jueves, 25 de enero de 2018

GRANDES ENGAÑOS DE LA EXPLORACIÓN

Grandes engaños de la exploración

David Roberts

Traducción de Pedro Chapa
Desnivel
Madrid, 2005
240 páginas
15,80 euros



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Este es un libro para volverse un incondicional del género. En principio, dada la temática, parece que atraerá a un público lector reducido, aquel especializado en lecturas de exploración, a los eruditos en personas como Richard Burton, Marco Polo o Edmund Hillary. Sin embargo, es una lectura recomendable para enganchar con el género y no cesar, en una buena temporada, de leer todo lo que esté al alcance de uno en relación a esas épocas de descubrimiento, algunas no tan lejanas, cuando grandes manchas del mundo permanecían oscuras para el GPS.
David Roberts, un periodista aventurero que sabe al dedillo cómo elaborar una crónica con gancho, ha encontrado a diez personas que destacaron en algún momento de la historia por una pretendida gesta exploratoria. Ha procurado ser versátil, evitando la rigidez de una única modalidad de aventura, y así por las páginas del libro desfilan navegantes renacentistas y solitarios en catamarán, alpinistas, exploradores de ríos, gente que se interna con lo puesto en lo más desconocido, buscadores del polo, supervivientes en una isla, aviadores, etc. Todos ellos son personas de repercusión mediática y con una valía extraordinaria en las facetas de aventura que eligieron. Y casi todos acabaron siendo condenados públicamente al descubrirse su mentira. Digo casi todos pues al menos uno de ellos, James Bruce, que recorrió Abisinia en el siglo XVIII, representa el caso opuesto, el de aquel tachado de fabulador en su momento, y cuyos méritos se reconocieron posteriormente. También podría ser una excepción el caso de Robert Drury, perdido durante quince años en Madagascar y cuyas aventuras se publicaron en 1729, aunque se desconoce si el tal Drury existió realmente o el libro se trata de una ficción escrita, tal vez, por Defoe.
De todos los hombres que pueblan el libro, mistificadores, se destaca esa persistente mitomanía, pues llegaron a creerse la historia que inventaron, algunas no resueltas totalmente hoy en día, como el descubrimiento del Polo Norte por Preary o la primera ascensión al Cerro Torre por Cesare Maestri. Pero lo mejor de todo dentro del libro es que Roberts no se olvida del hombre; revisa su infancia, sus relaciones de familia, su vida, sus angustias cuando tuvo que defender el fraude, su obsesión convertida en la clave del resto de sus días. Así hasta terminar con un epílogo en el que sugiere cierta tendencia psicológica, partiendo de patrones de comportamiento comunes, la que define como paranoico megalómano, es decir, alguien que distorsiona la realidad porque la vergüenza reemplaza la sensación de culpa en una personalidad con una voluntad de hierro. Al fin y al cabo, su mentira obedece a una reacción improvisada frente al fracaso inminente. La impresión de patetismo queda mitigada por el respeto que el autor les rinde como seres sin malicia, pues los textos no transmiten la idea de que ellos pretendieran hacer ningún daño, sino sencillamente regocijarse en la hazaña de la conquista física de la Tierra. De ahí la amabilidad con que se redactan las crónicas.
Queda para nosotros la falta de certeza de que David Roberts haya acertado. Él mismo sugiere que en cualquier momento puede quedar demostrado que Cook alcanzó la cima del McKinley o el Polo Norte. Y, lo que es más intrigante, cabe la posibilidad de que Marco Polo jamás llegara a Xanadú ni se entrevistara con el Kublai Dan, y que todo fuera una invención que nosotros siempre nos hemos creído.
Éste es un tema muy divertido que puede hacernos disfrutar de las mejores horas de nuestro tiempo. Ya que no nos resulta tan sencillo viajar, seguiremos leyendo.



Fuente: Culturas/Tribuna

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