jueves, 27 de julio de 2023

ASILVESTRADOS

 

Asilvestrados

Isabella Tree

Traducción de David Muñoz Mateos

Capitán Swing

Madrid, 2023

399 páginas

 



Pudieron echarnos del jardín del Edén por querer parecernos a Dios, pero ningún ángel guardián con una espada de fuego puede impedir que regresemos a él. La evolución nos dotó con un dedo pulgar gracias al cual aprendimos a manejar herramientas, y este sería uno de los pilares para el desarrollo de la inteligencia. Entre la furia de Dios y el desarrollo de la inteligencia podemos elegir la segunda, y así retomar el camino de regreso al paraíso. Isabella Tree (Dorset, 1964) nos relata en esta experiencia, Asilvestrados, que basta con saber compaginar la mentalidad del agricultor con la del conservacionista, que es la propia de la corriente naturalista en el pensamiento ecológico, y tener un buen propósito, un proyecto noble. El resto es tenacidad. Somos los causantes de la destrucción ecológica a gran escala, pero la suma de creaciones a pequeña escala puede compensar esta maldición, y leer cómo se consigue llevar a cabo nos ayuda a convencernos de que puede estar haciéndose cada vez más tarde, pero la batalla merece la pena.

El fundamento que hace de este libro una lección maravillosa es darnos cuenta de que el ecologismo no consiste en denunciar, porque desde los principios de defensa de Gaia podemos ser creativos y sumar, construir, mejorar, aportar protección y sanear el entorno. El concepto que se va manejando a lo largo de la obra, que describe dos décadas de mejora de una región con varias hectáreas de tierra al sur de Inglaterra, es el de resilvestración. El deseo que se impone es el de un mundo salvaje, en el sentido que da a la palabra salvaje George Monbiot, que aboga por la creación de ecosistemas pertinaces, gobernados por sus propios procesos en vez de por la gestión humana. Basta de tratar lo supuestamente natural como si fuera un jardín, que es lo que sucede en buena parte del Reino Unido. A partir de ahora recurriremos a lo que es propio de los humanos a la hora de relacionarnos con el planeta, a la amistad, la justicia, la memoria o la ilusión. Y también esa cualidad sagrada que conocemos como respeto. Este neosalvajismo permite que la naturaleza se imponga, para lo cual la intervención humana debe ser de lo más sensata, meditada y estudiada, respetuosa, científica y esperanzadora.

A lo largo del libro leeremos sobre vacas y castores, lombrices y tórtolas, sobre paisajes y especies vegetales que crean paisajes, todo adaptado al lugar, todo asimilado en una labor que se remonta cientos de años atrás y tiene en cuenta los pareceres de científicos históricos, incluyendo aquellos cuya única herramienta para aprender sobre la naturaleza era la observación. La autora se cuestiona si conocemos bien el entorno y defiende la duda necesaria para progresar en dirección adecuada. Tener por principios que sustentan el proyecto a la duda y a la observación nos llevan a pensar en las trazas espirituales que hay detrás de su ánimo. Pero no se dejará llevar por ellas, pues el texto no tiene ninguna pretensión beata. Estamos ante un libro exhaustivo en lo científico, detallado en lo práctico, de memoria propia en lo académico. Estamos ante la confirmación de que el aprendizaje se ejecuta intentando sacar adelante nuestros sueños. Seguiremos siendo bosque, a pesar de empeñarnos en tratar de inventarnos como cemento y asfalto. La incomprensión que puede generar a nuestro alrededor el espíritu de estos proyectos tiene que ver con la desinformación y con ese artificio que hemos creado y leemos como algo necesario al que llamamos tradición. Esa misma tradición es la que liquidó a los castores, explotó a las vacas, mató a las lombrices y alejó para siempre a las tórtolas.

 

 Fuente: Zenda

miércoles, 19 de julio de 2023

EL GEÓLOGO

 

El geólogo

Paul Theroux

Traducción de Damià Alou

Alfaguara

Barcelona, 2023

387 páginas

 



«Una vez que has estado fuera dejas de apreciar a la persona que eres en casa.»

Los libros de viajes de Paul Theroux (Massachusetts, 1941) son algunas de las mejores experiencias literarias que hemos podido disfrutar en las últimas décadas. Pero Theroux no sólo es un gran escritor de viajes, es también un novelista con oficio y, lo que es más apasionante, con fundamento. Su novela más conocida, La costa de los mosquitos, explora hasta dónde se puede tensar el vínculo familiar en una narración cuya morfología puede compararse, sin rubor, a la de La isla del tesoro. En Tierra madre vuelve a los asuntos familiares y a la ansiedad que genera un progenitor farsante y ególatra, en una obra maestra que bien podría deber su potencia a la necesidad de saldar deudas. Ahora nos llega esta novela, El geógrafo, en la que Theroux parece estar justificando a Caín, parece querer decirnos que ese mito no nos lo relataron completo, porque no es oro todo lo que reluce, porque detrás de la bondad puede estar la codicia.

El protagonista es un geógrafo que para llevar a cabo su labor está constantemente de viaje. Así, durante la primera mitad de la novela el viaje es un tema que por un lado aparece para dar pie a reflexiones, sobre todo referidas al regreso del viaje, y por otro vertebra, pues nuestro protagonista, que es el narrador, se va construyendo al margen de su lugar de nacimiento, de un padre que falleció demasiado joven y de una madre que tal vez sea buena persona, pero está ausente. El peso familiar queda atrapado en el vínculo con el hermano mayor, un príncipe destronado cuyo propósito vital será destruir al hermano pequeño, destruir su familia, su felicidad, su economía. El protagonista será un hijo pródigo que regrese una y otra vez a su hogar sin hallar la alegría de la bienvenida, mientras su hermano se va labrando una fama como abogado que pleitea a favor de quien sufre accidentes de trabajo. Este abogado resultará no sólo ser luciferino, sino también un usurpador hasta de la memoria, o del relato que brota de la memoria.

Hasta tal punto que el protagonista debe construirse una vida paralela, lejos, para intentar ser feliz. En Colombia o en Zambia, donde tendrá una amante y un propósito. Aunque siempre retorna a sus raíces, a su mujer, a quien conoció en un viaje y arrastró a la aldea natal, y a su hijo. Pero ni siquiera allí encuentra descanso. No se trata de que los fantasmas no cesen de acompañarle, sino de que es imposible desprenderse de las obsesiones. Contra los primeros uno podría llevar a cabo alguna terapia que le ayudara a integrarlos, pero contra las obsesiones la única receta válida sería volver a nacer. El príncipe destronado está llevando a cabo su venganza de largo aliento, incluso durante sus ausencias, y en la segunda mitad asistiremos a un relato que deja Casa tomada, el cuento de Cortázar, en un ingenio que se asemeja más a un tweet divertido que a un cuento. Theroux, que no tiene prisa en narrar, que se toma su tiempo para ir desgranando las sensaciones y las razones del protagonista sin permitir que la acción no progrese, consigue incrementar la tensión a lo largo de las casi cuatrocientas páginas de la novela, y nos transmite mucho malestar, nos lleva incluso a preguntarnos si no seremos nosotros también víctimas de un acoso familiar semejante y no lo hemos percibido. Como el protagonista, hemos necesitado salir para que lo que nos suceda nos lleve a emocionarnos. Como él, necesitaríamos de la ayuda de una familia de delincuentes, a quien conoció y socorrió en el desierto de Sonora, para salir del apuro. Y todo engarzado en una obra que funciona como un tiro que se mantiene en el aire durante todas las horas de lectura.

  Fuente: Zenda

miércoles, 12 de julio de 2023

JAPÓN, EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ESTACIONES

 

Japón, el archipiélago de las estaciones

José Antonio de Ory

La línea del horizonte

Madrid, 2023

377 páginas

 

 


El cielo no es un lugar, sino un estado del alma. Eso es lo que se nos garantiza desde hace años, y la garantía la firman filósofos, teólogos y todos los que pretenden llevar una vida espiritual. Pero el cielo queda demasiado lejos y lo que está a nuestro alcance, allí donde podemos llegar viajando, será lo que nos demuestre que los lugares son estados del alma. Como, por ejemplo, Japón. Hemos leído los maravillosos libros de Alex Kerr que así lo certifican. Y ahora nos llega esta obra, este viaje vertical o, para ser más exactos, estas conclusiones del viaje vertical que el diplomático José Antonio de Ory ha vivido durante cuatro años. Todo parte del encuentro con el otro, que en este caso no cesa de producirse: no hay forma de acompasar nuestro anhelo al de ellos por más tiempo que pasemos conviviendo, así pues, lo que debemos es describir para así, sin dirigir el pensamiento desde nuestros prejuicios, o dirigiéndolo lo menos posible, intentar llegar a alguna conclusión. O intentar que el lector llegue a conclusiones. La primera conclusión posible, y tal vez la única que vamos a garantizar, es el asombro que surge de las paradojas. ¿Cómo es posible que las formas de vida sean tan diferentes?

De Ory maneja muy bien la distancia para situarnos en la mirada del viajero que extrae las formas de otra cultura. No nos cabe duda de que en esta búsqueda de la empatía hay admiración, una admiración sin sobresaltos y que no cede ante las tentaciones de elogiar ni de ironizar. Sus impresiones, que son más representación que relato, tocan todas las disciplinas necesarias para aprender durante el viaje: la historia, la sociología, la psicología, la etnología. Pero cabe destacar que no es la observación directa su única fuente. Consciente de las limitaciones que uno tiene, por poseer sólo cinco sentidos y no disponer de siglos que le permitan profundizar, recurre a novelas y películas de las que extrae otras muestras de vida, de costumbres, de hábitos, de rutinas.

Estamos ante una sociedad que parece aislada, que se ha hecho a sí misma a partir de unos principios que nos resultan extraños. La extrañeza, ya se sabe, es uno de los recursos que mejor manejados más atrapan al lector. Y aquí atrapan mucho, porque hay mucho que descubrir. A lo largo de la lectura, a medida que vamos adentrándonos en la sociedad tan ritualizada, en las normas tan ritualizadas, en los gestos rituales, nos iremos preguntando si no estamos ante un mundo paralelo al nuestro que conserva la adolescencia, o tal vez nos habla de un país distópico que vaticina demasiadas cosas, o nos preguntaremos qué hay de enfermedad y qué de salud en el planeta Japón. No es fácil de comprender, pero sí que podemos identificar que eso que solemos llamar belleza no está ausente, pero no por asaltarnos constantemente: en Japón puede que no haya tantas ocasiones de padecer el síndrome de Stendhal, pero será imposible eludir la impresión de que hay una búsqueda de la belleza, un deseo constante de una forma de vida poética, o al menos lírica. De Ory nos habla también de todos los rincones oscuros que esta sociedad de contrastes produce, porque ninguna forma social, nos viene a sugerir, posee del todo la razón.

Parece que la seguridad de lo esperado es uno de los fundamentos de la vida en Japón, de ahí el ritualizar tanto los gestos como el lenguaje. El libro es delicioso, bien equilibrado, a pesar de ser fundamentalmente informativo. Y nos lleva a cuestionarnos demasiadas cosas, como por ejemplo si no deberíamos arrojar sobre nosotros mismos esta misma mirada de asombro, y a continuación cuestionarnos todos esos valores que tenemos por absolutos.

Fuente: Zenda

lunes, 10 de julio de 2023

LUZ EN LAS GRIETAS (LdH)

Luz en las grietas

Ricardo Martínez Llorca 

Desnivel


Por Jokin Azketa




Acabo de terminar Luz en las grietas y ahora ya sé que no habrá una sola página que me ofrezca aunque sea una pequeña tregua, sino que todas y cada una de ellas no harán más que enfrentarme a verdades dolorosas. Sé que he alcanzado las últimas palabras, las últimas letras, casi con la lengua fuera, sin poder sobreponerme del todo a la profunda impresión que supone su lectura y de la que no es fácil recuperarse.

Ricardo Martinez Llorca ha ganado el Premio Desnivel 2016 y lo ha hecho sin ahorrarnos nada, sin concedernos un descanso ni perdonarnos tampoco emociones que a veces ―casi siempre― sirven para mantener el alma encogida dentro de un puño. Porque lo que Luz en las grietas cuenta es qué es la vida para quien es diferente. Para quien nunca podrá ser como quienes le acompañan en la vida y desde chico lo sabe. Para quien nace con el corazón hipertrofiado o para quien posee un corazón normal pero miles de razones para saber que no es como los demás.
Puede que el párrafo que cito a continuación explique esto que digo mejor que nada:
“Desde niño, cuando no podía jugar con los demás, cuando trazaba círculos en la arena mientras los otros subían al tobogán, hice de la conciencia de estar solo una forma de vida. Pero jamás me acostumbré a ella.”
El libro está escrito con idas y vueltas en el tiempo, contando las experiencias que nacen en la infancia y recorren la juventud, al tiempo que el narrador ―o quien sea― va aprendiendo a convivir con su falta de salud, pero también con la pérdida de un hermano muerto en un accidente de montaña y cuya ausencia resulta ser un elemento clave para entender qué sucede cuando alguien desaparece de nuestra vida antes de tiempo. Suponiendo que haya un tiempo bueno o adecuado para perder a alguien, claro, un momento en el que eso haga menos daño…
Pero Luz en las grietas no sólo va y viene en el tiempo, sino que también recorre diferentes etapas de la vida, diferentes paisajes y diferentes libros, porque precisamente son la montaña y los libros que hablan de ella quienes tienen en estas páginas una presencia permanente, como también lo tiene la valentía, aunque apenas se le nombre. Hablo de la valentía que se precisa para saberse diferente a los demás y no odiarles por ello y autocompadecerse. También de la que se requiere para escribir acerca de la muerte de otros con sentimiento y enorme respeto. Y luego está la dignidad, esa virtud que el narrador atribuye a un personaje de Conrad pero que hace suya a cada momento, como cuando está en los Alpes entrenándose cerca de Briancon y, en el último largo, no puede manejar sus dedos torpes y el reverso se le cae. Sabe en ese momento que no es como quienes le acompañan.
“Todo eso para que al final mi corazón no bombeara la sangre con tanta fuerza como para mantener calientes los dedos…”
Dignidad ante las dificultades y Conrad, que al final siempre aparece.
Pero tampoco hay que olvidar que entre las grietas, porque en alguna parte había de estar, surge la luz, que parece ser aquí la amistad verdadera, la que ―al igual que el amor― consigue a veces hacernos inmortales, al menos en el recuerdo de quienes nos amaron. Todo eso, aun sabiendo que nada quita del todo las penas y que se pueden tener muchas esperanzas y un buen puñado de ilusiones, pero, al final, las cosas son como son y la realidad acabará por imponerse.

miércoles, 5 de julio de 2023

EN EL CIELO, UNA NUBE

 

En el cielo, una nube

Cuentos Zen

Manuel Astur

Satori

Gijón,

109 páginas



 

Escribir sobre la resurrección de la hierba, ese es el espíritu de cualquier relato que pretenda, como pretenden estos cuentos Zen, mostrarnos que al final todos buscamos lo mismo: el descanso. Manuel Astur (Sama de Grado, Asturias, 1980) reúne varios de las piezas breves Zen que más le han influido, pero la recopilación no quiere decir reunir, colocar y mostrar, pues Astur reescribe y esto contiene algo más que dejarlo bonito. Si uno se ha acercado en ocasiones anteriores a cuentos Zen recordará los prejuicios con que los leyó: las piezas no dejan de remitirnos, por su extensión y el tipo de imaginación que desarrollan, a otras occidentales de distinto objetivo, como las fábulas y lo que se asemeja a las fábulas, incluidas algunas leyendas. Pero ya desde el prólogo se nos advierte sobre qué hace distintos estos cuentos respecto a los otros relatos, como la carencia de moraleja.

En realidad, otra interpretación que no sea esta tan cuidada por Astur y tan bellamente editada como la de Satori, nos dejaría con la sensación de que debemos buscar el mensaje. Es inevitable, porque si en la fábula hablan personajes que nos son ajenos, como el zorro o la hormiga, en estos cuentos el ambiente también nos remite a otro mundo, a otra parte del mundo: los cuentos están llenos de monjes y aprendices de monjes, por ejemplo, pero en un entorno que no es el habitual en nuestros encuentros religiosos o espirituales, y que es la calle o la naturaleza. Aquí no hay monasterios ni iglesias. Hay nubes en el cielo. Y la impresión de estar recordándonos que la vida debe ser sencilla, que es una estupidez trabarse buscando los tres o cinco pies al gato, que meditar no es exactamente lo mismo que pensar, que la única certeza posible es el sonido de una nuez cayendo del árbol.

El mundo que reflejan los cuentos Zen sigue siendo el de los deseos, más que el de las realidades. Pero ¿qué sentido tiene sentir deseos si no es el de intentar que la realidad o, para ser más precisos, nuestra verdad se asemeje a los deseos? Siempre y cuando, claro está, los deseos no sean de avaricia, sino de conciliación. Y la conciliación más pura tiene que ver con la respiración en el presente.

De vez en cuando conviene regresar a esta didáctica, la de los cuentos Zen, que siempre es más acogedora y suave que la de nuestras fábulas, con esa moraleja que impone actitudes. Este es un libro para dejar siempre colocado en la mesilla de noche y seguir abriéndolo de vez en cuando, porque ayuda al descanso.

martes, 4 de julio de 2023

Carta abierta sobre HIDRÓGENO

 


Querido Ricardo: he leído tu libro, concienzudamente, como se leen los libros de los amigos y creo que has escrito un libro extraordinario. O al menos uno de los que yo calificaría como tal muy alejado afortunadamente del aluvión de libros que nos invaden. Un libro extraordinario en la trama, en los personajes, ese comienzo cuando caen las torres gemelas, ese ritmo pausado del día a día, esa chica marcada que se nos escurre entre los dedos, y esos gemelos a los que tenemos que adorar desde el comienzo, personajes fuertes, decididos y siempre dispuestos a la ternura que nos enamoran desde la primera página. Llevas la trama con mano firme, sin desviarte ni un milímetro de lo que quieres decir, y consigues que nos quedemos a vivir con ellos, que acompañemos en su investigación a esos chicos, que vivamos desde el corazón cada página mientras intentamos adivinar la siguiente curva. Un acierto absoluto esa primera persona del plural, ese desdoblamiento que nos mete más en la novela si cabe.

Pero no nos engañemos has escrito un libro durísimo, sin tregua para los "malos" o debería decir "las malas", has metido el escalpelo en la herida sin ninguna piedad, queriendo abrir sus bordes ¿puede sanar?... Y ese abrir y desinfectar resulta doloroso, muy doloroso
Me ha gustado todo del libro, la trama, el planteamiento, el lenguaje, los guiños (o los palos) a las diferentes cosas, política, universidad, psicoanálisis, maternidad, sociedad llena de trampas, los personajes ya te he dicho, el tono muy medido sin perder nunca el horizonte, pero me duele y esto es absolutamente personal, ver que todavía hay heridas que no han cicatrizado, ni lo harán seguramente y que vas poniendo tiritas porque lo mismo que te hiere tanto, te hace un grandísimo escritor.

Charo Ruano