De noche, bajo el puente de
piedra
Leo
Perutz
Traducción
de Cristina García Ohlrich
Libros
del Asteroide
Barcelona,
2016
283
páginas
Una
superstición dorada
Los
últimos días de los guetos judíos en las ciudades que fueron legendarias, desde
Toledo a Varsovia, forman parte de la melancolía de quienes los vieron morir,
que fueron nuestros abuelos. O los abuelos de nuestros abuelos. O cualquier
antepasado que si no nos lanzó el homenaje a esa despedida -uno tiende a
llamarlo defunción, pero traicionaría así la literatura de autores como Leo
Perutz (Praga, 1882 – Bad Ischl, 1957), basada en el cariño del homenaje que no
olvida la locura-, cometió un error que reservamos en la fidelidad a algún tipo
de rechazo. Perutz, de origen sefardí, hace una demostración de cómo debe ser
el cimiento literario, al escribir una obra como este De noche, bajo el puente de piedra, poniéndose el traje de un
narrador no judío. De hecho, este libro de relatos mantiene a un protagonista,
un comerciante judío, que siempre está al fondo, permitiendo a los gentiles
posar en los primeros planos, hasta que el comerciante transforma todo en las
páginas finales. De ahí que el tema del libro sea la convivencia entre
culturas, una de ellas de gran vitalidad en el siglo XVI, en el que están
ambientados los relatos, y a la que Perutz vio esfumarse, escaparse como la
arena entre los dedos.
Meist,
que es el nombre del judío, tiene fama de ser capaz de todo. En apariencia se
trata de nada más que de fama. Pero algo parece vincularle al emperador, como
si guardara el secreto de que está desnudo. Los otros personajes son Barones,
Consejeros, Militares, Taberneros, Alquimistas… toda una suerte de seres que viven
una época histórica. ¿Hasta qué punto podríamos considerar De noche bajo el puente de piedra como unos relatos históricos?
Hasta el que se dibuja una etapa en la que la situación histórica sí impone la
resolución de las vidas de los personajes. Una época de supersticiones, de
sugestiones y paradigmas, juramentos y males de ojo, hombres de fe y hombres de
honor, previa al desarrollo de la ciencia. De ahí ese halo de misterio, esa
imposibilidad de conocerlo todo, que hace de este libro una lectura tan atractiva.
Las muertes por peste se atribuyen al pecado, y solo los rituales sirven de
refugio a la gente temerosa. Las conquistas militares son consecuencia de una
versión del hedonismo. Se confunde fantasía y realidad, como en los sueños,
sobre todo si uno no tiene otra forma de escapar de una celda. La religión es
sinónimo de magia para quien quiere salvarse de una condena popular en la que
pierde el orgullo. Hay quien se merece los fantasmas con los que convive, o
quienes padecen el azar como único dios que da sentido. Los juegos de guerra,
de amor y de deseo se entrelazan. El arte no es, ni pretende ser, algo
objetivo, sino una visión personal cuya valoración no existe, porque no se le
puede poner precio a la sensibilidad. Las liturgias que inventan los personajes
pueden limitarse a una ronda de aguardiente.
La
felicidad, eso sí, pertenece a los humildes, y humilde es la narración de Leo
Perutz, unos relatos de una estructura tan sencilla que demuestran gran
talento, el del narrador que reúne a la familia junto al fuego para distraer
una velada. Perutz, que ama la literatura y además lo demuestra, compara los
ajustes de cuentas para solventar los problemas de riqueza, con la paz
auténtica, que es la que portan los buenos sueños y los buenos espíritus. Solo
por eso merece leer este libro: porque dentro de él uno siente el confort destilado
de la sabiduría de haber conociendo que lo que uno se lleva al otro lado de la
tumba, será nada. Quedará tal vez la memoria de nuestros actos en los seres
queridos, como queda en Perutz la memoria del gueto judío de Praga, un espíritu
bendito.
Fuente: Culturamas
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