jueves, 27 de enero de 2022

"No soy lo bastante joven como para saberlo todo"

 

Entrevista a Ricardo Martínez Llorca, autor del ensayo Para Huir.

 

Culturamas: Sorprende encontrarse frente a un ensayo en el que el autor no llena el texto de citas, de notas a pie de página.

Ricardo Martínez Llorca: No me propuse escribir una tesis académica. El ensayo más puro nace de una reflexión bastante autónoma. Es cierto que uno tiene un bagaje de lecturas que subyace en el libro. Seguro que se puede descubrir algo más concreto, pero el espíritu que subyace, o que intenta subyacer, es más parecido al de los diálogos griegos…

C: Pero, en este caso, el diálogo es con las películas.

R: Exactamente. No concibo el cine como si estuviera en una audición, en una conferencia o, lo que es más terrible, en un mitin. Tengo la impresión de que hay demasiada pasividad en los espectadores. Hay que hacer hablar a las películas, no limitarse al consumo.

C: Incluso la película más banal puede tener contenido.

R: Una buena parte de ese contenido lo carga uno dentro. Aunque conviene renunciar a lugares comunes, a prejuicios, a eso que en francés se denomina ‘ideas recibidas’. Debemos saltar por encima del villano vestido de negro, del solitario vengador o de la belleza de la fotografía y la banda sonora. Limitarnos a valorar lo ya sabido nos impide progresar. La pregunta es: ¿qué puedo aprender, en qué me puede ayudar la película a ser mejor persona? No basta con ver un cuadro de Caravaggio y decir ¡qué bonito claroscuro! Esto nos lo enseñó el historiador de arte Ernst Gombrich.

C: Y para eso no vale con lo previsible.

R: Buscaremos lo inusitado. En realidad, en el libro aparecen pensamientos, ideas, intuiciones que tal vez no fueron intención del productor, del director, de los guionistas que figuraran. Pero están presentes. Si uno es capaz de extraerlas, es porque la película lo permite, permite dar pie a ella. Aunque cuesta creer que entre tantas personas como las que se precisan para acabar una película, y durante tanto tiempo como hace falta para producirla, a nadie se le ocurrieran en algún momento.

C: Sorprende la selección: ¿Cómo es posible que ‘Un lugar en el mundo’ figure junto a ‘Avatar’?

R: ‘Avatar’ es puro conflicto. Desde las mismas intenciones, que pasan por la recaudación, hasta el contenido, que es reivindicación ecologista. Como producto comercial es un éxito; como denuncia un mensaje estupendo; pero como intervención es nula. Vemos la película y pensamos que se contribuye a una lucha, en la que lo siguiente que haremos será pasear con los brazos cruzados. Hace falta algo más que ‘Avatar’ para resolver el conflicto, que tiene que ver con etnocidios y con el cambio climático. Necesitamos ‘Un lugar en el mundo’. Esa película nos muestra cómo podemos afrontar unos temas, que tiene que ver con los que aparecen en ‘Avatar’. Yo veo la película de Aristarain con frecuencia, porque me habla de asuntos que no quiero olvidar y desde una perspectiva que no quiero olvidar.

C: Humana.

R: Sí, humana. O humanista. O humanitaria, en el mejor sentido del humanitarismo: la injusticia no se palía, como sugiere la caridad, que necesita que se mantenga para seguir existiendo como virtud. La injusticia se combate y se combate con todo el cuerpo, que no quiere decir con violencia. Si hay una costumbre que tengo al ver una película, es intentar traducir lo que veo a las dimensiones humanas.

C: Incluso las películas de superhéroes, pues sabemos que procuras verlas todas.

R: Eso tiene que ver con mi adolescencia y no renuncio a ella. Pero sí, incluso esas películas. En el libro se habla del miedo a partir de personajes como Batman o Wolverine. Y el miedo es la emoción que mueve al mundo. Quisiéramos que fuera el amor, pero se el miedo. Ya lo siento. Voy a la sesión infantil para ver esas películas y me siento en las primeras filas. Luego las revisaré con calma.

C: ¿Son tu género favorito?

R: No. Ni siquiera las tendría en cuenta como género. En el cine funciona gloriosamente el realismo social, por ejemplo. Y tan bien como en la novela el género negro. Pero si existe un género por antonomasia es el Western, la historia de un pueblo bajo la presión de un cacique, al que llega un personaje solitario y se encuentra con humildes ayudantes para resolver el conflicto. ‘Raíces profundas’, que es la película elegida, es un paradigma del género. Pero ‘Un lugar en el mundo’ responde al mismo espíritu, y a la vez al del realismo social. No la considero la mejor película de la historia, pero sí mi película favorita. Es como si John Ford hubiera leído a Montaigne y a Noam Chomsky.

C: ¿Es Montaigne el mejor ensayista de la historia?

R: Sería una osadía pronunciarse: no he leído todo ni soy lo bastante joven como para saberlo todo. Pero seguro que es tan interesante como el mejor.


Fuente: Culturamas

martes, 25 de enero de 2022

EL LIBRO DE LA ESPERANZA

 

El libro de la esperanza

Jane Goodall y Douglas Abrams

Traducción de Antonio Francisco Rodríguez Esteban

Paidós

Barcelona, 2022

270 páginas

 



“Me sorprendió descubrir que la esperanza es muy diferente al deseo o a la fantasía. La esperanza conduce al éxito futuro de una forma que la ilusión no consigue. Aunque ambas implican pensar en el futuro con una rica imaginación, sólo la esperanza nos incita a una acción dirigida al objetivo deseado”.

Durante docenas de páginas, Douglas Abrams busca la definición de esperanza que se adapte a lo que Jan Goodall propone: algo en positivo. Esperanza es, en buena medida, un término traicionero. Basta recordar el mito de Pandora: cuando abrió la caja escaparon los males para esparcirse por la Tierra; excepto la esperanza, que es el que guardó para sí, el que conservan los hombres, el que estaba al fondo de la caja. ¿Por qué? Según algunas interpretaciones, porque se trataba del peor de todos ellos. Los griegos identificaban la esperanza con la resignación, que es un mal que conduce a la inmovilidad. Sin embargo, Goodall se empeña en hablar de una emoción que nos conduce a sacer lo mejor de nosotros mismos y ponernos manos a la obra. Todo lo contrario a la esperanza griega y más parecido, en ocasiones, a los resultados que provoca la desesperación: nadie va a sacarme las castañas del fuego si yo no lo intento.

Lo que ocurre es que los términos en los que Goodall propone actuar implican serenidad y, sobre todo, bonhomía. A lo largo de todas las horas de conversación que se reflejan en este libro, Goodall transmite calma, compasión, paciencia, capacidad de perdonar, generosidad. Tal vez esa sea la gran enseñanza, más que lo concreto, más que las reflexiones, que son bastante juveniles, bastante humildes, bastante libres y bastante cordiales. En realidad, se trata de una obra pensada para un público que necesita este tipo de empuje, para la gente que posee el fuego, para la juventud, a la que tanto admira nuestra primatóloga. Pero nosotros tenemos que pensar en ellos. Es posible que no tengamos la energía, pero sí los fundamentos.

Y son necesarios para actuar sobre los cuatro pilares de maldad que Goodall denuncia como remediables, pues está convencida de que estamos a tiempo: mitigar la pobreza para no esquilmar el planeta, limitar el estilo de vida insostenible que tienen los ricos y quienes los imitan, eliminar la corrupción y afrontar los problemas derivados de la creciente población humana y su ganado. Goodall nos va hablando de una ética sencilla, en la que será el individuo el que modifique el curso de la Tierra, que es un barco que se aproxima a un iceberg. Los cambios serán a partir del individuo, porque Goodall cree en las personas, y no tanto en los Estados.

Estos fundamentos se van retratando con un toma y daca de situaciones, anécdotas, datos y experiencias, en las que la biografía y lo vivido por Goodall se combina con las de su entrevistador, Douglas Abrams, que intenta no ser ajeno a las bondades y los mensajes que transmite la científica. En este caso, comprobaremos que ciencia y humanismo hacen música dentro del mismo enjambre. Y la observación, la inusitada capacidad de observación de Goodall, que se nos antoja una buena forma de meditar. Estamos frente un libro bueno, en el buen sentido de la palabra bueno.

lunes, 24 de enero de 2022

MARRANADAS

 

Marranadas

Marie Darrieussecq

Traducción de Regina López Muñoz

Tránsito

Madrid, 2022

125 páginas



 

Nos volvemos lobos o nos volvemos cerdos. O nos quedamos con lo que somos: una gente gris, que duerme en colchones de ceniza y no mira jamás ni al sol ni a la luna, con el aburrido afán de ganar un buen sueldo, confiando en que al llegar a la vejez uno no tendrá problemas para mear. En este feo mundo, quedan escasas gestiones de la dignidad, y una de ellas es el atractivo que sentimos hacia el perdedor, hacia la pobreza, hacia la melancolía, el mismo que llevó a Chaplin a crear a Charlot, por ejemplo. Como la protagonista de esta novela, Marranadas, que ahora recupera la editorial Tránsito, comenzamos tomando una pastilla para dormir y otra para estar despierto. Y todo sin dejar de presumir de los avances sociales y de lo bien que se vive en nuestro país y en nuestra época. Admiramos el sistema educativo de los países con más alto índice de suicidio juvenil. Sobre estos conflictos se cimentaron corrientes literarias y filosóficas, como el existencialismo: el hombre es una criatura débil y desprotegida ante su propia libertad de elección, que es fuente de angustia continua.

Marie Darrieussecq (Bayona, 1969) lleva todas estas dudas a una resolución sobre el cuerpo, dudando, a través de su creación, sobre quién es el dueño del mismo. Nuestra protagonista desconoce hasta si le pertenece, pues carece de cualquier dominio sobre él. De hecho, asistimos a una metamorfosis sin crisálida, a campo abierto, en la que la decadencia corporal sobreviene en dientes de sierra y llega al extremo de preguntarnos si no sería más sano dejarse llevar por ella. O al menos, si no sería mucho más natural. Y lo más natural, aunque resulte muy sucio, es lo más puro. Nuestra protagonista es una mujer sin estudios, de clase humilde, a la que le viene la regla cada cuatro meses. Este desajuste supone una barbaridad que no se arreglará con perfumes, por mucho que se rodee de ellos. Ni con un sexo rarísimo, del que no sabemos si se tiene para disfrutar o por costumbre, o por el mero hecho de que sucede algo posible, y ya.

¿En qué grado sentirá nuestra protagonista la indiferencia que parece caracterizarla? Esa indiferencia, que es una tabla de náufrago, un manual de supervivencia, la mantiene a flote frente a un destino lumpen que se impone de forma desbocada. Esta mujer parece no estar capacitada para la música de este mundo, si es que el ritmo al que gira se le puede llamar música. La armonía está por debajo del cero, lo absurdo se nos antoja demente y, sin embargo, no podemos dejar de reconocer cierta verdad en la exageración, como si Darrieussecq nos estuviera hablando de un síndrome al que todavía no hemos puesto nombre. Pero en nuestra intuición si cabe definirlo. Entre otras cosas, porque su primera característica es la misma que atosiga la vida de los demás humanos: la soledad. Se trata de una soledad que no es tan fácil de definir, a pesar de las intenciones tan potentemente expresadas por la autora: es una soledad impuesta desde el exterior, pero ¿por quién?; una soledad buscada, tal vez como refugio para no sentir; una soledad normal, siendo normal sinónimo de frecuente y por tanto un mal consuelo; e incluso es una caricatura de la soledad y, ya se sabe, las caricaturas nos permiten decir nuestras verdades, que de otra manera sostendríamos con eufemismos.

Y, además, está toda la crítica social que contiene la novela, la crítica a una forma de economía y a una forma de mando, a una estratificación que se produce en varias direcciones -económica, de género, sistémica-. Cabe preguntarse qué relación existe entre todo ello y eso que Edward O. Wilson calificó como lo más sufrido de nuestra era, la época de la soledad, que llevó a calificarla como Eremoceno. Son muchos los valores de esta obra, pero aunque sólo sea por gestar esta duda, no podemos dejar de recomendarla.

martes, 18 de enero de 2022

EL REY DE KAHEL

 

El rey de Kahel

Tierno Monénembo

Traducción de Pedro Suárez Martín

Baile del sol

Tenerife, 2021

307 páginas



 

Existe, todavía, el sueño de África, que en Europa es tanto el sueño del regreso al útero materno como el de la aventura, el de descubrir que existe aquel mundo sin series a través de plataformas de pago, sin redes sociales para encontrar pareja, sin tanta app para casi todo, un mundo, en definitiva, donde el sol y las sonrisas ocuparán el lugar que ahora ocupan las pantallas. Uno viaja a África pensando que allí la vida es auténtica, suponiendo que la autenticidad sea esa misma vida de la que tantos huyen rompiendo suelas de sur a norte, desgastando sus cuerpos en una migración que representa lo peor de la humanidad. Pero antes, mucho antes, el sueño de África era de exploración y conquista. Y será esta palabra, conquista, la perniciosa. Uno ha venido a estar brevemente en este mundo para explorar, aunque apenas se mueva del salón de su casa. La conquista, sin embargo, responde a un proyecto de ambición. Aunque este proyecto sea bienintencionado.

Aimé Víctor Oliver fue un expedicionario francés embravecido por el sueño de África. Entre los años 1875 y 1888 visitó varias veces el continente, donde llevó a cabo iniciativas suficientes como para que acabara su vida siendo reconocida como suya la conquista pacífica del imamato de Futa Yalón, en la Guinea actual, múltiples tratados con jefes indígenas y el embrión del primer ejército formado por los africanos. Sobre este personaje compone Tierno Monénembo (Guinea, 1947) una entretenida novela que versará sobre el choque cultural y humano. En un principio, no podemos olvidar a Mungo Park y, sobre todo, la genial novela de T.C. Boyle, Música acuática, sobre este expedicionario. Debemos advertir que Monénembo no posee los recursos estratégico y estilísticos de Boyle, o al menos no en esta obra, que pretende ser mucho más divulgativa que la del americano. Monénembo trae a cuenta el ferrocarril, como iniciativa del expedicionario. Y el ferrocarril era entonces el paradigma del progreso y como tal viene a azotar la superficie de África. Será motivación y será condena. Y será esa idea que flote por encima de nuestras cabezas, ayudando a representar la distancia entre el africano y el europeo. La pregunta clave, tal vez sea qué es ser extraño, qué supone ser extraño. ¿Quién es el extraño?

Monénembo tira de una ironía amable para construir un personaje con tintes de orate. Pero estos tintes no son sólo personales, pues también pertenecen a una idea social, esa que se refleja en la colonización, en la necesidad de implantar las ideas propias, que son heredadas y no se cuestionan, en las mentes de los demás. Nuestro protagonista es un soñador y el sueño será lo que le salve, lo que le dé ese toque de tenacidad que precisa para seguir adelante. Asistimos a una de estas novelas en las que el protagonista no es capaz de encontrar su lugar en el mundo, a la novela del pulpo en el garaje. Es él quien ha entrado allí y será a él a quien le parezca rara la belleza de África y de los africanos. En realidad, por mucho que nos empeñemos en ello, no somos el eje de nada: “El país sigue siendo encantador. Es una sucesión de colinas y de hondonadas deliciosas. Sólo faltan granjas, mansiones y castillos para ser superior a todo cuanto Europa ofrece como más seductor…”. Esto apunta en sus diarios, mientras viaja, en esa parte itinerante de la obra que nos remite, con prudencia, a la itinerancia de la novela picaresca, pero sin pícaro. Es posible que este diálogo resuma, mejor que cualquier otra cosa, la motivación por la que Monénembo creyó imprescindible escribir esta obra:

“-Usted es un tipo raro. ¿Qué será lo que puede atraerlo en África?

“-El gusto por la Historia, justamente, señor británico. Europa está hastiada. Aquí es donde la Historia tiene una oportunidad de volver a empezar. ¡Con la condición de sacar al negro de su estado animal!”

Demasiadas condiciones, demasiadas deudas pendientes. Sólo el amor sanará, de vez en cuando, a nuestro expedicionario.

sábado, 15 de enero de 2022

PARAÍSO

 

Paraíso

Abdulrazak Gurnah

Traducción de Sofía Noguera Mendía

Salamandra

Barcelona, 2021

300 páginas

 


Que a Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, 1948) se le halla galardonado con el Premio Nobel de Literatura nos ha permitido, en primer lugar, recuperar Paraíso, una de las novelas más hermosas que se publicaron en la década de los noventa.

La recordábamos como una Bildungsroman, una novela de aprendizaje, en la que se reconocía cierto conflicto entre el islam y el animismo, y entre el mundo tanzano y el colonialismo incipiente. Los comerciantes viajaban como héroes exploradores y el protagonista habitaba en un mundo purísimo, tanto como para disolver tensiones que en cualquier otro relato, con cualquier otro pulso, nos habrían marcado a fuego. Todo esto se mantiene activo, pero la relectura implicará otras reflexiones.

Debemos situarnos en un tiempo en el que el continente africano se encontraba en pugna identitaria, sufriendo el acoso europeo, lo cual suponía más decadencia que progreso. Al menos más decadencia en el sentido que supone la disolución, poco a poco, de una forma de vida, de una forma de relacionarse, por mucho que esto supusiera, con frecuencia, supervivencia bravía. El mundo al que nos lleva Gurnah es un mundo en formación, desde el punto de vista occidental, y es un mundo que agoniza en términos narrativos. Todavía es la magia la que explica muchos de los sucesos, unos principios que no podemos dejar de leer como impresiones ingenuas. Ingenuo viene del latín ingenuus: hombre libre, no esclavo, con un linaje libre interior y por tanto noble, aunque también se emplea con el valor de natural de un lugar. Sobre ese sustrato Gurnah crea a nuestro pequeño héroe. De hecho, nada más comenzar la novela conocemos a su familia, pobre, que por no poder alimentar a un Yusuf recién ingresado a la pubertad, tienen que pedirle que se vaya de casa. El recurso lo hemos conocido toda la vida, pues está en los tradicionales cuentos de hadas. A ellos nos remite Gurnah, a ellos y a las expresiones de asombro que ahí hemos encontrado. Pero también a la descripción de África, pues uno de los puntos fuertes del estilo del autor tanzano será la descripción de lugares físicos, una especie de dirección de arte que nos mete dentro de la novela a través de su impecable ambientación.

Yusuf es un muchacho guapo y esa condición marcará sus pasos. Para saldar la deuda, los padres disponen que sirva al mercader a quien deben dinero, lejos de la familia. El protagonista se verá en la tesitura de crecer, junto a un compañero algo mayor que representa al ayudante del niño que se aventura en el exterior en los cuentos de hadas. Y se encuentra con la metamorfosis de un mundo: se extinguen los mitos, las leyendas y las razones mágicas, y se otea la amenaza de los europeos belicosos, capaces hasta de devorar metal. Las viejas supersticiones serán cambiadas por otras nuevas, antes de que la ciencia y la tecnología impongan otra realidad sobre la que Gurnah parece preferir no hablar. “Para convertirse en guerreros de verdad, tienen que cazar un león, matarlo y luego comerle el pene. Cada vez que comen un pene pueden casarse con otra mujer, y cuantos más penes comen, más importantes los considera su propia gente”, pertenece a lo que se diluye. “Se mudaron a Kawa porque esta ciudad prosperó gracias a que los alemanes la utilizaban como depósito mientras construían la línea de ferrocarril que llegaría a las tierras altas del interior. Pero este esplendor fue flor de un día, y ahora los trenes sólo se detenían para recoger madera y agua”, es el presente. Los europeos ocupan el lugar del terror ausente. Son algo así como el hombre del saco, el último recurso para intimidar.

De hecho, su aparición será demoledora, en el único pasaje en el que se dejan ver. Sucederá al final del viaje, pues la novela también incluye un itinerario para valientes, al que nuestro protagonista asistirá como un espectador que siente lo que sucede con todo el cuerpo. Nace en la novela un tanto indefenso, sin bagaje pícaro, y se verá forzado a madurar entre grupos violentos y conflictos extraños. El mundo adulto es un montón de dificultades, sin más, y es absurdo que se comporte como tal: “Imaginaba que todos se sentían así, como si anduviesen a tientas por un lugar en medio de la nada. Dijo que el terror que se había apoderado de él no era lo mismo que el miedo. Era como si no contara con una existencia real, como si estuviera viviendo en un sueño, al borde de la extinción. Lo obligaba a preguntase qué era lo que tanto deseaban aquellas personas, capaces de superar aquel terror en busca de comercio”.

Como es absurda su esclavitud. Aunque este concepto parece estar bastante al fondo del mensaje de la obra. Pero en algún momento reconocemos que el hecho de que haya gente dueña de gente supone que se nos está hablando de uno de los grandes temas humanos: la libertad. Por algo la obra se titula Paraíso. Y por algo nos recuerda -por su frescura, por su vitalidad, por su facilidad, por su optimismo, a pesar de la oscuridad, y por la exposición que nos hace de una naturaleza humana en formación- nada menos que a Robert Louis Stevenson.


Fuente: Revista de letras