Diarios de la revolución de
1917
Marina
Tsvietáieva
Traducción
de Selma Ancira
Acantilado
Barcelona,
2015
223
páginas
14
euros
El
alcance de las fracturas
Si
uno se dispone a hablar de un país fracturado, de un tiempo fracturado hasta la
extenuación, forzosamente le saldrán escritos en los que la fractura se puede
llegar a convertir en la belleza de un estilo. Eso es lo que sucede con la
lectura de estos diarios de la poeta Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892 – Yelábuga
–Tartaristán-, 1941). En algún momento, da la impresión, gracias también a la
traducción de Selma Ancira, de estar sobre todo preocupada por la formulación
de frases. Pero Tsvietáieva siempre estaba componiendo un poema, en el que la
desgracia, la conciencia de formar parte de los humillados y ofendidos, estaba
siempre presente. Antes del infortunio del exilio y de la pobreza extrema que
la empujó a resguardar a su hija pequeña en un orfanato, donde moriría de
hambre, Tsvietáieva sobrevivió a los años de revolución, escribiendo retazos
que forman algo que definiremos como diario, por ser la fórmula más cómoda de
encajar este libro en algún género. Aunque si existiera en los libros de texto,
en los manuales de literatura, el género al que pertenece bien podría ser
catalogado como estupor.
Hay
frescura en la escritura que aparenta ser espontánea, pero también elaborada
desde el sótano del sentimiento. Y al mismo tiempo, hay violencia. Una
violencia idéntica a la del hombre que lleva años tratando de completar un
puzle de miles de piezas al que le faltan cientos de ellas. Un enfado y un
desgarro. El que se corresponde a la época que le toca vivir, ese tiempo de
bisagra mal engrasada que chirría cargándonos de acidez la cabeza. Hay saltos
temporales y desencadenamientos, porque existe la necesidad y la obligación del
movimiento en lo retratado. Y lo retratado es algo así como canjear el mal por
el mal, o la impresión de que se le están escurriendo las cosas de entre las
manos constantemente. Como si pretendiera apresar el conjunto, mientras que
habita en la periferia, que es el peor sitio para estar en tiempo de lucha. De
ahí el puntillismo en el detalle, la dificultad de encontrar su sitio en el
mundo habitado por un aura surrealista. En el surrealismo de Tsvietáieva cabe
lo grotesco, pero también la sinrazón voluntaria, lo miserable y hasta lo
ultrajante, y lo más caprichoso de la gente que se rige por un olfato que solo
atiende a las veleidades.
Obviando
lo político, de los diarios se destilan las consecuencias que la Revolución
tuvo entre la población civil, comenzando por el día en que decide regresar de
Crimea a un Moscú devastado por el hambre. Acaso sea el hambre lo que le obliga
a ese estilo escueto, casi telegráfico, fugaz y en ocasiones aforístico, sin
análisis. Meras presentaciones que, gracias a la poesía que destilan,
transmiten una intimidad quebrada, un temperamento que brega por mantener la
consistencia. Porque ese espíritu es una denuncia del terror, de la indefensión,
algo que está a su alcance por la buena educación que pudo recibir durante la
infancia, antes de pasar al mundo de los desahuciados. Su orgullo la ayuda a
mantenerse siempre independiente, hasta el punto de que no existe nada semejante
a la autocompasión ni al deseo de venganza. Llega al extremo de ser una suerte
de poeta sin lírica. En este caso, bastan los hechos, aunque obligue al lector
a poner en su lectura lo mejor de sí mismo, porque no se recrea en estampas.
Sus palabras no forman imágenes, forman palabras. En ese sentido son un golpe
directo a la sien del lector, al que le cuesta componer la idea de que exista
alguien con tanta capacidad de observación y tan consciente de la lucidez que
supone conocer la materia con la que está trabajando.
Tsvietáieva
propone acompañarla en un viaje sin cartografía ni cámara de fotos, pero
colmado de sensaciones. Un viaje sin Dios pero con espíritu. En el que la gente
sabe rezar cuando hay que rezar. Otra cosa es que sea preciso inventarse las
oraciones. O la religión, para luego esconderla. Aunque, en realidad, lo que
estén deseando sea tener una pistola y disparar. En definitiva, uno llega a
ignorar si debe conmoverse o no ante lo que está leyendo. Lo cual es un
fenómeno que conmueve hasta la estupefacción.
Fuente: Quimera
No hay comentarios:
Publicar un comentario