sábado, 26 de noviembre de 2022

ISLAS DEL ABANDONO

Islas del abandono 

Cal Flyn

Traducción de Lucía Barahona

Capitán Swing

Madrid, 2022

311 páginas

 

 


Si nos echamos a llorar, fulminamos el asombro de sentirnos vivos. Esa puede ser la principal lección que aprenderemos tras la lectura de Islas del abandono. Cal Flyn (Inverness, 1986) visita varios lugares donde ya sucedió el colapso y encuentra que la vida, entendiendo por vida lo que brota en la naturaleza, triunfa. En lugar de quedarse en el exterminio, si uno es paciente verá cómo se impone un nuevo ecosistema, un ecosistema adaptado que, ya sabemos, estará sometido a la evolución. Después de que todo se vaya al garete, queda el optimismo. No se trata de consolarnos para permitirnos descuidarnos con la conciencia tranquila. Se trata, más bien, de mantener una sonrisa mientras atravesamos el ojo del huracán. Si uno ha leído Colapso, el magnífico ensayo de Jared Diamond, sabrá, por ejemplo, cómo el éxito de la civilización maya provocó su decadencia, casi su extinción. Pero si uno lee a Cal Flyn, se dará cuenta de que la civilización no es tan importante, pues regresarán los bosques. Ninguna cultura es mejor que sus bosques, dijo Auden. La reivindicación será, entonces, sentirnos parte del bosque.

En los lugares que Flyn visita uno tendría la tentación de sentirse el último hombre sobre la tierra. Montañas de escombros que se cubren de vegetación, tierra de nadie entre dos países en conflicto, parajes tras el desastre nuclear, una ciudad destinada a ser ruina, aguas contaminadas, bosques sobre las cicatrices de la guerra, territorios comidos por especies invasoras, paisajes comidos por un volcán o islas abandonadas en las que reinan las vacas, son algunos de los destinos que se eligen en este libro de viajes, que es un ensayo sobre los valores de la superficie del planeta. Flyn recorre cada rincón con el ánimo propio del gran observador, registrando todo, como demuestran las descripciones valiéndose de largas enumeraciones. Pero uno no enumera sin sesgo, uno enumera seleccionando aquello que encuentra más significativo, y en este caso son los asomos de naturaleza, los colores, los pequeños movimientos.

Y mientras va enumerando, asocia cada lugar con lugares equivalentes de los que ha tenido noticia a lo largo de su investigación. Así nos da cuenta, llevando el caso al extremo, hasta de la vida que ha nacido en las aguas del Pacífico donde estalló la bomba atómica. Todo forma parte de una divulgación científica que versa sobre el desastre, también el del cambio climático, pero se atiene a la potencia de las bacterias, los hongos y, más allá, los pequeños seres y los seres medianos. La solución definitiva, para evitar que todo esto suceda a una escala mayor, sería la desaparición de la humanidad, o al menos una extinción parcial, hasta que dejemos de ser plaga. Pero uno, y menos la propia Flyn, no puede aceptar esta conclusión. Si ella es capaz de encontrar vida nueva brotando entre los escombros de lo viejo, aunque sea vida extraña, a uno le nace la resistencia frente a lo apocalíptico. Uno comienza a sentir que rebelarse frente al tópico que califica el fin como inevitable tiene sentido. Es posible que los lugares por los que camina Flyn no sean los más hermosos, pero en lugar de pensar que no hay rosa sin espinas, podemos considerar que por mucho daño que nos hagamos, al otro lado hay una rosa.

Islas del abandono es un libro perfectamente trazado. Es reflexivo, pero contiene una información bien destilada. Cuando algo ha dejado de ser útil, se abandona a la vida silvestre. La recuperación es estimulante, es una lección con la que debemos quedarnos y que nos gustaría si no protagonizar, al menos contemplar como testigos. Flyn nos muestra cómo la ausencia de personas es más beneficiosa para los parajes que lo perjudiciales que pudieron ser la sobreexplotación o la contaminación. Sin embargo, no deja de considerarnos parte del planeta, parte de la Tierra. Somos su presente y hemos sido su pasado. Mientras protagonizamos nuestras pequeñas vidas intentando ser lo menos destructivos posible, o así deberíamos mostrarnos, las plantas ruderales colonizan hasta el hormigón, el musgo arraiga y sobre el musgo caminará algún insecto. Este libro es una maravilla, porque no pretende fustigarnos con un rayo divino por maltratar el planeta ni nos regala una esperanza innecesaria. Nos enseña que somo poca cosa, que el día que desaparezcamos, el planeta seguirá dando vueltas sin nosotros y será capaz de recuperarse. Pero que nuestros hijos todavía podrán disfrutar de rincones de naturaleza, como disfrutaron nuestros abuelos. Bastará con que tengan intenciones de aprender a mirar y hayan sido capaces de educar la emoción, los buenos sentimientos. Es una obra que nos ayudará a ser mejores personas.


Fuente: Revista de letras

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