viernes, 5 de enero de 2018

LAS DEFENSAS

LAS DEFENSAS

Gabi Martínez
Seix Barral

Fuente: Revista de letras
Lo peor de estar enfermo, es que los girasoles le dan a uno la espalda. Todo el mundo sabe que el girasol se encara siempre hacia el astro que da vida al planeta, al que nos da luz y calor, y que durante la noche pulsan el interruptor de stand-by. Lo que sueñen los girasoles no cambiará el mundo, pero sí la dirección a la que apuntan a lo largo del día. La gente no soporta la enfermedad y mucho menos si el enfermo es un ser querido: “te quiero tanto que me duele tanto verte enfermo, y por lo tanto prefiero no verte”, es una frase real, escuchada en más de una ocasión desde el lado hacia el que miran los girasoles. El enfermo está solo y sus sueños sí marcan la diferencia con el sano: sueña con llevar una vida normal, con tener amigos y una familia. Tal vez encuentre algún amigo, como el protagonista de esta novela lo encontró en Gabi Martínez (Barcelona, 1971), pero la familia hará una demostración de que es una farsa y se diluirá como se diluye el hidrógeno en el aire.

Los cambios de pareja, la terapéutica pasión por las montañas, los hijos, entre los que se encuentra la que parece ser su favorita, una adolescente cuya intención es vivir de okupa y hereda el sentimiento de justicia social de mayo del 68, son una fuente de ingresos en el conflicto. Y este es la conciencia de los sentimientos que tiene, frente a los que debería tener. Es decir, la vida contra la sociedad. Porque vivir es salud y enfermedad. La sociedad no es nada más que un acuerdo mediático que diferencia el bien y el mal, seguramente sin precisión. Mientras tanto sus sentimientos, los que vemos reflejados en lo que vivimos, pueden acomodarse a un trastorno obsesivo, o a un existencialismo pocho, o a la neurosis del miedo a una herencia en el ADN. Por momentos, es imposible no volverse un hipocondríaco. Las alarmas truenan en cuanto surge un síntoma y da al traste con toda la buena labor que el protagonista hace como profesional y como amante. Hasta tal punto llega a alarmarse, que en algún momento entra en catatonia vital y abandona la montaña y hasta los asuntos clínicos entre los que se mueve como pez en el agua.Lo que pone sobre el tapete Gabi Martínez en Las defensas es mucho más que una novela y que una biografía. Es un ejercicio literario que sorprende por su alta tensión en un autor que nos ha acostumbrado a la literatura de viajes. No hay mucho más movimiento que el que se produce entre unas pocas calles, pero, eso sí, por las que circulamos nosotros, y no Gabi Martínez. Para relatar el caso del neurólogo que padece una enfermedad idiopática, al menos durante cuatrocientas páginas, elige la primera persona. Gabi Martínez nos convierte en el enfermo que no queremos ser. Son nuestras sus pasiones y sus amores, pero también sus arranques de una locura violenta. Nos identificamos con él y queremos comprenderle, pero no somos él, en tanto que somos lo que estamos leyendo. Porque la biografía de un cuadro polimorfo y cambiante es la nuestra gracias a la formación literaria de Gabi Martínez, que sabe cómo dosificar datos y entregarnos una vida a nuestro alcance. Nada de excesos de estilo: el estilo es la historia. Y lo que nos preocupa, página a página, es que nuestra historia debe tener un futuro. El protagonista da la sensación de ser tan hedonista como paranoico. Pero Gabi Martínez nos muestra que la locura, si es que es tal, tiene su coherencia, o al menos debería tenerla, como la tienen los girasoles.
Pero, aunque solo sea por la insistencia de los demás, él sabe que padece un trastorno. La inexistencia de un juicio clínico solo sirve para torturar. Los girasoles cada vez le dan más la espalda. El sol que da vida se le niega. Y sin sol, el cuerpo no responde y él se vuelve más y más vulnerable. Es tanta la renuncia a una vida normal, incrementada por un claro caso de acoso laboral, que el alcohol aparece como un chupete en un bebé. Y también el sexo a través de páginas especializadas, esas que unen a la gente por patologías. Los arranques violentos, que se manifiestan al principio en la resignación por la renuncia a su familia, se van incrementando hasta que le internan encadenado. Y nosotros, mientras tanto, hemos padecido el sacrificio y el malhumor, porque Gabi Martínez consigue que seamos Camilo Escobedo, que el nombre con el que figura el neurólogo en la novela. Solo un golpe de suerte puede cambiar su destino. No desvelaremos más, pero ese golpe de suerte puede dar pie a la tragedia o a la comedia, en el sentido más clásico del término: al final el protagonista estará mejor o peor que al principio. Pero sin necesidad de recurrir a la pornografía sentimental o a un trance bélico, como en los grandes clásicos, acudiendo al conflicto nuestro o de nuestro vecino, o de aquel a quien le hemos dicho que nos duele tanto verle enfermo que preferimos no verle, Gabi Martínez construye una novela tan clásica como vanguardista. Su talento no tiene límites.

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