Del dolor y la razón
Joseph
Brodksy
Traducción
de Antoni Martí García
Siruela
Enero,
2015
383
páginas
Elijo
el dolor
El
título del libro, extraído a su vez de uno de los ensayos, no supone que un
término elimine al otro. Pero al leer a Joseph Brodsky (San Petersburgo, 1940 –
Nueva York, 1996), al poeta, al viajero, al prosista, se tiene la impresión de
que entre el dolor y la razón pondría en primer término al dolor. Y no porque
su obra trate de alguna suerte de masoquismo, de irritación o de nostalgia. Se
trata, más bien, de que el dolor se encuentra más cerca del ser sentimental que
la razón. Se trata de una identificación de la inteligencia con las emociones
antes que con la lógica científica. Y las emociones, incluso las más agudas por
su belleza o alegría, contienen una afectación que de alguna manera podríamos
calificar siempre como dolor. “El sentimentalismo debería verse como un medio
de conocimiento (…) Pues el sentimentalismo es carne de la carne”, afirma, tras
asegurar que él es un hombre de su siglo y que en su siglo, el XX, ha producido
más obras caracterizadas por el sentimentalismo que ningún otro.
Memorioso,
reflexivo y humilde, Brodsky es un extraño en el mundo literario. Porque su
humildad no proviene de reflexionar con la razón o solo con la razón. Su prosa
destila una sabiduría poética, es decir, un estilo en el que las palabras son
conceptos pero no solo conceptos para entender el mundo sumando conceptos a
conceptos. Sino para entenderse con el mundo. Y esa forma de entendimiento le lleva
a creer en el individuo, a considerar que el dolor, la emoción, es una fuente
de aprendizaje de mayor calado que la inteligencia lógica y la ciencia. Hasta
el punto de integrar al sentido de culpa como fuente literaria. Y hasta el
extremo de buscar la belleza en cualquier acto que no sea necesariamente
literario. De esta forma, sus ensayos parten, como en Montaigne, como en Jean
Améry de la intuición. Y la intuición es hija de la experiencia. Entre la carne
humana y los libros de texto, escoge la carne humana. Y reniega de eso que en
algún momento califica como burgueses mentales.
Sus
ensayos son buenos ensayos en el mismo sentido que existen buenos hombres.
Parte de que la verdad está en ser libres antes de aprender para no defender
con la razón lo obvio, lo heredado, lo aprendido en un mundo injusto. Brodsky
pertenece a la extraña categoría de sabios que obtuvieron un premio Nobel.
En
cuanto al contenido de los ensayos, existen varios de interés universitario,
como el que da título al libro, en el que se desmenuzan poemas del
hipersensible Robert Frost, refugiado en técnicas literarias. En esta línea se
estudia también a Horacio, a Thomas Hardy o a Rilke. Siempre leyendo de cerca y
de lejos, minucioso pero sin perder la idea general de la obra de estos autores.
Aunque quizás los ensayos más interesantes versen sobre otros temas. Como los
recuerdos de su formación sentimental en Botín
de guerra. La desmitificación del exiliado literato en La condición a la que llamamos exilio. La idea de que depende de nosotros
que hasta el aburrimiento sea susceptible de creación (Elogio del aburrimiento), en tanto que no hay creatividad posible
en aquello que infunde terror (El
maullido de un gato). El desprecio a la idea de traición reflejado en la
figura del espía que es Pieza del
coleccionista. La defensa de que la poesía no puede destruir la pobreza,
pero sí combatir la ignorancia y constituirse en un seguro contra la vulgaridad
del corazón, en Una proposición inmodesta.
La negación del rencor como seguro de vida en Carta a un presidente. El estudio de nuestra relación con el
pasado, la idealización del solitario y la ética melancólica en el Homenaje a Marco Aurelio.
Perdido
entre otros seres humanos, Brodsky, tan humilde como digno, resume la
sinceridad que surca su literatura afirmando que “cuando sentís dolor, sabéis
al menos que no habéis sido engañados”. Otra lección de un maestro.
Fuente: Quimera
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