El paraíso de los velos
Stéphane
Chaumet
Traducción
de Manuel Arranz
Pre-textos
261
Páginas
Por
fin aquella familia tan pobre parecía haber alcanzado un poco de felicidad.
Apenas les quedaba por aguardar a ese soplo revolucionario, que llegaría una
primavera, para vivir la liberación que supusiera liquidar la parte de la
tradición árabe que supone cerrar grilletes en los tobillos. Algunos de los
miembros de la familia ya la veían venir. Bastaba con abrir las ventanas. Lo
que no sabían es que tras la primavera árabe su tierra se sacudiría con un
terremoto bélico que está durando tanto como sus anteriores vidas. O incluso
mucho más. Pero en esos años, el 2004, el 2005, todavía un hombre que conserva
la juventud de los treinta y pocos años, francés, de buena apariencia, podía
instalarse en el país y redactar unas crónicas que no son ni periodismo ni dietarias.
Lo que Stéphane Chaumet (Francia,
1971) practica en estas crónicas que configuran El paraíso de los velos, es la versión literaria de la costumbre de
vivir. No se trata de correr riesgos, ni de interpretaciones a medio camino
entre lo social y lo antropológico. Nada de deslumbrar con aventuras ni de
presentarnos personajes tan extravagantes que rocen lo grotesco. Ni entrevistas
a seres que deslumbran o que arrojan su vanidad al interlocutor. No. Son los sucesos que a un viajero vertical
le salen al encuentro.
Convencido
de que el viaje es algo muy distinto a la cuarentena de un programa de visitas,
Chaumet se instala durante largas temporadas en Siria y aguarda a los
acontecimientos que se imponen. Todos ellos vinculados a gente de lo que
vendría a ser clase media en todos los sentidos, tanto el económico como las
dudas sobre el respeto a la tradición o el impulso sexual. De hecho, en casi
todas ellas Chaumet comienza describiendo su encuentro con alguien, o con un
grupo de personas, pero termina con la relación que entabla con una mujer. Unas
relaciones cuya temperatura sexual difiere, pero oculta. Solo nos da a entender
que, si existe un potencial, este se puede desarrollar también allí. Tanto para
una noche suavemente loca, como para una lealtad frágil. Mientras tanto,
describe lo que ve y lo que alimenta a la gente que conoce. Menciona cierta
estrechez de espíritu, que algunos sirios reconocen cuestionando la tradición,
y los líos burocráticos que vive un residente.
Y
así, con el fervor religioso en un plato de la balanza y los líos de faldas en
el otro, Chaumet nos lleva a la balanza, o a lo que hace que la balanza esté en
equilibrio. Por desgracia, hemos podido comprobar que ese equilibrio era una
farsa, una bomba debajo del asiento. Pero Chaumet no predice ni se enrolla con
diatribas históricas. Lo que destaca en
sus crónicas son sus ganas de aprender, su ser sensible, en transición. No
sabemos hacia dónde, pero en transición y sin negar su deseo de la caricia
femenina. Se trata, pues, de unas crónicas sobre las barreras y el impulso para
levantarlas, aunque de forma clandestina. Si no es observado, el pudor y su
contrario no tienen figura. De ahí ese interés que va mostrando por conocer
algo de la vida de las mujeres, por lo que existe detrás de los velos, pagando
un peaje previo en las amistades con los hombres. Puede que la puerta de
entrada a la crónica sea un matrimonio oculto, los prejuicios sobre una mesa en
la que se comparte el té, la homosexualidad y la necesidad de guardar secretos,
su espíritu de flaneur, o el calvario
de un militar. Siempre parte de premisas como lo que supondría salir a un país
periférico -hacerse explotar en Palestina
o ser explotado en los Emiratos
Árabes-, y la hipocresía imprescindible para la supervivencia. Pero intenta
terminar con lo que merece la pena en cualquier lugar, algo como los labios de
una mujer, que podrían estar tapados por los velos.
Fuente: La línea del horizonte
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