martes, 29 de noviembre de 2022

EPISODIOS EN LA VIDA DE UNA ESCLAVA

 

Episodios en la vida de una esclava

Harriet Jacobs

Traducción de Carla Fonte

La Navaja Suiza

Madrid, 2022

332 páginas

 



El problema de recordar es la tentación al desgarro o la tentación a la melancolía. De la segunda apenas nos libra agarrarnos a una botella de vino o la química del alprazolam, que parece el recurso al que más se acude. En cuanto a la primera, bien podría ser un derecho que deberían ejercer unos pocos, pues a casi todos los demás se nos podría tachar de autocompasivos, no sin faltarle razón a quien nos atribuyera ese carácter. No deberíamos quejarnos ni deberíamos llorar por el pasado, y deberíamos mostrar suficiente respeto hacia la memoria como para recordar con cierta armonía, o al menos expresarnos con suficiente suavidad, incluso cuando no son muchas las cosas agradables que a uno le han sucedido.

Este es el resumen que uno puede hacer sobre el espíritu de este libro de Harriet Jacobs (Edenton, Carolina del Norte, 1813 – Washington D.C., 1897). El título nos pone en guardia y sabemos que la biografía que vamos a enfrentar no estará llena de momentos azules y sí de supervivencia. La esclavitud empieza con el nacimiento y es una condena que implica demasiado peso. No hablamos de grilletes, hablamos de infiernos.

Y, sin embargo, Jacobs es capaz de emprender la tarea con un pequeño tono de ternura, desde la perspectiva que da el saberse mujer libre. No hay afán de aturdir o de hacernos saltar las lágrimas. Leemos sus renuncias, sus miedos, su huida, su tortura escondiéndose durante meses en una buhardilla en la que sólo podía estar tumbada, el forzoso abandono de sus hijos para salvar el pellejo, y aun así, teniendo todo el derecho del mundo a escribir con el cuchillo entre los dientes, nos sorprende con su mirada serena, con su dictado sin filo, con su sobriedad. Jacobs no puede olvidar y cree que para que no olvide la humanidad lo que significa este terror, debe contarlo. Y lo cuenta como si estuviera hablando a los niños de un colegio, a los ancianos de una residencia, a los lectores que quieren saber y hasta a los cobardes que prefieren ignorar, porque creen que conocer de primera mano que en el planeta existen miserias es una estrategia para amargarles la vida. Y en la de Jacobs no hay momentos de felicidad, que es algo de lo que cualquiera podríamos presumir, aunque sea ese instante idiota de una mañana de primavera en el que quisiste sonreír sin saber por qué, tal vez porque el sol se asomó a la ventana.

En una época en la que se habla tanto de resiliencia, cuando a lo que nos enfrentamos es a la desconfianza o a un muro económico, conocer el testimonio de quien recuerda el infierno sin caer en el desgarro ni la melancolía es abrir una ventana para que entre aire puro. Y después podremos volver al trabajo y al descanso.

sábado, 26 de noviembre de 2022

ESPAÑA PAGANA

 

España pagana

Richard Wright

Traducción de Sandra Caula

Big Sur

Barcelona, 2022

375 páginas

 



Un periodista americano decide visitar la España de 1952 sin saber una sola palabra del idioma que se habla en este país. De hecho, al igual que desconoce el idioma, desconoce casi todo lo demás: la cultura, la maldición de las tradiciones, el espíritu sumiso y el espíritu subversivo que se esconde en uno u otro lugar, el machismo y el patriarcado sin trabas. Desconoce todo y todo lo tiene que ir descubriendo. Debemos admirar aún más a nuestro periodista viajero porque es de origen afroamericano, y ese color de pie le impedirá pasar desapercibido, que es el mayor anhelo que tiene quien viaja por motivos que no sean turismo: que nadie sepa que él ha pasado por ahí.

Para incrementar el impacto que recibe, al poco de estar en nuestro país, le regalan un catecismo falangista. Sabe, eso sí, que tipo de régimen impera y cómo fue que el totalitarismo de Franco llegó al poder. A costa de demasiada sangre llegó a gobernar, pero se mantiene a costa de demasiada sangre, no siempre derramada, pero siempre creando en quien habita el país una claustrofobia sin sentido. Si uno no comulga con las ideas y la vida que impone el régimen, estará encerrado dentro de las fronteras y dentro de su propia mudez; pero si uno forma parte de los seguidores, estará encerrado como encierran las peores sectas las mentes colonizadas, serviles, estúpidas. Esto lo demuestra a través de la reproducción de párrafos enteros de ese catecismo, que a fecha de hoy nos resuenan a caricatura y que nos llevaría a risa si no supiéramos que: a) supuso el destrozo de la convivencia y justificó muertes y exilio; b) en la actualidad hay voces que reproducen esas frases y sostienen que son razones, y que al ser lo únicos que las siguen son moralmente superiores a los demás. Lo cual nos hace pensar en que la violencia física, la muerte y el exilio, pueden regresar. Alguien pretende enderezar los torcidos senderos del mundo a partir de un espíritu que se reconoce como totalitario, humillante, cerril e injusto. No hace falta ser un especialista en interpretar textos para darse cuenta.

«Suspiré y cerré el libro. Hasta ahora no había encontrado ni una sola idea práctica. Una cosa era cierta: había algo que molestaba mucho a estos españoles… Si España quería volver a ser grande, lo que había leído hasta el momento era la mejor garantía de que es no iba a pasar nunca.»

Eso comenta tras leer: “¿Cómo nos gustaría ver nuestro emblema? Esculpido sobre piedra como símbolo de nuestra época. ¿Por qué? Por que sería una prueba manifiesta de nuestra intención de perdurar.”

Mientras tanto, nuestro corresponsal nos va narrando un paso por el país en el que destacan los encuentros, y algunos paisajes, que nosotros, quienes habitamos en él, leemos como quien se topa con paradojas que ha integrado tanto en su vida, que no se da cuenta de que pueden ser formuladas hasta que no se las explica alguien de fuera. Richard Wright no se complica literariamente, escribe con facilidad, sencillez, como si pretendiera explicar en lugar de convencer. Al fin y al cabo, el libro trata sore su impresión del país a partir de lo que él ha vivido. Son muy significativos sus encuentros con mujeres o cómo comprueba su sumisión obligada; lo son, también, los encuentros con desfavorecidos, lo cual nos lleva a pensar que no hay peor suerte que ser mujer y pobre en la España de los años cincuenta.

Fatigado de tanto registrar, llega un momento en el que Wright tiene que hacer balance, y nos habla de la desnutrición universal que “resplandece en los ojos tensos de los niños”. «Los cimientos de esta hambre descansan sólidos sobre un excedente de más de dos millones y medio de trabajadores agrícolas, una escasez de agua en casi todas partes, carencia de fertilizantes, un suelo desgastado por un sistema monocultivo y arruinado por la erosión, métodos primitivos de agricultura, falta de energía y transporte, y un paisaje de roca y escombros».

Wright denuncia la ingenua actitud pagana hacia la vida que hay detrás de la pobreza local, una vida que se detiene en exceso en rituales y ceremonias, en la exaltación de la emoción como el verdadero fin del esfuerzo humano, en la deificación de la tradición. Y odia la continua mención de la grandeza, el honor, la gloria. Se rebela contra el continuo adorno del aspecto superficial, la insistencia infantil en los propios sentimientos como guía de vida o en la formación que condiciona señalando a unos como superiores espiritualmente. Todo lo cual, denuncia, “encuentra su sanción y justificación últimas en las prácticas y cánones del catolicismo español”.

De ahí que tanto agradezca, y nosotros con él, los momentos en que quienes le acompañan en el viaje le muestran que detrás de lo que se puede ver, doblando una esquina y pateando un poco un callejón, hay una humanidad cohibida, pero humanidad, al fin y al cabo. España pagana es un libro que deberíamos leer todos los españoles, porque seguimos siendo herederos de una mirada que está encerrada en sí misma, y Wright nos ayuda a salir de esa esfera tóxica.

ISLAS DEL ABANDONO

Islas del abandono 

Cal Flyn

Traducción de Lucía Barahona

Capitán Swing

Madrid, 2022

311 páginas

 

 


Si nos echamos a llorar, fulminamos el asombro de sentirnos vivos. Esa puede ser la principal lección que aprenderemos tras la lectura de Islas del abandono. Cal Flyn (Inverness, 1986) visita varios lugares donde ya sucedió el colapso y encuentra que la vida, entendiendo por vida lo que brota en la naturaleza, triunfa. En lugar de quedarse en el exterminio, si uno es paciente verá cómo se impone un nuevo ecosistema, un ecosistema adaptado que, ya sabemos, estará sometido a la evolución. Después de que todo se vaya al garete, queda el optimismo. No se trata de consolarnos para permitirnos descuidarnos con la conciencia tranquila. Se trata, más bien, de mantener una sonrisa mientras atravesamos el ojo del huracán. Si uno ha leído Colapso, el magnífico ensayo de Jared Diamond, sabrá, por ejemplo, cómo el éxito de la civilización maya provocó su decadencia, casi su extinción. Pero si uno lee a Cal Flyn, se dará cuenta de que la civilización no es tan importante, pues regresarán los bosques. Ninguna cultura es mejor que sus bosques, dijo Auden. La reivindicación será, entonces, sentirnos parte del bosque.

En los lugares que Flyn visita uno tendría la tentación de sentirse el último hombre sobre la tierra. Montañas de escombros que se cubren de vegetación, tierra de nadie entre dos países en conflicto, parajes tras el desastre nuclear, una ciudad destinada a ser ruina, aguas contaminadas, bosques sobre las cicatrices de la guerra, territorios comidos por especies invasoras, paisajes comidos por un volcán o islas abandonadas en las que reinan las vacas, son algunos de los destinos que se eligen en este libro de viajes, que es un ensayo sobre los valores de la superficie del planeta. Flyn recorre cada rincón con el ánimo propio del gran observador, registrando todo, como demuestran las descripciones valiéndose de largas enumeraciones. Pero uno no enumera sin sesgo, uno enumera seleccionando aquello que encuentra más significativo, y en este caso son los asomos de naturaleza, los colores, los pequeños movimientos.

Y mientras va enumerando, asocia cada lugar con lugares equivalentes de los que ha tenido noticia a lo largo de su investigación. Así nos da cuenta, llevando el caso al extremo, hasta de la vida que ha nacido en las aguas del Pacífico donde estalló la bomba atómica. Todo forma parte de una divulgación científica que versa sobre el desastre, también el del cambio climático, pero se atiene a la potencia de las bacterias, los hongos y, más allá, los pequeños seres y los seres medianos. La solución definitiva, para evitar que todo esto suceda a una escala mayor, sería la desaparición de la humanidad, o al menos una extinción parcial, hasta que dejemos de ser plaga. Pero uno, y menos la propia Flyn, no puede aceptar esta conclusión. Si ella es capaz de encontrar vida nueva brotando entre los escombros de lo viejo, aunque sea vida extraña, a uno le nace la resistencia frente a lo apocalíptico. Uno comienza a sentir que rebelarse frente al tópico que califica el fin como inevitable tiene sentido. Es posible que los lugares por los que camina Flyn no sean los más hermosos, pero en lugar de pensar que no hay rosa sin espinas, podemos considerar que por mucho daño que nos hagamos, al otro lado hay una rosa.

Islas del abandono es un libro perfectamente trazado. Es reflexivo, pero contiene una información bien destilada. Cuando algo ha dejado de ser útil, se abandona a la vida silvestre. La recuperación es estimulante, es una lección con la que debemos quedarnos y que nos gustaría si no protagonizar, al menos contemplar como testigos. Flyn nos muestra cómo la ausencia de personas es más beneficiosa para los parajes que lo perjudiciales que pudieron ser la sobreexplotación o la contaminación. Sin embargo, no deja de considerarnos parte del planeta, parte de la Tierra. Somos su presente y hemos sido su pasado. Mientras protagonizamos nuestras pequeñas vidas intentando ser lo menos destructivos posible, o así deberíamos mostrarnos, las plantas ruderales colonizan hasta el hormigón, el musgo arraiga y sobre el musgo caminará algún insecto. Este libro es una maravilla, porque no pretende fustigarnos con un rayo divino por maltratar el planeta ni nos regala una esperanza innecesaria. Nos enseña que somo poca cosa, que el día que desaparezcamos, el planeta seguirá dando vueltas sin nosotros y será capaz de recuperarse. Pero que nuestros hijos todavía podrán disfrutar de rincones de naturaleza, como disfrutaron nuestros abuelos. Bastará con que tengan intenciones de aprender a mirar y hayan sido capaces de educar la emoción, los buenos sentimientos. Es una obra que nos ayudará a ser mejores personas.


Fuente: Revista de letras

miércoles, 23 de noviembre de 2022

EL PASAJERO / STELLA MARIS

 

El pasajero / Stella Maris

Cormac McCarthy

Traducción de Luis Murillo Fort

Literatura Random House

Barcelona, 2022

620 páginas

 



«Lo que el escudero no ha comprendido todavía es que el perdón tiene un marco temporal. Por el contrario, nunca es demasiado tarde para la venganza.»

 

La cita resume buena parte de la literatura de Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933), obsesionado por la crueldad y las consecuencias de la crueldad. Obsesionado por la culpa y la angustia de vivir con la culpa. La forma de resolver esa angustia será con la muerte o con el perdón. Pero este segundo es mucho más difícil de conseguir que la primera opción, la muerte. La presencia de la muerte, claro está, no alivia, sino que es oxígeno que se arroja al fuego. Así es como viven estos dos hermanos, los protagonistas de las dos novelas que se presentan en un único volumen. La primera de ellas El pasajero, nos introduce a Bobby, un buzo que se ve atrapado en una trama oscura, en la que McCarthy no entrará, porque no es ese el asunto que le preocupa. Le preocupa la huida. Y esta huida viene motivada físicamente por la presión de la trama oscura, sí, pero previamente existe en el personaje un malestar con el que no puede vivir, y que parece tener vínculos con la existencia y suicidio de su hermana menor. Hubo un enamoramiento incestuoso y sigue presente el sentido de culpa por ser hijo de uno de los creadores de la bomba atómica. Hay, pues, un Apocalipsis personal, de pequeño ámbito, que parece más insuperable que el gran Apocalipsis, ese trabajo en el proyecto Manhattan que culminó con el primer gran hongo atómico y la premonición de cientos de miles de vidas truncadas.

McCarthy soluciona la obra generando largos diálogos entre el protagonista y los personajes que le salen al camino. El autor parece más interesado en resolver la narración a través de técnicas teatrales, pero los diálogos no provocan avances en una acción que se estanca. En realidad, se trata de solucionar una crisis, que es la del protagonista y que supone, damos por entendido, resolver muchas de las inquietudes del propio McCarthy. Los seres con los que topamos salen con mucho fuera de la norma y permiten disquisiciones sobre ciencia y filosofía, mientras damos por supuesto que el personaje sigue sin resolver su crisis existencial, que lo es en el doble término: su existencia peligra y peligra también su alma, como peligran la de tantos personajes de Herman Melville. Con esa prosa potente del autor, que ha ido reduciendo hasta dejarla en los huesos, se nos lleva por un texto digresivo, en el que la reflexión se impone sobre lo puramente narrativo, como ya sucedía en la obra de teatro The Sunset Limited. Nuestro autor ha dejado definitivamente de lado ese mundo tan físico, en el que se implicaban siempre los cinco sentidos, que nos hizo vivir en territorios fronterizos, sobre todo en Hijo de hombre, La trilogía de la frontera o Meridiano de sangre. Ahora estamos en terreno de la metafísica y ahí se va anunciando el final de una vida enamorada de la literatura.

De hecho, la segunda novela del volumen, Stella Maris, en la que el protagonismo lo lleva la hermana, estas intenciones llegan a la efervescencia: no hay relato, a no ser que consideremos relato la descripción, reconstrucción del pasado en pequeños apuntes incluida, de una esquizofrenia paranoide. Alice, la protagonista, posee una inteligencia superior y unos conocimientos para los que se suele requerir unas docenas de años de aprendizaje por encima de la edad que ella tiene. Es una adolescente superdotada que se interna en un psiquiátrico y a la que conocemos a través de las conversaciones con el psiquiatra. No hay acotaciones ni descripciones. Sólo los diálogos, que no cesan de divagar entre la ciencia y la filosofía, aunque de vez en cuando se nos recuerda el peso de ser hija de un científico que participó en la creación de la mayor arma de destrucción masiva jamás inventada.

La obra es difícilmente creíble, pero parece que la apuesta por ese adverbio es su punto fuerte. Esa dificultad será la que nos mantenga atentos, pues nos hace estar temiendo, cada dos por tres, que nosotros también podamos caer en el viaje a la locura que emprendió la protagonista. Dicho de otro modo, lo que nos atrae es la incertidumbre, ese principio sobre el que se cimentan nuestros días y nuestras noches y con el que tanto nos cuesta reconciliarnos. El lenguaje y la percepción no son singularidades sujetas a certidumbre, sino a interpretaciones. Y eso, que también da lugar a la poesía, nos deja con los pies en el aire constantemente. Refugiarse en la certeza de las matemáticas no es la solución. La solución pasa, parece decirnos McCarthy, por aceptar que somos diálogo.

martes, 22 de noviembre de 2022

GRAVITY

 

Gravity

(Alfonso Cuarón, 2013)

 



Una madre sola, la ingeniera Ryan Stone, pierde a su hija de cuatro años en un accidente sin atributos en el patio del colegio. La vida debe de volverse, entonces, pura soledad, y la soledad es una de las pocas experiencias fundamentales a las que debemos enfrentarnos a lo largo de nuestro tiempo en la Tierra. En esta situación de duelo, la soledad es espantosa. De hecho, nuestra doctora decide involucrarse en uno de esos proyectos que garantizan otro tipo de soledad, esta vez elegida, y se prepara como astronauta para una expedición espacial en tiempos de los transbordadores. Esa aspiración a completar el duelo en un viaje fuera de la atmósfera terrestre puede dar un tono elegíaco a una obra que es, sin duda, una epopeya. ¿Puede un viaje espacial triunfar donde no consiguen triunfar los otros viajes, ni siquiera el transportarse a las islas del Pacífico? El viaje implicaría la aspiración romántica de una sanación, allí donde la sanación no es posible. A lo largo del duelo, uno debe descubrir que es capaz de amar el vacío, por muy ingrato que se muestre. Aun así, seguirá buscando dónde está aquello que se perdió en la Tierra. Ludovico Ariosto imaginó, en el siglo XVI, que a la Luna iba a parar todo lo que se pierde en la Tierra, entre otras cosas las lágrimas y los suspiros que lloran los enamorados, el tiempo perdido, o los anhelos que no fuimos capaces de saciar. Nuestra doctora Stone sale al espacio al encuentro de todo ello, para reconciliarse con la vida pasada y con lo que le queda por vivir, y se encuentra con un experimentado astronauta parlanchín que es capaz de salvarle la vida hasta en el delirio.

Gravity es una película que sigue la estructura sencilla de La Eneida, viajando de un puerto a otro, facilitando así la candidez de una narración que apenas cuenta con un solo protagonista. De hecho, la doctora debe sobrevivir sola, con ese otro tipo de soledad que supone la supervivencia extrema, en un lugar sin comunicación, en el que ella habla al aire, confiando en que alguien reciba sus mensajes y sin posibilidad ni de respuesta ni de rescate. Así nos enfrentamos a otra de las experiencias fundamentales que se une a la soledad, y esta es el miedo. En realidad, ver Gravity supone reconciliarse con ese oxímoron que es el de reconocer deleitables terrores, llevado al grado de paradoja. Como experiencia sensorial no puede ser más delicada, colocándonos constantemente en un punto de vista contradictorio, que no cesa de sorprender y que funciona con la potencia de la coz de un caballo, a lo que se suma una musicalización en la que el sonido del silencio es impecable y es turbador. La impresión es desesperante y comprobamos que los avances técnicos sí pueden llegar hasta la pantalla para algo más que aturdirnos con el espectáculo, porque la épica supervivencia de la doctora Ryan es una experiencia visceral, algo que sentimos también con las vísceras que protege la jaula de las costillas.

Donde no hay apenas argumento, triunfa la atracción de la creatividad estética. La imaginación es visual y es auditiva. En cierto sentido, Gravity se une a las experiencias artísticas del gesto, a ese «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», de Augusto Monterroso. A diferencia del microcuento, lo hace al ritmo de un vals que nos amenaza, minuto a minuto, con los rinocerontes de la noche. Uno desea salir de la película, y mientras tanto no puede permitirse el lujo de perder un solo segundo de lo que ve y escucha; sin cesar de vivir con angustia la angustia de la protagonista, uno se pregunta cómo es posible que se haya logrado este efecto o este otro. Y la película culmina con un agotamiento emocional que nos lleva a pegar la mano al pecho para vigilar que el corazón no se haya desbocado.

El suspense, nos mostraron los genios del cine, consiste en colocar al protagonista, y a nosotros con él, en encrucijadas de las que parece imposible salir, en situaciones críticas que resultan imposibles de resolver. Sentir suspense podría ser otra de las experiencias fundamentales por las que debemos pasar. Desde que existen las formas narrativas, desde que existe la literatura oral, el suspense está tan presente como las interpretaciones simbólicas. Basta los cuentos de hadas para certificarlo. Tal vez Gravitiy se aproxime más a ellos que al género en el que supuestamente se encuadra, el de la Ciencia Ficción. Pero uno descree mucho de los géneros, que sólo sirven para dar por supuesto cómo será el paisaje que se visita y de qué cariz el final de lo que le está ocupando.

jueves, 17 de noviembre de 2022

¿HA MUERTO MAMÁ?

 

¿Ha muerto mamá?

Vigdis Hjorth

Traducción de Kristi Baggethum y Asunción Lorenzo

Nórdica

Madrid, 2022

342 páginas

 



Para sanar tus días y poder entregarte a la libertad y a la imaginación (aunque en realidad la única libertad que poseen los hombres es la de la infinita imaginación) uno debe vaciar las maletas. Hay que revisar cada prenda del pasado que llevas contigo y a las inservibles lanzarlas a un contenedor. No es una tarea fácil, pues uno da por supuesto que pegado a ese calcetín que llevabas el día que te pegaron en el colegio está el cariño de tus padres a la hora de sanarte. Uno lo da por supuesto, pero tampoco termina de saber si lo ha vivido o lo ha soñado. Los sueños expresan muchos de nuestros deseos, entre ellos el de que vuelva aquel pasado que tan buenos momentos nos dio, pero no dejan de ser sueños y deseos. Nuestra verdad es otra y en ella puede contenerse algún amor contrariado. Incluso la falta total de amor entre padres e hijos, algo que no debería ocurrir jamás y que, sin embargo, ocurre.

Cuestionarse ese grado de amor es lo que hace la protagonista y narradora de esta novela, en la que Vigdis Hjorth (Oslo, 1959) retoma el tema de las relaciones familiares, que parece no pretender resolver. Somos un nido de dudas con lo más cercano, y creemos conocer nuestra verdad. Pero lo que conocemos son los argumentos de autoengaño que nos sostienen.

«Queda lo peor, pero lo más largo está hecho. Mi padre ha muerto, y yo creía que mi madre había muerto dentro de mí, ¿por qué quiero resucitarla? ¿Es eso lo que quiero? Si quería estar alegre y contenta, tenía que olvidarme de mi madre y de mi padre. Decirle a mi corazón que se tranquilizara detrás de las costillas, ¡no te retuerzas tanto, corazón! Pronto iré donde está mi verdadera madre, el bosque en el que he construido mi nido.»

Nuestra protagonista regresa al lugar donde residen su madre y su hermana, del que huyó hace muchos años y sobre el que quiso saldar cuentas a través de los cuadros que pinta. Entre su obra hay una serie sobre madre e hija que terminará por ser una maldición, una condena, pues ni la hermana ni la madre quieren perdonar las interpretaciones que provocan esas obras. El odio y el rencor serán mucho más potentes que el cariño, si es que ese cariño existió alguna vez. Esa es, posiblemente, la cuestión que la lleva a buscar desesperadamente un último encuentro con la madre. Hjorth nos lleva a una novela de situación, pues no ocurren demasiadas cosas fuera de la cabeza de la protagonista. Pero la intriga acerca de los motivos de la huida y las razones del odio, dosificadas en episodios de distintas extensiones, desde varias páginas a una frase, son suficientes como para mantener nuestra atención. Mientras aguardamos, revisamos un poco la infancia y la adolescencia. Tal vez en la etapa de madurez del hombre no seamos capaces de hacer otra cosa.

«Yo creía que estaba dibujando a mi madre, pero me dibujaba a mí misma, creía que indagaba a mi madre, pero me indagaba a mí misma, ¿no me acercaba a mi madre y al mundo de mi madre con mis lápices, sino solo al mío? Obviamente no era un pensamiento nuevo, pero de repente se volvió concreto y claustrofóbico, ¿nuca podría sentirme cercana a nadie?»

El resultado es una rebelión contra el mito del hijo pródigo. La vida es contradictoria: nada es del todo bueno ni malo del todo, pero lo que es casi seguro que se dañará, será la cordura. No se pretende matar a la madre, pero no parece que la madre muestre muchas otras opciones. En esta novela Hjorth nos muestra que la literatura no salda cuentas de nada. Al menos no para el autor o para el narrador. Pero tal vez sí para el lector, que consiga madurar un poco más las relaciones familiares, que se alejan tanto del mundo de los sueños y de los deseos.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

LA JOVEN Y EL MAR

 

La joven y el mar

Catherine Meurisse

Traducción de Rubén Martín Giráldez

Impedimenta

Madrid, 2022

116 páginas

 



La advertencia es clara: el pensamiento más profundo que muchos somos capaces de crear a lo largo del día, tiene que ver con la decisión de meter un chorizo en la cesta de la compra o evitarlo, para no estropear aún más la figura. ¿En qué mar navegamos cuando nos estamos limitando a pensar en la dieta o el placer hedonista de masticar chorizo? Contra ese afán idiota, se rebela la disciplina que conocemos como estética, aunque unir en la misma frase rebelión y estética nos resulte impactante: una gesta batalla en nuestro interior y la otra, descanso. Pero el afán estético implicará, si está unido a ese descanso, y lo está, toda una rebelión a la que deberíamos agarrar como el niño a la cometa. Estamos en tiempo de estrés, convencidos de que existe un vínculo entre el estrés y la felicidad, aunque no formulemos jamás esa ecuación.

Catherine Meurisse (Nort, 1980) ha compuesto un álbum en el que no se rebela como se rebelan los que cogen las armas, sino como los que pretenden descanso. Su propuesta es bien clara: una joven pintora busca la paz creativa retirándose a un rincón del país en el que existen leyes para proteger a los bosques desde la Edad Media. En Japón, da por supuesto, encontrará la inspiración, porque en Japón, junto a los bosques y viendo el mar, encontrará la calma. Pero esa calma ni implica la producción constante de arte. La estética no es una carrera, no es un encomio, no se produce. La estética empieza en la respiración y ese saber aguardar que muestra el maestro japonés a la espera de que le llegue el momento de dibujar el rostro de la mujer enigmática.

La vida se ha reducido a cuatro conceptos esenciales y nuestra joven pintora va aprendiendo que lo importante no es definirlos, sino sentirlos. Meurisse dibuja esta pequeña novela gráfica con un estilo fresco y sincero, que ya conocíamos, como si nos estuviera diciendo que nosotros también seríamos capaces de crear obras de este calado. Se detiene, eso sí, en los instantes en que las imágenes japonesas, que son familiares y extrañas al mismo tiempo, más han influido en su obra, y las reinventa adaptándolas a su condición. La propuesta resulta doblemente atractiva, por darnos una alternativa a la vida que llevamos, de compradores de chorizo, y ofrecernos garantías de que nosotros también podemos entregar parte de nuestra vida a la estética. ¿No sería esto una rebelión? Y las rebeliones, bien lo sabemos, entran en esa otra rama de la filosofía que se conoce como ética. Meurisse sobrevivió al atentado de Charlie Hebdo, en 2015, y desde entonces no cesa de buscar por qué merece la pena seguir viviendo, seguir creando.

sábado, 12 de noviembre de 2022

ODIO

 

Odio

José Manuel Fajardo

Fondo de Cultura Económica

Madrid, 2022

106 páginas



 

La propuesta es volver a la narración. Tras diez años sin crear obra propia, un relato, una novela, José Manuel Fajardo (Granada, 1957) regresa con esta novela breve, o con esta combinación de relatos largos, una experiencia que pretende narrarnos cómo se construye el mal. Fajardo despliega dos situaciones en paralelo, ubicadas con más de cien años de diferencia, centrándose en un protagonista de dos acontecimientos horribles: un atentado y un asesino en serie. En el primer caso, el atentado, un acontecimiento reciente, comienza hablándonos de un mundo marginal, entre inmigrantes que profesan el islam y se mueven en el ámbito de la droga, en un barrio de París. En el segundo, reconocemos enseguida a Stevenson y un poco más tarde a Oscar Wilde, y nos lleva al Londres de cerca de 1900, y tal vez sea el que mejor defina el proyecto literario de Fajardo, que aspira, como el autor escocés, a convertirse en un narrador puro. Y es, todo hay que señalarlo, uno de los escritores españoles que más cerca está de conseguirlo.

La novela se despliega con un estilo tan sereno como natural, con los tiempos perfectamente medidos y dos estructuras redondas que van alternándose. No cabe ningún reproche de estrategia narrativa. Y comenzamos conociendo a unos seres que sienten en su existencia el deseo de cambiar, que no logran ser felices y lo lamentan. Uno de ellos fabrica bastones artesanalmente y tiene por cliente a Míster Hyde, el reverso oscuro del Doctor Jekyll. El otro profesa un amor desmesurado por una modelo mientras trata de sobrevivir entre la mala fortuna del inmigrante. Ambos se cuestionan qué elecciones hicieron mal en la vida para no tener la fortuna de ser felices y comprobamos cómo van abocándose sus momentos para deslizarse hacia el mal. Y encuentran en él una ocasión que consideran que no deben desaprovechar. No es complicado ir enlazando los datos que poco a poco afloran, para saber que estamos frente a dos tipos que odian porque no les queda más remedio. Tal vez no sean psicópatas, tal vez su mal no tenga un origen genético, no sea congénito; tal vez sean los factores ambientales los que orientaron esa desviación que terminará en sendas tragedias. No es sencillo encontrar tu lugar en el mundo, lo cual explica, pero no justifica, que uno termine llegando a convertirse en la peor versión de uno mismo. En ese sentido, no hemos evolucionado tanto como especie, al menos en el espacio que recorren los ciento veinte o ciento treinta años que separan los dos relatos que componen esta atractiva novela.

jueves, 10 de noviembre de 2022

EL CAPITAL EN LA ERA DEL ANTROPOCENO

 

El capital en la era del Antropoceno

Kohei Saito

Traducción de Víctor Illera Kanaya

Sine qua non

Barcelona, 2022

334 páginas

 



Ante la deriva del mundo, todos soñamos con la cabaña en el bosque o con la cabaña en la isla del Pacífico. Retirarse, desesperado, por la acción del hombre sobre el planeta, y sobre el hombre, es un acto sensato, pero sólo hasta cierto punto. Thoreau creó el mito de Walden mientras bajaba a comer a casa de su madre casi a diario. Cabe retirarse, y atenerse a las neurosis consecuentes del retiro y al miedo a que la expansión contra la que uno se retira termine por llegar a tus fronteras, o cabe luchar a una escala que supera al individuo, pero que no tiene por qué ser del todo planetaria. Serviría, eso sí, como ejemplo, y también formaría parte de esas pequeñas escalas que, entrelazadas, sí pueden facilitar un cambio de paradigma universal. Hablamos de formas de economía colaborativa, hablamos de organizaciones sociales tipo socialismo libertario, hablamos de principios ecológicos y vida comunal.

La virtud de El capital en la era del Antropoceno es saber guiarse a través de todos ellos y darles forma, con causas, consecuencias y estrategias de cambio. Para ello se vale de Marx y de una interpretación del comunismo a partir de la inquietud de Marx por la naturaleza. Kohei Saito (Tokio, 1987) sostiene la tesis con astucia y es complicado encontrarle algún fallo. Todo resulta coherente y todo resulta sensato, partiendo del principio, que explica en la primera parte del libro, de que lo principal es salvar el planeta, pues no podremos salvar a la humanidad si no tiene un lugar donde vivir. Al enunciar las hipótesis comunistas, distinguiéndolas de las que tradicionalmente hemos conocido, se nos ocurre que la traducción podría ser, más bien, comunal. No debe agitarse el lector a la hora de recibir este vocablo, esta idea. Es cierto que sus propuestas están próximas al comunismo, pero no al comunismo institucional ni al comunismo de Estado. Saito nos habla de formaciones sociales de un alcance limitado para reformular totalmente la economía. La sociedad organizada sensata, la coherente, la única que parece formulada para liberarnos, sigue centrando sus propuestas en la democracia directa, en la cooperación, en la participación, en los recursos accesibles, en la agricultura y comercio de proximidad, en una rebelión total de la economía, con otros fundamentos, a la que seguimos considerando como un paradigma inalterable. Y no lo es. Las formas económicas que propone Saito suponen, a mayores, acertar con lo mejor del ser humano: basar las relaciones en la confianza y la amistad.

Considera oportunas las pequeñas mejoras, como las que propone el Green New Deal, pero sabe que no son suficientes. Las formas del capitalismo deben acabar para no terminar de exterminar el planeta. El crecimiento económico debe ser reconsiderado, pues no supone bienestar. Más bien al contrario: crea estrés y desigualdad. Dicho así, parece que estemos hablando de un libro que es a la economía lo mismo que la autoayuda a la psicología. Pero no es así. El capital en la era del Antropoceno es un estudio riguroso y científico, en la medida en la que la economía y la política pueden ser una ciencia. Una ciencia no es lo mismo que una ciencia exacta. Una ciencia nos permite debatir, entregar hipótesis, penetrar en estudios, mejorar. Estamos ante un libro necesario, pues es necesaria cualquier tipo de intervención, también la intelectual. No será la lectura de un libro lo que cambie el planeta, pero sí lo que nos aporte ideas para ser parte de ese pequeño e imprescindible porcentaje de población que basta para cambiar el destino de nuestros congéneres.

jueves, 3 de noviembre de 2022

CUENTOS ESCOGIDOS

 

Cuentos escogidos

Virginia Woolf

Traducción de Amelia Pérez de Villar

Firmamento

Cádiz, 2022

258 páginas

 



Lo que caracteriza a la exploración no es el descubrimiento, sino el intento de descubrimiento. Esa es, tal vez, la principal característica de la literatura de Virginia Woolf (Londres, 1882 – Sussex, 1941) que ahora volvemos a percibir en este volumen, Cuentos escogidos, cuya selección está a cargo de Menchu Gutiérrez. Ella misma nos lo advierte en el prólogo:

«Virginia Woolf siempre nos está diciendo que no existe un pensamiento lineal, como no existe una emoción pura, y todo lo que pensamos y sentimos es una amalgama de ideas y sentimientos muchas veces contradictorios. La profunda experiencia a la que invitan estos cuentos equivale muchas veces a ver la realidad fragmentada, desmembrada de un cuerpo que se muestra como una unidad.»

Aceptamos la literatura como exploración, la búsqueda o los intentos de búsqueda, que son intentos de descubrir, y nos preguntamos qué es exactamente eso que busca o que intenta buscar Virginia Woolf. Responder que estamos detrás del alma humana resulta un tópico. Woolf no intenta definir el alma, sino mostrarnos los meandros por los que circula el alma, con las piedras que interrumpen la corriente o los instantes en que se seca el cauce:

«Porque hay señales que indican -si no me equivoco- que todos estamos buscando furtivamente en la memoria, tratando de recordar algo. ¿Por qué rebuscamos así? ¿Por qué nos provoca tanta angustia colocarnos las capas y los guantes, decidir si debemos abotonarlos o no?»

A través de voces de mujeres se nos hablará del compromiso o de la serenidad. Nos colocaremos en lugares donde la mirada fue marginal para dar fe de nuestro entorno y de lo que dudamos sobre nuestro entorno. Trataremos con seres que se ven a sí mismos como perfectos y seres que se ven como recipientes de amor, en un sentido más platónico que pasional. Pondremos en marcha los resortes de la imaginación, a partir de un detalle, pero serán los resortes que andan tras la idea de belleza. Convertiremos un paseo en un hecho estético o veremos cómo puede retratarse un momento de melancolía. Entenderemos que los devaneos, que divagar, es el estado natural de nuestra mente, ese órgano que no sabe estar en calma, lo cual podría ser una maldición. Y de ahí deduciremos que no dominas lo que sucede, porque no terminas de descifrar lo que ves. Nuestro estado normal será el de la duda, la aceptación de desconocer, observaremos y compararemos con el pasado, y nos daremos cuenta de las paradojas que van saliendo al camino al intentar programar siempre la misma vida. Sabremos que el espejo puede ser una tortura y que contemplar con intensidad facilita una vida tan potente como la de la aventura. Se nos hablará de la compasión y de la idea de felicidad, que está en evolución y que mantiene, eso sí, dos principios activos siempre en vanguardia: la ternura y el arrepentimiento.

«¿No le parece que vivimos nuestra vida real en espíritu?

Realidad y alma. En ese ir y venir se construye buena parte de la obra de Virginia Woolf, en la relación entre el exterior y lo que contiene nuestra piel y nuestro cráneo.