viernes, 12 de enero de 2018

EL GRAN VACÍO AMARILLO

El paisaje vacío

La Torá, la Biblia y el Corán, son literatura del desierto; como los libros de Theodor Monod y Paul Bowles, como los westerns y como ‘El gran vacío amarillo’, una novela escrita por Silvia Andrés y Rafael Manrique, quienes demuestran conocer a la perfección el desierto (si es que eso, en el caso del Sahara, es posible…).

Hablemos, pues, de la literatura del desierto. Unos pocos cuentos de Paul Bowles y los diarios de Theodor Monod bastarían para crear un género. Paul Bowles disputa a cualquier escritor del siglo XX el título de mejor autor de relatos cortos. Al margen de la excelente El cielo protector, que ya es en sí misma un subgénero. En cuanto a Monod, piadoso, un hombre que busca en el desierto el espíritu del bien humano, sobre todo en los lugares donde el desierto es más puro, que es tanto como decir donde más vacío de vida se halla, crea unos textos portentosos en los que la ecología se mezcla con la intriga religiosa. Sus paseos por las dunas armado del Nuevo Testamento crean, también, un subgénero de la escritura. Pero existen otras obras que, casi sin quererlo, toman como referente el desierto. Por ejemplo, las fronterizas. Allí donde no hay leyes, donde la frontera, en lugar de una línea, es un espacio que se extiende más allá del horizonte; los westerns más puros son también, a su modo, literatura del desierto; la trilogía de la frontera, de Cormac MacCarthy, podría entrar en este equipo. Como entraría algún testimonio de viajes: El solitario del desierto, de Edward Abbey, por ejemplo, o la obra de Ladislaus Almazy. Con todo ello, se podría hablar de un género narrativo a la altura de la literatura del mar.
Pero no nos confundamos. La literatura del desierto es, en realidad, el germen de toda la literatura y de muchas cosas más: la Torá, la Biblia, el Corán, son literatura del desierto. Las tres grandes religiones monoteístas nacieron en el desierto y, a fecha de hoy, todavía los arqueólogos e historiadores, al margen de los especialistas en interpretar textos o los teólogos, buscan manuscritos y orígenes de la literatura del desierto, que es la raíz de nuestras raíces. El mérito del libro que nos trae a colación es reconocerlo. El gran vacío amarillo, obra a cuatro manos de Silvia Andrés y Rafael Manrique, es una novela que intenta abarcar todas las versiones de la literatura del desierto. De ahí que los personajes necesiten tener una cara oculta durante casi la mitad del libro, la que narra a la par dos desplazamientos por el desierto de Argelia. Por un lado, un grupo de occidentales, con distintos intereses supuestamente culturales, viajan de norte a sur; por otro, unos emigrantes sacrifican sus mejores días, hasta la extenuación, por el sueño de llegar a Europa.
Durante la relación de los viajes asistimos a una partida de cartas entre los protagonistas occidentales: sus juegos de seducción o de manipulación, la forma en la que establecen vínculos, suponen intereses que, sospechamos, deben ser egoístas. El segundo viaje, el de los emigrantes, es pura denuncia social. Conocemos aproximadamente el número de inmigrantes muertos en el Mediterráneo, pero no podemos imaginar cuántos perdieron la vida en el paisaje vacío, muertos de sed. La paradoja de morir de sed o morir ahogados estremece. Pero el libro va cambiando de intenciones cuando ya conocemos todo lo confesable sobre los personajes. Ahora queda por resolver el conflicto. Y en él están implicadas las religiones. Sí. Porque a medida que avanzamos en libro gana en trama. El viaje no era otra cosa más que una excusa para desarrollar una trama de espías, en la que intervienen los poderes religiosos que dominan ciertos países, algunos islámicos, enfrentados, como no podía ser menos, con Israel. ¿Quién es puro y quién es un traidor? ¿Quién pertenece a la raza de los espías y quién a la de los universitarios? ¿Quién es violento y quién un manipulador? Y todo ello dentro de esa gran cárcel que es el vacío amarillo, el desierto, que en lugar de rejas coloca a la sed para evitar la huida. De esta manera, los autores introducen un poco de todas las literaturas del desierto en una novela que gana en intensidad a medida que uno se adentra en ella.

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