lunes, 27 de febrero de 2023

LA ISLA OCULTA

 

La isla oculta

Abraham Jiménez Enoa

Libros del K.O.

Madrid, 2023

296 páginas

 

 


Podemos atribuir a las personas la edad a la que llegan al uso de la razón, pero difícilmente podemos trasladar esa meta a la historia de un país. ¿Cuándo alcanza la madurez una nación entera? Hemos creado el Estado para intentar configurar ese momento, o al menos esas fueron las intenciones de gente como Montesquieu. El Estado trataría de implantar la sombra del árbol de la ciencia del bien y del mal por todo el territorio, y así los ciudadanos crecerían con algo de dicha, con mejor suerte. Pero la vida de la gente está a merced de las sensaciones y no de ninguna ciencia, ni siquiera la del bien y del mal. Aunque, eso sí, se lucha socialmente por una construcción moral, tal vez desde los poderes del Estado y también desde la resistencia, que es una actitud personal en la que uno se une a los demás a través de lazos amistosos. De esta construcción moral nos habla Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988) al reunirse en un volumen estas crónicas de su país, Cuba. «Aquí en el hospital me han ayudado porque ya entendí que mi vida sí tiene sentido; el sentido de mi vida es mejorar mi propia vida», comenta uno de los suicidas en el reportaje que les dedica.

Pero en Cuba, en la Cuba que aparece en este La isla oculta, uno se debe a la supervivencia, tanto a la hora de buscarse el pan como a la de sentirse más o menos libre: «La vida es como el boxeo: no pierdes si te caes, pierdes si no te levantas», sostiene la mujer que quiso ser boxeadora y se le negó, porque en Cuba se les niega a las mujeres el derecho a boxear. De ese cariz es el carácter de la gran mayoría de la gente a la que acompaña la mirada de Jiménez Enoa. Encuentra a personas cuyo relato no podíamos imaginar, aunque sí su dedicación, como los jineteros o los que atienden en las farmacias y quienes aguardan cola frente a ellas, pero también algunos cuya vida sorprende, como el hombre que se gana la vida imitando los cantos de los pájaros o la comunidad que sólo cree en el agua como salvación. Todas las crónicas están construidas con oficio y escritas sin que en ningún momento desfallezca el tono ni el estilo. De hecho, se van dosificando los datos y detalles que nos sorprenden, haciéndolas así muy atractivas para el lector. Y mientras tanto, percibimos que estamos leyendo un país de otro siglo, de hace cien años o, al menos, del siglo XX. Hasta que de repente nos orienta hacia el pasillo marginal donde sí han llegado las nuevas formas de comunicación a través de internet. Allí el mundo es el mismo en el que habitamos nosotros, al menos durante un rato. Porque enseguida regresamos a la gente que debe inventarse, superarse, a tipos que sobrenadan en un país aturdido y oscurecido por el régimen político, además de empobrecido a causa de las fuertes caídas del producto interior bruto. Convivir, aunque sea literariamente, con estas personas nos hace preguntarnos qué es lo que queremos, qué es lo que soñamos.

Escritos, como apunta John Lee Anderson en el prólogo, con mucha sensibilidad social, y con una empatía que necesitaríamos todos para entendernos, la suma de las crónicas nos habla de una vida al margen, o al menos al margen si tomamos como referencia el mundo occidental. En cierta medida, a ello nos invita el autor, que se desnuda mucho en un epílogo en el que habla sobre sus primeros pasos en este mundo occidental que no menciona ansiar nunca, pero que le servirá de escapatoria, y en el que se representa a sí mismo como un pulpo en un garaje y, por tanto, dispuesto también a cuestionarlo de buena fe. Nuestro árbol de la ciencia del bien y del mal tampoco produce la mejor sombra.

 

 Fuente: Zenda

jueves, 23 de febrero de 2023

EL MAR VIVO DE LOS SUEÑOS DESPIERTOS

 

El mar vivo de los sueños despiertos

Richard Flanagan

Traducción de Alberto Moyano

Piel de Zapa

Barcelona, 2023

256 páginas

 



Una cosa es perder y otra dejarse la anatomía por el camino. De todas las metáforas de la vida que hemos conocido, la que se impone es la lucha. En la lucha podemos quedarnos sin una pierna, por ejemplo, pero a menos que en la pierna sea donde está la dignidad o la gloria, continuaremos avanzando por muy cuesta arriba que nos pongan el camino, por muy embarrado que esté el suelo. Sobre esta idea de la vida como lucha y la pérdida como antónimo de dignidad se han escrito muchos relatos, a los que ahora se añade este El mar vivo de los sueños despiertos, de Richard Flanagan (Tasmania, 1961) que ya demostró ser uno de los grandes novelistas vivos en sus anteriores obras, El libro de los peces de William Gould o El camino estrecho al norte profundo. Aquí coge el rábano por las hojas y nos sitúa, junto a la protagonista, en una situación extrema, en la que la lucha en y por la vida está en el centro de nuestras decisiones, y la pérdida se refleja en algo tan concreto como ir dejándose, misteriosamente, piezas de la anatomía por el camino.

Flanagan toca el tema del patetismo cuando nos señala las relaciones entre tres hermanos que deben tomar decisiones sobre la última suerte de la madre: enferma de manera incurable, hay que pensar en mantenerla con vida, aunque sea vegetativa, confiando en un milagro, o dejar que la naturaleza continúe su curso natural, el que sería en caso de no existir esta medicina, ayudando a que no sufra con paliativos mientras se termina de apagar. Mientras tanto, ella, la hija, pierde un dedo, por desaparición inexplicable, y a continuación una rodilla y un pecho. O eso es lo que ella cree percibir, que ha perdido partes de la anatomía de una manera absolutamente inexplicable. Así pues, no sabemos si acompañamos a alguien que padece realismo mágico o paranoia. En cualquier caso, la presión vital la sobrepasa hasta justificar cualquier forma de demencia o serenidad, si es que en casos tan extremos la serenidad es lo contrario a la demencia.

La vida actual, comida por el mundo digital, empaña cualquier conato de humanidad, apareciendo constantemente a lo largo de la obra, y siempre empañando cualquier síntoma de salud, que es el contacto humano. La vida digital aparece como una salida, un escape, una farsa. Porque lo que sí existe es un pasado a partir del cual generar los remordimientos actuales, mientras ahí afuera sucede uno de los peores veranos de la historia de Australia, en el que los grandes incendios arrasan con cientos de miles de hectáreas del país, y los animales fallecen con horror en medio de ese infierno. Mientras tanto, el cuerpo de la madre no cesa de deteriorarse, pero se niega a morir. Así pues, mientras el eje sobre el que pivotan las decisiones de los protagonistas es un enigma tozudo, ellos saben o sienten que han envejecido, que están envejeciendo, y se preguntarán quiénes fueron, sobre todo esta hija a la que acompañamos, y se preguntará, también, para qué sirve esto de vivir o haber vivido: «La joven doctora de Sri Lanka dijo que comenzaba a entender lo que un doctor veterano le había contado cuando estudiaba medicina; que la medida de nuestro valor no es lo que decimos o pensamos, sino lo que somos cuando nos pone a prueba el sufrimiento».

Esta agonía y este compromiso, esta indecisión o decisión equivocada, se mantendrá en vilo el tiempo suficiente como para que el resto del planeta siga evolucionando y se sucedan otras tragedias. Mientras tanto, los protagonistas se debaten entre ser lo que siempre han sido o evolucionar, si la evolución es posible. Estamos frente a otra gran novela de Richard Flanagan, que debería comenzar a sonar como uno de los grandes candidatos a los mejores panteones literarios.

martes, 21 de febrero de 2023

EL FONDO DEL PUERTO

 

El fondo del puerto

Joseph Mitchell

Traducción de Álex Gibert

Anagrama

Barcelona, 2023

240 páginas

 

 


El mar tiene memoria, y el puerto es la forma que el hombre ideó para comenzar nuestra relación con él. Un puerto, en concreto el puerto de Nueva York, puede tener en las crónicas de Joseph Mitchell (Carolina del Norte, 1908 – Nueva Yorkl, 1996) un aroma a cementerio marino lleno de vida, con perfume a sal bajo un cielo azul. Leyendo los reportajes que componen El fondo del puerto comprobamos que aquellas personas que poblaron un lugar tan lleno de vida hoy forman parte del sustrato sobre el que creamos pequeñas leyendas. Estamos ante un periodista romántico, alguien para quien los filtros sobre los que construir la literatura, que tiene tanta relación con lo que está viviendo, son los paseos y la memoria. No hay intención de epatar, de sorprendernos con pequeños párrafos potentes. Las crónicas actuales tienen esa pegada, entre otros motivos debido a que el cronista está obligado a expresarse en poco espacio. Mitchell escribió estos párrafos hace setenta años y carece de esa prisa, tiene a su disposición docenas de páginas en las que entretenerse y entretenernos, con lo cual en lugar de intensidad lo que transmite es serenidad. El resultado posee una naturalidad discreta, pertenece al mundo de lo común y es, a la vez, esa región de lo común que estábamos deseando descubrir para entender que nuestras vidas también son especiales.

Leídas a fecha de hoy, estas crónicas poseen el encanto del viaje al pasado, a un lugar donde, además, se fraguaron algunas de las fábulas de la cultura occidental contemporánea. En su día, representaron el interés por visitar un lugar que no se nos presenta como hermoso, pero sí como digno de ser querido. Encontraremos ratas, contaminación y decadencia, junto a las formas humanas que construyen nuestra educación sentimental: «Yo odiaba la escuela (…). No sé qué me enseñarían allá, pero aprendí muchísimo más en el viejo muelle de pescadores. Un día mi padre tiraba un barril al agua al final del embarcadero y me enseñaba a arponear un pez espada sin que la cuerda se me enrollase entre las piernas…».

La curiosidad de Mitchell, que leyendo estos textos sólo podemos catalogar como una virtud, nos permite conocer la historia del puerto de Nueva York, que será la suma de las historias individuales, sobreponiéndose al empuje general, a lo que sería la historia oficial, la que se podría contar en un libro de texto. Porque a lo expuesto en los libros de texto es muy complicado mostrarle afecto, pero sí nos encariñamos con los que muestran humanidad, con los que luchan por sobrevivir y con los que nos hablan con cortesía, con interés. Este interés es de tal calado, que Mitchell reproduce los diálogos a través de extensas intervenciones de su contertulio. Se nos muestra como un tipo que escucha, lo cual es un valor vinculado, repetimos, a la virtud de la curiosidad. Así va desenmascarando a gente como ésta, que nos resulta tan amable conocer: «Por último no tiene el menor deseo de acumular riquezas. Se gana bien la vida y con eso le basta. Tiene un barco, un automóvil, una casa con jardín, setenta y cinco libros, una trompeta, una navaja y un traje de domingo, y no se le ocurre qué más podría desear».

El puerto de Nueva York es un lugar lleno de unas paradojas que en lugar de inquietarnos otorgan un carácter al sitio que raspa el fondo de la memoria, sacándole brillo a las cenizas: «Es un cementerio antiguo, muy frondoso, donde se respira paz, aunque en todos sus rincones pueda percibirse el trepidar incesante de la maquinaria que lo rodea». No hemos podido conocer este lugar en vivo y en directo durante los años en que él lo visitaba, las décadas de 1940 y 1950, pero ahora sabremos por qué nos hubiera gustado estar allí y descubrirlo.


Fuente: Zenda

miércoles, 15 de febrero de 2023

LIBRES

 

Libres

Ana Santamaría

Comba

Barcelona, 2023

122 páginas

 



No es tan sencillo tener un paraíso propio. Fuera de la cabaña en el árbol de la infancia o la siesta tostada en la playa adolescente, apenas queda refugio y si uno aspira a inventárselo, por mucho que ponga toda la carne en el asador ha de ser consciente de que la vida te va a azotar con fatalidades. A eso que se conoce como destino, que significa no ser dueños de nuestro futuro, que apenas sirva de nada sembrar y labrar para garantizar la cosecha, que estemos al desamparo frente a todas las plagas, es a lo que se refiere la suerte de los personajes que Ana Santamaría (Burgos, 1970) reúne en este volumen. Libres es, precisamente, lo que tanto les cuesta ser. Frente a la realidad, y estos cuentos son de carácter realista, sólo existe una libertad auténtica, que no es la de querer, sino la de querer querer. Debería bastarnos con saber qué nos gustaría ser, para disfrutar de nuestros días: el valor del sueño no es que se realice, sino soñarlo. Pero aceptar esto supera casi todos los atributos que podemos poner en juego. De ahí que no nos quede más remedio que idear conceptos como la saudade y pensar que esta forma parte inevitable de nuestra vida. Y a partir de ella, crear un proyecto estético, saber convivir con la belleza, que puede ser triste, pero es acogedora. Y saber materializar esta idea a través de palabras es literatura.

Ana Santamaría comienza recordándonos que reconstruirse tras la batalla puede ser imposible, y que para darnos cuenta de nuestra limitación nada hay más oportuno que la falta de intimidad. Estamos demasiado expuestos. Nos hará acompañar a gente que entiende que la tristeza ya es irrevocable y vive al borde del suicidio. Nos recordará que sueño y vigilia provocan sensaciones que son igual de veraces. Aterrizará en la idea de que el tema central en cualquier relación entre seres humanos es la comunicación, su falta o la comunicación en diferente frecuencia. Será capaz de detenerse a contar un mero instante, que será lírico y representa el desencuentro, es decir, de hacer un relato donde no debería haber relato. Nos desnudará al mostrar que ejecutamos constantemente el pensamiento a través de proyecciones: ese oso polar desubicado es como yo, soy yo, un hombre de aldea en una ciudad. Vagará por la sana fantasía infantil a través de la niña que quiere ser sirena, mostrando cuál debería ser la pureza del deseo que perdemos al hacernos adultos. Nos expondrá ante la idea de que no somos capaces de dominar nuestro entorno, pues ni siquiera podemos dominar qué llamadas recibimos. Tendremos que volver a pensar si el otro es el que es o el que yo creo que es para mí (creo o quiero). Tratará con la idea de la disonancia cognitiva a través de alguien que intenta justificar un abuso a través de un psicoempacho, atorado de sustancias y presión social y sociolaboral. Hablará sobre cómo crea un pueblo una leyenda antes de terminar recordándonos lo duro que es saber que uno tiene más vida por detrás que por delante, y que con tanta nostalgia se hace muy difícil vivir.

El tema de la libertad es uno de los asuntos centrales de un relato, así como el de la dignidad lo es de la psicología o la narración psicológica. Ana Santamaría nos ofrece una serie de cuentos que son algo más que apuntes sobre ese eje central, sobre ese sentimiento que buscamos como se busca el aire bajo las mantas. Con un estilo sereno y sobrio, nos dejará un sabor a inquietud, una de esas sensaciones que a uno le invitan a seguir investigando, a seguir curioseando, a no vivir a través de la inercia. Y eso es mucho.

jueves, 9 de febrero de 2023

CINCUENTA PALABRAS PARA DECIR NIEVE

 

Cincuenta palabras para decir nieve

Nancy Campbell

Traducción de Claudia Casanova

Ático de los libros

Barcelona, 2023

237 páginas

 



«El lenguaje nos permite, como a Marcovaldo, deshacer nuestras ciudades y soñarlas diferentes».

Marcovaldo, el personaje creado por Italo Calvino, quería ver en la ciudad algo muy diferente a lo que la ciudad es en su inmensa mayoría. Marcovaldo veía los retazos de naturaleza y con ellos componía su propio paraje, su lugar habitable. En estas Cincuenta palabras para decir nieve, Nancy Campbell (Exeter, 1978) se intenta construir un mundo, algo que abarque toda la geografía, habitable a través de rescatar lo mejor de nosotros mismos, lo mejor que hemos creado cerca del lenguaje. Campbell elige cincuenta palabras de distintos idiomas que tienen relación con la nieve, que describen los copos o los muñecos, pero también las formas de la geografía física o los fenómenos de la naturaleza. Lo que permanecerá será la naturaleza y los misterios que siempre acompañan a la naturaleza, mientras recorremos Japón, Dinamarca, Irlanda, Siberia o Noruega, pero también Nueva Guinea o las regiones maoríes.

El volumen que resulta es delicioso. Se trata de un artefacto que nos reconcilia con las lecturas de corto aliento, unos párrafos que contienen mucha poesía, porque la poesía sirve para hacernos sentir mejor. Es un libro que nos reconcilia con la lectura y con la respiración. Campbell hace todo un alarde de libertad creativa, de libertad expresiva, de libertad de asociaciones rompiendo los cercos de lo que entendemos que debería ser más académico, y nos orienta a través de un mundo en el que habitan los renos, las nubes con todas sus formas y vaticinios, la belleza, los pastores, las amenazas, las leyendas y los viajeros. Atenderemos a la música de los lugares y las personas que los habitan, a las creaciones artificiales del hombre, a los árboles, a la espiritualidad de cielo y tierra, al leopardo de las nieves, a James Joyce, a las flores y los esquíes. Conoceremos al fotógrafo Vittorio Sella, el batido de chocolate, el algodón que tanto se asemeja a la nieve, la inmigración galesa en la Patagonia. Volveremos a Andersen y su reina de las nieves, al loto blanco, a la luz de Grecia e incluso a la intrusión de las tropas napoleónicas en Lituania. Todo redactado con un gusto exquisito por el trabajo que está haciendo. Eso es lo que se conoce como literatura, acercarnos al frío y con él a las demás sensaciones, a los colores, a las costumbres y las historias narradas, a lo que sería esa parte de la estética que nos ayuda a estar en el mundo, que nos sostiene. A eso se dedica Nancy Campbell en esta obra, que nos mantendrá en guardia y con ganas de recibir la próxima sorpresa durante su lectura. Un libro precioso.

lunes, 6 de febrero de 2023

EL ESPLENDOR DE LA SEÑORITA JEAN BRODIE

 

El esplendor de la señorita Jean Brodie

Muriel Spark

Traducción de Laura Ibáñez

Blackie Books

Barcelona, 2023

190 páginas

 



Creamos al narrador que posea el superpoder de entender el orden de lo que nos está contando, porque conoce el futuro, y podemos llegar a introducir esa versatilidad en la narración, sin modificar un ápice los avatares a los que asistimos. Así es como planifica Muriel Spark (Edimburgo, 1918 – Florencia, 2006) esta novela, en la que asistimos al crecimiento, o al dudoso crecimiento, de un pequeño grupo de jovencitas en el periodo de entreguerras. Todo lo que está sucediendo tiene sentido porque ha tallado el presente, desde el que narra, ubicado unos años más tarde. En un principio, da la sensación de que la media docena de muchachas son bastante parecidas, están cortadas por un patrón semejante, pero enseguida se nos advierte de que una destacará por su facilidad para el sexo y otra terminará entrando en un convento de clausura. Cada una dará salida a su crisis de identidad en función de otras circunstancias que no son las que nos expone en la novela. Porque aquí de lo que nos habla es de algo que tendrán siempre en común, la presencia, como referente primario, de una maestra poco convencional en los últimos años de su educación primaria.

La maestra será la señorita Jean Brodie, y al contrario que sus compañeros, cree en una educación alternativa, en la que ella se presenta a sí misma como modelo, en la que establece una complicidad gratificante con las muchachas. La historia comienza cuando ellas tienen diez años y la señorita Brodie está en lo que ella califica como ‘su esplendor’. ¿Qué es ese esplendor? Es la edad ideal, que siempre será la que esté cumpliendo ella, y es una suerte de narcisismo que parece obedecer a un efecto rebote contra la presión social: debería ser sumisa, debería ocultarse más, debería actuar de acuerdo a la moral que tanto ha costado construir y se fundamenta en tradiciones absurdas. Frente a todo ello, la señorita Jean Brodie opta por confesar sus emociones personales y enfrentarse a la corriente de pensamiento que se impone, aunque para ello tenga que alabar a Mussolini. Para ella querer ser progre significa llevar también la contraria.

Pero las niñas pronto comenzarán la pubertad, y a continuación la adolescencia, en un relato en el que a medida que crecen se nos expresa su condición con menos detalle. Eso sí, entrarán en la edad de la razón a la vez que en el despertar sexual, que se expresa por el interés que muestran en el tema, sobre todo a la hora de hablar sobre la vida de su maestra, a la que irán dejando atrás, con la que irán encontrándose fuera de las aulas. La novela nos habla del gran referente que siempre permanece, en que más nos ayuda a crecer, el platónico. No se busca que posea una traba destacable, porque la evolución necesaria y comprometida será conflicto suficiente sobre el que gestar la acción y la evolución de los personajes. Todas las chicas maduran, pero la señorita Brodie se empeña en seguir siendo la misma, la que vive siempre en su esplendor. Detrás del relato se esconde la educación de las mujeres tapadísimas en esa época, sobre lo que sucede bajo la capa de la sociedad visible, que es la que componen los hombres. Un lugar que, al igual que en el estrato visible, es frágil, debido a las debilidades de los seres humanos, que podrán incluso provocar mala suerte en el destino de quienes queremos. A Muriel Spark no le falta un buen tema al que agarrarse para idear esta novela, que se lee con una facilidad que sólo podemos agradecer.