Hacia una montaña en el Tíbet
Colin Thubron
Traducción de Jordi
Fibla
RBA
Barcelona, 2012
253 páginas
Un libro
de viajes debe ser una celebración del mundo. Salir al exterior, que en este
caso es fuera de nuestra propia cabeza, para acariciar con todos los sentidos
lo hermoso y lo sorprendente que puede haber en el mundo, incluida la vida
cotidiana de los otros. Los otros, en esta ocasión, vienen definidos por la
extrañeza y esta extrañeza suele ser fruto de la distancia. En principio,
cuanto más lejana la gente, más complicado resulta identificarse con ella,
padecer con ella, que es practicar la compasión. Por eso el viaje debería ser
una celebración del mundo, porque elimina la traba que supone la lejanía como
dimensión.
Colin Thubron
(Londres, 1939) es un veterano escritor de viajes muy consciente de las razones
de su veleidad. De ahí su decisión a la hora de buscar objetivos en sus obras
optando por lugares poco frecuentados. Sus libros se identifican, como en pocos
autores, con el puro viaje por donde no va nadie: Siberia o las antiguas
repúblicas asiáticas soviéticas, en tiempos de mucha sombra, dan fe de ello. En
este caso, Thubron se propone llegar al sagrado monte Kailas, en el Tíbet, por
un sendero entre montañas, partiendo desde un valle de Nepal. El libro recoge
la ruta tal y como la registra, sobre todo, el sentido de la vista. En cierta
medida, Thubron se convierte, tal vez a su pesar, en una suerte de voyeur de
otras culturas. Algo que le acerca al espíritu etnográfico o al documental.
Thubron intenta combatir este planteamiento con referencias a senderos
interiores: “Si pregunto el por qué de un viaje, no oigo más que mi propio
silencio”. Pero las ocasiones en que se aproxima a su memoria o a sus tensiones
psicológicas o espirituales, son escasas y un poco pálidas si las comparamos
con El leopardo de las nieves, obra
de inevitable referencia mientras se lee este texto. De ahí que aunque el
planteamiento del caminar como terapia y como meditación esté presente (“He
imaginado demasiadas montañas como mías”, confiesa), Thubron se centre en sus
puntos fuertes como viajero: la descripción minuciosa y significativa, las
enumeraciones que narran un estilo de vida, la referencia a cualquier aspecto
de la geografía, desde la física a la cultural. Posiblemente sea esta última
parte, la aproximación cultural y espiritual, en la que se muestre más
implicado y, por tanto, con mayor éxito literario. Da la impresión de que esta
región narrativa es algo que se le ha impuesto durante el viaje, y no un
proyecto que él se propuso culminar.
Cabe
reprocharle a Thubron el exceso de conciencia de ser viajero del que hace gala,
su obsesión por sentirse excéntrico, por alejarse de los suyos o de sus
semejantes en términos antropológicos. Algo que empuja al texto a bailar entre
el narcisismo y la bonhomía. Thubron considera que viaja para conocerse y para
hacer del viaje una reflexión le interesa alejarse de toda señal de su mundo y
registrar la de una región más humana. Aunque más humano quiera decir más
espiritual. Con lo cual, entra en Tíbet con el espíritu romántico en guardia, y
busca la intuición de la sabiduría en el buen salvaje o en el misticismo. A base de cuestionarse y de cuestionar al
otro, Thubron descubre miserias humanas que rebaja con inocencia y cariño, y se
da cuenta de que el significado de la compasión pasa por reconocer su capacidad
de compadecer, es decir, de sentir los sentimientos del extraño. Hasta el punto
de que llega a comprender cultos como la entrega de los cadáveres humanos a los
buitres, algo que significa la prolongación de la vida en más vida.
Hacia una montaña en el Tíbet es un libro sin apenas
diálogo. El hombre que viaja comete el error o la pasión de escoger un
territorio en el que le resultará complicado comunicarse en ningún idioma. Lo
cual lleva al lector a echar de menos esa costumbre de hacer buenos amigos tan
frecuente en los libros de viajes al uso. A pesar de lo cual, se trata de una
obra digna, uno de esos casos en los que uno siente la envidia de no haber
estado allí. Y, finalmente, ese es el objetivo de cualquier texto de esta
índole.
Fuente: Quimera
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