martes, 11 de junio de 2024

UNA TRINCHERA EN MARTE

 

Una trinchera en Marte

Karlos Zurutuza

Libros del K.O.

Madrid, 2024

280 páginas

 



La pregunta que da título a este artículo se la formula el propio Karlos Zurutuza (Donostia, 1971) en este libro, dos renglones después de haber formulado, en otra pregunta, una posible respuesta: «¿Existe algún resquicio para la esperanza cuando el resto del mundo ni siquiera sabe que existes?». Una trinchera en marte nos habla de Baluchistán, un territorio desesperado, un país sin nación que ocupa parte de los mapas de Pakistán, Afganistán e Irán. En este sentido, el paralelismo con Kurdistán salta rápidamente a primer término, y nos lleva a recordar que Zurutuza nos habló sobre ello en Respirando fuego, el libro que escribió junto a David Meseguer (Benicarló, 1983) sobre el conflicto kurdo.

Zurutuza se desplaza hasta el territorio sobre el que quiere conocer cuando se posible, y trata de ser un cronista al que apenas se le vea, ni durante los viajes ni durante las crónicas. Sabemos que existe este individuo que nos da fe de lo vivido, pero apenas tiene relevancia, porque lo que importa son los otros. Y, de nuevo, nos explicará la necesidad del periodismo, que no cesa de hablar de asesinatos, desapariciones, rebeliones, guerras, desastres, engaños, accidentes, persecuciones, terrorismo o migración, pero que está deseando que las cosas cambien, y este es su horizonte: «Me encanta contar esas historias que hablan de ilusión, de construcción o reconstrucción, y no del habitual mar de cascotes». Para poder despejar los cascotes, primero tendremos que saber que existe un lugar donde no cesan de acumularse, en buena medida gracias a la ignorancia mundial. Y Zurutuza sabe que para que a los demás nos importe, debe convertir las noticias, que con demasiada frecuencia germinan de la violencia, en personas. Hay mucha represión reflejada en las tres partes en que se divide la obra —Pakistán y las imposiciones del ejército, la teocracia iraní como bota que pisa la cabeza y la pobreza que colma Afganistán—, una colonización de un territorio que posee su cultura, su idiosincrasia, su idioma, su personalidad, una inevitable confrontación, que, nos mostrará Zurutuza, es lo contrario a la convivencia. Los habitantes de Baluchistán tratan de seguir siendo ellos mismos gracias organizaciones más o menos tribales, frente a los poderes de los grandes Estados.

En esta confrontación de ejércitos grandes, los que participan en las guerras, frente a ejércitos muy pequeños, a los que llamamos guerrillas, Zurutuza no toma otro partido que no sea el de las causas que no queremos perdidas, es decir, desear que las personas se libren de sus pesadillas individuales. Flotan pesadillas colectivas a lo largo de esta obra, que contiene mucha información, que es relato, pero que también intenta meter a todo un país en menos de trescientas páginas, dejándonos un texto que deberíamos leer más de una vez. Volvemos a encontrarnos en la espalda del mundo, y allí el ritmo al que nos muestra cómo suceden los acontecimientos, que el autor ha ido recogiendo a lo largo de muchos años y muchas visitas, es un galope de horror. Nos habla de lo que con demasiada ligereza llamaríamos minorías, porque da la sensación de que al aplicarles ese sustantivo estamos reduciendo su categoría, y cada individuo importa, su suerte debería afectarnos. Se llama a eso empatía, o se llama compasión: la capacidad de padecer con el otro, de sentir las alegrías o las tristezas del otro con la misma intensidad que sentimos las propias. Esta es una de las funciones del viaje, del reportero, del periodismo. Tal vez la más importante, tal vez la que recoja las razones que llevan a años de estudio, de dedicación, de trabajo. Sin gente como Karlos Zurutuza, ¿qué nos quedaría a los que no nos atrevemos a visitar estos territorios para poder entender?


Fuente: Zenda

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