lunes, 15 de enero de 2018

EL HOMBRE DE LAS DOS PATRIAS

El hombre de las dos patrias
Tras las huellas de Albert Camus
Javier Reverte
Ediciones B
Barcelona, 2016
170 páginas



La pregunta a la que cabría contestar, o buscar respuesta, es si cada hombre posee una madriguera. Ese lugar donde se siente seguro cuando caen bombas sobre el asfalto o sobre la conciencia. Ese lugar en que cree vivir sin trampas, sin engañarse, sin preguntarse si ese bienestar lo consigue a través de la memoria del biberón o de la amnesia. Un sitio donde te crees que eres héroe porque chillas contra la injusticia, pero ese grito no se distingue del silencio o apenas rasga con su murmullo más allá de la tapa de alcantarilla que separa la madriguera del exterior. Donde da igual cómo se defina uno políticamente ante la lluvia de hierro y neutrones, porque lo que se ha de valorar son los actos de su pasado. Esa patria que justifica lo que uno es, lo que uno fue, será, estará siendo día tras día, y lo justifica con bastante dureza, al menos para el individuo, como para considerarse buena persona siempre, incluso durante las pesadillas.
Javier Reverte (Madrid, 1944) abandona sus largos viajes para embarcarse en una pequeña expedición que le lleve hasta los orígenes, es decir, la infancia, de Albert Camus. Leer a Camus y sentir admiración por su obra es inevitable. Pero hasta nuestro tiempo han llegado testimonios diversos de sus cualidades humanas, dudas sobre su generosidad, sobre su valentía, incluso sobre su buena educación. Al igual que concluye Javier Reverte, lo que nos queda como auténtico de él es su obra, y ahí es donde resulta incuestionable, noble, honrado, crítico, justo. Lo bastante atractivo como para embarcarse en un ferry rumbo a Orán y Argel para visitar las casas donde habitó, el liceo en que se graduó, las calles por las que jugaba. Y tratar de descubrir de qué empaque estaba hecha la madriguera de Camus, o como lo enuncia Reverte en el título, una de sus patrias. La otra, ya lo sabemos, fue la Francia que se recuperaba de una guerra en la que se acogía a toda la bohemia y a toda la filosofía.
Reverte nos descubre unas ciudades postapocalípticas, sucias, feas. Una Orán que se asemeja a la España de 1939, una Argelia que apenas asoma la nariz tras el decenio negro que supuso la guerra. Las zonas urbanas dan la impresión de estar a medio construir o a mitad de su plan de derribo. Decadentes, a lo que se parecen es a un basurero. Pero, como viene siendo habitual en sus últimos libros, Reverte descubre un nuevo amigo, un Cicerone al que querer. En este caso será un argelino con aspecto facineroso y corazón entregado a su fidelidad y su trabajo. Él será su principal contacto con un paisanaje de eminente corte masculino. Excepto en una ocasión, todas las personas con quien intercambia palabras son hombres. Eso, en mayor medida que sus enunciados describiendo lo que encuentra, da la medida del país que visita. Pero Reverte nunca se detiene en ese detalle; no se plantea el género de su contertulio, sino que trata de hallar algo de poesía en el alma de la gente que va conociendo. Con frecuencia, mientras bebe una cerveza, una afición que también se ha hecho marca de la casa.

Reverte, como siempre, no tiene ningún pudor en meter las narices en todas partes y luego pedir perdón. Pero el cuadro ya está dibujado. Y lo que destaca, por ejemplo, de la Cashbah de Argel, es que se trata de un lugar de contradicciones. Y por tanto uno de los lugares favoritos para que Reverte rompa suelas. Mientras dicta entre páginas algún dato histórico, o el mismísimo cautiverio de Cervantes, Reverte no cesa en volver a Camus, al Camus que apreciaba a los hombres libres, aunque fueran hombres desterrados. De ahí sus constantes reflexiones y acuerdos con el autor de El extranjero en temas que atañen a la justicia, a la igualdad, a la libertad, al mal, a la literatura o a la violencia. Y reclamar que ser un hombre libre es rechazar a la vez ejercer el terror y padecerlo.

Fuente: La línea del horizonte

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