Las puertas del paraíso
Jerzy Andrzejewski
Traducción
de Sergio Pitol
Pre-Textos
Valencia,
2004
112
páginas
13
euros
El precio de la perfección
Conocida la trágica historia de la Cruzada de los niños,
que sirve de cimiento para construir esta hermosa novela, en la que un grupo de
muchachos reclutados a golpe de fe se encaminan hacia Tierra Santa, convencidos
por algún fanático de que la pureza de su virginidad triunfará donde no vencen
las espadas, al cabo de diez páginas de lectura se termina la esencia que
entrelaza las pretensiones de esta obra con su cimiento. Luego vendrá una
lectura tan exquisita como exigente, gracias, además de al buen hacer de
Andrzejewski, al extraordinario trabajo de Sergio Pitol, quien nos sirve a modo
de aperitivo un prólogo que ningún lector debe perderse. Posiblemente, nada
quede por reseñar de ese episodio tras la imagen que nos trae uno de los
protagonistas, en la que dos muchachos caminan por el desierto y uno de ellos
cae pidiendo al otro que continúe avanzando. Y este otro, el último de los
muchachos, tantea el vacío al moverse hacia ninguna parte porque está ciego.
A partir de entonces, los seis monólogos se yuxtaponen
en un solo párrafo, en una larga frase que nos remite a un narrador plural,
pero un solo narrador, a fin de cuentas, en el que el pensamiento funciona como
en una mente real, encadenando ideas, recuerdos, imágenes, sonidos y
meditaciones merced a que una palabra, un concepto, nos va remitiendo a otro.
En realidad, se habla de la relación entre las personas, establecida en un
pasado tan inmediato como no superado. Estas relaciones se rigen, como no
podría ser menos, por el amor, que va acotándose en sus miles de ramas
dependiendo de cuales de los personajes sean los partícipes. Así nos
encontramos frente al más contemplativo, el que nos remite a paisajes repletos
de simbolismo, o al más espiritual, impregnado de fervor religioso que
establece un debate continuo sin visos de solución o al menos de resolución
sencilla. También el amor belicoso, con lo sagrado como su objeto, o el desamor
que sucede al amor carnal y tiene consecuencias en triángulos amorosos
fatídicos, cobran presencia en la historia. No se olvida el amor filial ni la
tragedia en el tema de los monólogos encadenados, si bien todos ellos tienen un
fondo común, que es una incierta pureza, un ansia de perfección, algo platónico
que será lo que les traicione o incomode, como se refleja en los gestos
descritos en las pocas y cortas ocasiones en que un narrador neutral toma el
flujo del relato.
Y así, Andrzejewski narra y medita a un tiempo sobre
una perfección que flota en el ambiente como una idea que ninguno de ellos
alcanza a enunciar y se convierte, poco a poco, en la maldición de unas
existencias mediatizadas por la visión de un iluminado y un confesor con
aspiraciones más bien egoístas. Al margen de las intervenciones confesionales,
en todos sus comentarios ellos se descubren escrutando en el alma de los demás
porque el tema de la novela tal vez no sea el amor, sino el derecho a la
búsqueda del amor, que se cobra consecuencias tan terribles como el pecado que
acabará con la inmolación de sus vidas. Hay mucho sufrimiento vagando por las
líneas de una novela en la que el autor se ha esforzado por respetar la belleza
del lenguaje, hasta el punto de que el primer párrafo entrelazado, común, dará
pie a un segundo y último, compuesto por cinco palabras que no pueden ser más
sencillas y que cobran un peso demoledor, un significado definitivo, y que
reproducimos porque su divulgación para nada empañará las conclusiones emotivas
a que llegará quien se enfrente a esta novela: “Y caminaron toda la noche”.
Fuente: Tribuna/Cultuas
No hay comentarios:
Publicar un comentario