martes, 22 de noviembre de 2022

GRAVITY

 

Gravity

(Alfonso Cuarón, 2013)

 



Una madre sola, la ingeniera Ryan Stone, pierde a su hija de cuatro años en un accidente sin atributos en el patio del colegio. La vida debe de volverse, entonces, pura soledad, y la soledad es una de las pocas experiencias fundamentales a las que debemos enfrentarnos a lo largo de nuestro tiempo en la Tierra. En esta situación de duelo, la soledad es espantosa. De hecho, nuestra doctora decide involucrarse en uno de esos proyectos que garantizan otro tipo de soledad, esta vez elegida, y se prepara como astronauta para una expedición espacial en tiempos de los transbordadores. Esa aspiración a completar el duelo en un viaje fuera de la atmósfera terrestre puede dar un tono elegíaco a una obra que es, sin duda, una epopeya. ¿Puede un viaje espacial triunfar donde no consiguen triunfar los otros viajes, ni siquiera el transportarse a las islas del Pacífico? El viaje implicaría la aspiración romántica de una sanación, allí donde la sanación no es posible. A lo largo del duelo, uno debe descubrir que es capaz de amar el vacío, por muy ingrato que se muestre. Aun así, seguirá buscando dónde está aquello que se perdió en la Tierra. Ludovico Ariosto imaginó, en el siglo XVI, que a la Luna iba a parar todo lo que se pierde en la Tierra, entre otras cosas las lágrimas y los suspiros que lloran los enamorados, el tiempo perdido, o los anhelos que no fuimos capaces de saciar. Nuestra doctora Stone sale al espacio al encuentro de todo ello, para reconciliarse con la vida pasada y con lo que le queda por vivir, y se encuentra con un experimentado astronauta parlanchín que es capaz de salvarle la vida hasta en el delirio.

Gravity es una película que sigue la estructura sencilla de La Eneida, viajando de un puerto a otro, facilitando así la candidez de una narración que apenas cuenta con un solo protagonista. De hecho, la doctora debe sobrevivir sola, con ese otro tipo de soledad que supone la supervivencia extrema, en un lugar sin comunicación, en el que ella habla al aire, confiando en que alguien reciba sus mensajes y sin posibilidad ni de respuesta ni de rescate. Así nos enfrentamos a otra de las experiencias fundamentales que se une a la soledad, y esta es el miedo. En realidad, ver Gravity supone reconciliarse con ese oxímoron que es el de reconocer deleitables terrores, llevado al grado de paradoja. Como experiencia sensorial no puede ser más delicada, colocándonos constantemente en un punto de vista contradictorio, que no cesa de sorprender y que funciona con la potencia de la coz de un caballo, a lo que se suma una musicalización en la que el sonido del silencio es impecable y es turbador. La impresión es desesperante y comprobamos que los avances técnicos sí pueden llegar hasta la pantalla para algo más que aturdirnos con el espectáculo, porque la épica supervivencia de la doctora Ryan es una experiencia visceral, algo que sentimos también con las vísceras que protege la jaula de las costillas.

Donde no hay apenas argumento, triunfa la atracción de la creatividad estética. La imaginación es visual y es auditiva. En cierto sentido, Gravity se une a las experiencias artísticas del gesto, a ese «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», de Augusto Monterroso. A diferencia del microcuento, lo hace al ritmo de un vals que nos amenaza, minuto a minuto, con los rinocerontes de la noche. Uno desea salir de la película, y mientras tanto no puede permitirse el lujo de perder un solo segundo de lo que ve y escucha; sin cesar de vivir con angustia la angustia de la protagonista, uno se pregunta cómo es posible que se haya logrado este efecto o este otro. Y la película culmina con un agotamiento emocional que nos lleva a pegar la mano al pecho para vigilar que el corazón no se haya desbocado.

El suspense, nos mostraron los genios del cine, consiste en colocar al protagonista, y a nosotros con él, en encrucijadas de las que parece imposible salir, en situaciones críticas que resultan imposibles de resolver. Sentir suspense podría ser otra de las experiencias fundamentales por las que debemos pasar. Desde que existen las formas narrativas, desde que existe la literatura oral, el suspense está tan presente como las interpretaciones simbólicas. Basta los cuentos de hadas para certificarlo. Tal vez Gravitiy se aproxime más a ellos que al género en el que supuestamente se encuadra, el de la Ciencia Ficción. Pero uno descree mucho de los géneros, que sólo sirven para dar por supuesto cómo será el paisaje que se visita y de qué cariz el final de lo que le está ocupando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario