miércoles, 16 de noviembre de 2022

LA JOVEN Y EL MAR

 

La joven y el mar

Catherine Meurisse

Traducción de Rubén Martín Giráldez

Impedimenta

Madrid, 2022

116 páginas

 



La advertencia es clara: el pensamiento más profundo que muchos somos capaces de crear a lo largo del día, tiene que ver con la decisión de meter un chorizo en la cesta de la compra o evitarlo, para no estropear aún más la figura. ¿En qué mar navegamos cuando nos estamos limitando a pensar en la dieta o el placer hedonista de masticar chorizo? Contra ese afán idiota, se rebela la disciplina que conocemos como estética, aunque unir en la misma frase rebelión y estética nos resulte impactante: una gesta batalla en nuestro interior y la otra, descanso. Pero el afán estético implicará, si está unido a ese descanso, y lo está, toda una rebelión a la que deberíamos agarrar como el niño a la cometa. Estamos en tiempo de estrés, convencidos de que existe un vínculo entre el estrés y la felicidad, aunque no formulemos jamás esa ecuación.

Catherine Meurisse (Nort, 1980) ha compuesto un álbum en el que no se rebela como se rebelan los que cogen las armas, sino como los que pretenden descanso. Su propuesta es bien clara: una joven pintora busca la paz creativa retirándose a un rincón del país en el que existen leyes para proteger a los bosques desde la Edad Media. En Japón, da por supuesto, encontrará la inspiración, porque en Japón, junto a los bosques y viendo el mar, encontrará la calma. Pero esa calma ni implica la producción constante de arte. La estética no es una carrera, no es un encomio, no se produce. La estética empieza en la respiración y ese saber aguardar que muestra el maestro japonés a la espera de que le llegue el momento de dibujar el rostro de la mujer enigmática.

La vida se ha reducido a cuatro conceptos esenciales y nuestra joven pintora va aprendiendo que lo importante no es definirlos, sino sentirlos. Meurisse dibuja esta pequeña novela gráfica con un estilo fresco y sincero, que ya conocíamos, como si nos estuviera diciendo que nosotros también seríamos capaces de crear obras de este calado. Se detiene, eso sí, en los instantes en que las imágenes japonesas, que son familiares y extrañas al mismo tiempo, más han influido en su obra, y las reinventa adaptándolas a su condición. La propuesta resulta doblemente atractiva, por darnos una alternativa a la vida que llevamos, de compradores de chorizo, y ofrecernos garantías de que nosotros también podemos entregar parte de nuestra vida a la estética. ¿No sería esto una rebelión? Y las rebeliones, bien lo sabemos, entran en esa otra rama de la filosofía que se conoce como ética. Meurisse sobrevivió al atentado de Charlie Hebdo, en 2015, y desde entonces no cesa de buscar por qué merece la pena seguir viviendo, seguir creando.

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