En el corazón del mar
Nathaniel
Philbrick
Traducción
de Jordi Beltrán
Seix
Barral
Barcelona,
2015
413
páginas
En
cierta ocasión, cada uno de nosotros ha hecho su particular viaje al infierno.
Todos hemos sentido la máxima contaminación que supone el dolor, o al menos,
hasta la fecha, hemos sentido un dolor tal que nos resulta impredecible
pronosticar que existe uno mayor. Pero existe. Ninguno somos héroes homéricos
para afrontar ese dolor, ese aguacero de hierro fundido directo al corazón y al
bulbo raquídeo. Ante una situación angustiosa, los profesores de meditación
oriental aconsejan imaginarse que uno es agua. De nada sirve el miedo, pero
tampoco el orgullo. Lo que le saca a uno del apuro es sentirse agua frente al
infierno que en ocasiones es una simple estupidez y en otras la crueldad.
Sin
embargo, el infierno que viene del exterior puede tener su origen en el agua.
De eso trata Moby Dick: de la
dolorosa dominación que el hombre pretende imponer a la naturaleza, del
infierno que puede surgir blanco de los más oscuro que es el agua. De eso
trata, también, esta novela, En el
corazón del mar. Que es un reencuentro con la fantástica literatura de
juventud, pero con los componentes de la mejor literatura actual. Siguiendo esa
estrategia que combina la hibridación del reportaje con la narración, En el corazón del mar es un poderoso
relato de una aventura real. Si es que esta historia que comienza como una
novela de iniciación y termina con la mayor infamia, puede encerrarse en un
único género. La novela comienza con la descripción de una forma de vida épica,
participando también del género histórico, con la descripción de la vida de los
cazadores de ballenas de Nantucket. Y también de las mujeres que esperan,
sobreviviendo a la dureza de la soledad.
En
cuanto los protagonistas se embarcan en el navío Essex, comienza el conflicto
novelado, en el que los segundos de a bordo deben enfrentarse a un capitán
inexperto, pusilánime. Mientras tanto, Philbrick ejerce con habilidad una
función docente, descubriéndonos los términos y la forma de actuar de aquellos
hombres orgullosos. Y va incrustando aquí y allá los testimonios de dos de los
supervivientes: el avezado segundo de a bordo y el muchacho de quince años que
limpiaba la cubierta. Hasta que un descomunal cachalote destrozó el barco. A
partir de ahí, el autor se centra en el horror de la supervivencia, en el mar
desconocido, en el hambre, la sed y el canibalismo. No ahorra palabras para
describir lo truculento de la situación. Ni cómo se ve afectada la psicología
de quien vive en el infierno. Ni de las cicatrices que deja en ellos la
brutalidad invencible. Philbirck crea la imagen exacta cuando habla de la
leyenda de los cazadores de cachalotes, pero también cuando trata con la
agonía. El lector es casi incapaz de abandonar el libro, porque no puede
abandonar a los personajes a su suerte.
Pero
es el propio autor el que resume en extenso lo que diferencia a esta epopeya de
otras: “A diferencia, pongamos por caso, de sir Ernest Schackleton y sus
hombres que se embarcaron en una aventura peligrosa y luego tuvieron la buena
suerte de vivir una fantasía eduardiana de camaradería masculina y heroísmo, el
capitán Pollard y su tripulación sencillamente trataban de ganarse la vida
cuando el desastre se abatió sobre ellos encarnado en un cachalote de casi
veintiséis metros. Después hicieron cuanto pudieron, cometiendo errores
inevitables. Si bien los instintos del capitán Pollard eran buenos, no tenía la
fuerza de carácter necesaria para imponer su voluntad a dos jóvenes oficiales.
En vez de navegar hasta Tahití y evitar el peligro, emprendieron un viaje
imposible y vagaron por el acuoso desierto del Pacífico hasta que murieron la
mayoría de ellos. Al igual que la partida de Donner, los hombres del Essex
hubieran podido evitar el desastre, pero eso no empequeñece la magnitud de sus
sufrimientos, ni su valentía y su extraordinaria disciplina”.
Fuente: Quimera
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