Euforia
Lily
King
Traducción
de Jorge Rizzo
Malpaso
Barcelona,
2016
272
páginas
El
problema de la Ciencia, o de las ciencias, es el tomar a las matemáticas como
modelo. Hasta la teología se convierte en una ecuación en la que nadie es capaz
de despejar la X que es el espíritu santo en la tríada del Olimpo cristiano. Y
mientras los teólogos se esfuerzan en buscar razonamientos ontológicos para
explicar la existencia de un Dios invisible, lo que consiguen crear es una historia
repleta de grandes relatos. La psicología, por su parte, que nació como una
ciencia humanista va asemejándose cada vez más al trabajo de un fontanero. Y la
filosofía, que según Montaigne es una rama de la poesía, pretende resolver
acertijos, verificar certezas. Cuando lo que consiguen, a la hora de la verdad,
es una serie de buenas narraciones, unos relatos con los que podría sanar parte
del mundo. Pero en ese sentido la antropología es quizá quien se lleve la
corona de laurel. Porque durante demasiado tiempo se creyó que sus estudios se
establecían sobre valores irrenunciables, algo así como si fueran tan buenos
por ser los absolutamente occidentales. Hasta que llegaron ciertos autores,
como Margaret Mead (Filadelfia, 1901 – Nueva York, 1978) que se plantearon,
mientras elaboraban sus estudios de campo, cómo estarían interpretando,
antropológicamente, los habitantes de Nueva Guinea los hábitos de los
occidentales.
Desde
entonces, la antropología es casi un género literario, desde Levi-Strauss a
Nigel Barley. Sobre todo con Nigel Barley. Pero quien mejor lo expresa es la
autora de esa estupenda novela, Lily King, a través de uno de sus personajes,
cuando este reprocha a Nell, la alter ego de Margaret Mead, perder el tiempo
escribiendo detalles de los encuentros y no observaciones científicas, a lo que
esta responde: “Solo quiero poder regresar a esta situación cuando lo lea otra
vez (…) Si consigo recordar la sensación de estar sentada junto a Mudama y Tavi
esta tarde, podré recordar todos los detalles que no me parecían lo
suficientemente importantes como para escribirlos”. Esta novela, que trata de
un falso triángulo amoroso, pues solo dos de los personajes tienen voz, se
centra en el momento en que a los antropólogos se les ocurre cuestionarse si de
verdad están centrados en el estudio de nuestros orígenes. La época que retrata
es aquella en que todo cambió, cuando pasaron a cuestionarse los valores
occidentales que creíamos tan decantados y perfectos, como para calibrar con
ellos otras culturas. El relativismo cultural, como tantas otras cosas que
nacieron en los años sesenta y setenta, es el punto de inflexión hacia la
tolerancia con los diferentes.
“-¿Tú
crees que es natural el deseo de poseer a otra persona?
“-¿Natural?
¿No eras tú la que me decías que no debía usar esa palabra?”
Ese
breve diálogo lo cambia todo. El antropólogo no será el mismo al regresar.
Hasta el punto de que el asfalto le parecerá hecho para cobardes sin moral,
para hombres que pretenden enriquecerse. Porque la antropología es en sí misma
un género literario, y a la literatura acudimos con el ánimo de aprender cosas
que no pudimos aprender con el contacto directo con la realidad. De ahí que
tras esta novela, que es la historia de la crisis de dos personas, crisis
moral, psicológica, humana y espiritual, sea en realidad una narración más
antropológica que ninguna otra novela. Porque el tema de la novela es sacar a
la luz la pregunta: ¿cuál es nuestro sitio en el amor? El gran tema de la
literatura occidental resulta ser el gran tema de la antropología. Y Lily King
lo ha comprendido muy bien, construyendo un buen relato sobre la condición
humana en conflicto. Sin pretender aturdirnos con expresiones contundentes,
King da prioridad a lo narrativo, lo cual nos permite ir aprendiendo a cuestionarnos
nuestros valores sin perder de vista el relato. Todo un ejercicio de cómo y
para qué se escribe una novela.
Fuente: La línea del horizonte
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