viernes, 11 de enero de 2019

LA MECÁNICA DEL AGUA


La mecánica del agua
Silvana Vogt
Entre Ambos
Barcelona, 2019
204 páginas


Que vivir es difícil es una instrucción que uno aprende nada más nacer. Ser capaz de respirar al asomarse al aire desde la cueva amniótica, es un arte que requiere una fuerza casi inhumana, una batalla que nos dejará memorias sensoriales a las que tendremos que recurrir una y otra vez a lo largo de los días. El que apuesta por vivir, vive, y eso supone que debe renacer casi a diario. Tener que reinventarse en momentos duros es un arte de lo más sagrado. Se merece todo nuestro respeto, especialmente cuando la persona se ve en trances de desarraigo por motivos económicos. El dinero no debería formar parte de esa lucha tan espiritual, pero la condiciona hasta el límite de imponer una mala ley.
Y así, la existencia va viniendo a oleadas, sin rigores de mareas, en fragmentos, que es como se expresa Silvana Vogt (Morteros, Argentina, 1969) a la hora de estructurar esta novela, desgarrada pero sin rencor, un ejercicio de poesía costumbrista, algo que uno está tentado de llamar autopsia de los días pasados desde que se cayó en la trampa de ser adulto, de asumir responsabilidades. El amor por el lenguaje salva la obra de caer en el desasosiego, pues en buena medida se imponen las pérdidas de los diferentes espectros del amor, desde el barrio a la figura paterna. Ni la buena mascota sobre la que proyecta todo un bagaje de pensamiento, de nombre Kantiano, ni la brillante pareja serán suficientes como para rellenar los huecos. Ocupan un espacio más que importante y gracias a ellos recuerda la apuesta por vivir, pero no rellenan los vacíos. Tampoco lo hace la literatura. A la hora de la verdad, uno debe integrar los huecos para salir adelante y pisar la calle, día a día, hecho un queso gruyere.
Silvana va focalizando, aquí y allá, la vida con referencias a lo que ya es mitología contemporánea, desde Pink Floyd a Bach, por ejemplo, mientras persigue a una protagonista para la que observar es lo mismo que meditar, una protagonista que “cuenta las olas que rompen, tratando de descifrar la mecánica del agua”. La imagen es melancólica, propia de un emigrante. Cambia Buenos Aires por Barcelona y los motivos no pueden ser luminosos. Pero sí lo es la lucha, abrirse camino. Flota, sobre la cabeza de la protagonista y sobre la de los dos hombres que la acompañarán de forma sucesiva, una nube de duelo. Se anuncia una tormenta que no va descargando, propia de los romances, que no terminan de fraguar. En cierta medida, es una novela sobre las posibilidades, no sobre las certezas. Es una obra sobre el intento, inexcusable, de superar los desconsuelos, sobre gente que vive en el pasado, a pesar de las patentes intenciones de mantenerse anclados al presente y de imaginar un futuro. Se puede perseguir un sueño, si uno se puede permitir algún lujo, fuera de la necesidad animal de seguir respirando. Así los personajes se van haciendo a sí mismos, construyéndose sin remedio, esperando a confirmar que no es cierto que la realidad nos ponga a cada uno en nuestro sitio.


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