miércoles, 18 de junio de 2025

AHORA Y EN LA HORA

 

Ahora y en la hora

Héctor Abad Faciolince

Alfaguara

Barcelona, 2025

222 páginas


 


Condenado a vivir sin encontrarse a uno mismo, el ser humano no deja de ser otro simio dando vueltas una y otra vez dentro de esa jaula que es el mundo entero. Resulta que los sentimientos que conforman el tejido de la vida no le dejan a uno en paz y de ahí que nos piquen tanto los pies y no nos quede otra solución que no sea ponernos en marcha. Pero uno puede ponerse en marcha caminando, navegando, bailando o escribiendo. Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) comienza esta nueva obra, Ahora y en la hora, explicándonos en qué consiste esa necesidad de escribir y da buena cuenta de que escribir no cauteriza nada: «Se me ocurre que tal vez hice este viaje, y escribo sobre él, para ver si al fin vuelvo a sentirme vivo. Pero haberlo hecho, antes, y ahora escribirlo, en cambio, me hacen sentir mucho más muerto que nunca, al borde de la muerte, y quizá por eso mismo, desde mi regreso, y desde que me obstino en contar lo que viví, más que vivir, agonizo cada día».

Abad Faciolince emprende un viaje a Ucrania, se acerca a la línea del frente acompañado por varias personas, y estando sentado en un restaurante, comprueba demasiado de cerca lo que es la guerra: un misil ruso estalla junto a ellos matando a varias personas que se encontraban cenando junto a él, entre ellas a una de sus compañeras de mesa, una escritora ucraniana por la que muestra algo que es mucho más que respeto y que llamamos cariño. La experiencia es brutal y no puede dejar de marcar a fuego a un alma tan sensible como ha demostrado ser la del autor de El olvido que seremos. El libro encierra el lamento que supone pensar que la literatura no es suficiente, que el arte no basta y, sin embargo, ¿qué otra cosa nos queda frente a las muertes violentas? Pero este suceso no aparece definido, si como corriente que fluye en el sustrato, hasta pasados dos terceras partes del libro. Antes, Abad Faciolince nos va relatando su viaje por Ucrania junto a un puñado de líneas que atañen al núcleo del relato con todas las versiones de las líneas que afectan a un círculo: diagonales, secantes, tangentes y exteriores. Pero cada vez que recurre a una de ellas, lo hace por la sencilla razón de que le importan los demás, incluso aquellos que ahora vemos con cierta distancia porque se han librado del mal.

Abad Faciolince es consciente del tipo de patología que supone hablar de uno mismo, y no deja de expresarlo en alguna ocasión, pero no renuncia a colocarse en el centro y no como protagonista, sino como la persona que no cesa de amar y así lo que detalla es lo que va amando. Con este sencillo recurso, cualquiera puede sentirse identificado con él, pensar que el viaje del autor podría se el viaje propio. Hasta que detona el misil y todo se transforma. Es a partir de entonces cuando vuelve a surgir el Abad Faciolince más impactante pero más sereno, esa voz reflexiva y contundente que ya hemos conocido, ese pensamiento intenso, que nos demuestra que inteligencia y sentimiento son la misma cosa. Es ahora, cuando habla de la familia y de la muerte, cuando habla de la cobardía y de las heridas, cuando nos topamos, de nuevo, con el genial explorador de las zonas oscuras del corazón humano: «Pienso en la irrealidad de la muerte. ¿Cómo puede ser real la muerte si lo que hace la muerte es, precisamente, suprimir la realidad? La muerte es eso: que la realidad cesa, que el mundo que amas (tus hijos, tu mujer, tu país, tus paisajes, tus cosas) se terminan de repente y pasan a no ser nada».

 

Fuente: Zenda

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