En el barco de Ise
Viaje
literario por Japón
Suso
Mourelo
La
línea del horizonte
Madrid,
2017
214
páginas
La
tentación es irresistible: “Mañana parte un tren a la memoria”. Esa es la
conclusión de alguien que pasa por Japón sin dejar de beber sake, pero con una
suerte de concepción del sake como bebida espiritual: donde otros reconocer en
alcohol, él ve alma. En el acto de beber sake hay mucho de ritual compartido y
lo que se comparte, si es algo realmente común, solo se puede hacer en armonía.
El verbo tal vez sea comulgar. Pero dadas las referencias a que este nos
remite, uno no se atreve a exponerlo con precisión. Y, sin embargo, de eso
trata este libro delicioso, de comulgar, de poner en común la presencia en
Japón de un viajero, Suso Mourelo (Madrid, 1964) y los habitantes de un país
que va conociendo sucesivamente, sabiendo que jamás formará otra parte de él
que no sea el impulso de la curiosidad y el reflejo del respeto. Así lo expresa
al inicio del libro y antes de poner pie en el territorio habitado por
japoneses: “Esos pobladores van a ser el domicilio de mis miradas; sus
palabras, el rumor de mis oídos. Ahora solo deseo vagar. Ser vagabundo, como
los monjes y los poetas, antes de partir a donde empieza el viaje”. Ahí está de
nuevo la acepción de comulgar, algo propio de los monjes, incluso de los monjes
de clausura, quienes rezan para hacer del mundo un lugar mejor, que es tanto
como decir para poner en armonía el Chí.
No siendo monje, quedan los poetas.
Mourelo
decide seguir los pasos que algunos escritores japoneses exponen en sus obras.
Mishima, Tamizaki, los anónimos creadores de Haikus y Tankas y, por encima de
todos, Kawabata. Su anhelo, en el que no existe el menor atisbo de violencia
por mucho que reconozca su preciosa inutilidad, es comulgar con el gusto por la
belleza, y en consecuencia por la ética, al estilo japonés. No hay amor más
puro que el amor platónico. Japón es el país donde se expresa la violencia en
los cruces de calles superpobladas de Tokio o en cómics manga de baja estofa.
Junto a ese Japón, convive el de cada persona, que hace de su aura un reino en
el que está conciliado con el oficio de vivir. Mourelo se comportará y
escribirá como sueña que hacen los japoneses que, al margen de la violencia o
determinación laboral, por ejemplo, es el país donde el respeto a los bosques
se retrotrae a siglos. Las primeras leyes que se imprimieron para proteger las
flores de los cerezos, datan del siglo XV. Para ello no se agrupa con masas,
sino que define su paciencia, y la de su compañero, en encuentros con gente de
clase media, sin diálogos que atoren la lectura intentando deslumbrar. Los
sentidos, los cinco, se ponen a la vez en juego para definir algo sencillo,
como la presencia de un río. Porque solo en lo sencillo, entiende Mourelo,
puede aproximarse a algo que nosotros llamamos síndrome de Stendahl, y que
termina por reconocerse como la humildad del otro, que se traducirá en la
humildad de la escritura de este hermoso libro.
Las
limitaciones de la palabra son otro de los temas que aparecen permanentemente.
No todo lo que se siente se puede traducir al lenguaje. Y mucho menos cuando se
busca lo japonés que convive con el Japón globalizado, eso que es melancolía,
porque tanto de presencia como de pasado. Y mientras tanto, Mourelo camina por
senderos y calles de Japón. Pero caminar, como en los principios de Thoreau, es
sinónimo de delicadeza. Hasta el punto de que la locura sucesiva de Tokio será
un poema. Para ello basta con definirlo en dos o tres frases. ¿Qué es comulgar
para Mourelo? Comulgar es convivir a la vez con la meditación y las palabras.
Ese es el efecto de este poema que se titula En el barco de Ise.
Fuente: Culturamas
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