Frutos extraños
Leila
Guerriero
Alfaguara
Madrid,
2012
400
páginas
El
canto es, casi con seguridad, la mejor forma de conseguir que los seres con
quienes nos relacionamos en negro sobre blanco, se colmen de sangre y de músculo.
Trabajar la prosa para que la crónica resulte fluida, que cada párrafo parezca
natural, construido de un solo trazo, es uno de los fundamentos del trabajo de
Leila Guerriero (Junín, 1967). Los otros mesías con quienes mantiene una
relación de amor son el cine y la novela, es decir, la narrativa en ficción.
Aunque prestando atención a unas normas que ella misma inventa, para asegurar
el éxito creativo de cada crónica, como las perspectivas poco esperadas con que
abre capítulo o las elipsis demoledoras, en realidad la mayor parte de su labor
la confía a la intuición. Pues será la intuición la que le guíe hasta los
cimientos de los perfiles que trazará con un lenguaje tan rico como fluido, lo
cual permite mirar más allá del estilo para que el lector vea o, para ser más
exactos, viva con las personas retratadas. Ese es el éxito de un buen canto.
Guerriero sabrá esconderse, no cobrará protagonismo en los relatos, de forma
que pasemos a ser testigos junto a ella. Algo que es uno de los mejores elogios
en un tiempo de periodistas que presumen de brillar en el firmamento. Y también
será la intuición la que le dicte que no cabe tomar partido, la que le oriente
a crear un clima, un ritmo, acorde al de la persona que duda, que está
descubriendo. Y la que le sugiera que el olvido es peor, mucho peor, que la
muerte. De ahí que uno lea estas piezas con la certeza de saber que son
necesarias.
Seres
humildes por vocación o a la fuerza, que son al mismo tiempo despóticos y
vehementes. Personas ocultas, que serían oscuros si no se les rizara un resto
de dignidad entre los pulmones. Unos individuos sobre los que hablar, para
resolver esa ecuación que se impone en el hombre que observa mucho, la que le
empuja a encontrar la explicación de lo inexplicable. Y que tal vez obtengamos
relacionándonos con ellos en un alarde periodístico que es pura literatura.
Todos ellos con sus veleidades a cuestas, como si fueran la pesada mochila de
un caminante que paradójicamente eligió el sobrepeso para intentar flotar por
el planeta azul. Perdedores que provocan la suficiente empatía como para
arrimarse a ellos, o tiranos en los que debe quedar un resto de humanidad,
porque para Guerriero nadie porta la máscara del enemigo. “Y cuento historias
de tipos buenos, o no tan malos, con algunos costados miserables”, confiesa.
Y
esos tipos son un gigante desahuciado, preso de sí; una presidiaria infanticida
en cuyo interior la ingenuidad agota los escrúpulos; un crítico de cine
socarrón; unos antropólogos forenses generosos dentro del horror; un intelectual
exiliado y maldito; un colectivo de vendedoras de sueños rosas; un inmigrante
que atiende su supermercado viviendo entre dos aguas; un empresario triunfador
cuya inhumanidad delata la derrota; un imitador de Freddy Mercury cuya locura
podría ser una forma de salud; una banda de música experimental liderada por un
síndrome de Down; Facundo Cabral, el cantautor pendenciero y efusivo; una
familia presa de aterradores conflictos emocionales por culpa de la muerte y el
rapto; un mago manco que no puede ver un cuadro torcido; un hombre encargado de
reconstruir un telón de ópera, símbolo de cierta decadencia; o una histérica
asesina transformada en una histérica tirana. Mención al margen merece el
capítulo dedicado a describir la Patagonia, en el que Guerriero demuestra sus
habilidades a la hora de colar imágenes dentro del texto. Aunque en el resto
del libro también abundan frases brillantes: “Cuando el sol evapore las cimas
de los árboles, cuando el parque sumerja sus copas en las trompas tumefactas de
la tarde”. “Se pone pálido, aprieta la boca en un coágulo rosa, preso en su
idioma, yo en el mío”. “La oscuridad, una materia azul que se respira, se
adhiere a la cara como un cartílago de piedra”. Son algunos ejemplos de los
recursos de Guerriero, una periodista camino de convertirse en la mejor
cronista de esto que llamamos mundo.
Fuente: Quimera
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