miércoles, 24 de enero de 2018

EUFORIA

Euforia
Lily King
Traducción de Jorge Rizzo
Malpaso
Barcelona, 2016
272 páginas


El problema de la Ciencia, o de las ciencias, es el tomar a las matemáticas como modelo. Hasta la teología se convierte en una ecuación en la que nadie es capaz de despejar la X que es el espíritu santo en la tríada del Olimpo cristiano. Y mientras los teólogos se esfuerzan en buscar razonamientos ontológicos para explicar la existencia de un Dios invisible, lo que consiguen crear es una historia repleta de grandes relatos. La psicología, por su parte, que nació como una ciencia humanista va asemejándose cada vez más al trabajo de un fontanero. Y la filosofía, que según Montaigne es una rama de la poesía, pretende resolver acertijos, verificar certezas. Cuando lo que consiguen, a la hora de la verdad, es una serie de buenas narraciones, unos relatos con los que podría sanar parte del mundo. Pero en ese sentido la antropología es quizá quien se lleve la corona de laurel. Porque durante demasiado tiempo se creyó que sus estudios se establecían sobre valores irrenunciables, algo así como si fueran tan buenos por ser los absolutamente occidentales. Hasta que llegaron ciertos autores, como Margaret Mead (Filadelfia, 1901 – Nueva York, 1978) que se plantearon, mientras elaboraban sus estudios de campo, cómo estarían interpretando, antropológicamente, los habitantes de Nueva Guinea los hábitos de los occidentales.
Desde entonces, la antropología es casi un género literario, desde Levi-Strauss a Nigel Barley. Sobre todo con Nigel Barley. Pero quien mejor lo expresa es la autora de esa estupenda novela, Lily King, a través de uno de sus personajes, cuando este reprocha a Nell, la alter ego de Margaret Mead, perder el tiempo escribiendo detalles de los encuentros y no observaciones científicas, a lo que esta responde: “Solo quiero poder regresar a esta situación cuando lo lea otra vez (…) Si consigo recordar la sensación de estar sentada junto a Mudama y Tavi esta tarde, podré recordar todos los detalles que no me parecían lo suficientemente importantes como para escribirlos”. Esta novela, que trata de un falso triángulo amoroso, pues solo dos de los personajes tienen voz, se centra en el momento en que a los antropólogos se les ocurre cuestionarse si de verdad están centrados en el estudio de nuestros orígenes. La época que retrata es aquella en que todo cambió, cuando pasaron a cuestionarse los valores occidentales que creíamos tan decantados y perfectos, como para calibrar con ellos otras culturas. El relativismo cultural, como tantas otras cosas que nacieron en los años sesenta y setenta, es el punto de inflexión hacia la tolerancia con los diferentes.
“-¿Tú crees que es natural el deseo de poseer a otra persona?
“-¿Natural? ¿No eras tú la que me decías que no debía usar esa palabra?”
Ese breve diálogo lo cambia todo. El antropólogo no será el mismo al regresar. Hasta el punto de que el asfalto le parecerá hecho para cobardes sin moral, para hombres que pretenden enriquecerse. Porque la antropología es en sí misma un género literario, y a la literatura acudimos con el ánimo de aprender cosas que no pudimos aprender con el contacto directo con la realidad. De ahí que tras esta novela, que es la historia de la crisis de dos personas, crisis moral, psicológica, humana y espiritual, sea en realidad una narración más antropológica que ninguna otra novela. Porque el tema de la novela es sacar a la luz la pregunta: ¿cuál es nuestro sitio en el amor? El gran tema de la literatura occidental resulta ser el gran tema de la antropología. Y Lily King lo ha comprendido muy bien, construyendo un buen relato sobre la condición humana en conflicto. Sin pretender aturdirnos con expresiones contundentes, King da prioridad a lo narrativo, lo cual nos permite ir aprendiendo a cuestionarnos nuestros valores sin perder de vista el relato. Todo un ejercicio de cómo y para qué se escribe una novela.


Fuente: La línea del horizonte

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