miércoles, 23 de marzo de 2022

RITUAL DE DUELO

 

Ritual de duelo

Isabel de Naverán

Consonni

Bilbao, 2022

167 páginas

 



La literatura testimonial busca volver a ver el sol en la ventana cuando uno abre los ojos. Es así de sencillo: todo se ha apagado, se ha venido abajo, y uno se plantea si lo que expresa es rendición o es terapia mientras no puede dejar de escribirlo. De esta manera, vagando entre dudas, se le van a uno las ideas al papel, unas ideas que quisiera que no fueran tales, sino sentimientos. Las condiciones del lenguaje topan con la cualidad de ilimitado de los sentimientos. Faltan palabras y nuestro recurso, en este caso, es acudir a la memoria, esperando que con ello se pueda suplir esa carencia. Las experiencias deberían solventar, aunque sea en parte, esa falla. Y también están las metáforas, claro. De hecho, cuando uno acude a este tipo de literatura, que no cauteriza y apenas consuela, al menos al autor, pero que expresa algo que necesita compartir, se da cuenta de que otras artes poseen otros milagros. Estos milagros podrían serenar más, pues transmiten mejor las emociones, los sentimientos. Ahí está la pintura, por ejemplo, y eso por no hablar de la música. En la literatura testimonial uno es puro empaque emocional y apenas posee unos caracteres para expresarlo.

Elegir un lenguaje formal, como hace Isabel de Naverán (Getxo, 1976) en este Ritual de duelo es bastante arriesgado. Nada de tropos, nada de adjetivos acumulados, nada de aquello que nos remita a lo que consideramos propio de la poesía. De haber poesía, tiene que deducirse de lo narrado y, tal vez, de compartir experiencia con la narradora. El fallecimiento de una madre le deja a uno a la intemperie y eso, que casi todo el mundo conoce o acabará por conocer, basta. En este caso, se trata de una desaparición anunciada tras una larga enfermedad terrible, uno de esos males degenerativos que acaban por transformar un cuerpo que tuvo vida en un cúmulo de átomos sin sentido. Y, mientras tanto, debemos mantener la firmeza, ya que dudamos hasta de la posibilidad de mantener la dignidad. De este calado es la tormenta, una tormenta que, eso sí, cabe calificar como humana: no se trata de una lucha que nos haya enviado un Dios para navegar con esfuerzo, sino de una etapa de construcción, en la que vamos dándonos cuenta de que podemos ser mejores, pero que por el camino nos vamos a dejar demasiadas cosas que también son buena. Transformaremos la fuerza en luz. Y en medio de esa luz estará siempre la presencia de aquel a quien tanto echaremos de menos, a quien tanto querremos parecernos a partir de ahora. Desde aquí sólo cabe repartir abrazos a las familias que, como la de Isabel de Naverán, han padecido esta lluvia púrpura.

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