martes, 8 de febrero de 2022

MIEDO

 

Miedo

Patricia Simón

Debate

Barcelona, 2022

250 páginas

 



Tal vez el futuro se limite a esta noche, tanto para los ricos como para los humillados y ofendidos que toman al asalto su particular Palacio de Invierno. No existe el tiempo, o es materia deleznable, como denunciaba Borges, y por tanto deberíamos actuar como si no existiera. Creemos que la realidad se articula sobre dos pilares, que son el dolor y la locura, por el acoso constante que sufrimos, pero, deberíamos plantearnos, es posible que la realidad no esté del todo bien dibujada. ¿Qué es la realidad? Podemos describir hechos concretos, sucesos, anécdotas o incluso el argumento de una vida particular, pero de ahí a definir la realidad media una gran distancia.

Leemos Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio, de Patricia Simón (Estepona, 1983) y asistimos a un despliegue de recursos inmenso, que intentan abarcar toda la realidad, o al menos lo que un buen reportero entiende por realidad. El concepto de realidad de un reportero es muy necesario, pues sin él, sin esa mirada, sin su curiosidad, ¿qué sería de los que no nos atrevemos a salir de casa? ¿Qué nos quedaría? Patricia Simón abraca toda la enseñanza de su vida como periodista y como lectora, como persona que ve y a través de la mirada reconoce los sentimientos, a partir de epígrafes que vincula al miedo: miedo a los otros, miedo a la pobreza, miedo a la soledad, miedo a la muerte. A la hora de desplegar su literatura, pues de literatura se trata, Simón utiliza estos centros de interés para relatar, para pensar, para nutrir las sensaciones con la técnica de una bola de nieve: a medida que rueda cuesta abajo, va recogiendo más y más masa, más consistencia, más razones.

Su lucha es contra la desigualdad que se impone como realidad. No deberíamos acomodarnos a su presencia, cada vez más aguda. Nos limitamos a percibirla como un estímulo más, sin plantearnos que debería ser interpretada, razonada y combatida. De hecho, en buena medida nos limitamos a actuar sobre ideas recibidas, siguiendo su dictado, reforzándolas: “Corremos así el riesgo de, al engrosarlas hasta la caricatura, terminar siendo presos de ellas, que nos aprisionen en su molde a imagen y semejanza”.  Así pues, de haber una revolución, ésta debería empezar con el individuo. Patricia Simón llama miedo al sentimiento universal que mueve al mundo, al compendio de aversiones que nos inmovilizan o nos llevan al odio, que son hermanos siameses: entre el canalla y el cobarde no existe gran diferencia, si nos atenemos a los resultados sociales de sus actos. Y es sobre el ser social sobre el que reflexiona, a partir de innumerables ejemplos recogidos en los años de aprendizaje pisando la piel del mundo allí donde más se tensa. Contra ese miedo, sólo cabe responder con amor.

Será el amor o, para poder explicarnos sin abstracciones, el hecho de amar y ser amado, lo que nos ayude en la lucha contra el malestar, contra las angustias y ansiedades que resultan de nuestros vínculos con una sociedad que tiende a lo tóxico. Y será esa toxicidad, que está llegando a extremos patológicos en las rutas de comunicación mediática y de política institucional, la que impulse a la autora a no ceder en su tarea, que es periodística, sí, pero que también pretende ir definiendo la naturaleza humana. Ser maleable es un riesgo del que uno sólo se libra siendo consciente de que lo es, arropándose en el diálogo y el sentido crítico. Y mientras tanto, vamos defendiendo una sociedad organizada sensata, humana, crítica y cooperante, que en buena medida se asemeja a otra de las frases célebres de Borges cuando dijo no saber nada de política: “Creo en las personas, no en los Estados. Supongo que eso me hace fundamentalmente anarquista”. De ahí, a Aristóteles y su deseo del bien que es belle y sublime si atañe a un pueblo entero, y a abogar por políticas públicas humanistas.

En un planeta donde sólo está bien visto expresar una emoción, el enfado, nos recuerda que el periodismo puede traernos la fe en las demás, en la salud de expresarlas para poder combatir las injusticias, que nuestra autora no consiente. Si hay un rasgo que caracteriza a quien ha escrito este libro, es, precisamente, este: no consentir la injusticia que siempre ataca a los más vulnerables: “No basta, como sostiene el mítico reportero Robert Fisk, con que «las generaciones futuras no puedan decir que no saben lo que ocurrió». No era nuestra vocación, ni nuestro cometido hablarles a los que aún no han nacido. El periodismo sin capacidad de incidencia, de combatir la impunidad, se vacía de significado. Y entonces, es lógico que sus crónicas, sus palabras, terminen heridas de muerte, y sus destinatarios, la ciudadanía, carcomida por la impotencia, sorda, impasible, en coma”.

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