nos va desvelando lo que conoce de forma directa, de ahí que sea una obra lírica, pues impera el sentir sobre el pensar y sobre lo narrativo. El texto se va desarrollando en cuadros que abarcan lo que abarca la mirada humana, limitada por el sol y por el mar, que son los pocos rescoldos de la belleza que están sobreviviendo a los estragos de la guerra. Las secuelas de la destrucción han dotado al mundo creado por Shmeliov de unas leyes propias, fruto de un explosivo cóctel de amor y dolor: ya no hay leyes naturales y se ha finiquitado el pasado, es decir, la cordura; lo terrible puede llevarnos a hablar con las piedras, a reventar nuestra imaginación en el conflicto entre los sueños y la realidad, a ser robinsones en nuestro propio hogar, en un territorio donde todo es un ser vivo porque todo posee el don de padecer.
Este territorio de la desesperación se sucede en capítulos enlazados. La estructura no puede ser más sencilla: cada episodio es un eslabón de una cadena. Y esta cadena gira para encerrar a los habitantes en una desolación claustrofóbica. Cada episodio va aportando más y más humanidad: a medida que se avanza en la lectura las gentes, o lo que queda de las gentes (unos vagabundos olvidados, vacíos de ilusión y de melancolía), cobran un mayor protagonismo. Y, sin embargo, hay poesía. Shmeliov no se complica con un lenguaje rebuscado, con tropos o adjetivación sorprendente; permite que sea el propio discurso el que imponga un estilo depurado, destilado, que permita a las imágenes vagar a nuestro alrededor. Pues el narrador de esta obra, relatada en primera persona, no es un personaje, sino una voz; de ahí ese dirigirse a nosotros de tú a tú, esa libertad para convertirse en un ser plural, para colocarse dentro o junto a cualquier presencia que aparezca en El sol de los muertos.
Nos encontramos, sin duda, ante una obra maestra, ante un libro más complejo de lo que su sencilla apariencia dicta. Y ante una obra que deberían leer todos aquellos que han optado por la batalla como resolución de conflictos; por fin hemos aterrizado, emporcándonos, en medio de las consecuencias de tanto crimen. Ojalá “ellos” leyeran El sol de los muertos. Ojalá fueran capaces de entenderlo.

 Fuente: Culturas/Tribuna

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