lunes, 15 de enero de 2018

EL LUGAR MÁS FELIZ DEL MUNDO

El lugar más feliz del mundo
David Jiménez
Kailas
Madrid, 2013
220 páginas


Este es un libro sobre el valor y sobre la cobardía. Sobre cómo definir el valor y cuáles son los límites que debemos tolerar a la cobardía. Y para ello, David Jiménez (Barcelona, 1971) regresa a los lugares donde puede reconocerse, a los sitios donde vive la gente a la que se le ha arrebatado el derecho a preguntarse por qué vivir. Allí no caben preguntas existenciales, trascendentes. Allí la filosofía está tan alejada de la realidad como las galaxias fotografiadas por el Hubble. Todas las cuestiones humanas que empiezan formulándose con un por qué, han dejado paso a un para qué: ¿para qué vivir? De este cariz es la fortuna del superviviente, de la mayoría de los habitantes de Asia, donde David Jiménez estuvo desplazado como corresponsal durante quince años. Y la respuesta suele tener un tufo a actuación inmediata: ¿para qué vivir?, para no estar muerto. Así se expresa en el instante en que se afronta el paradigma de la acción del reportero, el encuentro con “la explotación del débil, la ausencia absoluta de compasión, la violación de la infancia y la impunidad de hacerlo”.
De ahí que esta obra, continuación de “Hijos del Monzón”, un libro tan atractivo como demoledor, sea, en realidad, una constancia del aprendizaje, una crónica de la experiencia propia, y por tanto una muestra del crecimiento de su autor. Recuperando experiencias a base de forzar la memoria, David Jiménez expone en crónicas breves cuáles son las regiones humanas que merece la pena visitar. Cabe decir que estos reportajes resultan tan interesantes, que se le puede achacar al autor un exceso de brevedad. Atraído por esa combinación de acción y emociones que solo se da en los seres humanos y que resulta de la suma de la derrota y la dignidad, entramos en un mundo que agoniza a manos del turismo, de la guerra, de las devastaciones naturales, de las fronteras, del deshonor y de cualquier tapujo con que se vista la brutalidad. Viajamos a Filipinas para asistir a la tristeza de unas prostitutas a las que se ha privado del derecho a la ilusión. Nos cuestionamos el balance entre la conciencia y el honor ejecutado en los términos de los yakuza japoneses. Intentamos confiar en el resto de humanidad que nos raspa en contacto con pederastas condenados en cárceles de Camboya. Conocemos el arrepentimiento de un terrorista islámico que denuncia el arma del miedo utilizado para reclutar verdugos entre los niños. Paseamos por la corrupción del paraíso que supone la construcción de una barriada americana en la selva de Papúa. Nos aventuramos a lugares remotos donde los pigmeos aspiran a seguir siendo pintorescos pigmeos para atraer al dinero de los turistas. Nos presentan al último hombre sobre la Tierra, a un campesino que habita el paraje que dejó tras de sí el Apocalipsis de Fukushima, para salvar a los animales que abandonaron en la fuga sus vecinos.
Hay un afán definitivo por denunciar la pérdida de la virtud, que David Jiménez considera que es el verdadero motivo para ponerse en marcha. A su juicio, los resortes de la prensa deben saltar cuando se rompe lo que venía siendo puro: “tengo que hacer un esfuerzo por recordar que he venido a cubrir la revuelta, no a unirme a ella”, comenta a su paso por Myanmar. “Siempre he detestado cubrir desastres naturales. No se trata solo de la tristeza de la pérdida o la desolación de la destrucción, sino de la falta de esa explicación con la que el periodista busca dar sentido a lo que cuenta”, ese es su oficio. Heredero de Kapuściński, a David Jiménez, que ha visto y sentido más cosas de las que tantos disfrutaremos y padeceremos a lo largo de nuestra vida, cabe exigirle un proyecto de más largo aliento, al estilo de obras como El imperio. Está preparado para ello. Mientras tanto, volveremos a leer estos dos libros que con celo publica Kailas, porque merece la pena no dejar de leerle.

Fuente: Quimera

No hay comentarios:

Publicar un comentario