domingo, 13 de enero de 2019

ENTREVISTA CAPOTIANA

Entrevista capotiana a Ricardo Martínez Llorca

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ricardo Martínez Llorca.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Como supongo que no puedo elegir algo del tamaño de un continente, no me queda más remedio que elegir algún sitio por el que pudieran pasar mis amigos a verme y donde pudiera conocer a gente nueva. Me veo abocado a la barra del bar.

¿Prefiere los animales a la gente?
Si los animales son los mosquitos, prefiero a la gente. Si la gente es George Bush, prefiero a los animales. Pero así, en general, como compañía, prefiero a la gente.

¿Es usted cruel?
No. ¿Serviría para algo?

¿Tiene muchos amigos?
Una docena. Lo que sí tengo son muchos colegas. Pero amigos, una docena. Creo que en eso soy un hombre afortunado.

¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Parece tirar la pelota contra la pared para que le rebote al entrevistador, pero busco la amistad. Eso implica, sobre todo, la lealtad. No importa cuánto te critiquen y lo equivocado que yo esté, se trata de que estén siempre junto a ti.

¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Sí. Y me alegro. No son personas divinas ni mascotas.

¿Es usted una persona sincera? 
Solo miento cuando puedo ayudar a alguien con la mentira, si es que ese alguien se merece que se le ayude.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Sería un lujo disponer de tiempo libre. Pero como la pregunta es sobre cómo prefiero ocuparlo, diré que estando con mis amigos.

¿Qué le da más miedo?
De niño tuve un accidente y estuve en coma. El recuerdo de esa experiencia es escalofriante. No hay nada. No sucede nada durante el coma, porque no hay un durante. Pensar que la muerte es como ese coma, pero sin despertar, da mucho miedo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La traición. Que alguien te diga, por ejemplo, que estando enfermo no eres una buena compañía. Eso me ha sucedido.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
De no ser escritor me dedicaría al dibujo. Pero eso también es creativo. No, lo ideal sería una labor manual, tipo carpintería. O, lo que de verdad me hubiera gustado de haber tenido un buen tono físico, me habría dedicado a la escalada.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Lo he hecho durante años. Ahora se me ha venido el proceso de envejecimiento encima, demasiado deprisa, y estoy adaptándome a él. Pero sí salía a correr y a escalar en cuanto podía.

¿Sabe cocinar?
No. Ahora lo ponen demasiado fácil para los que no nos gusta cocinar. No entiendo el éxito de esos concursos de televisión. ¿De verdad le importa a la gente que la morcilla de burgos combine con espuma de berenjena tostada?

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Espartaco. Sin duda.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
No me cae demasiado bien la esperanza, tal vez por eso elija “espejismo”.

¿Y la más peligrosa?
Dócil, sumiso… Cualquier sinónimo de ellas.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, tanto como eso, no. Pero sí partirle los dientes.

¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo que ahora se llama socialismo libertario. Pero yo defiendo algo parecido a lo que defendía el personaje elegido: Espartaco.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Yo mismo, pero bien hecho, no con este conglomerado de fallos que me hacen tan impreciso como un colador para recoger agua.

¿Cuáles son sus vicios principales?
Pedir que me dejen tranquilo y querer estar con la gente al mismo tiempo.

¿Y sus virtudes?
Cualquiera de las parejas que he tenido te diría que ninguna. Pero creo que si la generosidad es una virtud, me apunto a ella.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
En una excursión, también de niño, me tiré a un río que corría muy deprisa porque mi hermano se había caído y se estaba ahogando. No pensé lo que hacía e inmediatamente comencé a ahogarme yo. Mientras tragaba agua y sentía que me llevaba la corriente, solo pensaba en mi hermano. Suena a tópico, pero él ha sido lo mejor que me ha pasado. Cuando lo perdí fue como perder la familia que tendría en el futuro, cuando luego cada uno hacemos la guerra por nuestra cuenta. De volver a ahogarme, volvería a pensar en él.

T. M.

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