miércoles, 24 de enero de 2018

ESTRELLAS NEGRAS

Estrellas negras
Ryszard Kapuściński
Traducción de Agata Orzeszek
Anagrama
Barcelona, 2016
222 páginas


Con ellos, con los reporteros que tomaron el relevo de los exploradores, se acabó el tiempo de aquella maravillosa incertidumbre. Ahora ningún héroe paseará solo con su gloria, esperando a que Homero le invente. Y ningún asesino correrá libre con su culpa. El amor y el odio ya no son meteoritos de éter, sino los actos concretos que un espía con carnet de prensa registra para nosotros. Pero entre esos espías habitan demasiados inquisidores que, a la postre, son la misma cadena de proteínas que cualquiera de nosotros, o de los héroes o de los asesinos. Al tiempo que depositamos nuestra confianza en ellos, pues no nos ha sido posible obtener un testimonio de primera mano, tendremos que levantar una mampara de desconfianza hasta que demuestren ser fiables. Nadie como Ryszard Kapuściński (Pinsk, 1932 – Varsovia, 2007) ha demostrado tanto que podría ser nuestros ojos, nuestros oídos y hasta nuestra alma en los lugares que pertenecen a la cata baja de la Tierra. Si obras como Ébano eran una conclusión, la conclusión de una vida, obras como este Estrellas negras que ahora recupera Anagrama, son la prueba de que nadie nace sabiendo. Son la palpitación del aprendizaje. Y África tiene muchas cosas que enseñarnos.
Dividido en dos bloques, el testimonio en directo sobre Nkrumah, líder de la liberación en Ghana, y el reflexivo acerca de las consecuencias del liderazgo de Lumumba, cabeza visible de la reivindicación del Congo como país libre, Estrellas negras vuelve a ser una magnífica lectura, con la indispensable condición, confesada, de los límites a los que llega Ryszard Kapuściński. En la primera mitad, Kapuściński describe el calor y la condición del calor sobre la vida en el trópico. Vigila a la gente que se reúne en los hoteles, tipos exiliados de cualquier otro lugar, que rozan lo grotesco; y se entretiene en lo verdaderamente grotesco que es el modo de vida del colono, que habita dentro de una burbuja de riqueza y de infamia. Pero su deseo es salir de allí para asistir a un mitin en el que se transforma en un observador social, casi un etnógrafo al relatar las reacciones del auditorio. O elabora un retrato de Nkrumah, bien documentado, en el que nos cuenta cómo se construyó a sí mismo guiado por el oxímoron de una lícita ambición. Pero en Ghana no hay nada, ningún bien que explotar, de ahí que no topara con tantas trabas a la hora de conseguir la independencia. Dando una de cal y otra de arena, entrevista al ministro de educación, se cuestiona la fidelidad hiperbólica de los militares y se extiende sobre las fórmulas vehementes de la oposición.
Tras relatar el cruce de la frontera, una travesía peligrosa, como si siempre fueran países aparte, en guerra, Kapuściński llega al Congo. Lo primero que hace es recordarnos el atroz genocidio que tuvo allí lugar siendo colonia belga, bajo mandato del rey Leopoldo, lo cual condiciona la relación con el hombre blanco: da con hombre acomplejados, o que está a la defensiva, o con falsarios que imitan la peor parte del antiguo colono. Pero al contrario que en Ghana, aquí los sucesos ya tuvieron lugar. Kapuściński respira la revolución y la pólvora que quedan en el aire, pero su trabajo de campo sucede en los bares, bebiendo cerveza, conociendo así las impresiones de la gente. Son ellos quienes le transmiten el carisma de Lumumba, a quien echan de menos. Al tiempo que describe ese país con una extensión inmensa, la mayor parte de ella de selva húmeda, con una densidad de cinco habitantes por kilómetro cuadrado, a la que los herederos de Lumunba se empeñan en unificar, poniendo en marcha un parlamento, algo que se asemeje a la democracia.
Kapuściński nunca miente. Nunca engaña. Ni siquiera cuando comenzaba su carrera y su trabajo estaba en función de la potencia de sus crónicas. Kapuściński no da garantías de veracidad a un rumor, por muy verídico que parezca, hasta que no le queda más remedio. Tampoco generaliza, y sabe con idéntica convicción que solo hay un mundo y que hay un mundo dentro de cada una de las personas.


 Fuente: La línea del horizonte

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