El hambre
Martín
Caparrós
Anagrama
Barcelona,
2015
627
páginas
En
un sótano acorazado, bajo el campo de deportes de la Universidad de Chicago, el
físico Enrico Fermi consiguió la que
sería la primera reacción nuclear en cadena. Una reacción, eso sí, controlada.
El problema del hambre es, tal vez, que ningún Enrico Fermi, ningún
especialista en las reacciones en cadena en ninguna de las versiones de las
ciencias o las letras, o la economía, ha sido capaz de reventar el planeta con
una reacción tan potente como la nuclear. Aunque no tuviera el control sobre
ella. Y eso que a nuestro alcance está la materia que nutriría hasta la
extenuación una reacción de ese tipo. Y esa materia es el asco. El asco se ha
acumulado por todos los rincones del planeta y para protegerse de él uno debe
colocar sobre el puente de la nariz unas gafas opacas con cristales que giren
como en un caleidoscopio. Bastaría con arrancárselas una décima de segundo para
que tuviera el arrojo, también asqueroso, de Cesare Pavese, y se quitara la vida. Pero es más sencillo negar que
exista otra cosa que no sean los colores brillantes, capaces de desmayarte no
por asco, sino por el síndrome de
Stendhal, como el japonés que cae de bruces al contemplar la estampa de
Roma al principio de la película La Gran
Belleza.
Existe
otra opción, sin embargo, una alternativa mucho más decente, una reacción más
ética, cuando uno separa de su rostro esas gafas de colores. Y al observar la
fealdad extrema, el asco que deberíamos tener por lo que existe o por no sentir
asco por aquello a lo que deberíamos enfrentarnos. Una alternativa que es
preguntarse qué puedo hacer y responder en función de las capacidades, las
cualidades, el mapa temperamental de cada uno. Así es como nace este libro, El hambre, escrito por Martín Caparrós, que inaugura el año
2015 poniendo el listón muy alto. Estamos en enero y ya disponemos del que casi
seguro va a ser el mejor libro del año. Caparrós hace lo que mejor sabe hacer:
escribir, escribir bien, sin excederse en esos ritmos y juegos verbales que
luce en otras obras y aquí, bien lo sabe, debe manipular con prudencia. Porque
de lo que se trata es de azotar la conciencia, sí, pero con ese lugar común que
es el hambre. Y lo complejo es que si no existe un Enrico Fermi capaz de
producir la reacción en cadena, en el asunto del hambre sí han existido muchas
industrias farmacéuticas elaborando vacunas. Y Caparrós debe escribir contra
esa inercia.
Este
libro, inmenso, es un libro coral. Es un ensayo a la vez que un libro de
crónicas. En cuanto a la parte ensayística, reúne y dosifica información que
está al acceso de la mayoría de la gente; todo lo referido al funcionamiento de
algo que a falta de un término con el que entenderse mejor, llamaremos sistema:
globalización, mercado, especulación… El darwinismo económico, el darwinismo
social, el darwinismo político, y los disfraces que lo hacen avanzar o que
sirvieron para justificarlos desde hace cientos de años: las tendencias
culturales, la tradición, la religión. Cosas que, en definitiva, actúan sobre
nuestros cuerpos y que los estados modernos, que han demostrado, hasta la
fecha, ser meros sistemas de distribución de poder, utilizan para decidir.
Lamentablemente, en ocasiones para decidir hacer los estados más pequeños y
descabezar así al enemigo, que en última instancia son nuestros cuerpos.
Caparrós nos da una lección de historia explicando la evolución de la
humanidad, desde que se constituye en sociedades, y la distribución y
redistribución del hambre. Sabe que en sus manos tiene moralejas que son
lugares comunes y de ahí que se proponga una alternativa a la fábula lo
suficientemente contundente como para obligarnos a retomar el asco que
deberíamos sentir.
Entonces
es donde aparece el mejor Caparrós, el de las crónicas, el que nos trae los
testimonios de gente que puede llegar a odiar, como confiesa alguna de las
mujeres entrevistadas, tener hijos. Caparrós es un interlocutor que no oculta
su presencia, pero sí muestra un saber estar, un respeto sobreponiéndose al
asco, digno del mejor periodismo. Posiblemente, digno de la mejor literatura.
Pero utilizar la palabra literatura aquí es una frivolidad. Caparrós relata sin
caer en el melodrama, pero sacando gran resonancia a las voces de las personas
que va conociendo. Y cada voz representa a una forma distinta del hambre. La
mayor parte de ellas nos guían hasta la hambruna, como en el sur de Sudán o en
los campamentos de Médicos sin Fronteras de cualquier lugar de África. Como en poblados
de la India o en las calles de Calcuta, donde llega a denunciar a quien recogía
enfermos para que tuvieran una muerte limpia, santificada, en lugar de utilizar
los ingresos que su popularidad mundial producía para dar de comer. Recorre los
basurales de las Villas Miseria metiendo los pies, los del escritor y los del
lector, en un barro de un color que no es el del barro. Cae en Madagascar como
un extraterrestre para comprobar las consecuencias de la codicia sin otro
fundamento que alimentarse porque la codicia es la droga de ese uno por ciento
de la población mundial, en la compra de tierras. Y no rehúye ninguna de las
caras del poliedro, pues añade a sus viajes a territorios inhóspitos a causa de
la escasez, una visita a Estados Unidos, a los mercaderes que especulan con la
comida y a los guetos donde el hambre se traduce en la paradoja de la obesidad:
una mala nutrición, estar desnutrido, significa acumular grasa de bajo coste y
carecer de recursos para sanar.
“Uno
de los primeros trucos del manual es hablar (…) de un hambre impersonal, casi
abstracta (…). Pero el hambre no existe fuera de esas personas que la sufren.
El tema no es el hambre; son esas personas”. “No se me ocurre otra forma más
bruta de injusticia”. “El hambre desnuda muchas cosas, pone sobre el tablero
formas de violencia que en otras circunstancias seguirían escondidas”. Entre
dedicar unas vacaciones al síndrome de Stendhal que puede hacernos desmayar, un
tanto falsamente, con inverosimilitud, y dedicar su tiempo al asco, a la
fealdad extrema, Caparrós, con valor, elige el asco. Para, a continuación,
escribir este libro que final de año todo el planeta que sabe leer, que puede
permitirse el lujo de dedicarse a leer porque su prioridad no es solventar el
hambre, la supervivencia minuto a minuto, debería haber leído.
Fuente: La línea del horizonte
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