martes, 30 de enero de 2018

LA AMÉRICA DE UNA PLANTA

La América de una planta
Ilf & Petrov
Traducción de Víctor Gallego Ballesteros
Acantilado
Barcelona, 2009
498 páginas


En septiembre de 1935, Iliá Ilf y Evgeni Petrov, dos periodistas del diario Pravda acostumbrados a escribir crónicas a cuatro manos en las que impera una buena dosis de sorna, se embarcan en un periplo de varios meses por la geografía de Estados Unidos. Su intención no es otra que la que acostumbra a confesar cualquier viajero y cualquier escritor: comprender. En este caso, comprender a una sociedad que ya se desmarca del resto del planeta por su culto al capitalismo, a la publicidad, al individualismo, a la plutocracia, al consumo, a la mecanización, a la búsqueda de beneficios económicos y a toda una serie de males tópicos que no han dejado de acuciarse, una sociedad a la que apenas le interesa, como relatan refiriéndose a la ciudad de Gallup, “los acontecimientos de Europa, Asia o África… Pero qué orgullosa está de que sus seis mil habitantes dispongan de agua fría y caliente, cuartos de baño, duchas, frigoríficos y papel higiénico en los retretes”. De este modo, en compañía de una anciana pareja de Nueva York, emprenden una travesía que se va convirtiendo en un Road Movie carente de trama, en una sucesión de episodios y encuentros que van trazando la cartografía del país, un mundo repleto de contrastes, “el triunfo del absurdo”, en el que se combinan lo más cotidiano con lo más extraordinario, en el que participan tanto los seres excepcionales como la clase media más vulgar, tanto los obreros, marginados y autoestopistas como el mismísimo Henry Ford.
Para impedir abarcar demasiado, ese escritor de tan buen tono como es Ilf & Petrov se centra en el registro de los acontecimientos que les suceden, no saliéndose de su ruta en ningún momento de una narración que transita en primera persona del plural, implicando así al lector en el viaje. Y la América que descubren está más próxima a Norman Rockwell que a Edward Hopper. Les llama poderosamente la atención la estupidez –“Más de una vez tuvimos ocasión de admirar esas manifestaciones de la técnica americana. Son los objetos fool-proof, a prueba de imbéciles”-, pero no cesan de encontrar pequeñas épicas en la vida mundana. Se cuestionan, con laconismo, la monotonía social y denuncian la inevitable decadencia de un sistema que expulsa al individuo, todo expresado a partir de detalles, de anécdotas, del conocimiento que van adquiriendo de primera mano y que expresan con un desenfado sin los prejuicios malsanos que impusieron a Charles Dickens la escritura de sus Notas de América. En buena medida, este libro se halla más próximo al sentido común que impera en Lo que vi en América, al “doble esfuerzo de humildad moral y energía imaginativa” que solicita Chesterton para evitar que al viajero se le estreche la mente, y también comparte, por momentos, la poesía narrativa de los libros que Stevenson le dedicó al país: El emigrante por gusto, Los colonos de Silverado y De praderas y bosques.
En la introducción al libro, de Alexandra Ilf, se reivindica la actualidad del mismo, una actualidad que pasa, precisamente, por la falta de puesta al día de la misma. Lo que en la obra es una lectura inteligente, honesta y sin tintes ideológicos del standard of life americano, constituido en la prioridad del pueblo y que ya ha colonizado el planeta, ayudará al lector a cuestionarse la verdad de tantos tópicos bien implantados desde mucho antes de que él tuviera uso de razón. Basta con acercarse, como hicieron ellos, a un espectáculo automovilístico en el que los espectadores rugen en medio de un mortal aburrimiento: “Para entretener al público habría sido necesario un accidente. Por lo demás, es la esperanza con que se acude a esos lugares”. O con interpretar las razones del tranvía que “sigue circulando, con su estrépito infernal… por la única razón de que es beneficioso para un solo hombre: el propietario de esta arcaica compañía”. Esa es la advertencia de este libro, su humildad moral, recordarnos que las formas de vida de ese país en movimiento, pernicioso y fantástico, se han extendido por todo el planeta.

 Fuente: Quimera

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