viernes, 11 de octubre de 2024

ÁRIDA

 

Árida

Antonio Tocornal

Traspiés

Granada, 2024

175 páginas



 

Son muy escasos los libros que te incitan, una vez acabados, a volverlos a empezar. ¿Qué demonios acabo de leer? Es una pregunta que sucede muy de vez en cuando, y que puede reflejar que nos encontramos ante un bodrio o ante la densidad mágica y algo cruel de Pedro Páramo. Juan Rulfo escribió una obra magnética que nos deja un extraño poso, el de pensar que no existe otro libro semejante en toda la historia de la literatura, otro libro que nos afecte de esa misma manera. No será sencillo volver a encontrar Comala, con sus muertos habitando el territorio, porque no encuentran la manera de aprender a morir y no hay forma de salir de ese entorno. La deuda que tiene este Árida con la obra maestra de Rulfo es evidente, tanto que su autor, Antonio Tocornal (San Fernando, Cádiz, 1964) la confiesa en uno de los epígrafes de entrada, donde la conversación entre dos personajes nos habla de la tristeza del lugar.

La deuda no lastra a la obra, porque todos sabemos que no hay autor sin lecturas previas, que no existe el autor que no esté enamorado de otros libros, que no hubiera deseado escribir obras que llevan décadas, o siglos, circulando. Árida es un territorio lejano y fronterizo, un lugar que crea sus propias leyes, que nada tienen que ver con nuestra realidad, y cuyos vínculos con lo verosímil alcanzan hasta el territorio donde nos encontramos con lo onírico. También con lo salvaje, con la ley del más fuerte, con la desidia y con la sed, esa ausencia de agua que termina por crear el territorio fantasma. Entramos al entorno a través de voz del personaje que eligió quedarse allí, y que nos lo presenta como el antónimo de lo romántico: no hay nada parecido a buenas sensaciones en el abandono, en la vejez, que no nos sugiere ningún sentimiento decente. En realidad, estamos frente a la maldición, a un destino demasiado potente, contra el que nada tuvieron que hacer los personajes que intentaron poblarlo.

La obra se monta sobre varias voces consecutivas, alternadas por la última guardiana del lugar, en las que existe deseo de desplazamiento, bien hacia Árida o bien para largarse. Lo que se impone es la descripción, la cartografía emocional y casi etnológica, en la que descubrimos que hubo un amo y muchos condenados en vida, mucha plebe. Los desplazamientos sobre los que se nos habla, que son huidas, pueden remitirnos al último, al desplazamiento hacia el más allá, pues estos seres no pueden estar vivos. O al menos cabe señalar que su única liberación será la muerte. Hay un lenguaje común, el que crea la atmósfera de Árida, que convive con ese intento de cada personaje por crear las frases de una forma un poco diferente a sus contemporáneos. La novela está escrita con sumo cuidado y contiene toques de advertencia, como los contiene, por ejemplo, La carretera, de Cormac McCarthy. Es desoladora, y en esa desolación es donde se encuentra su magnetismo, que merece la pena conocer, viajar a él como lector.

lunes, 7 de octubre de 2024

THEODOROS

Theodoros

Mircea Cărtărescu

Traducción de Marian Ochoa de Eribe

Impedimenta

Madrid, 2024

644 páginas

 



Al final de tu vida puedes acariciar el liquen húmedo de una piedra y pensar que ese tacto contiene todo lo que ha merecido la pena. Puede que el universo quepa en un gesto, pero difícilmente en una palabra. Para volver a narrarlo, es preciso tener la sensación de que uno ha de inventarse todo, crear desde cero, con los instrumentos de la narración, que son todas las palabras y todas sus posibles combinaciones. No bastan siete días para dar forma a toda la Creación y uno se pregunta si será suficiente con el relato de una vida que ha contenido casi todos los gestos. Theodoros nos habla de la vida de acción de alguien que ha conocido todos los pecados, y participado de muchos de ellos, de alguien que forma parte de la tribu de los seres malditos, aunque la maldición pueda parecer, por momentos, una gracia del Destino.

Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) elige comenzar la novela en la misma época en que tenían lugar las grandes exploraciones del siglo XIX, cuando no estábamos inventando el mundo, pero sí creándolo para nosotros, los europeos, a través de los extraños relatos de viajeros. El mundo cambiaba porque la expansión de lo conocido nos hablaba de cuánto desconocemos, de las infinitas posibilidades de vida que jamás se nos habían ocurrido antes. Y así nacen muchos espíritus fetichistas. La vacuna contra ese fetichismo será la religión, aquella que ya está asentada, la que viene regida por una iglesia que ha lo largo de siglos ha ido imponiendo unas leyes que nada tienen que ver con la ampliación del mundo. Este conflicto es parte del estilo que recorre la novela, y da lugar al juego del destino, que ya ha sido escrito, y a la impresión de crepúsculo que lo empaña.

Lo que se impone, lo primero que debería ser reseñado, sin embargo, es la voz del narrador que elige Cărtărescu. El cuento largo, larguísimo, que es la vida de nuestro personaje lo vemos desde el punto de vista de alguien que se lo está relatando a él mismo. A medida que avanzamos en la lectura nos vamos dando cuenta de que esa voz, que habla en segunda persona del singular, lo hace porque de alguna manera está fiscalizando al protagonista. Pero no únicamente a él, sino también a todos los trozos de planeta por los que ha ido circulando, y que trazan un mapa del universo conocido y que se está abriendo: Constantinopla, Jerusalén, Saba, es decir, Etiopía, Grecia, el Danubio, el Nilo… El conocimiento y la afectación de los sucesos que suceden intentan abarcar la creación de todo un nuevo mundo. La novela es, en buena medida, descubrimiento, el que hacemos a través de la mirada de un narrador que, iremos dándonos cuenta a medida que Cărtărescu introduce pistas, tiene motivos para ser omnisciente, pues ha sido testigo de todo desde una posición privilegiada. A pesar de lo cual, su descripción de un mundo entero es caótica, exhaustiva, sí, pero caótica, como si las piezas del puzle que intenta montar no pudieran encajar, porque, a la hora de la verdad, cada una procede de una caja diferente. Recorremos el planeta sin croquis, sin cartografía, como debe ser cuando uno se lo va inventando y, como sucede en buena parte de la obra de Cărtărescu, obedeciendo a las mismas leyes que obedecen los sueños y la magia: «Pues rara vez son las cosas de este mundo como las ven nuestros ojos de carne, que se dejan engañar con mucha facilidad», sostiene uno de los personajes en uno de los escasos momentos en que el narrador les permite usar su propia voz. Aunque en alguna ocasión lo hace con nuestro protagonista, a través de las cartas que dirige a su madre, en una de las cuales podemos leer: «Pienso incluso a veces que también estos son un invento de mi mente febril, pues ya no sé qué existe y qué no existe».

Este personaje, Theodoros, necesita que alguien le vaya explicando quién es, qué es lo que le ha construido. Y de eso se encarga nuestro narrador en una suerte de contrapsicoanálisis: yo te cuento tu historia, que tiene la estructura de un itinerario, a ver si así te entiendes. Y esta historia va conteniendo crueldad y lo oscuro, el horror y los placeres, con una densidad tal que sin un estilo intencionadamente barroco, lo barroco con su gran imaginación se imponen. No podía ser de otra manera, porque conviene un espíritu impetuoso a una existencia tan sufrida y gozada, de manera que Cărtărescu nos lleva a galope por ella con facilidad, con sus conocimientos enciclopédicos puestos en función de una llamada seria de atención al lector, que sabe que hay que contar una vida, con todo su contenido y a toda pastilla, porque esa vida se apaga. Y que nosotros, por el efecto hipnótico que siempre contienen las obras de Cărtărescu, no podemos evitar la tentación de seguir y seguir conociéndola.

miércoles, 2 de octubre de 2024

TIRANA MEMORIA

 

Tirana memoria

Horacio Castellanos Moya

Random House

Barcelona, 2024

315 páginas

 



Acostumbrados a que nos inciten a creer en que la historia es el movimiento de los que empujan, no está mal recordar que la que nos afecta es la parte que no se acostumbra a relatar, que es el movimiento de los que son empujados. La recuperación de Tirana memoria supone, en este sentido, recuperar también una de las partes más esenciales del espíritu de la narrativa, que es la de hablar de quienes padecen la historia. Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) nos sitúa en un país centroamericano y en el año 1944. Esta elección no es baladí: si hablamos de esas fechas, parece que sólo podemos mencionar el gran acontecimiento mundial, que era una guerra salvaje que abarcaba medio planeta. El caso es que en el otro medio también sucedían vidas y hacia allí, a esa especie de reverso de la historia, es hacia donde se apunta en esta obra. Por otra parte, mientras se han explorado en grandes novelas los ciclos de los dictadores latinoamericanos —El señor presidente, El recurso del método, Yo el supremo, El otoño del patriarca, Oficio de difuntos, etc.— enfocándose en ellos y su entorno, no está nada mal darse cuenta de que este mismo ciclo tiene también un reverso, como la historia. Este es el gran acierto de Castellanos Moya, que nos expone cómo afecta, directamente, una tiranía a unas personas que se implican en la vida política por propia voluntad o por voluntad arrojada.

El primer caso, el de la propia voluntad, es el de la gente que huye, escondiéndose, tras un intento de toma de poder. El segundo, al voluntad arrojada, es el de la mujer de alguien que ha sido encarcelado y que es, también, madre de uno de los que bregan en la fuga. El planteamiento literario es de contraste, dado que en el caso de la mujer se elige el diario y en el de los fugados se impone el diálogo. La mujer que escribe el diario tiene cuarenta y tres años, tres hijos y tres nietos, y confiesa haberse puesto a escribir como sucedáneo a las conversaciones con su marido, preso por ser crítico con el régimen. Resulta sorprendente, en nuestros parámetros actuales, que a esa edad haya sido abuela tres veces, un detalle que se menciona sin atribuirle una potencia específica, lo cual nos ayuda a imaginar que debe ser frecuente en el trozo de mundo al que se nos hace viajar. El diario es íntimo, pero es también una forma de no quedarse con demasiadas cosas para uno mismo, de expresar lo que nos provocaría un trauma. Pone en orden las necesidades y, en este caso, ayuda a suavizar las angustias. Porque esta novela trata mayormente de angustias. Y éstas cobran una forma más dinámica en los episodios que se alternan con el diario, que son una narración de párrafos cortos, con intervenciones constantes de los personajes en diálogos de frases breves. Se produce, así, una alternancia entre dos formas de relacionarse, una con un estilo más directo y que cabalga gracias a las voces de los protagonistas, y otra en la que parece buscar cómo entender lo que está sucediendo mientras reproduce lo más importante para sí misma.

El libro se encuadra dentro de la saga Aragón, una familia salvadoreña cuyo destino está ligado a la otra historia, a la que imponen los movimientos gubernamentales y los que manejan las armas. Es una novela de factura intensa, muy bien planificada y construida, que nos recuerda que no somos dueños de nuestro destino y, lo que es más grave, que la parte que condiciona nuestro destino está ubicada en algún lugar más bien negro.


Fuente: Zenda

martes, 1 de octubre de 2024

LOS NUEVOS LEVIATANES

 

Los nuevos Leviatanes

John Gray

Traducción de Albino Santos Mosquera

Sexto Piso

Madrid, 2024

194 páginas

 



«El verdadero Leviatán es el animal humano». John Gray (South Shields, 1948) no dice el hombre o el ser humano, dice el animal humano, en una expresión que contiene menos oxímoron de lo que parece. Al fin y al cabo, compartimos la mayoría de los genes con la mosca de la fruta. Incluso el mismísimo Thoma Hobbes participa de esta característica, en la que, nos aclara Gray, la pasión primordial, la que se impone, la más nuestra, es el miedo. «Los valores no tenían su origen en Dios ni en ningún ámbito espiritual, sino en el animal humano», aclara, mientras explica el materialismo del filósofo británico. Y es que la primera parte de estas Reflexiones para después del liberalismo, según reza el subtítulo, es un estudio sobre el sentido que tenía la razón en la filosofía de Hobbes, aunque se nos advierte desde el principio que va a buscar, a través de esas ideas, por qué los Estados se están convirtiendo en los nuevos Leviatanes.

Gray entiende al animal humano como un ser psico y sociopolítico, un constructor de morales a la par que los responsables de edificar sociedades. Pero en este proceso no se debe perder de vista eso que llamamos poder, pues ningún sistema social, todos inventados, carece del objetivo de organizar y garantizar la distribución del mismo. Para aclarárnoslo, se detiene en los regímenes chinos y, sobre todo, en el fenómeno de la Unión Soviética y la Rusia posterior. Seguramente estemos hablando del mayor proyecto de reinvención de la humanidad que ha existido. Pero pocas cosas han sido limpias en este proceso, como nos va demostrando deteniéndose en las biografías de distintos intelectuales, por ejemplo. A la hora de hablar de la represión, la pregunta que no cesa de flotar es ¿quién valora, define, escoge o elimina las libertades? «La genialidad del totalitarismo, por así llamarla, es que convierte a sus víctimas en cómplices de sus crímenes», asegura. Y así progresa este estudio, analizando cómo a los regímenes totalitarios, como podría ser el bolchevismo, le ha sucedido un liberalismo que también sigue pautas un tanto fanáticas, consignas con las que es complejo debatir. Comte, John Stuart Mill o el mismísimo Beckett son figuras de referencia en un análisis del que va concluyendo que «el liberalismo basado en derechos está tan lejos de las realidades del siglo XXI como lo pueda estar la teoría política medieval, si no más».

«En el capitalismo contemporáneo», aclara, «la clase marginada y sectores cada vez más amplios de la antigua clase media no solo se sienten abocados al abismo de la indigencia, sino que se ven privados de toda esperanza. El capitalismo venía autolegitimándose a través del mito de un crecimiento económico sin fin. Ahora, en tiempos de pandemias y de aceleración del cambio climático, ese mito ya no resulta sostenible. Y desaparece. Y los perdedores de la sociedad se quedan entonces sin nada». Gray se muestra como un intelectual tendente al estudio en este nuevo ensayo, en el que no está ausente la geopolítica, en el que demuestra que «los Estados neototalitarios actuales aspiran a liberar a sus súbditos de las cargas de la libertad», ofreciendo progreso material, seguridad derivada de la ilusión de pertenencia a comunidades y placeres asociados a la persecución.

«Los revolucionarios rusos de finales del siglo XIX y los hiperliberales occidentales de principios del XXI tienen mucho en común. En ambos casos, una lumpenintelligentsia inflada ha devenido en una poderosa fuerza política. Ambos movimientos son también profundamente devotos de la idea de que los seres humanos poseen poderes que antes se atribuían a la divinidad. Y ambos —los radicales rusos, a sabiendas, y los hiperliberales del siglo XXI, sin saberlo— están embarcados en un proyecto de construcción de Dios». Y más adelante continúa: «Pero los liberales del siglo XXXI están tan incapacitados para abjurar de su fe como lo estaban los comunistas de entreguerras: la necesitan para su supervivencia mental. Si algún futuro le queda al liberalismo, es como terapia contra el miedo a la oscuridad». Pues eso: el animal humano. Como siempre, gracias, Gray, por explicarnos tanto.

jueves, 26 de septiembre de 2024

AUTORIDAD ILEGÍTIMA

 

Autoridad ilegítima

Noam Chomsky

Traducción de Daniel Esteban Sanzol

Altamarea

Madrid, 2024

370 páginas

 



Las ondas que transmiten los sonidos y las vibraciones electromagnéticas que nos llegan hasta las pantallas de los ordenadores y los teléfonos móviles, cargan con afirmaciones envueltas en su ruido y su furia, con mentiras propias del rebuzno de un burro que apartan de la comunicación al canto de los pájaros, al rumor de las fuentes o a las promesas abrasadas que los enamorados se dictan al oído. Cualquier idiotez nos llega con más peso que el de las montañas, con más potencia que las mareas y con más humedad que el diluvio universal. Todos los idiotas anuncian que están reiniciando la historia y estos augurios, emitidos bajo la codicia, auguran que la Tierra está condenada a un silencio de piedra pómez, aunque nos queda el consuelo de saber que tras la desaparición de la especie humana la naturaleza se recuperará y volverá a ser pacífica, volverá a ser el lugar de descanso donde merece la pena habitar, aunque no podremos verlo. Hoy ya no se expresan opiniones, sino que se evacúan frases cortas que compiten por ser las más potentes, las más ingeniosas, y a veces consiguen sacarnos una sonrisa por vibrar con gracia, aunque la mayoría de las sonrisas que vienen a continuación sirven para dejar escapar entre los dientes expresiones como Ay, Dios mío, a dónde vamos a llegar.

Por eso seguimos apreciando tanto las voces serenas y sensatas de gente como Noam Chomsky (Filadelfia, 1928), que no deja de admirarnos por todo lo que tiene en la cabeza. Esta última publicación, esta Autoridad ilegítima, reúne entrevistas hechas a lo largo de los últimos cuatro años, en las que el lingüista y activista político nos demuestra que no se puede pensar en espacios tan cortos como los que permite un post de X. Para emitir una opinión solvente, para saber que uno está en la buena senda, es preciso aprender a razonar y las razones se expresan a lo largo de unos cuantos párrafos, donde la solidez del argumento nos sugiere que lo que se busca, efectivamente, es la decencia. Frente a ella no está la suciedad, porque el antónimo de decencia parece ser, deducimos de esta lectura, la irracionalidad: «Es probable que se encuentre con el férreo muro del partido negacionista, cada vez más entregado a la máxima atribuida —en parte erróneamente— al general fascista Millán-Astray, camarada de Francisco Franco: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”».

Volvemos a analizar qué hay tras la guerra de Ucrania, qué hubo detrás de la invasión de Afganistán e Irak, el discurso de odio de Donald Trump y cómo dejó el país hecho unos zorros y, sobre todo, el tema más importante que es el cambio climático. No podremos tener un mundo más justo, más bueno, más habitable, si no tenemos mundo. Las propuestas, que existen, para corregir este rumbo pasan por pactos, por no malgastar palabras sobre la responsabilidad y actuar con apremio, elegir objetivos radicales y elegir tácticas pragmáticas (sociales, económicas y políticas). Hay un verbo que utiliza Chomsky con frecuencia y que nos incomoda, que es restaurar. Un día conocimos el bien que ahora se nos escapa. Abundan los odiadores, tal vez porque el odio es un ansiolítico estupendo, cuyo discurso se une al sufrimiento de las crisis humanitarias, arrinconando las medidas contra el cambio climático. Chomsky vuelve a sacar a la luz las injusticias sistémicas con la serenidad que le caracteriza, que es el antónimo de tantas voces violentas que, no sabemos bien por qué, tienen tantos seguidores. Contra la agresividad, siempre nos quedarán reductos de pensamiento sensato.

martes, 24 de septiembre de 2024

LA CANCIÓN DE LAS MÁQUINAS

 

La canción de las máquinas y otros artículos

Sherwood Anderson

Traducción de Alberto Haller

Barlin libros

Valencia, 2024

155 páginas

 

 


Preocupado por la deriva a que nos lleva la industrialización, Sherwood Anderson (Ohio, 1871 – Panamá, 1941) visita una gran fábrica, un telar, y se deja llevar por las emociones. Es decir, deja que fluyan las ideas y así va reuniendo en su cabeza y sobre el papel la denuncia de una maldición. Estamos en 1930, pero vale decir que apenas hay que actualizar lo que él comenta, excepto por el hecho de que ahora existe internet y el poder financiero ha llegado a ocupar más del noventa por ciento del poder económico. No interesa tanto lo productivo como lo especulativo. Pero eso tampoco es fundamental, porque hoy, como en la época de Anderson, el trabajador necesita un trabajo y la representación paradigmática del mismo sigue siendo la fábrica. Anderson compone un libro breve, intenso, que contiene una dosis de poesía que nos sorprende: el gusto por la frase y la sonoridad está afectado por la entrega al mundo industrial, a las máquinas y los productos. En buena medida, a lo que más se asemeja La canción de las máquinas es a la canción protesta: «Pero nosotros no perseguimos a la felicidad. Perseguimos a esa pareja de rameras: el dinero y el éxito».

Se nos está hablando de una distopía cumplida, en la que conviene aclarar que la separación por géneros es lo que nos da esperanza, pues a juicio de Anderson son los hombres quienes están entregados a la industrialización, las víctimas que pierden humanidad, mientras que a las mujeres todavía no les ha afectado, no se ven humilladas con igual intensidad por lo moderno, que se dedica a arrebatar de todo. En consecuencia, invoca a la fuerza de las mujeres —el título de la obra en inglés es Perhaps Women—, a su vigor, considerando que son ellas las que pueden salvar a la civilización americana de las consecuencias de entregarse a las máquinas. Es importante señalar que el ámbito de denuncia es la sociedad americana, ese lugar donde «se ha sacralizado a través de la ley y de nuestra manera de pensar la noción de propiedad privada», a lo que añade Anderson: «¡Qué idea tan estúpida! Solo la vida es sagrada». Cabe completar el cuadro con la capa de la publicidad, que termina de dar forma a la vida que critica nuestro autor, condicionada por una conciencia que tiene mucho de acuerdo social y que nos lleva a la insensibilidad, lo cual es tanto como decir a la cobardía. En algún momento reproduce parte del contenido de una carta que recibe de un trabajador de una fábrica, en la que este asegura que un campesino europeo «bronceado, fornido e independiente, comparado con nosotros, parece alguien muy superior, pues somos criaturas que lo único que tenemos es el menosprecio de nuestros patronos».

La palabra que utiliza Anderson para significar la punta de la pirámide de la organización social es poder, pero aquí bien podríamos sustituirla por codicia, que en buena medida es sinónimo de poder. Cuando recurre al sustantivo patronos, nos remite, voluntariamente, a la esclavitud, que ahora no depende solo de alguien que ostente el mando, sino que también sirve al «oscuro propósito de la moderna y desmedida pasión por las cosas bien hechas». El producto que brota del telar es un producto impecable, mejor que si tuviera un origen artesanal.

«El hombre moderno está perdiendo hoy en día su masculinidad ante el imperio de las máquinas», nos advierte al principio del libro, donde confiesa sin ambages las intenciones de su escrito, y también la posibilidad que tenemos de salvación, en el que tal vez sea el párrafo más hermoso de esta interesantísima obra: «Lo que merezca salvarse de la máquina en la que viajé desde Chicago a Miami atravesando ríos, pueblos, ciudades, campos y bosques; todo aquello que pueda reutilizarse irá de nuevo a las grandes fábricas. Se fundirá y convertirá en nuevas máquinas. Rugirán y volarán y se pondrán en marcha. Por el contrario, lo que merezca salvarse de mí abonará una plantación de maíz o la raíz de un árbol».


Fuente: Zenda

jueves, 19 de septiembre de 2024

QUE TENGA UNA CASA

 

Que tenga una casa

Florencia del Campo

Candaya

Barcelona, 2024

157 páginas

 



Producir híbridos entra dentro de las intenciones de una buena parte de los escritores contemporáneos. Se trata, en buena medida, de cuestionarse los géneros, que apenas sirven para otra cosa que no sea ubicar la obra en las estanterías de la cabeza. El mensaje parece ser el de que estamos convencidos de que lo mejor es desordenar el contenido de esas estanterías, para llamar la atención, para ampliar el campo creativo, para reivindicar que el arte todavía puede ir más allá. Uno no deja de pensar que alguien como Kafka no se empeñó en revolucionar la literatura, sino en inventar a Kafka, y seguramente pocos autores han dado un vuelco tan grande a lo que se escribe en la historia. Lo que cuenta es la personalidad, tener sustrato, consistencia, decir algo que a todos nos importe, que nos desconcierte y pueda modificar las ideas, que derribe prejuicios.

Que alguien relate mientras relata lo que se le ocurre relatando no es algo nuevo, pero Florencia del Campo (Buenos Aires, 1982) añade a esto un territorio en el que todos pensamos y pocos escribimos: qué significa la casa. Decimos la casa, no el hogar, porque hay que centrarse en el espacio físico dentro del cual suceden las familias, suceden las parejas. Un hogar es un sitio que ya viene con sus adjetivos, pero una casa es un ente vacío y uno lo llena, como nos va explicando Florencia del Campo, de relaciones. Una casa es con quién, no un decorado.

Para ello se vale de un personaje creíble, de esos que se puede llegar a sospechar que contienen buena parte de lo vivido por la autora. Da la sensación de que la invención es recuerdo. Da la sensación de que se batalla entre la autocompasión y la autoestima. Da la sensación de que se trata de saldar cuentas, y que no le faltan motivos para estas intenciones: «Un sitio para guardar mis libros. Un lugar que me sane un poco la herida infecta que deja exiliarse. ¿Lo entiendes?». Que tenga una casa nos habla de la precariedad, que afecta no solo al ámbito económico, que llega a la solidez psicológica y a las impredecibles relaciones humanas. Nos está sugiriendo que salir adelante no es fácil, y que por el camino dejamos muchas cosas, incluidas otras casas, pero que lo que no te mata te hace más algo, no necesariamente más fuerte, pero sí más lo que sea.

«Un lugar simbólico que ordene el desorden, que sane algo, que compense». La casa como anclaje para dar forma al mundo, mientras la literatura busca descomponer un poco cimientos académicos. Es curioso, pero así es como se titula el último capítulo de la novela, Cimientos, después de haber pasado por Intemperie, Materiales, Derrumbe, Proyecto, Construcción, etc. Se trata no de resolver, sino de prepararnos un poco para empezar a resolver.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

LA GUARDIA DEL ALBA

 

La guardia del alba

Maya Jasanoff

Traducción de María Serrano y Francesc Pedrosa

Debate

Barcelona, 2024

430 páginas

 



Venimos de los conflictos. Será la dificultad de vivir, de salir adelante, de fraguar un presente, lo que nos construya. Y esta construcción quiere decir, en esencia, una forja moral. Explicándonos este devenir, Maya Jasanoff (Boston, 1974) comienza una biografía de Joseph Conrad que sorprende por un planteamiento muy diferente al habitual. El lector no encontrará aquí datos y acciones en orden cronológico, un seguimiento más o menos riguroso de los pasos de Conrad, sino una serie de reflexiones que se van hilvanando a partir de la obra del autor y de lo que se ha podido certificar a partir de una búsqueda detallada de documentación. De lo que se trata es de descubrir al autor al tiempo que al mundo en que vivió el autor, tanto el que se podría corresponder al estudio histórico como al de la interpretación de sus novelas y relatos. Conrad ofrece la posibilidad de visitar casi todos los continentes a través de sus vivencias y de su ficción. De hecho, la biografía se organiza en cuatro bloques, cada uno de ellos correspondiente a un lugar, representativo de un continente, anclados por cuatro de las principales obras del autor polaco: El agente secreto, Lord Jim, El corazón de las tinieblas y Nostromo.

Estamos ante una época de cambios, el inicio de la globalización y una nueva forma de entender la literatura. Las tensiones deberían servir, como nos indica la obra de Conrad, como oportunidades para hacernos mejores, dado su impacto moral. La batalla entre hacernos la suerte y no ser dueños del destino es una constante, tanto en la vida real como en la narrativa, de ahí ese principio creativo de Conrad, que sostenía que la literatura debe provocar unas sensaciones tal vitales como la realidad. Sin darnos respuestas de manual, nos vamos dando cuenta de que deberíamos empezar a orientarnos de otra manera, en la que nos afecta más todo lo que sucede en cualquier rincón del planeta. Así es como surge la obra de un autor que es a la vez romántico y existencialista: «La ficción de Conrad suele ordenarse en torno a unos momentos determinados en los que una persona toma una decisión crítica. Son los momentos en los que puedes o bien engañar al destino o bien sellarlo para siempre».

Preocupada por la faceta más sentimental de la humanidad, Maya Jasanoff nos ofrece un libro nada filológico, ni siquiera cuando entra en el ambiente más histórico en la medida en que puede afectar a Conrad. De lo que se trata, da la impresión, es de comprobar cómo nos impacta y modifica lo que percibimos, lo que nos llega por los sentidos o a cuenta, digámoslo de nuevo, del destino. De lo que se trata es de hablar de la experiencia y cómo aprendemos a través de ella, cómo nos sacuden las emociones, que a continuación serán sensaciones y que terminarán por transformarse en sentimientos una vez hayan reposado, o las hayamos digerido o razonado. Porque Conrad se empeñó en ser uno más de nosotros, en crear personajes que también pertenecen a nuestra gente. Para ello, Jasanoff le rodea de las personas que influyeron de una u otra manera en su vida, aunque siempre con afecto, construyendo su hogar y su polis: «la única clase realmente digna de consideración es la de los hombres honrados y capaces, sea cual sea la esfera de la actividad humana a la que pertenezcan», dejó escrito Conrad. Viajero con debilidad por la navegación a vela, Conrad regresaba de sus días por el mundo «con los ojos ablandados y la cabeza endurecida», dice Jasanoff, que añade la paradoja de mostrarle, con cada viaje, como más romántico y más cínico. La guardia del alba es una obra reveladora, en el sentido en que está diseñada para descubrir quién fue Jósef Teodor Konrad Korzeniowski, Joseph Conrad. No es tanto un recorrido por los detalles de su biografía como un desvelamiento de las causas que le afectaron. Por eso es un libro importante para los amantes de Conrad, pero también para quien quiera descubrir todo lo que se puede hacer a partir de los descubrimientos de una investigación sobre alguien a quien nos es inevitable querer, porque nos ha dado algunos de nuestros mejores instantes, algunos de nuestros más sanos sentimientos.


Fuente: Zenda

miércoles, 28 de agosto de 2024

LA LIGEREZA

 

La ligereza

Juan Cárdenas

Periférica

Madrid, 2024

128 páginas

 

 


Los cuatro ensayos que componen este volumen componen una declaración de principios de su autor, Juan Cárdenas (Popayán, Colombia, 1978), sobre los vínculos entre ética y estética, sobre la identificación de la una con la otra, que tiene que ver con nuestra relación con la realidad. Y dentro de la realidad se incluyen las formas del arte. Las intenciones de Cárdenas no se quedan en mostrarnos un parecer, porque lo que nos va expresando tiene un buen carácter universal, es algo con lo que se nos permite comulgar a todos, un denominador común. De hecho, el ensayo que da título al libro, La ligereza, es un diálogo de este fenómeno, de esta sensación, con todo. Todo tipo de cultura tiene cabida en los supuestos de los que parte, como expresa cuando llega a hablar de su país de origen, Colombia: «El país modesto pero bien educado que había ganado un Nobel en literatura mientras naufragaba simultáneamente en los años de la cocaína y el plomo». Entre García Márquez y Pablo Escobar cabe casi todo lo que existe en el planeta. En realidad, lo que viene a sostener, con un estilo en el que no se demuestra dogma, sino diálogo, es que la ligereza es una cualidad, una emoción, común a lo que percibimos como bueno, como agradable, y también como alta cultura o como cultura popular. La ligereza es un beneficio que obtenemos a través de las posibles interpretaciones de todo, pues es con todo con lo que él elabora el ensayo, porque todo está sujeto a interpretación. Nuestra tarea consiste en hacer que esa interpretación merezca la pena.

Que ética y estética son un mismo asunto, es un principio que se defiende en el segundo ensayo, Dos jergas de la autenticidad, en el que Pasolini y Cien años de soledad, y la lectura que el italiano hizo del clásico colombiano, son los ejes sobre los que gira esta divagación: «Hay que desconfiar, como dijo Gómez Dávila, de la prosa que no sonríe». Espero que se nos disculpe, pues esta es la frase con la que se cierra el ensayo y la que contiene la hipótesis: sonreír es bueno estética y éticamente. Tal vez el único gesto en del que se puede deducir esto sin que se pueda discutir.

A continuación, Cárdenas entrara en el terreno de la política y de la literatura como forma política, como actuación que genera o modifica la polis, a través de dos escritores que representan dos generaciones diferentes: José María Arguedas y Mario Vargas Llosa. El ensayo Alrededor de una crisis de fe versa sobre la utopía y el realismo, sobre ese eterno debate acerca de su compatibilidad, y lo hace sin intención de cerrarlo, pero contribuyendo a él desde una perspectiva que no le supone al pensador quedarse flotando lejos de la superficie del planeta.

Finalmente, Parábola del no retorno nos enfrenta al lenguaje a la vez que a la inmigración. Aquí Cárdenas no rehúye su experiencia personal como migrante, como exiliado, y se plantea qué supone este mestizaje a partir del yo: «A veces, sin embargo, me despierto de mis pesadillas pensando que ambos habitamos una misma ciudad espiritual hecha de fragmentos de muchas ciudades, donde somos casi nadie, un poco nada, al abrigo de tantos nombres». La pregunta ¿quiénes somos? busca una solución en el destino de los escritores latinoamericanos, que han descubierto el lenguaje de los españoles —«Los españoles son, básicamente, rapsodas, repetidores arrebatados, casi siempre involuntarios, de un poema legendario cuyo original se ha perdido para siempre—» para aportar a la comunicación creatividad, ligereza, a pesar de su trauma: «la imposibilidad de fundar, la fundación imposible, el imposible de la fundación, que a su vez da lugar al viaje errático». Lo que más transmite este libro es un espíritu positivo, la idea de que toda creación está disponible para hacernos sentir mejor. De nosotros depende dejar que ese sentimiento triunfe.


Fuente: Zenda