Una huida imposible
Toni
Montesinos
La
línea del horizonte
Madrid,
2019
150
páginas
Cuando
parecían haberse gastado los recursos para escribir un libro de viajes, un
género marcado por una buena ambición, la de intentar que el lector desee
acompañar al autor, Toni Montesinos (Barcelona, 1972) nos regala el punto de
vista del lector en un ejercicio que es una aporía. En realidad, quien viaja no
parece ser un hombre que luego reflejará una secuencia de la memoria. Aquí el
que viaja es, directamente, el lector. Serán los deseos de haber compartido un
tiempo con los escritores lo que transformen este libro en el viaje que desearíamos
hacer mientras leemos libros de viaje. Aunque algunos de los referentes no sean
escritores viajeros, pero sí son escritores que reflejan el lugar, que es
California y, en casi mayor medida, San Francisco. La hermosa ciudad de la
costa del Pacífico ofrece garantías de todo pelaje: desde la intriga y los
suicidios en el Golden Gate, hasta la bohemia y la librería de Ferlingetti. La
proximidad de la naturaleza, tanto la del mar como la de los bosques de las
Montañas Rocosas, es otra garantía de deseo. Este libro está escrito con puro deseo,
pero con un deseo honrado, sincero, honesto, sin aristas. Con un deseo que no ocasionará
frustración, que no será ambiguo ni incómodo.
Lo
que Toni Montesinos investiga es una mitología. El viaje, en gran medida, es
temporal. La mitología contemporánea sobre la que navega, se ha ido haciendo
pedazos en muy poco tiempo. Los videojuegos y las aplicaciones han matado a
esas leyendas que con tanto esfuerzo y tanta admiración habíamos ido
construyendo. Así Toni Montesinos pertenece a la raza de los poco que siguen
creyendo en Stevenson, Jack London, Jack Kerouac, Raymond Carver, John Fante,
Mark Twain e, incluso, Blaise Pascal. De hecho es una lectura equívoca del
pensador francés la que da pie a un diálogo en el que los conversadores se sustituyen
en la cadena. La idea de que el hombre no puede ser feliz por su incapacidad
para permanecer en una habitación se lee confusamente por parte de algún
escritor nómada. Tendrá que ser la sátira de Twain la que venga a poner un poco
de orden, cuando las conversaciones derivan hacia la nada.
La
cadena de escritores que se suceden surge de forma natural. Ningún eslabón se
rompe. Montesinos escribe con frases largas que nos van derivando hacia alguna
sorpresa. Se podría decir que narra con conciencia de lector, y también de escritor,
pues el viaje surge para convertirse en un libro. Al menos el viaje literario.
Esa experiencia es la que comparte sin salirse con metaliteratura, sin alardes,
con la intuición de que uno no puede separarse de sus fantasmas pero sí puede
elegirlos. Así su yo narrador es también ficción, es un yo seguro, un yo que no
sufre daños y, por tanto, un yo al que le está permitido no perseverar en los
prejuicios. De ahí que sepa que tras la lectura, como tras el viaje, uno sale
transformado. Tal vez siga siendo el mismo, pero por un tiempo será algo mejor,
por un tiempo será un ser afectado por unos mitos cuya función es enseñarnos el
bienestar de la naturaleza y la parte bondadosa de la condición humana.
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