Con las suelas al viento
Martín
Casariego
La
línea del horizonte
Madrid,
2017
169
páginas
Los
libros de perfiles son un género dentro del cual todas las avispas son reinas.
En pocas palabras, uno debe llegar hasta el fondo de los huesos de la persona
retratada y el compendio es una atmósfera que invita a seguir conociendo más,
pero deja un sabor tan grato como el helado del verano. Eso sí, sobre ellos
debe uno dejar caer alguna sospecha, un detalle que no sabemos cómo
interpretar, esa parte de la histeria que hace a la gente más atractiva.
Cuando, a mayores, el género viene condicionado por el número de caracteres, el
escritor se ve presionado para sacar lo mejor de sí mismo. Eso es lo que ocurre
con este Viajeros lejanos, en el que
Martín Casariego, un escritor con oficio pero que en sus otras obras no asume
tantos riesgos.
El
género es tan antiguo que no hace falta remontarse a Truman Capote para
encontrar antecedentes. De hecho, Marcel Schwob o Borges se apropiaron de él
para escribir libros de perfiles sobre personajes que desearían que hubieran
existido. El género es tan antiguo como la cultura en la que todavía no se
guardaba registro escrito y los perfiles podían extenderse hasta alcanzar la
longitud de La Odisea. Casariego se
remonta a personajes anteriores a Heródoto para dar comienzo a su pequeña guía,
que se centra en la historia antigua y medieval. Existen otros libros de
perfiles de viajeros que prefieren arriesgar más por gente contemporánea, al
menos en una buena parte de la selección, y que vienen a complementar a este,
que recopila los artículos que Casariego escribió entre 2004 y 2007. Pensamos,
por ejemplo, en ese volumen, también digno, que es Viajeros lejanos, de Antonio Picazo,
publicado en el año 2015, y que uno debe leer si disfruta de las suelas al
viento. Se trata de dos obras que se hacen buena compañía en nuestras
estanterías y en nuestras memorias.
En
este volumen, diseñado y maquetado con un gusto exquisito, se recogen cincuenta
historias o trozos de historias. El número no tiene otro sentido que ser
redondo, porque la lista es interminable. Basta con darse cuenta de la
selección de exploradores españoles que descubrieron América para Europa, que
podría ser ingente. Casariego se enfrenta a ellos sin mostrar filias ni fobias,
sin entrar en el debate sobre las consecuencias de su paso, limitándose, por una
obligación que llega a ser una virtud literaria, a destacar tres apuntes, los
más sugerentes. Tanto en el caso de algunos de ellos, que podríamos tachar de
delincuentes, como en el de científicos, naturalistas, ilustrados o los que se
movían por ambición o curiosidad, lo que se impone es un ritmo al galope, el
mismo que nos hace amar la buena música, porque a Casariego no le falta oído
para escribir.
No
podemos cerrar la reseña sin destacar que el libro se detiene con Ella
Maillart, tal vez la mujer que cerró el sentido del viaje como descubrimiento
universal. A partir de ahí, el sentido del viaje cambia. Apenas las
expediciones antárticas pueden catalogarse como de aventura en comparación a lo
que debieron padecer los tipos con armadura que afrontaban cruzar desiertos,
selvas y los Andes, sin brújula ni saber si podrían comer al día siguiente otra
cosa que no fueran gusanos. Casariego nos reconcilia con los tiempos en que las
rutas no estaban cartografiadas y provoca añoranza por un tiempo que no
conocimos, pero que hubiéramos preferido vivir solo en parte, en detalles, en
esos que él utiliza para escribir los perfiles.
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