lunes, 30 de diciembre de 2024

MÁS DE UN SIGLO SE ALARGA EL DÍA

 

Más de un siglo se alarga el día

Chinguiz Aitmátov

Traducción de Marta Sánchez-Nieves Fernández

Automática

Madrid,

 557 páginas

 

 


Hay un viaje concebido como duelo para despedir a un amigo. Estos desplazamientos no son nuevos en literatura, basta con asomarse a Mientras agonizo para entenderlo. Pero Chinguiz Aitmátov (Sheker, 1928 – Núremberg, 2008) avanza hacia un valor que no solemos tener en cuenta a la hora de acertar con la altura literaria de una obra, y este valor es el respeto: «De pronto, Ediguéi comprendió con absoluta claridad y con un agudo arrebato de pesar que lo invadía que, a partir de ahora, solo le quedaba recordar…». Esta novela, Más de un siglo abarca el día, es una demostración de cómo recordar sin angustia, a pesar de ser consciente de que la memoria no es una flecha, no es una dirección, sino que se trata más bien de un territorio en el que nos desplazamos de mil maneras, incluida la teletransportación. Un rato estamos en un rincón soleado, y al segundo siguiente nos vemos paseando bajo la tormenta. Aitmátov nos da toda una lección al tratar con respeto cualquier paso de la memoria del protagonista, incluidos los que tienen que ver con los años de plomo posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Estamos en una estepa kazaja, en los años cincuenta, en medio de ninguna parte y de ningún momento. Es un submundo dentro del mundo, es un desierto por el que de vez en cuando atraviesa un tren, y nuestro protagonista está encargado de custodiar una estación sin vida. Pero su memoria es un regalo, es una memoria coral, de la que aprendemos las costumbres, la historia y la geografía. En buena medida, la novela es un retrato en movimiento de una cartografía que desconocíamos que podía existir.

Nuestro protagonista, muy preocupado por los demás, siente la deuda contraída por la amistad y la serena respuesta que se merece. El contraste lo ofrece un camello que representa la potencia vital, por un lado, y por otro un grupo de astronautas que parece haber encontrado otro planeta habitable o al menos el sueño de otro planeta habitable, en un momento en el que resulta complicado habitar el propio, porque se están rompiendo todas las costuras. A lo largo de la lectura de los distintos episodios, manejados con una estructura muy libre, no van a dejar de surgir preguntas en la mente del lector: ¿qué relación existe entre la dignidad y el esfuerzo?, ¿para qué sirve sufrir?, ¿qué nos dicta si nos merecemos o no la suerte de vivir donde vivimos?, y una bastante concluyente: ¿para qué vas a querer a tus hijos si no sabes qué destino les depara la vida? Y todo es posible en lo remoto, como en la estepa kazaja o en el infinito espacio sideral. Y también en la memoria, donde conviven recuerdos concretos con leyendas que, de vez en cuando, otorgan al relato un punto mágico.

La obra está construida desde un itinerario, pero este no se corresponde tanto con una ruta física como con los estados de ánimo de nuestro protagonista. Al fallecer su amigo, se despierte el miedo a quedarse solo. Este acicate será el que active la memoria, que abarca más de un siglo, pues hasta Gengis Kan entrará a formar parte de los recuerdos que le han ido construyendo. La novela no elude la intervención política, dudando del sentido que tiene en lugares tan apartados el alzamiento contra la lucha de clases o, más concretamente, el régimen estalinista. Durante las purgas de Stalin se consideró al padre de Aitmátov enemigo del pueblo y fue ejecutado, lo cual no impidió que nuestro autor siguiera una carrera política, llegando a ser embajador de Kirguistán ante la Unión Europea. Se puede leer esta novela como una fábula política, pero ese sería un segundo nivel: lo más interesante, lo que nos atrapa de esta obra maravillosa, es todo el despliegue emocional, profundamente respetuoso, de su protagonista.

 

 Fuente: Zenda

 

miércoles, 25 de diciembre de 2024

EL RÍO

 

El río

Alfredo Gómez Morel

Cabaret Voltaire

Madrid, 2024

402 páginas


 


Es inevitable recordar la obra de Mohamed Chukri durante la lectura de estas memorias. El río, de Alfredo Gómez Morel (Santiago de Chile, 1917 – 1984) comparte con El pan a secas (antes traducido como El pan desnudo) el ambiente desoxigenado de las calles, la vida al límite, el aprendizaje a través de la supervivencia. Si utilizamos el verbo sobrevivir nos estamos refiriendo a una situación llevada al extremo en su sentido más físico: el cuerpo está siempre a punto de dejar de aguantar, la pobreza es extrema y los recursos para llevarse un bocado al estómago no son nobles a los ojos, por ejemplo, de un aristócrata. Gómez Morel, como antes hizo Chukri, nos recuerda que estamos bailando sobre la armonía de los números y que desconocer la existencia de la pobreza nos convierte en mortales estúpidos. Existen los niños para los cuales la infancia no es la búsqueda de un tesoro. Pablo Neruda calificó El río como un clásico de la miseria, que es algo que bien podría aplicarse también a la obra del autor tangerino. Cualquier otro planteamiento vital que no sea un cobijo para dormir y un mendrugo en la boca, es un lujo: el amor, la felicidad, la autonomía, la amistad. La vida del niño Gómez Morel es tan miserable, que cree encontrar libertad en el río Mapocho, entre otros muchachos de la calle, huyendo así de la vida que le ofrece su madre.

Esta obra es una alerta para explicarnos que todavía es necesario reclamar dignificación y solidaridad, que lo primero que debemos hacer es comprender: «La misión del Escritor —el verdadero— consiste en indicar, con coraje y claridad, cuándo el Hombre se equivoca y cuándo acierta, cuándo la convención debe ser remplazada por la autenticidad», así lo expone el propio autor en el prólogo. Luego comenzaremos una lectura en la que ha de regresar a la infancia y juventud, volviendo a convertirse en quien fue, en el niño que no entiende y se somete a un aprendizaje cruel. El mérito de esta voz es que no narra como si todo aquello hubiera quedado atrás, sino como si lo estuviera reviviendo. Es así como nos enfrentamos al tema del valor de vivir, teniendo en cuenta aquí toda la polisemia del sustantivo valor: utilidad, aptitud y cualidad. Y para ello nos lleva de la mano del crío a un camino que no cesará de cuestionarnos si no estamos hablando de autodestrucción: «No dábamos ninguna importancia al peligro», confiesa. Así bregan él y sus compañeros del río, que como él pasarán muchas temporadas en la cárcel: Del Puente hacia arriba, empezaba nuestra lucha, y era sin cuartel. «Del Puente hacia abajo, empezaba nuestra libertad, y era sin medida».

«”¿Qué diría el Río…?” En esta pregunta estaba encerrada toda una manera de ver la vida, la filosofía del hampa». Pero la del autor no se limita a la exposición de hechos, de sucesos, de atrevimientos, entre los cuales no podría faltar la hambruna sexual, pues lo que también consigue transmitir son las sensaciones. Da reparo hablar de educación sentimental, que es de lo que se trata, porque la expresión queda demasiado afectada y, en consecuencia, incómoda. Gómez Morel va mucho más allá, al territorio que ya exploró Chukri, y lo hace con una tensión demoledora, sin esconder nada, como nos advierte al principio de la obra: «Mis dudas, la poca solidez de mis propósitos, mi amor a la vida fácil, la pereza en que viví por más de treinta años, mi inclinación a la bebida, la desesperante fiebre erótica que me corroe, el desprecio que por mucho tiempo sentí hacia todos los valores, mi afán de huirle a la verdad —o de aprovecharla con fines ocultos— y el violento líder que llevo en el alma desde que fuera aceptado definitivamente por el grupo delictual son mi batalla de cada día y creo que poco a poco voy venciéndolos». Estamos frente a uno de los grandes libros del año, una recuperación necesaria que nos vuelve a cuestionar cuál es mejor fin de la literatura.


Fuente: Zenda

miércoles, 18 de diciembre de 2024

CUENTOS COMPLETOS de JOSEPH ROTH

 

Cuentos completos

Joseph Roth

Traducción de Alberto Gordo

Páginas de espuma

Madrid, 2024

380 páginas


 


La victoria consiste en seguir vivos, pero eso no evita que uno piense, con frecuencia: voy a rebelarme, tengo que rebelarme, no puedo consentir que me sigan machacando, tengo que luchar. Ese carácter está detrás de buena parte de la obra de Joseph Roth (Brody, imperio austrohúngaro, 1894 – París, 1939), que se reproduce en esta recopilación de cuentos que edita Páginas de espuma. Cabe decir que durante la lectura uno tiene la impresión de estar leyendo la obra breve de alguien que tiene la cabeza configurada para escribir novelas. De hecho, los primeros relatos dan la sensación de ser proyectos de algo más largo, apuntes sobre los que edificar, dado que en pocas páginas trata de abarcar la biografía entera de un personaje. Y ya sabemos que si en esta biografía hay conflicto, existe ese tengo que rebelarme, el juego literario puede extenderse. Pero a medida que avanzamos nos damos cuenta de cómo se va forjando la esencia de una obra breve, hasta tener una consistencia potente, como sucede en la pieza más famosa del volumen, La leyenda del santo bebedor, la historia de ese vagabundo cuyo alcoholismo no le permite conseguir devolver una deuda.

Lo que no cesa desde el principio es su interés por seres que podrían aparecer en cualquier lugar de las ciudades, construcciones propias de alguien cuya principal cualidad es la observación. El realismo que impone Roth a su obra es el realismo que retrata la infelicidad; la imaginación, que es mucha, de nuestro autor está a disposición de explicarnos todo lo que cuesta vivir. Para ello se va deteniendo en las facetas de la vida y en los trozos de vida en que esta cambia, aunque a nosotros nos encierra en esos cambios, en esa gestión de la infelicidad. Lo que le importa es el retrato y, de hecho, hasta las descripciones físicas están elaboradas en función del perfil psicológico del personaje, indicen en él, nos explica un carácter.

Pero los valores de este volumen no se quedan ahí. Nos descubre un mundo, el de la Europa central de principios del siglo XX, tan condicionado por la Primera Guerra Mundial, en el que sucede el aprendizaje que a él le marcará como creador, que se asemeja al que expone uno de sus personajes en El triunfo de la belleza: «Un demente no es peligroso porque pueda amenazar físicamente a su entorno normal, sino porque destruye poco a poco la cordura de ese entorno. En este mundo, la locura es mucho más fuerte que el sentido común, la maldad es más poderosa que la bondad». Ese es el ambiente, esa es la atmósfera en la que Roth, fiel a su estilo directo y sencillo, no se entretiene, sino que nos deja respirarla a partir de los sucesos. El lirismo se deduce, no se enuncia. Pero estos tienen lugar en un momento clave, en unas circunstancias que nos dejan incapacitados para descubrir o intuir el futuro. Estos tienen lugar dentro de «los caprichos antinaturales de la historia universal». En esa brega contra la naturaleza de la historia se hallan los que van o regresan de la guerra, las mujeres que se sienten solas, los vagabundos y los rechazados. El volumen lo cierran tres piezas de no ficción, una carta y dos artículos, en los que el propio Roth da cuenta de su intención literaria de retratar su época.

Leer este volumen nos ayuda a entender mejor al genio que escribió La marcha Radetzky o Job. Y también a reflexionar acerca de lo que significó para la gente esa época clave en nuestra historia, de la que hemos heredado buena parte de lo que nos construye.

 

Fuente: Zenda

martes, 17 de diciembre de 2024

LA INDIVIDUALIDAD COMO MOTOR OCULTO DE LA HISTORIA

 

La individualidad como motor oculto de la historia

Fernando del Castillo

Comba

Barcelona, 2024

212 páginas



 

Las mejores obras de arte son fruto del talento de una persona, pero también de la acumulación de sensibilidad entre los humanos. Miguel Ángel escupió La Piedad, Shakespeare escribió Macbeth, Velázquez pintó Las Meninas, detrás del diseño del Taj Mahal tuvo que haber un arquitecto, y las nueve sinfonías de Beethoven sigue siendo el mejor refugio para la belleza. De acuerdo, pero la humanidad, o algún ingeniero o un loco, también ha creado las bombas nucleares y las bombas de racimo, la tensión económica, la contaminación o el odio entre hermanos. Parece claro que todo esto se debe a un cerebro que no cesa de evolucionar, la pregunta es saber hacia dónde. En cualquier caso, la cuestión es lo bastante sugerente como para que alguien, en este caso el médico y ensayista Fernando del Castillo (Salamanca, 1945), se plantee una cuestión que contiene espíritu de tesis doctoral combinado con ánimo de investigación divulgativa: ¿puede ayudarnos la neurociencia a entender la evolución de la sensibilidad y el pensamiento?: «Y ésa es nuestra propuesta: el cerebro individual —o mínimamente grupal— es el motor de la historia de los seres humanos».

El autor parte del hecho de que el cerebro es un órgano evolutivo y en evolución, que el sistema nervioso no está estancado. Y para demostrarlo elige las representaciones artísticas, analizando someramente los paradigmas de la escultura, la pintura o el teatro en distintos momentos de la historia: «El seguimiento del yo en la historia, su evolución y manifestaciones en cada uno de los tiempos históricos, es el motivo principal de nuestro trabajo». No es tan sencillo demostrar que la evolución del arte y de la filosofía está relacionada con un proceso de madurez mental del individuo, pues habría que desgajarlo del contenido social que afecta, claro está, a la formación del pensamiento. Esto lo sabe bien el autor, que al margen del análisis a favor de su tesis afronta el tema desde una perspectiva psicológica y antropológica, en la que incluye a la religión, a la evolución de las implantaciones religiosas, además de a la teología. En lo referente a las expresiones artísticas, los referentes que le sirven de sustrato son autores como Gombrich, Hauser o Panofsky, sobre los que debate con frecuencia para estudiar la expresividad, el simbolismo, la iconografía o el naturalismo. Y a partir de ahí tratar de definir qué es la madurez y si esta responde a una madurez neurológica: «Mi opinión, muy contraria al maestro (se refiere a Gombrich), es que la individualización no se adquiere plenamente en un momento histórico determinado, sino que es un proceso continuado de perfeccionamiento mental, de manera que cada periodo histórico tiene su propia concepción del yo». El yo, ese yo, es lo que da lugar al debate que él plantea, acudiendo, de vez en cuando a pensadores y teólogos, sin distinguir entre unos y otros.

La intención del libro no es tanto demostrar una tesis, que posiblemente precisara de un análisis más complejo en el que participaran más autores, dado el interés que puede suscitar, como iniciar una nueva vía de estudio. Lo que consigue, con éxito, es intrigarnos y hacernos sospechar que faltan muchas cosas por decir, que hay un territorio que todavía nos puede regalar alguna sorpresa. Y no se nos ocurre un motivo mejor para afrontar la lectura de un ensayo.

viernes, 13 de diciembre de 2024

¿QUIÉN LO CUIDA?

 

¿Quién lo cuida?

Joan C. Tronto

Traducción de Jean-François Silvente

Rayo Verde

Barcelona,

134 páginas

 



 Pensamos que la revolución sucede mientras miramos las estrellas, pero el suelo está lleno de hoyos en los que tropezar, lo cual nos obliga a prestar atención a nuestros pasos. Esta llamada de atención está presente en este libro, cuyo subtítulo, Cómo remodelar la política democrática, nos sujeta a la tierra. Se trata de hacer algo posible, no de cambiar del todo el planeta. Y la propuesta de Joan C, Tronto (Minnesota, 1952) parte de un neologismo, concuidado, que es sencillo de entender, pero del que debemos tomar conciencia, pues una de las partes, la de la política con minúsculas, atañe a la convivencia y eso supone que es posible. La otra, la de la Política con mayúsculas, depende de otros cambios, sobre todo el económico.

El libro es un opúsculo directo en el que se enfrenta a la democracia del mercado contra la democracia del cuidado, es decir, a lo que llamamos realidad por imperativo frente a lo que consideramos ideología. Lo cual supone tanto como que tengamos que elegir entre la estupidez y la belleza. Porque esa realidad también se construye. Y se puede construir con el concuidado, que es solidaridad. De hecho, Tronto identifica esta palabra, solidaridad, con democracia, reclamando que ambas suponen construir una ciudadanía inclusiva de verdad. «El cuidado siempre está impregnado de poder. Y eso lo convierte en un asunto profundamente político». Política es la construcción de la polis, que es el espacio donde convivimos, con todas sus estructuras y ramificaciones, con su aspecto y su sustancia. ¿Por qué es necesario el cuidado? «En esencia, el cuidado se basa en la desigualdad. ¿Cómo podemos transformar algo tan desigual en algo basado en la igualdad?», se pregunta. Y propone una actuación en cuatro fases: identificar necesidades, aceptar la responsabilidad, aprender a sobrellevar el cuidado en circunstancias adversas y analizar la situación y los recursos asignados para mejorarla.

La mayor traba que estudia es la supeditación a una economía de mercado, que tomamos como única posibilidad real, mientras que crea grandes desigualdades y reduce, por tanto, el significado de concuidar: «Con el paso del tiempo, la democracia de mercado crea una jerarquía antidemocrática y despreocupada por el cuidado entre los ciudadanos. El recurso más importante para el cuidado es el tiempo. Por desgracia, no todo el mundo dispone de él del mismo modo. Los profesionales trabajan muchas horas, pero también los pluriempleados que cobran un salario mínimo. Los trabajos mal pagados van acompañados de menos beneficios, menos días por enfermedad y menos días de libre disposición. Aunque el trabajador profesional disponga de poco tiempo, cuenta con más recursos para atender sus necesidades asistenciales». Para que la propuesta de Tronto sea posible, hay que construir un sentido de propósito común, una comunidad, tal vez una tribu: «Tenemos que dejar de creer que “el mercado” satisfará todas las necesidades asistenciales (…). Los ciudadanos democráticos tienen que preocuparse lo suficiente “por” el cuidado para comenzar a cuidar “del” cuidado. Tenemos que exigir que las responsabilidades asistenciales se reasignen de conformidad con nuestros otros valores, tales como la igualdad y la libertad». Este texto deberíamos colocarlo a la cabecera de nuestras camas, junto al calendario laboral, pegado a la pantalla de la tele, para tenerlo siempre en cuenta, porque nos recuerda que la democracia debería ser un sistema de respaldo humano, cuya principal virtud es la solidaridad.

jueves, 12 de diciembre de 2024

LAS HIJAS DEL CAZADOR DE OSOS

 

Las hijas del cazador de osos

Anneli Jordahl

Traducción de Petronella Zetterlund

Siruela

Madrid, 2024

327 páginas



 

Revisitar el mito del buen salvaje se hace necesario en un momento en que ya es imposible que exista. No hay rincón del planeta sin explorar, fuera de las profundidades del océano. Hay gente que vive apartada, eso sí, en alguna duna del Sáhara o en algún valle del Himalaya, allí donde no llega, ni llegará en mucho tiempo, el turismo. Pero lo del buen salvaje pertenece a la mitología, es ficción y como ficción proyecta nuestros deseos en lo que estamos creando. Eso sí, existe la posibilidad de pensar que hay una especie de buenos salvajes entre nosotros, los que huyen de la ciudad, que es el máximo exponente de la civilización, pero no para ir a los pueblos, que se pueden alcanzar gracias al segundo máximo exponente de la civilización que son las carreteras. Estos huyen para intentar esconderse, un intento que se verá constantemente frustrado porque es imposible evitar el encuentro social. A uno se le viene a la cabeza la película Capitán Fantastic, por ejemplo, reivindicativa, loca y romántica. Pero en caso de que esta situación sucediera, la realidad podría empujar a la familia a transformarse en algo mucho más feo.

Eso es lo que sucede a las siete hijas huérfanas que protagonizan esta novela. Siete personajes criados en el bosque, nos remite claramente a los cuentos de hadas, pero debemos decir, antes de seguir adelante, que estos contenían, por debajo de la historia, un sustrato siniestro: niños abandonados, secuestros, seres miserables y oscuros, entorno ingobernable, etc. El bosque será hermoso, pero no carece de peligros. Y no todos provienen del entorno: nuestras siete protagonistas son alcohólicas por necesidad, por refugio, porque de alguna manera tienen que adaptarse a lo más rudo y convertirse ellas en mujeres durísimas. Eso es, al menos, como lo entiende la narradora, una etnóloga aficionada que al conocerlas decide investigar para escribir sobre ellas. Y así nos da cuenta de una familia en la que las relaciones no son solo primarias, sino incluso primitivas. Y también de algo que utilizando un eufemismo llamaríamos choque cultural, el que se produce en cada encuentro que ellas tienen con la otra gente, con los civilizados, y la incomprensión consecuente.

Obligadas a madurar a marchas forzadas, tras la desaparición de un padre y una madre que eran unos energúmenos, se nos presentan siete tragedias, una por cada hija, que suceden como consecuencia de apartarse de la sociedad, pero, sobre todo, de apartarse del dinero, es decir, de la pobreza. El libro apunta trazas potentes, contiene muchas posibilidades de atrapar al lector, de enganchar por los temas traídos. Si cabe ponerle algún reparo, es el estilo funcional, seco, que no parece ser el más acertado para relatar esta historia, aunque este apunte bien puede ser orgullo de lector. En cualquier caso, es un relato de iniciación en el que las protagonistas se ven obligadas a conocer un mundo en el que demasiadas cosas no deberían existir, viniendo de otro mundo que no es ningún lugar hermoso. Aunque solo sea por ese planteamiento, merece la pena echar un vistazo a esta novela.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

SI LOS ANIMALES PUDIERAN HABLAR

 

Si los animales pudieran hablar

James Herriot

Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria

Blackie Books

Barcelona, 2024

303 páginas

 

 


Son muy pocos, pero existen: hay libros buenos en el mismo sentido en que hay buenas personas. Eso es lo que sucede con la obra de James Herriot (Sunderland, 1916 – Thirsk, 1995), que ahora está recuperando, en varios volúmenes la editorial Blackie Books. Si los animales pudieran hablar es la continuación de Todas las criaturas grandes y pequeñas, título que al lector le puede resultar familiar, pues una famosa serie de televisión se basa en esta obra. Herriot recoge anécdotas de su vida como veterinario rural en el condado de York, una vida que sucede hace décadas, cuando los días estaban sometidos a los ciclos agrarios y el sol y la lluvia decidían que aspecto tendría la tierra. Cada capítulo, que no es muy extenso, funciona con la autonomía de una fábula, pero sin otra enseñanza moral que no sea la de mostrarnos que el tono constante que mantienen va construyendo una vida que, si bien puede no ser la que nos gustaría vivir, lo que es seguro es que nos gustaría vivirla con esa intensidad y ese saber estar. De ahí que Herriot escriba con un lenguaje que nos llega diciéndonos que yo soy uno más de nosotros, como lo es el lector. La vida que merece la pena, parece querer decirnos, es la que resulta de ir cosiendo las pequeñas satisfacciones, en las que se incluyen los momentos apurados de los que, finalmente, pudimos salir más o menos airosos. Si el arte está en la mirada del espectador, el arte de vivir está dentro de nuestro cuerpo, en algún lugar que, a falta de un término mejor, llamaremos alma.

Estos muy entretenidos episodios transmiten el valor de una vida sana y sincera, algo que nos resulta complicado de hallar si levantamos la mirada y observamos a nuestro alrededor: dentro de los ordenadores, dentro de internet, uno no puedo gozar de una sensación de ser libre semejante a esta. Lo que se nos muestra, es que la mejor aspiración que podemos tener es la de convertirnos en un ser sensible que va aprendiendo a relacionarse con la gente y con el planeta. De hecho, al tratarse de una obra extensa, consuela saber que esa impresión, que nosotros podemos tener muy de vez en cuando, se extiende a lo largo de todos los días, que es posible vivir como nos gustaría vivir. Y esa vida contiene lo mejor de las dos vidas tradicionales a las que aspiramos: Herriot escribe mostrándonos una vida de acción, aunque no se trate de acciones propias de Hércules o Ulises, pero que tienen la consistencia de una vida contemplativa. Es posible actuar y sentir a la vez; ser un gran hombre no supoen hacer cosas célebres o brutales, ser un gran hombre significa entender que los demás tienen debilidades y virtudes. Es casi inevitable mencionar que esta obra antecede a los libros de Gerald Durrell, con quien comparte la intención de transmitir que cualquier error es perdonable, en lugar de hacernos creer en la maldad. Aunque también nos remite a la serie Doctor en Alaska, donde el cosmos posee sus propias reglas y las cualidades humanas se van moldeando. E incluso por momentos nos hace recordar los cuadros de Millet, donde la siega y el sudor entrañan cierta calma. En definitiva, estamos ante una mirada tierna colmada de comprensión, ante un espíritu con el punto exacto de alegría que nos muestra que vivir es una carrera de fondo, ante una obra amable, grata y divertida. Estamos frente a uno de esos libros que nos hacen felices. Y ese es un gran valor literario.

 

Fuente: Zenda

martes, 10 de diciembre de 2024

UN PASEO POR LA PRAGA DE KAFKA

Un paseo por la Praga de Kafka

Alberto Gil

Reino de Cordelia

Madrid, 2024

229 páginas

 



Alto, flaco y con orejas puntiagudas, casi se podría decir que con el tipo de un elfo oscuro, este tipo, Franz Kafka, nos reveló que la revolución de la literatura vendría de la personalidad del autor, que se aloja en todos y cada uno de los estratos del cerebro. El siglo XX comenzó con una serie de autores jugando con el lenguaje, a ver quién hacía la frase más curiosa, más densa, más larga (incluso sin comas ni puntos), más bonita, con más sentidos. Hasta que llegó Kafka y dijo que la literatura no son solo palabras y juegos de palabras, que la literatura es bregar con los monstruos propios y con los monstruos sociales, y además hacerlo con un sentido del humor muy particular, uno que nos puede llevar hasta el aturdimiento. En realidad, Kafka lo que hizo fue liberarnos de escuelas y modas, de corrientes literarias y estilos funcionales, para indicar que el autor que pretenda aportar algo nuevo, lo mejor que puede hacer es aportarse a sí mismo. Kafka descubrió a Kafka.

Su leyenda llega a tal punto que Alberto Gil no es el primer lector que se embarca en un viaje a Praga para indagar por ahí qué es lo que la ciudad pudo aportar a la mente de nuestro autor. Praga, por su parte, se ha convertido, sobre todo en épocas de buen tiempo, en una ciudad muy turística, casi un parque temático para enamorados. Aun así, ¿sería posible reconocer a Kafka mientras nos movemos por sus calles? Si intentamos reproducir su vida, viviendo la única parte que nos resulta posible revivir, a lo mejor entendemos un poco mejor al escritor. Con este propósito Alberto Gil elabora un delicioso libro sobre la ciudad y el autor. Estamos frente a una combinación de guía y biografía elaborada con gran acierto a la hora de compensar las miradas hacia la ciudad con las vivencias del personaje. El equilibrio que Gil consigue es complejo, pero nos lo traslada con tal sencillez que se nos antoja una lectura de lo más natural, una lectura fácil que se va haciendo más y más interesante a medida que avanzamos en ella. Hay admiración, sí, tanto hacia Praga como hacia Kafka, pero jamás se sale de la justa medida: en una obra en la que uno estaría tentado a caer en hipérboles, Gil sabe contenerse, sabe ser grato y agradecido a un tiempo.

Como invitación a releer al autor y a volver a visitar la ciudad, funciona perfectamente. Pero sobre todo funciona a la hora de expresar que hay un vínculo entre ellos, y que ese vínculo se puede ir resolviendo, pero va a ser complicado que lo hagamos del todo, porque lo que más nos apetece es dejarlo en el misterio, dejar que se imponga la leyenda: lo que más nos atrae no nos atrae por motivos racionales, nos atrae porque por más que pensemos en ello, seguiremos siempre con ganas de volver a indagar.

La edición que Reino de Cordelia ha elaborado de este texto es un cuidadísimo libro ilustrado, una de esas piezas con las que de vez en cuando nos invita a comprar ejemplares para regalar a los amigos, sabiendo que el regalo será un éxito. Queremos dar la bienvenida a este volumen, que esperamos pase a formar parte de los fondos de cualquier biblioteca personal.


domingo, 8 de diciembre de 2024

FLOTAR, PUDE

 

Flotar, pude

Gabriela Ponce Padilla

Candaya

Barcelona, 2024

136 páginas

 



La familia puede ser, también, un cuento de terror. Cualquiera ha podido pasar por una etapa en la que hubiera condenado a la hoguera a su propia madre sin sentir ningún tipo de remordimiento. Al fin y al cabo, sabemos quién es cuando está junto a nosotros, pero desconocemos lo que puede ser fuera de ese ambiente. Dicen los psicoanalistas que las madrastras y las brujas de los cuentos de hadas sirven para que el niño sublime la parte más oscura de la madre, la que le atora de miedos de vez en cuando. Por ahí circulan, además, los hermanastros, que son la negación de la hermandad que se supone debe existir entre los miembros de una familia, o al menos de ese modelo de familia que se impone en el catolicismo más rancio o en las películas de Disney. Así pues, un relato que cambie los parámetros convencionales, los de ciertas religiones y ciertas películas, se nos antoja una narración de terror, aunque podamos reconocer que hay más sinceridad en ellos que en la doctrina de unos y el dulce de los otros.

Eso sucede con este conjunto de cuentos de Gabriela Ponce Padilla (Quito, 1977), que nos transmite cierta decadencia, aunque sea un tipo de decadencia que ya vivimos hace un par de décadas: la agresividad sorprendente entre miembros de una familia, el VIH, las drogas, las amenazas económicas, etc. El centro de interés es la familia, pero no es el único que atraviesa las historias, porque la presencia del dolor y de su hermano siamés, el miedo, es constante. Y refleja más daño en los narradores, que todos se expresan en primera persona, cuanto más se aproximan a las madres. Ponce Padilla crea más cuentos de situación que cuentos de tramas, momentos en que se refleja la inmadurez de los personajes, que es casi necesaria en esa etapa del crecimiento. Es gente que no entiende a qué se debe lo que están viviendo, y esa incapacidad para comprender es el detonante de la situación que, por utilizar algún eufemismo, calificaremos de desagradable, de incómoda. Pero no huyen de ese lugar y de ese momento, ni tampoco lo enfrentan: más bien se diría que lo sobrenadan. En buena medida, la prosa de Ponce Padilla está al servicio de mostrarnos las sensaciones que saturan esos instantes, esas desgracias que no tienen otra utilidad que la de rompernos. En estos cuentos, la normalidad está de luto, las vidas son feas y a los narradores les gustaría poner las cosas en su sitio. Pero eso supondría que existe un sitio donde la vida es normal, cuando lo normal es que la suerte nos la hagamos, dentro de un destino del que no somos dueños.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

PAN

 

Pan

Knut Hamsun

Traducción de Kristi Baggethun y Asunción Lorenzo

Nórdica

Madrid, 2024

145 páginas

 

 


Al inicio de esta novela, Knut Hansum (Lomnel Gudbrandsdal, 1859 – Grimstad, 1952) nos presenta a un personaje que representa buena parte de lo que queremos ser en ocasiones de crisis: aquel que hace de la soledad un beneficio buscado, aquel que la transforma en solitud. El cazador nórdico que vive en los bosques, en compañía de su fiel perro Esopo, tiene mucho de Robinson, pero también de Tarzán y, buscando paralelismos por todos lados, hasta de Henry David Thoreau: «Bueno, yo no mataba por matar, mataba para vivir. Ese día me hacía falta solo un urogallo, por eso no maté dos, sino que dejé el otro para el día siguiente. ¿Por qué iba a matar más? Yo vivía en el bosque, era hijo del bosque». Esa soledad se verá interrumpida, pero en su discurso querrá retornar a la calma que ella supone en cualquier situación: «Me alegro de estar solo, de que nadie pueda verme los ojos», dice más avanzada la obra. La naturaleza y la lealtad de su animal de compañía son garantes de equilibrio. Pero el equilibrio es algo que uno debe mantener, no viene solo.

Un día aparece en la vida de nuestro cazador la ternura y el deseo sexual. A partir de entonces, presa de la debilidad que no sabemos si debemos permitirnos, el protagonista balbucea vitalmente, duda sobre su propia identidad, como si no supiera si es ese cazador duro y autosuficiente, o el ser que desea, el que se enamora. Él es un tipo de mediana edad, ella una joven de veinte años que aparenta quince, y que al igual que él, pero en un terreno más social, no parece entregarse a nada ni a nadie, no parece tener cuentas que rendir. Y esta libertad aparente hacen de ella un ser mucho más atractivo. ¿Será posible que seamos incapaces de reconciliar dos formas diferentes de belleza? Esa dificultad lleva al protagonista a convivir con otros humanos, momentos que aprovecha Hansum para crear un ambiente coral, una serie de encuentros con gente de mentalidad mundana que sustituyen a los ruidos y los silencios del bosque. A partir de entonces, el autor construye una novela que contiene la tensión de muchas obras clásicas del romanticismo, de todas aquellas que versan sobre los amores imposibles: «La segunda noche de hierro: el mismo silencio y el tiempo templado. Mi alma medita». Más adelante nos presenta actitudes propias de quien sufre mal de amores: «¿Por qué mirar tanto tiempo el fuego?».

Pan es una obra que nos muestra lo que supone que alguien te arranque de tu ecosistema. Lo grave es que la tragedia sucede porque somos débiles, si es que enamorarse, caer en un amor imposible, es una debilidad. En este caso, eso parece. Y, por tanto, lo que se anuncia todo el rato es tragedia. La novela comienza con belleza, mientras paseamos por el bosque, y se va internando en las circunvoluciones del alma cuando el alma no está tranquila. De hecho, nos dice que seremos capaces de los actos más terribles, pensando que son actos de amor, porque la confusión nos supera, dará buena cuenta de nosotros. La obra está repleta de simbolismos, desde los contrastes entre los medioambientes hasta las estaciones del año —se conocen y enamoran en primavera y la relación toca a su fin en otoño—, como sucede en buena parte de la literatura romántica. La editorial Nórdica continúa recuperando la obra del Premio Nobel Sueco que, confesó, sentía especial admiración por Dostoievski, y al igual que el ruso le obsesionaba que el alma humana no fuera capaz de soportar los inevitables tormentos que supone querer y ser querido, aborrecer y ser aborrecido.


Fuente: Zenda

miércoles, 27 de noviembre de 2024

EL JARDÍN CONTRA EL TIEMPO

 

El jardín contra el tiempo

Olivia Laing

Traducción de Lucía Barahona

Capitán Swing

Madrid, 2024

271 páginas

 

 


Pasamos la vida soñando con que llegaremos al paraíso y resulta que este está a nuestro alcance sin apenas alejarnos. El paraíso nos lo hacemos. En este caso, Olivia Laing (Chalfont St. Peter, 1977) nos expone que podemos construirlo formalmente, y que al irlo desarrollando es posible irse reconociendo uno mismo. El jardín contra el tiempo comienza hablando acerca de las dudas que uno tiene sobre sí mismo, sobre qué es lo que le construye, sobre qué es lo que uno construye, y termina convenciéndonos de lo importante que sigue siendo guiarse por utopías. Lo que cuenta es el grado de humanidad que uno pone en las actuaciones, tanto en la jardinería como en la escritura. Laing escribe con amor sobre lo que la enamora, y ese espíritu sobrenada constantemente el texto, que transmite una pasión que raramente se encuentra en la literatura.

Hay un proverbio chino que dicta algo así como que si quieres ser feliz un día puedes emborracharte, si quieres ser feliz un año puedes casarte, pero si quieres ser feliz toda la vida, debes hacerte jardinero. En la jardinería, y en su hermano mellizo, la horticultura, Laing descubre el equilibrio en la soledad. La soledad, ya nos había advertido, es personal y es también política. Este ensayo afectará, por tanto, tanto a lo psicológico como al ser social que somos. Nos ayuda a caminar por la persecución del bienestar individual sin olvidarnos de la relación con los demás, donde se demuestra la bondad, donde se demuestra la solidaridad. El paraíso, al que intentan emular los jardines, es «un lugar perdido donde todas las necesidades estaban satisfechas y el dolor aún no se había inventado». Ese rasgo es el definitivo: uno sabe que está en el paraíso porque no siente dolor. Esa necesidad es personal y es universal, lo cual nos indica lo necesario que es este libro que nos anima a crear la relación apropiada entre seres de especies distintas.

Por el camino, Laing se adentra tanto en la historia de creadores de jardines y huertos, como en las lecturas. Es cierto que la elaboración de estos paraísos obedece a necesidades, pero también a criterios estéticos. En realidad, lo que busca Laing es el sentido poético, la faceta ética y moral del arte. Se trata de entregarse a una actividad que nos ayuda a ser mejores. Esta actividad afecta al paisaje, y es en ese sentido en el que ella entiende el arte que, como en cualquier otra de sus expresiones, representa una terapia contra la fragilidad de lo real. Lo que será necesario es resolver esa dualidad que supone el cuidado de la naturaleza con su domesticación, que merecerá la pena, porque esa domesticación supone traer a la naturaleza hasta el hogar. Pero las inquietudes de Laing, como en toda su obra anterior, atañen también a la evolución del orden social. La evolución de las explotaciones agrícolas en los cinturones urbanos servirá para hablar sobre la formación de la clase obrera, por ejemplo. Hemos utilizado la palabra evolución, que es una de las claves de este hermosísimo ensayo. El jardín es un hogar, un encuentro de especies, y por lo tanto está vivo, están en constante cambio, está en gestión e impone el concepto de adaptación. Será la sensibilidad el termómetro que ella vaya aplicando a medida que penetra en el estudio de esta utopía: la creación o reelaboración del paraíso. Este libro nos demuestra que es posible la intromisión poética en el género del ensayo y, lo que resulta más inusitado todavía, que en los libros que se supone se han construido sobre todo con el pensamiento cabe la bondad.


Fuente: Zenda

lunes, 25 de noviembre de 2024

ABIGAÍL

 

Abigaíl

Magda Szabó

Traducción de Mária Szijj y José Miguel González Trevejo

Xordica

Zaragoza, 2024

390 páginas

 



Sigue siendo la adolescencia la edad en que uno no cesa de preguntarse quién es, qué diablos hace en este mundo, para qué sirve la vida, ¡maldita sea!, y qué sentido tiene cada minuto que transcurre sin compañía, sin sentir que uno es querido, que uno tiene ese don, el de querer. Hablamos, claro está, de los momentos vitales en los que se centra el género de Bildungsroman, las novelas de crecimiento, de iniciación, de aprendizaje, de presentación de la vida y construcción de la personalidad. Pero en este caso, en esta extraordinaria novela de Magda Szabó (Debrecen, 1917 – Budapest, 2017) debemos añadir una situación extrema, de esas que convierten la mera existencia en una cárcel: nos encontramos en 1943, año en que Alemania invade Hungría, y será la guerra la que empuje al padre de la protagonista a tomar una decisión tan salvaje como es esconderla. El padre, viudo, que mantiene una relación con la niña que nos hace pensar en el complejo de Electra por parte de la muchacha, tan apegada a él, es militar y la interna, casi en secreto, en un centro escolar aislado del resto del planeta, en una especie de microcosmos con sus propias leyes, como solo puede suceder en las provincias medio remotas. Y estas leyes resulta ser de lo más agresivas para la muchacha. Comienza, entonces, una adaptación, una supervivencia en tiempos de guerra.

Szabó nos habla de qué es lo que sucede durante la guerra, fuera de las trincheras. Esta novela se centra en cómo puede padecerse un conflicto extremo sin que oigamos dispararse una sola bala. La atmósfera que consigue transmitir, y con un pulso narrativo brillante, es la de la melancolía y la de la tragedia, una mezcla sin duda difícil. Nuestra protagonista es un nudo de miedos, porque no sabe estar en un sitio nuevo, tan diferente y con tantas exigencias, y por esa imposibilidad de imaginar cómo va a ser el futuro, tan violento, tan diferente a lo que para ella ha sido el confort de saberse protegida por un padre. A la única figura de referencia la van sustituyendo los profesores y las compañeras, personajes construidos con pocas pinceladas, pero que necesitaríamos varios adjetivos para describirlos, por formar parte de un conflicto, el de construirse en la derrota, que nos impulsa constantemente a continuar con la lectura. El único apunte de intriga es una estatua, la que da nombre al libro, Abigaíl, en la que se entregan y reciben mensajes, una estatua que representa la complicidad, el apoyo, el medio de comunicación y hasta la proyección animista.

Abigaíl nos remite a las grandes novelas del siglo XIX, creando uno de esos grandes personajes que no querremos olvidar, como Emma o David Copperfield. Nos remite a humillados y ofendidos, recordándonos que no siempre provienen de los barrios desfavorecidos. Nos habla de la necesidad de mantenerse dignos a pesar de todo, y de no confundir la dignidad con el orgullo. Es una narración valiente en la que Szabó no se ha complicado a la hora de urdir una estructura que está en función de la entrega medida de información hacia el lector: descubrimos todo junto a la protagonista, la acompañamos como se acompaña a tu mejor amigo. No cabe mayor elogio hacia una novela que pensar que durante la lectura nos hemos implicado de esta manera, sintiendo a los personajes.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

EL HOMBRE NUEVO

 

El hombre nuevo

Grigore Dumitrescu

Traducción de Rafael Pisot

Omen

Madrid, 2024

239 páginas

 

 


¿Es posible describir el horror sin utilizar adjetivos? El escritor rumano Grigore Dumitrescu nos demuestra que sí. Pero nos lo demuestra con un dolor que si a los lectores les resulta impactante e incómodo, para el autor debió ser como arrojarse a un abismo sabiendo que no hay suelo al fondo, que no cesará de caer. Treinta años después de su detención y estancia en el centro penitenciario de Piteşti se atreve a intentar describir lo que supuso esa experiencia. El texto resultante es demoledor, seco, apurado, inhumano. Si como persona debió convencerse, a cada segundo, de que merecía la supervivencia, como escritor es consciente de que reflejar lo vivido debe ser suficiente como para justificar que tiene derecho a seguir respirando. A lo que nos enfrente Dumitrescu en El hombre nuevo es a la tortura. Sin que sepamos si existe una auténtica razón, se ve encerrado en un gulag rumano, en el año 1948, donde se experimenta con los presos creando entre ellos a los torturadores. De hecho, el término torturador se repite constantemente a lo largo del libro, y por la actitud que describe de quienes llegan a ese extremo, habla de una psicopatía en su más alto grado, de sadismo extremo, de violencia primaria: golpe y sangre, golpe y sangre. Los presos reciben palizas constantemente, sin justificación, y se nos expone con un estilo sencillo y directo. Lo que nos lleva a cuestionarnos qué sentimientos se le cruzan por el corazón y la piel al autor mientras rememora estos hechos. No se interna en nada semejante a una interpretación o afectación psicológica. Y tampoco concede ni una sola palabra a calibrar que ahí afuera, o dentro del cerebro de alguien, existe o puede existir algo parecido a la poesía. Todo lo que sabemos acerca del sufrimiento y el conocimiento de los personajes debemos deducirlo de los hechos descritos. La sinceridad de Dumitrescu es brutal, intentando no involucrarse ni involucrarnos afectivamente más de lo necesario, tratando de mostrarse como el escritor con menos intenciones de manipular que ha pisado el planeta.

La sensación, sin embargo, pudiendo ser claustrofóbica no lo es. Dumitrescu se permite de vez en cuando salir de la cárcel con su memoria para adentrarse en la Rumanía de los años cuarenta, expuesta a un régimen dictatorial cuyos fundamentos, sabemos hoy, de no haber resultado tan crueles serían una caricatura. Las referencias a la vida política y social que se imponía bajo pesadas botas de mando que nos habla de cómo se va instalando un sistema sociópata, de la ambición de poder por el poder. Son esos los instantes en que abandonamos el encierro, pues por lo demás se nos muestra ese paréntesis de la vida sin ofrecernos ni un antes ni un después personal, humano en el sentido en que es humana la amistad, por ejemplo. De lo único que se trata, a la postre, es de aguantar, de darse a uno mismo la orden de que no debe permitir que su alma se quiebre. La pregunta, ante el horror en el que se reincide, es ¿cuánto tarda la mejor en romperse el alma mejor asentada?

No hay historias secundarias, no hay, casi, ni siquiera una historia principal: es un libro trenzado a base de momentos que pretende mostrarnos cómo podemos enfrentarnos al miedo. Aunque el autor haya necesitado de treinta años para acopiar el valor suficiente para encontrar las palabras y seleccionar los episodios, en lo que alguno estaría tentado a catalogar como una terapia. Pero el libro es dudosamente terapéutico, no se trata de literatura que cauteriza: se trata de testimonios que advierten. Y esa sensación no nos lleva a las lágrimas, que es lo que nos ayudaría a comprender el sufrimiento. De ahí ese malestar que genera la lectura, que es un hallazgo literario que desconocíamos que fuera posible conseguir.

lunes, 18 de noviembre de 2024

EN LA MONTAÑA

 

En la montaña

Diego Enrique Osorno

Anagrama

Barcelona, 2024

370 páginas

 



La infancia consiste en la espera del momento en que encontremos la isla del tesoro. Ese sueño se guardará en algún lugar de los pulmones y de vez en cuando, con alguna buena bocanada de aire, volverá al córtex frontal para recordarnos quienes deberíamos seguir siendo: el niño con derecho a arribar a la playa de palmeras dispuesto a vivir la mejor de las aventuras con el mejor de los premios. El resto del tiempo, la mayoría de nosotros llevamos una vida a ras de existencia. Pero otros seguirán convencidos de que ese sueño puede ser tan real como el deseo de cambiar el mundo. Rebelión viene de unir el prefijo re, que marca un movimiento en sentido contrario o el incremento de intensidad, y el sustantivo bellum, que quiere decir guerra. El tesoro de la rebeldía no se puede detectar por ningún escáner en ninguna frontera, no podrá jamás ser arrebatado al que lo posea. En algún momento hemos podido sentir que esa isla del tesoro todavía existe, que el sueño se actualiza gracias a algún grupo que se asienta en las plazas a protestar en silencio o a un movimiento armado, como el levantamiento de miles de indígenas mayas que protagonizó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994. El niño que juega a encontrar la isla del tesoro también tiene que empuñar armas, aunque se parezcan más a un palo de escoba, para combatir a los piratas. Siendo adulto, imagina que las que llevan los miembros de EZLN son de plástico, para así mantener vivo el sueño.

El impulso a reencontrarse con este movimiento es muy natural, y un cronista de oficio, como Diego Enrique Osorno (Monterrey, 1980) siente que debe responder a él a lo largo de muchos años. Este libro comienza a construirse hace veinte años y se decide a tomar forma cuando un grupo de zapatistas se embarca en una travesía que les traerá a Europa, donde confían en que explicando una revolución que sorprendió al mundo, se extienda la llama. Osorno se sube al barco, aunque deberíamos más bien decir que en ningún momento se bajó de él. Cuando comienza reconociéndolo dentro de un contexto de crónica global de México, en los últimos años, nos lo expone como parte de un país sometido a diversos impulsos, a diversas presiones. El movimiento zapatista es una buena razón para revisar buena parte de lo más significativo que ha afectado al país. Osorno pasará a mostrarnos los fundamentos del EZLN a través de las voces de varios de sus dirigentes, antes de embarcarse en la travesía que refleja, sobre todo, también mediante las voces de quienes la protagonizan.

El conjunto el libro es un documento muy valioso para ponernos al día acerca de un levantamiento que supuso grandes cambios en el modo de vida de mucha gente, habitantes de Chiapas, y que todavía sigue activo. La postura desde la que nos lo expone Osorno es la del mejor cronista, la de quien se implica pero permite que sea el lector en que saque las conclusiones. Hay que seguir dando fe de los movimientos que sueñan con cambiar el mundo y permitir que la lectura sea, a su vez, una dedicación activa. Mientras uno lee En la montaña, no cesa de hacerse preguntas sobre los valores que deberían estar vivos y cómo deberíamos activarlos para mejorar, aunque solo sea un poco, la vida de los demás.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

LA IMPOSTURA

 

La impostura

Zadie Smith

Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino

Salamandra

Barcelona, 2024

477 páginas

 

 


Un espectador debe ser un documento el blanco, alguien dispuesto a registrar sin prejuicios y a partir de ahí, llegar a conclusiones o que lleguen a conclusiones quienes tengan acceso a lo que se ha observado. El principio se complica cuando nos damos cuenta de que el mundo es coral, muy coral. Tratar de descifrar una vida es una labor ingente, pero intentar descifrar todas y todos los lazos entre ellas, es una tarea inmensa. Tal vez ese sea el origen de la moral, y más en concreto de la moral pública, que nos coloca el suelo bajo los pies y que, en ocasiones, no deja de ser un padecimiento. Desde luego lo es en el caso de Eliza Touchet, la principal protagonista de esta novela de Zadie Smith (Londres, 1975), de la que se nos dice que es arisca, un poco severa, ingeniosa, alguien a quien la ira le resulta tan natural como respirar. Y la veremos navegar en un Londres lleno de prejuicios, el del siglo XIX, donde se debate, por ejemplo, la práctica de la justicia frente a la práctica de la caridad. O la realidad frente a la novela.

La impostura (The Fraud, es su título original en inglés) es una novela histórica que parte de un farragoso juicio en el que un carnicero de habla cockney, de Australia, defiende ser un aristócrata, y reclama sus privilegios y su fortuna como tal. Eliza Touchet es un ama de llaves de un novelista venido a menos, que asiste a un juicio cuya notoriedad se expande hasta dar pie a una locura populista alrededor: la multitud de partidarios del demandante está formada por oficinistas, maestros de escuela, disidentes de todo tipo, tenderos, capataces, doncellas, cocineros e institutrices. Mientras tanto, asistimos a la vida de los personajes con los que Touchet comparte sus días, entre los que destaca William Ainsworth, el novelista en decadencia que prepara una boda rápida con una criada, más joven que sus hijas, a la que acaba de dejar embarazada. Ainswotrh ha escrito una novela ambientada parcialmente en Jamaica, ambientándola a partir de un folleto de propaganda de 1820, cuando gran parte de Inglaterra podía engañarse a sí misma creyendo que la abolición del comercio trasatlántico de esclavos equivalía a la abolición de la esclavitud. Dado que la mayor parte de la novela está compuesta en diálogos, esto dará pie a intervenciones que reflexionan sobre creación literaria, que se intercalan con otras que tienen más sentido, pues lo que está siempre presente es las dudas que genera no tener una opinión formada acerca de lo que es la verdad: cabe preguntarse por qué los personajes y acontecimientos ficticios son facsímiles de aquellos sobre los que se inspira, o se trata acerca de las controversias sociales siempre tamizadas por la religión, conservadora, que debe convivir con cierta la ética del progreso.

Pasearemos por un Londres más cosmopolita de lo que hasta ahora habíamos imaginado en esa época, en un viaje que tiene una estructura por momentos confusa. Smith nos traslada libremente por el tiempo en una serie de capítulos cortos, en ocasiones muy cortos, en los que no existe, eso sí, ninguna frase aburrida. Smith tiene muy en cuenta aquel comentario de Paul Valéry advirtiéndonos contra esas narraciones llenas de frases tipo la marquesa salió a las cinco. Tal vez ese espíritu creativo de la propia Smith de nuevas dimensiones a momentos como ese en que nuestro escritor dice no comprender el aprecio de nuestra protagonista, futura escritora, por una obra como Middlemarch, sin aventuras, sin dramas, sin asesinatos. Pero se trata de una obra sin fallos, sin debilidades. Y frente a ese mundo, va apareciendo aquí y allá Jamaica, como un misterio del que nos llega algún testimonio acerca de la esclavitud y el sufrimiento, anclándonos, de vez en cuando, a los asuntos que son menos triviales.

La impostura es un retrato de sociedades en pleno cambio, a la vez que un retrato de las ambiciones frustradas a través distintas personas, para el que Zadie Smith crea a un personaje antológico, una mujer que interviene, pero cuya principal cualidad es la inquietud por estudiar a la humanidad.


Fuente: Zenda